Relato erótico

Mi mujer es una zorrita

Charo
14 de mayo del 2018

Tenía un buen empleo y además su novia era la hija de uno de los propietarios, pero tardó poco tiempo en descubrir la doble vida que llevaba. Era una verdadera zorrita.

Roberto – MADRID
Ella siempre me decía que se iba con las amigas de compras, al cine o a la playa, pero los chismes llegaron a mis oídos, y supe que todo era mentira. Eso podrá ser cierto en algunos casos, pero por propia experiencia puedo decir, que no siempre es así. Me refiero, cuando digo ella, a Ana mi mujer y dolor de cabeza, la hija de uno de los propietarios de la empresa en la que yo trabajo actualmente.
Desde bien temprano en nuestra relación, me di cuenta de que ella era algo particular, pocas veces estaba en su casa y cuando no se encontraba en ella estaba jugando al tenis en su club, aunque se había ido supuestamente con sus amigas a la casa de sus padres en la playa. Pero a mis oídos llegaban los chismes. Ana nunca me dio explicaciones, ya que tampoco nunca se las pedí. No por que confiara plenamente en ella, todo lo contrario, no quería oírle decir que me engañaba con otros hombres. Realmente no era por que la amase mucho, sino que eso pondría mi empleo en juego, sencillamente.
En una ocasión, antes de casarnos, me tocó representar a la empresa en el que trabajo en una transacción importante, y después de firmar y todo el papeleo, uno de los gerentes nos invitó a pasar una buena tarde o mejor dicho noche a bordo de su yate. Tras comunicarme con Ana, ella me dijo que pensaba salir a visitar a una amiga, por lo que no vi necesidad de contarle la verdad, y junto al resto de los presentes en la transacción, fui al yate.
En la embarcación nos esperaban un grupo de chicas, con las que comenzamos a disfrutar del resto de la noche, sin que el yate llegase a zarpar. Pero cuando me encontraba bebiendo en la cubierta superior, me di cuenta de que mi novia caminaba por el muelle en dirección al yate donde yo me encontraba. Pensé salirle al paso, temiendo que fuera a descubrir lo que estaba sucediendo a bordo con ese grupo de chicas, pero también me puse a pensar quien había sido el o la sinvergüenza que le había dado el soplo de que me encontraba en esa fiesta. De inmediato pensé en una de las secretarias, pero no fue así, nada de eso había pasado.
Justo antes de llegar al yate en que yo me encontraba, ella abordó una lancha rápida de lujo que se encontraba en el embarcadero al lado del yate, por pura casualidad o coincidencia. Yo permanecí en silencio sentado y tomándome la copa oculto tras la sombras, esperando ver qué sucedía. Apenas ella puso un pie a bordo de la parte de adentro de la lancha salió un tipo con más pinta de mecánico, que de dueño de una embarcación de lujo.

