Relato erótico

Mi mujer “cambio” y mucho

Charo
6 de abril del 2020

Su mujer no quería chupársela ni hacer un 60, era clásicona, recatada y una estrecha. Un día se “pasó” con ella y lo pagó caro. Se vistió, se fue de casa y le dijo que iba a convertirse en una mujer como la que él quería.

Felipe – Madrid
Tengo suerte de tener la llave de la oficina, así que anoche pude refugiarme aquí, a darle al ordenador y a tocarme los cuernos de cabrón que me han salido, por ir de machito y listo.
Mi mujer ya me tenía harto con sus vueltas, sus negativas y sus limitaciones. Que eso no, que lo otro no me gusta, que quién te crees que soy y toda esa cantinela de monjita que usan algunas niñas bien.
Y además, esa descalificación permanente porque me calienta ver vídeos guarros en la tele y ella dice que sólo a mí se me ocurre mirar esas porquerías, refiriéndose a mi colección de pornografía.
Ayer como casi todos los sábados, ya metidos en la cama, le propuse un 69:
-Tu me la chupas y yo te como el coñito.
-Que no, que eso es una porquería.
-Anda…
-He dicho que no y basta.
Ella como siempre, pero esta vez mi reacción no fue la habitual. No señor, me levanté de la cama, tomé de la cómoda uno de sus pañuelos y a lo bobo, le até las muñecas los barrotes de la cama.
Ella empezó a protestar, que haces, suéltame y todo eso, pero mezclado con alguna risa desconfiada.
Tras dejarla casi indefensa y sin muchas posibilidades de moverse – me tiré a sus pies y obligándola a abrir las piernas- hundí mi cara entre sus muslazos.
-Grita, patalea, insúltame, pero hoy te voy a comer el conejo y después me la vas a chupar.
Dicho y hecho. Un poco por afuera, un poco por dentro, algún dedo también. Durante largo rato ella luchó primero tratando de impedirme hacer lo que estaba haciendo y luego, tratando de impedirse a sí misma que le llegara el orgasmo. La muy terca sólo se aflojó en el último instante, cuando se corrió.
Me monté encima de ella, con la polla bien tiesa y empecé a frotarme el capullo contra sus pezones.
– ¡Cabrón, asqueroso, déjame!, gritaba la muy guarra, que ya se había corrido y no tenía compasión con un pobre necesitado
Pero no cedí. Le puse el nabo en la boca pero ella apretó los labios, intenté pero no hubo manera.
Sólo abrió la boca para decirle “ni lo intentes porque te la arranco, degenerado”, y tuve la presunción que era capaz de hacerlo.
– Pues me la pelo.

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Y me hice la paja frente a su cara, sentado en su barriga y me corrí como un cerdo en sus tetas y hasta en su cara.
Quedó divina la muy puta, con los lamparones de leche en sus mejillas, en su boca, en toda su cara.
Me incorporé y me senté a su lado en la cama. Me miró con rabia.
-Eres un tío mierda, que ni sabes dar gusto a una mujer.
-Pues bien que te has corrido, cachonda.
-¡Que sabrás tu!
La desaté y ella, sin moverse, me dijo:
– Necesito ir al baño.
Se levantó y a la vuelta del cuarto de baño, venía vestida.
-Pero ¿qué haces?, pregunté extrañado.
– ¿No tienes ojos?
Y terminando de abrocharse la falda, se plantó frente a mí:
-Mira, nunca tendrías que haber hecho lo que hiciste. Yo no soy una de esas putas a las que estarás acostumbrado, pero si lo que quieres es que yo sea una de esas, lo vas a tener, ahora mismo, ya que voy a salir y me voy a encamar con el primer tío que se me cruce en la calle y te vas a tener que aguantar.
Ya estaba totalmente vestida, así que pasó frente a mí y salió como si la llevaran los diablos.
– No sea boba… anda.
-Ya te dije adónde voy a ir, y a ver si eres tan machote como dices, contestó cerrando la puerta del dormitorio a su espalda.
Creí que estaría en el salón, haciendo el paripé, pero se había ido a la calle. Me senté en el sofá, convencido que antes de cinco minutos volvía a entrar. A los diez todavía no había vuelto y, aún seguro de mí mismo, me decía que ya iba a volver.
A la media hora ya tenía asumido que estaba haciendo tiempo tomando un café en el bar de la esquina, así que salí y la fui a buscar. No estaba.
Volví a casa y a esperar. A la hora llamé a la casa de su mejor amiga, para ver si sabía algo de mi mujer. Nada y encima tuve que inventar una excusa.
A las dos horas y marqué el número de su madre, convencido que estaba en casa de mi suegra. Ni noticia y le tuve que decir que no se preocupara, que yo estaba en la calle, camino de casa y que pensé que quizá ella había salido. Al minuto, volví a llamar, para decir que estábamos ya juntos.

