Relato erótico

Mi mujer, su amiga y mis cuernos

Charo
26 de julio del 2018

Durante una fiesta, descubrió la bisexualidad de su mujer. Su ego de machito salió mal parado. Hablaron y llegaron a un acuerdo, aunque ha llegado a la conclusión de que los cuernos duelen, tanto si es por un hombre como por una mujer.

Antonio – SEGOVIA
Yo no podía dejar de estar pensando y pensando sin poder conciliar el sueño. Dormida, Raquel me pegó su caliente y divino cuerpo, apretándose contra mi pierna y así me fui quedando dormido, no sé por cuanto tiempo. A medida que el sol fue colándose en la habitación, me fui acordando más y más de la fiesta a la que habíamos ido la noche anterior.
Todo sucedió de la manera más inesperada. De repente la fiesta pareció cobrar brío. La gente había entrado en calor y se formaban parejas que desaparecían por todas partes. Comencé a buscar a Raquel, mi mujer.
Pasé más de media hora buscándola por toda la casa sin encontrarla. Fue cuando se me ocurrió buscarla fuera y. algo hizo que me fijara en nuestro coche. Estaba estacionado cerca de los matorrales que bordeaban la entrada para los vehículos. Me fui acercando al vehículo caminando sobre las puntas de los pies, sospechando que probablemente Raquel se encontraba ahí con otro hombre. Y me quedé petrificado, inmovilizado por la sorpresa.
Efectivamente, estaba allí, pero no con ningún tío, sino con una mujer, precisamente con Sonia. En la débil luz del farol del estacionamiento podía verle las torneadas piernas a Sonia levantadas encima del asiento, despatarrada, frotándole toda la peluda almeja en la cara a mi mujer.

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Quedé de pie allí como un zombi alumbrado por la luna llena, todo sorprendido, incapaz de moverme o de pensar siguiera. Las luces largas de un coche que pasaba me alumbraron la escena aún más, y los ojos de Sonia y los míos chocaron. Su cara se heló, pero aún así no alertó a Raquel, quien continuó chupándole la raja como una loca. Salí del ensimismamiento cuando oí que un amigo mío se acercaba llamándome. Abandonando el lugar rápidamente, me uní a él y regresamos a la fiesta juntos fingiendo yo que no pasaba nada, cuando en el fondo estaba lleno de confusiones y contradicciones.
Y es que eso de sorprender a tu mujer en esa clase de movidas es algo verdaderamente impactante. Claro, uno espera, en el caso de que suceda, encontrarla enredada entre los brazos de un hombre, pero no entre las piernas de una mujer. Para un hombre, saber que prefiere el chocho de una mujer a otra polla, duele y jode, es que como si no valorara al macho que tiene en casa.
Ya de nuevo en la fiesta, me puse a beber y me reía como un estúpido, pero mí mente no paraba de rememorar la desconcertante escena que había visto en el coche. Me quedé solo en un rincón de la sala de la residencia, cavilando y minutos después vi a Sonia zigzagueando por entre el tumulto que había en la sala, tratando de llegar hasta donde estaba yo. Su mano sujetaba una copa. De solo saber que la muy zorra tenía el coño empapado con la saliva de mi mujer, se me puso dura, pero también estaba tremendamente cabreada.
¡La cabrona pervertida de Sonia, si yo la dejaba, iba a convertir a mi mujer en una bisexual! Cuando Sonia me preguntó lo que pensaba de todo aquello, se lo hice saber sin remilgo alguno en una sola expresión.
– ¡Vete a la porra!
– Quiero que sepas que no le he hecho nada a Raquel, cuando menos nada malo… tú eres el marido, su pareja a quien ama… – me contestó la muy cínica.