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En sus manos llevaba un trozo de tela todo mugriento de grasa, iba sin camisa y con un pequeño pantalón corto, y por lo que pude apreciar que el tipo era casi un oso de lo velludo que era. Ana no hizo más que verlo y se le tiro en sus brazos, mientras que yo continuaba observando en silencio. Ambos se besaron de manera salvaje, como nunca me había besado a mí. El tipo rápidamente comenzó a pasar sus sucias manos por encima de su blanco vestidito, uno que nunca se lo había visto, y la grasa de sus manos comenzaron a mancharlo todo. Cosa que ella al parecer, a eso no le daba la menor importancia.
Entre besos y caricias, me di cuenta que él comenzaba a meter una de sus manos por debajo del vestido de mi novia, mientras Ana como si nada continuaba besándolo. La fiesta en el yate que yo me encontraba era tal, que nadie le prestaba atención a la pareja, únicamente yo y por razones obvias. De cuando en cuando, pasaba a mi lado algunas de las muchachas casi desnudas, seguida de cerca por alguno de los invitados. Pero a mi realmente eso no me llamaba la atención, deseaba saber hasta donde Ana era capaz de llegar en esos momentos.
Ella sin vergüenza alguna, mientras el hombre la besaba y acariciaba su cuerpo, en la misma cubierta, como si no existiera nadie más a su alrededor se quitó el vestidito blanco, quedando sin nada debajo. Realmente esa noche al parecer ella iba preparada para todo, es decir, no iba a perder tiempo quitándose el sujetador ni las bragas. Entonces ellos dos continuaron besándose como si fueran animales.
El tipo, ya acostado a su lado, colocó su cara sobre el coño de mi novia, y comenzó a darle una soberana mamada, como reconozco que yo nunca antes se la había dado, en parte por que tampoco Ana me había dado ocasión como para llegar a eso, y por otra parte siempre me ha parecido antihigiénico eso de estar pasando la lengua por el coño de una mujer.
Desde mi oculto punto de observación, unos dos metros por sobre sus cabezas, los podía ver claramente a los dos, como él enterraba su cara y lamía repetidas veces el coño de Ana, y como ella, loca de satisfacción, movía sus caderas contra el rostro de su amante de turno. Ya me estaba cansando de estar mirándolos y hasta pensé en buscar a una de las putitas que habían subido a bordo, pero cuando cambiaron de posición, algo en mi me detuvo, y me quedé pasmado viendo como Ana, acostada boca arriba, abría del todo sus piernas, y en ese momento me percaté que ella era de esas, y lo es todavía, que se depilan completamente su coño.
Lo que más me asombró fue ver que cuando el tío ese se quitó sus pequeños pantalones cortos, le quedó colgando una cosa que parecía, sin exageración alguna, la polla de un burro. Y no es que a mi me llamen la atención las pollas de otros hombres, pero eso debía estar registrado en libro de record de Guines. Realmente no podía creer lo que estaba viendo, como esa inmensa verga penetraba casi totalmente el coño de mi novia, y como ella se movía a medida que él la penetraba. Ana, con sus ojos cerrados, tenía una sonrisa de satisfecha en sus labios.
En esos momentos pasó una de las chicas, que al parecer era la que me correspondía, y tomó asiento a mi lado, pero cuando vio lo que yo estaba mirando, se agachó frente a mí, y sacando mi erecta polla de su encierro, se puso a mamármela sin decir ni una sola palabra. Desde luego si lo hubiera hecho, hubiera pensado que era una tremenda ventrílocua.

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A medida que yo miraba como el tipo ese que parecía un oso, le daba verga a mi prometida, la chica que se encontraba a mis pies me hacía una buena mamada. Al rato ellos cambiaron de posición y sin reparo alguno de parte de Ana vi cuando él le enterró toda su cosa entre las nalgas. Al principio pensé que se lo había metido en el coño, pero cuando le oí decir a él las pocas veces que llegó a decir algo:
– ¡Que culito más bueno tienes!
Al ver como ella movía sus caderas con mayor fuerza, no me quedó duda alguna que Ana hacía mucho tiempo que ya sabía sabe lo que es que le den a una por el culo.
En esos momentos me corrí en la boca de la chica que me acompañaba, tras lo cual pensé seriamente en terminar la relación en ese mismo lugar, parándome frente a los dos, y levantando la voz, para que todos se enterasen de lo sucedido, pero me di cuenta que eso no hubiera sido lo más saludable para mi carrera dentro del banco, por lo que me retiré del yate, dejando a Ana en compañía de su amante oso, mientras ella se dedicaba, según me pareció, a mamarle la polla.

