Relato erótico

Mi mujer se “transformó”

Charo
19 de julio del 2019

Su mujer es una persona muy poco abierta en el tema del sexo. No le gustan la mayoría de cosas y siempre pone impedimentos para todo. Tanto insistió que al final… la “transformó”.

Ignacio – Santiago de Compostela
Yo era un hombre cansado de su mujer, de sus negativas y sus limitaciones en el campo sexual. “Que eso no, que lo otro no me gusta, que quién te crees que soy” y toda esa cantinela. Y además, esa acusación permanente de que sólo a mí se me ocurrían esas cosas por leer tanto de esas porquerías, refiriéndose a mi colección de pornografía. Ayer, como casi todos los sábados y encontrándonos los dos desnudos en la cama, empecé a darle besitos en la almeja pero cuando quise profundizar con mi lengua me frenó con lo mismo de siempre, aunque esta vez mi reacción no fue igual a la de siempre. Me levanté de la cama, tomé de la cómoda uno de mis pañuelos de cuello y sosteniéndola con dureza le até una muñeca al respaldo de la cama. Ella empezó a protestar.
– ¿Qué haces…? ¡Suéltame!
Todo eso pero mezclado con alguna risa desconfiada pensando en que era juego y que, seguramente yo no iba a hacer eso pero se dio cuenta de que realmente yo iba a hacer “eso” cuando, después de atarle la otra muñeca con el segundo pañuelo y dejarla casi indefensa y sin muchas posibilidades de moverse, la obligué a abrirse de piernas y hundí mi cara entre ellas.
– ¡Grita, patalea, haz lo que quieras, pero no te vas a salvar que de una buena vez por todas te chupe el coño hasta el hartazgo! – le dije antes de colocar mi boca, haciendo ventosa, en su raja y empecé a lamer. Un poco por afuera, un poco por adentro, algún dedo también.
Durante largo rato ella luchó, primero tratando de impedirme a mí hacer lo que estaba haciendo y luego, tratando de impedirse a sí misma demostrar que le venía el orgasmo. La muy terca sólo se entregó en el último instante, empapando mi cara con su flujo pero, apenas terminó, volvió a forcejear. Me importó muy poco su orgasmo y seguí con mi lengua unos minutos más creyendo que con eso podía hacerla entregarse del todo pero me cansé, así que me incorporé y le clavé las rodillas rodeando sus costillas.
– ¡Cerdo, asqueroso… déjame! – gritaba mi mujer.
– Ahora que te he comido el coño te vas a tragar mi leche – le dije sin dudar.
Le puse el nabo en la boca, pero ella apretó los labios. Intenté forzarla pero no lo logré. La agarré del pelo, de la nuca y tiré hacia atrás buscando que abriera la boca pero ella, furiosa, me dijo:
– ¡Ni lo intentes porque te la arranco, degenerado!
La verdad es que tuve el convencimiento de que era capaz de hacerlo.
– ¡Te la vas a tragar igual aunque no quieras! – le dije.
Me hice una paja frente a sus ojos, rápida, violenta, hasta que le lancé toda la leche en su cara. Quedó preciosa la muy puta, con los lamparones de leche en sus mejillas, en su boca, en toda su cara. Ya satisfecho, me incorporé y me senté a su lado en la cama. Sus lágrimas se mezclaron con mi semen.
– ¿Por qué lloras, si no te hice daño, tonta? – le dije intentando calmarla mientras le acariciaba una mejilla, esparciendo la crema.
– ¡No me toques, vete, déjame sola! – me pidió.
– ¡Vete a paseo! – le grité y me levanté para ir a la cocina a prepararme un café.