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– ¡Y tú la marimacho …!
– Escucha Antonio, no es para que te pongas así, ya eso pasó, o te tranquilizas o tratas de resolver el asunto, pero nada ganas con molestarte…
– Lárgate… – le dije fríamente, con toda intención.
Pero ella me detuvo cogiéndome de un brazo cuando era yo el que se iba a marchar.
– Oye, espérate… ¿Por qué no hablamos…? En el piso de arriba podemos conversar un poco y hasta podríamos calmar un poco los ánimos, ¿vamos?
No sé por qué le hice caso, Pero la cosa es que subimos. Sonia me iba a explicar las cosas y yo lo que quería era poner las cosas muy claras, como se dice. Pues yo también tenía cosas que decirle. Así que llegamos a la habitación al final del pasillo y cerramos la puerta. Mirándola todavía con rabia, me senté en el marco de la ventana abierta mientras ella se paseaba nerviosamente de un lado a otro, diciéndome una sarta de cosas que yo escuchaba difícilmente por mi justificada irritación, explicándose. Hablándome algo de un idilio que había comenzado durante los años en que las dos habían sido estudiantes. La charla que me estaba dando no me hizo cambiar de opinión ni de sentir. Yo estaba completamente en contra del asunto, e iba a darle una buena vapuleada a Raquel cuando la agarrara por mi cuenta en casa.
Al fin Sonia comprendió que yo no iba a permitir que la fiesta de lengua en el coño continuara. Entonces vislumbré un asomo de lágrimas en el borde de sus ojos, algo así como lo que le ocurre al niño que sabe que su juguete favorito le ha sido confiscado. Y eso me hizo reflexionar un poco acerca de mi actitud tan agresiva. Sonia se marchó calladamente y hasta logré oír algunos sollozos, como si de verdad le pesara mi comportamiento. Yo salí como un vendaval de la habitación, viendo cómo Raquel trataba de consolar a su amante.
Cuando Sonia se dio la vuelta y sus ojos se encontraron con los míos, se lanzó escaleras abajo a toda prisa. Tomé a Raquel por el brazo, la miré fijamente, y no la solté. No la hice partícipe de lo que había ocurrido entre Sonia y yo, pero le advertí que teníamos que hablar muy seriamente.

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Apenas pasados un par de minutos nos marchamos de la fiesta y durante el trayecto a la casa no nos dirigimos ni media palabra. Cuando llegamos, Raquel llamó a Sonia por teléfono, pero nadie le contestó y tuvo que colgar. No tuve misericordia La empecé a bombardear verbalmente con todo lo que Sonia me había contado, incluyendo el modo que seguramente emplearon para manosearse durante las fiestas en pijamas que ellas protagonizaban, mientras eran estudiantes y que seguramente habían continuado a escondidas mías.
Cuando terminé el cañoneo, me sentí mejor, como si me hubiera liberado de un gran peso. Me había causado tremendo dolor el haberlas encontrado de aquella manera, haciéndolo y a espaldas mías, viéndome la cara de cornudo.
No sé qué me dolía más, si el secreto que Raquel nunca me había revelado, un secreto sin compartir con el hombre con el cual se vive, con el compañero, o el haberlas encontrado chupeteándose las rajas como las había visto. Nunca había sospechado ni ligeramente que Raquel y Sonia eran de esa clase da amantes. Vaya ni siquiera había pensado en la posibilidad siquiera de que ambas tuvieran esa clase de mañas.
Me dejé caer en el sillón como un pugilista que ha sido destrozado a golpes por el oponente, exhausto, vacío, con la mente toda liada por el impacto, por la vorágine de saber que mi mujercita tenía una amante con quien me había traicionado de la peor manera emocional y racionalmente. También, desde luego, me sentía confundido al enterarme de golpe y porrazo que la compañera de mi vida era bisexual. Todavía me sentía apabullado, pero la cólera se había apaciguado.
A medias, oí cómo Raquel se explicaba, hablando pausadamente en ese estilo meloso que la caracteriza, un estilo que no deja de tener una cierta efectividad; diciéndome que si me había escogido a mí como su pareja era porque yo, le gustaba mucho y que ella era capaz de hacerlo todo por mí… ¡Todo menos echar a Sonia a un lado…! Abandoné el sillón reclinable y me senté junto a ella. No sé por qué la besé, tal vez porque con su modo de hablar y las cosas, que me dijo me produjo cierta ternura porque, después de todo, la seguía considerando la mujer de mi vida, a la que sigo amando con toda mi alma. Quizás debió ser debilidad de mi parte, pero lo hice. En ese momento no tenía la solución a la mano para resolver el problema y una interrogante empezó a bailotear en mi mente: ¿Se iba a pique nuestro matrimonio? Oí que Raquel decía:
-Te amo, querido, y lo sabes muy bien… tú eres el único hombre en mí vida, el único…