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– Hola, por fin volviste, le dije tratando de mostrarme tranquilo.
– Si, ¿no me ves?
-¿Donde has ido?
– Y a ti que te importa. Ya te dije lo que iba a hacer así que ahora no molestes. Estoy cansada y me quiero acostar ya.
– ¿Cómo te fue?, le pregunté con tono marcadamente sarcástico.
– Bien, muy pero muy bien…
– ¿Y qué hiciste para que te fuera tan bien? Inquirí, insistiendo en el tono sarcástico.
– ¿Quieres saber lo que hice? Replicó, sosteniendo mi mirada.
Sin darme tiempo a decir nada añadió:
– Mejor, en vez de contártelo, siéntate y te enseño.
Me senté de nuevo en el sofá y ella se acercó a dos pasos de mí y se levantó la faldita. No llevaba bragas, la muy cochina.
– Te has quitado el tanga en el ascensor, le dije.
– No querido, las bragas y el resto me lo quitaron a mordiscos hace un rato.
-¡Venga ya!
-¿No te lo crees? No ves que estoy mojada.
Era cierto, ví pequeñas perlas semitransparentes en la mata de pelambre.
Y entreabriendo un poco las piernas continuó con el desafío:
– Toca, vas a ver y vas a sentir.
Yo estiré el brazo y con el canto de la mano le recorrí el coño.
– Veo que te diste un toque de bidet, seguro que en la casa de alguna de tus amigas, comenté, con dudas.
– No marinconcete, todo es natural. Esas gotitas son de leche, y de tío bueno.
Negándome a creerlo, presentí que era cierto.
-Y te voy a dar otra noticia, querido mío, dijo, aprovechándose de mi estupor y – mientras hablaba, dio media vuelta y se agachó poniendo sus hermosas ancas a escasos veinte centímetros de mi cara; al mismo tiempo, sujetando la falda con sus brazos, para mantenerla enrollada en la cintura, se agarró sus ricas nalgas con las manos y las separó, mostrándome su orificio trasero. Jamás había hecho eso.
– ¿Y ahora qué?, pregunté con un hilo de voz.
-Ahora, querido, quiere que compruebes con tu lengüita –si le apetece al caballero- que te has perdido el estreno de mi culito, porque se lo tuve que dar al guarro que me ha estado montando todo este rato. Ya sabes que los tíos que te ligas en los bares, no tienen piedad con las casaditas.

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Aún así no le creí que pudiera haber sido tan, pero tan guarra y sin pedir permiso ni dudarlo, puse bien duro mi dedo índice, le apoyé la punta en su culito y presioné.
-Muy bien, cerdo, no quieres lengua sino dedo pero te dejo…, y moviendo apenas en redondo sus nalgas y haciendo que el dedo, sin encontrar resistencia ninguna, se deslizara íntegro en su interior.
Evidentemente, tenía el culo recién aceitado.
– Eres un putón, le dije, herido en lo más hondo.
– ¿Por qué mi amor? ¿No querías que fuera puta? preguntó y siguió…
– Desde ahora, soy puta y voy a hacer lo que se me venga en gana, con quién quiera y cuando quiera y tu, maricón de mierda, cuando quieras algo, me vas a tener que pagar y con la tarifa que yo ponga. O mejor, te vas a poner a cuatro patas y te voy a meter el consolador, para que sepas lo que es bueno. Me dejó pasmado, allí, sentado en el salón. Cinco minutos después salí de mi casa.
Mañana volveré, haremos las paces, pero estoy seguro de que no parará hasta que me por el culo a mi. Así son estas “recatadas” y estrechas.
Un beso para todos. Ya os contaré lo que pasa.

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