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Al día siguiente le pregunté, de manera inocente, qué había estado haciendo la noche anterior, ya que inútilmente traté de comunicarme con ella, lo que en parte era cierto, pues al salir del yate la llamé a su teléfono móvil. Ana sencillamente respondió que estaba acompañando a una amiga. Cuando me lo dijo, en su cara no vi el menor asomo de preocupación. Yo opté por mantener silencio. Además a manera de consuelo, pensé que tanto derecho tenía ella, como yo a pasar una buena noche, que las cosas cambiarían una vez que los dos nos casásemos. Pero lamentablemente no fue así, ya desde la misma luna de miel, supe que mi mujer me había vuelto a ser infiel, y no una sino en múltiples y variadas ocasiones.
Un día, el segundo para ser más exacto, nos encontrábamos en la piscina, ella lucía un pequeño traje de baño de supuestamente una sola pieza, pero que para mi sencillamente era una delgada cinta de vivos colores que a duras penas le ocultaba los pezones y se le semienterrada en su coño y nalgas. Yo algo molesto le indiqué que no era razonable que usase eso, que subiera a la habitación a cambiarse y como cosa rara, Ana no me llevó la contraria, sencillamente tomó su toalla y se marchó, pero cuando vi que había pasado cerca de media hora y ella no aparecía, decidí ir a la habitación, pero cuando pasé por las cabañas que se encontraban junto a la piscina, me pareció ver el traje de baño de mi mujer en una de las ventanas, con mucho disimulo me acerqué hasta la puerta, y oí claramente, como la voz de ella le decía a un tipo:
– ¡Fóllame fuerte, cariño!
En esos momentos quise romper la puerta a patadas y entrar en el pequeño bungalow, para descubrir su infidelidad, pero me detuve a pensar que eso en el fondo me haría el hazmerreír de todos los presentes. Permanecí en silenció junto a la pequeña ventana, viendo por una rendija y poniendo bastante atención a todo lo que decían dentro del bungalow.
Ana estaba desnuda, y pegada a su cuerpo por detrás, se encontraba uno de los camareros de la piscina, con sus pantalones cortos en el suelo, follándose a mi mujer. Ana repetía una y otra vez, de manera bien sensual eso que le había oído decir cuando me acerqué al principio, mientras que él, sujetándola por sus caderas, se pegaba más y más a su cuerpo.
Cuando uno de los guardias de seguridad se me quedó mirando de manera extraña, decidí moverme, mientras que el guardia ocupaba entonces el lugar donde yo estaba espiando. De la misma manera que llegué, sin hacer nada de ruido, me marché nuevamente a mi silla en la piscina. Pasó un buen rato y Ana finalmente volvió a mi lado, con el mismo traje de baño puesto, pero con una sonrisa en sus labios como que si me dijera, acabo de ponerte cuernos y tú ni te has enterado cabrón.
Esa noche, en nuestra habitación, me enfrenté a ella. Estaba recién salida de la ducha cuando le dije que la había seguido hasta ese bungalow. Al principio no me creyó, pero cuando le repetí lo que oí salir de sus labios, se quedó de una pieza, sin saber que hacer. Le insinué que nos divorciaríamos, pero ella se negó diciéndome que me amaba un montón, que lo que había pasado ella no lo pudo controlar, y hasta se me puso a llorar. En esos momentos le pedí que me lo contase todo, y a medida que ella me iba diciendo lo que había sucedido entre ella y el camarero, no sé, yo me fui excitando.
Según Ana, ella se sintió algo avergonzada por lo que yo le había dicho, con respecto a su traje de baño, que cuando pasó frente a ese bungalow que tenía la puerta abierta, decidió entrar para quitárselo de lo mal que se sentía y ponerse una toalla, para irse a la habitación a cambiar de ropa, pero cuando se había terminado de quitar “el traje de baño”, se abrió la puerta y entró rápidamente ese fornido joven, que de inmediato cerró la puerta tras él.
Al ella verse frente a ese desconocido del toda desnuda le dio un desvanecimiento, y cuando recobró el sentido se encontró que una polla entraba y salía de su coño, como esa persona la besó como lo hacía yo por su hombro cuando estamos haciendo el amor, ella pensó que era yo desde luego y le dijo. Lo que yo había oído. Según mi mujer pensó que era yo quien se lo tenía metido, pero cuando se dio cuenta de que era otro hombre se volvió a desmayar y cuando se despertó nuevamente, ya estaba sola, y se sentía muy mal por lo que había pasado, sin saber que hacer se volvió a poner el traje de baño y salio del bungalow, con miedo a producir un escándalo que afectase nuestra relación.
No podía creer lo que me decía, pero me tenía tan y tan excitado, que le salté encima, tirándola sobre la cama abrí sus piernas y como un loco le enterré mi polla dentro del coño. Después de eso Ana, antes de que yo acabase, me apartó y sacándola del coño, se la metió en la boca para que me corriera en su boca. Pero esa misma noche, me volvió a ser infiel pero con uno de los entrenadores del gimnasio. Después con uno de los gerentes del mismo hotel, y creo que hasta con uno de los camareros también, claro que ella no sabe que también me di cuenta de eso.
Cuando volvimos de la luna de miel, la llevé a una comida que daba la empresa a unos cuantos clientes. Todo iba de maravilla, unos momentos antes había visto a mi mujer charlando alegremente con uno de mis clientes y otro hombre, pero a los dos o tres minutos me di cuenta de que Ana había desaparecido, y discretamente me puse a buscarla por todo el salón de fiestas, y no es que fuera mal pensado, pero algo me decía que se la estaban clavando en algún lado.
Pienso que me he alargado demasiado, así que continuaré con mi relato en una próxima carta.
Saludos.

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