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– ¡Suéltame! – gritó, ya que yo no le había desatado los pañuelos.
– Después, cuando te hayas calmado un poco – le contesté y seguí en lo mío.
Cinco minutos después volví al dormitorio con un café para mí y otro para ella.
– Te voy a soltar si dejas de comportarte como una nena – le dije y le acerqué la taza de café a la boca.
– Está bien, ya me he calmado – me dijo, con voz suave y sin enojo – Suéltame por favor.
La desaté y ella, sin moverse de la posición que tenía en la cama salvo por los brazos ahora libres, tomó el café.
– Déjame salir un momento que necesito ir al baño – me pidió con dulzura.
– Claro – le dije – ¿No fue tan malo, verdad? – agregué mientras ella se incorporaba.
Entonces, con asombro, vi que empezaba a vestirse.
– ¿Qué haces ahora?, pregunté.
– ¿No tienes ojos en la cara? – me soltó – Me voy a vestir.
– ¿Para qué, si podemos seguir haciendo el amor? – contesté.
– Mira, nunca tendrías que haber hecho lo que has hecho. Yo no soy una de esas putas a las que estarás acostumbrado, pero si lo que quieres es que yo sea una de esas, lo vas a tener ahora mismo, ya que voy a salir y me voy a meter en la cama con el primer tipo que se me cruce en la calle y te vas a tener que aguantar, ¿estamos?
A medida que soltaba el rollo, sus ojos se fueron encendiendo de furia y cuando lo terminó ya estaba totalmente vestida, pasó frente a mí y fue hacia la puerta de casa.
– ¿Dónde vas? – dije intentando pararla.
– Ya te dije adónde voy a ir y aguántate – contestó sin dejar de ir hacia la puerta.
Salió dando un portazo. Yo me reí, muy nervioso y me fui a sentar al salón, seguro que antes de cinco minutos volvía a entrar. A los diez todavía no había vuelto y aún seguro de mí mismo, me decía que ya iba a volver. A la media hora ya tenía asumido que estaba haciendo tiempo tomando un café en el bar de la otra cuadra, así que salí y la fui a buscar. No estaba. De pronto, de nuevo yo en casa, más nervioso que nunca, oí el ruido de la llave en el cerrojo.
– ¿Donde has estado? – le pregunté haciéndome el duro.
– Ya te dije lo que iba a hacer así que ahora no me molestes. Estoy cansada y me quiero ir a dormir – contestó, yendo hacia la cocina.
– ¿Cómo te ha ido? – le pregunté con tono marcadamente sarcástico.
– ¡Bien, pero que muy bien! – me contestó con tono risueño.
– ¿Y qué has hecho para que te fuera tan bien? – insistí en mi tono sarcástico.
– ¿Quieres saber lo que hice? – contestó dándose la vuelta, sosteniendo mi mirada y sin darme tiempo a decir nada, siguió:

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– Será mejor que, en vez de contártelo, te sientes y te lo enseño, ¿vale?
Se acercó a mí y se levantó la falda. No llevaba ropa interior.
– ¿Te has sacado las bragas antes de entrar? – le pregunté
– No querido, las bragas y el resto me lo han sacado hace mucho rato, apenas salí de casa. ¿No ves que estoy mojada? – dijo.
Era cierto. Vi pequeñas perlas semitransparentes en la mata de pelambre. Entreabriendo ella un poco las piernas, continuó con el desafío:
– Toca, vas a ver y vas a sentir.
Estiré el brazo y con la palma de la mano le recorrí la raja.
– Ahora huele tu mano y vas a ver qué rico perfume.
Me pareció que era olor a coño y así se lo dije.
– Pero… ¡que poco olfato tienes, maridito mío! – en tono sarcástico – ¿No reconoces el olor a macho?
Volví a oler mi mano y como no me convenció la volví a tocar, esta vez metiendo y recogiendo el flujo con mis dedos. Volví a olerlo y supe que era cierto. ¡Era olor a macho, a leche, a esperma!
– Y te voy a dar otra noticia – dijo, aprovechándose de mi estupor.
Mientras hablaba, dio media vuelta y se agachó poniendo sus hermosas nalgas a escasos veinte centímetros de mi cara, y al mismo tiempo que se sostenía la falda con sus brazos para mantenerla arrollada en la cintura, tomó los glúteos con las manos, abriéndoselos y mostrándome su orificio trasero. Jamás había hecho eso. Me pareció verlo irritado.
– ¿Y ahora qué? – pregunté.
– Ahora, querido, verás que te has perdido el estreno de mi culito porque tuve que darlo, ya que una puta no puede negarse a nada, ¿verdad? – me dijo.
Aún así no le creí que pudiera haber sido tan, pero tan guarra y sin pedir permiso ni dudarlo, puse bien duro mi dedo índice, le apoyé la punta en su orificio y presioné.
– Muy bien, cariño, compruébalo – dijo moviendo en redondo sus nalgas y haciendo que el dedo, sin encontrar resistencia ninguna, se deslizara completamente en su interior. Evidentemente, tenía el culo recién lubricado.
– ¡Eres una puta! – le dije, herido en lo más hondo de mí.

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– ¿Por qué mi amor… no querías que fuera eso precisamente, una puta? – preguntó y siguió – Desde ahora, soy puta y voy a hacer lo que se me venga en gana con quién quiera y cuando quiera y tú, cerdo, cuando quieras algo, me vas a tener que pagar y con la tarifa que yo ponga.
Me dejó pasmado, allí, sentado en la cocina. Cinco minutos después salí de mi casa hecho un lío pero sabiendo que tenía que aceptar las nuevas condiciones de mi vida matrimonial o separarme de mi esposa.

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