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Yo ya no sabía ni qué decirle y opté por lo más sano en esos momentos: irme a la cama y tratar de dormir. En la habitación tuve el impulso de hacer mi maleta e irme, dejando a Raquel en libertad de hacer lo que ella quisiera, incluso puse mi ropa en la maleta, pero al final la guardé con todo y ropa en el armario, me acosté y traté de dormir. A la mañana siguiente, lo primero que hice al despertarme, fue echarle ojo a mi hermosísima mujer que dormía como una gatita perezosa. Entonces sonó el teléfono, desnudo me apresuré a contestarlo, saliendo de la cama y dirigiéndome a la sala. ¡Era Sonia!
Al oír mi voz, ella debió quedar helada. Tal vez no esperaba que yo contestara su llamada. De todas maneras le informé que la cosa había terminado bien y que no había pasado a mayores, que no se había suscitado ningún tipo de pelea y menos una tragedia conyugal, aunque le dije que quizás me iría de casa para dejar que Raquel eligiera lo que más le convenía y que aceptaría la decisión que tomara.
Estábamos hablando con tanta cordialidad como si lo sucedido no tuviera tanta importancia. Afortunadamente mis horas de sueño habían logrado que se enfriara mi mente y ya no estaba tan encambronado, es más ya no lo estaba en lo mínimo. Habíamos hecho las “paces”, y Sonia, entonces, decidió ser completamente franca conmigo y me dijo:
– Antonio, ya te lo dije, Raquel y yo somos amigas desde pequeñitas, fuimos al colegio juntas. No sé cuales son tus pensamientos en estos momentos, pero el hecho de que estés casado con ella no quiere decir que tú seas su dueño, su amo o señor. Además, no le estamos causando daño a nadie. A lo mejor tú puedes ser el causante del daño…
– ¿Qué dices? ¿Daño? ¿Acaso no me habéis hecho daño vosotras a mí…?
– Sí, bueno, tienes razón pero, tú puedes causar daño también si no te das cuenta de que esto es una verdadera realidad que no podrás cambiar, si de veras la amas tienes que aceptarla como es, con sus virtudes y sus defectos, si es que a eso se le puede llamar defecto… – y luego, después de una breve pausa, añadió – Vamos Antonio, que tampoco tienes que sentirte molesto conmigo porque yo los quiero a los dos… ¿Quién arregló lo del banquete durante el día de tu boda…?

mi mujer

Pero en cierto modo Sonia tenía razón y yo tenía que aceptar la realidad y admitir que mi mujer era mi felicidad y ni placer, pero no era de mi absoluta propiedad aunque fuera otra mujer cuya lengua se interponía entre nosotros dos. Y luego ocurrió algo curioso y completamente involuntario. Resulta que a medida que hablaba con Sonia mi mujer nos escuchaba, ya se había levantado y oyó la parte en la que le hablaba a Sonia de irme de casa y ella había encontrado mi maleta en el armario.
Cuando Raquel salió de la alcoba, sus ojos estaban llenos de lágrimas, yo estaba de pie, desnudo y sosteniendo el teléfono, y no supe en ese momento qué pensar. Entonces le entregué el teléfono, pero ella me agarró la polla. Estuve hablando con Sonia como alrededor de unos cinco minutos, mientras Raquel me mamaba la verga hasta que se me endureció y entonces me dije: ¡Yo quiero seguir con mi mujer aunque no sea tan normal, porque la amo, porque la deseo y eso es lo único que me debe importar! Y para terminar de convencerme de que mi reflexión era correcta, me acerqué a Raquel blandiendo mi rígida verga con una mano y agarrándola de la nuca para obligarla a se comiera toda mi polla hasta las bolas, le empecé a empujar el miembro por la boca a mi asombrada mujer. Los gritos y protestas que ella daba eran ahogados por mis bombeos. Quien sabe qué cosas se estaría imaginando Sonia con todos esos ruiditos raros. Pero logré a oír como le decía:
– Raquel… ¿qué está pasando…?
Raquel se sacó la polla de la boca y le dijo a Sonia, relamiéndose los labios:
– Le estoy mamando la verga a Antonio… – y colgó.
Saludos.

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