Relato erótico

Mi mejor relato

Charo
31 de marzo del 2020

Le gusta mucho viajar y en esta ocasión fue a Puerto Rico. Había conocido a una chica de allí en un chat y en cuanto llegó a la ciudad se puso en contacto con ella. Fue uno de sus mejores viajes.

Ricardo – Sevilla

Suelo viajar mucho, es uno de mis vicios confesables. Resulta que en uno de esos viajes, fui a parar a Puerto Rico. En el viaje, recordé que una amiga a quien conocí chateando, vivía en esa hermosa tierra, profesional universitaria, cuya profesión no diré por razones obvias. Así que en cuanto toqué tierra, la llamé. Cogió el teléfono un hombre muy formal que resultó ser su padre, a quien le pregunté por ella, diciendo que era un amigo de España. En cuanto se puso al teléfono dijo:
– ¿Ricardo? No me puedo creer que me llames desde España.
– Y haces bien en no creerlo, estoy en tu ciudad, y con unas ansias enormes de conocer a mi vieja amiga de internet, y poner mis ardientes labios sobre los tuyos.
– No te pases, que sabes que tengo novio.
– Ya, pero igual podemos conocernos, ¿no?
Yo en realidad no esperaba llegar a mayores con ella, ya que siempre me pareció muy recatada y distante con respecto a nuestra relación cibernética. Aunque debo confesar que sus fotos me habían cautivado y no pensaba dejar Puerto Rico sin intentarlo, al menos. Quedamos para cenar esa noche, le di la dirección de mi hotel para que pasara a buscarme e irnos a cenar donde ella dispusiera, que para eso era la anfitriona. Estaba tan ansioso por no saber si personalmente le caería bien, si a mí me gustaría, si habría química entre nosotros, que pese al cansancio del viaje, no pude echar una siesta en toda la tarde.
Por fin se hicieron las 8 de la tarde y llegó la hora cero. Estaba en la puerta del hotel cuando llegó ella con su coche. Bajó y mi visión se nubló, no me podía creer tanta belleza aunada en una sola mujer. Realmente me deslumbró.

Llevaba un vestido negro de noche, por encima de las rodillas, lo que me permitió ver un par de hermosas piernas que traían hacia mí a una mujer de cine. Superaba todas mis expectativas y por supuesto mejoraba, si cabe, las fotos. Una sonrisa que derretía al más guapo.
– Supongo que eres Ricardo -me dijo con una voz deliciosamente sensual. – Y tú, obviamente Karen. Agradezco al cielo haberme decidido a llamarte y que hayas aceptado conocernos.
– Sigues tan zalamero como en nuestros chat.
– Me limito a decir la verdad. Eres realmente hermosa.
Os cuento, tiene un cuerpo espectacular, guapísima de cara, piel canela, labios gruesos, de esos que piden ser chupados al besar, unos pechos preciosos y desafiantes, cintura delgada y unas formidables caderas que rematan en un trasero deliciosamente respingón. Total, que nos fuimos a cenar a un sitio muy elegante, cenamos mientras nos conocíamos, aunque eso ya lo teníamos de nuestras charlas, luego continuamos con unas copas en un sitio de la noche.
Finalmente me dejó en el hotel como a las dos de la madrugada, despidiéndose con un sabroso beso en mis labios, beso que prometía mucho más para el resto de mi estancia allí. Por la mañana pasó por mí y me llevó a conocer la ciudad. Comimos unos bocadillos y continuamos con el tour hasta las seis de la tarde, en que me dejó para refrescarme e ir ella a su casa a cambiarse para la noche. Esta vez la iniciativa del beso la tomé yo dándonos un morreo de campeonato, y leyendo en sus ojos que esa noche sería nuestra. Por suerte su novio estaba en viaje de negocios. Por la noche después de cenar nos fuimos a tomar unas copas, pero directamente a mi hotel, de común acuerdo con ella, acuerdo al que llegamos con solo una mirada a la hora de los postres.
Cuando llegué a la habitación, una suite preciosa, solicité por teléfono una botella de cava y una fuente de fresas con nata, al mejor estilo de Richard Gere en Pretty Woman. En cuanto colgué el auricular, la abracé con ternura besándola apasionadamente, en un beso eterno, que terminó de encendernos.

La desvestí con suavidad, bajando primero la cremallera de su vestido, quedando solo en un tanga negro. Besé sus tetas, mordí con suavidad y deleité sus pezones, me arrodillé ante ella, lamí con ganas su abdomen y profundicé con mi lengua en su ombligo, lo que le arrancó sus primeros suspiros. Seguí descendiendo por su abdomen bajo, hasta llegar a su tanga, aspirando su aroma de mujer caliente. Besé su pubis por encima de su tanga que noté mojado, lo lamí saboreando su jugo, bajé su tanga con los dientes mientras con mi nariz rozaba sus pelitos y hundí mi apéndice nasal entre sus labios, llenando mis sentidos de su olor a hembra. Terminé de quitarle la braguita, me enderecé y ella me desvistió, tan sensualmente como lo hice yo. Solo que cuando bajó mi slip, acarició mi verga ya tiesa con sus mejillas, nariz y labios, para finalmente metérsela en la boca arrancando ahora mis suspiros.
Notaba como esto la excitaba tanto como a mí. Una vez desnudo, la llevé a la ducha y nos metimos debajo, enjabonando nuestros cuerpos mutuamente. Primero pasé jabón por su espalda, acariciando sus prietas nalgas, suaves, duras, hermosas, para luego hacer lo propio con sus pechos, cuyos pezones respondieron poniéndose duros como piedras. Finalmente lo hice en su entrepierna, enjabonando sus labios, que noté hirviendo. Luego llegó su turno, primero mi espalda, mis nalgas velludas, mis testículos y finalmente cogió con sus manos mi polla, y la enjabonó concienzudamente, casi masturbándola. Me sentí transportado por sus manos al séptimo cielo, pero no quería acabar allí. Nos enjuagamos y mojados corrimos a la cama. En ese momento tocaron a la puerta, era el camarero con el cava, las fresas y la nata. Serví dos copas de cava, le introduje una fresa en la boquita y otra en la mía para bajarlas con el cava, luego unté sus tetas con nata y las lamí con fruición. La acosté en la cama boca abajo y repartí las fresas desde su nuca hasta sus muslos, coronadas con nata.

Recorriendo su cuerpo fui cogiendo cada fruto con mi lengua, mientras acariciaba su piel con ella, que suspiraba pidiendo más. Levanté sus piernas y cogiendo sus delicados pies con mis manos, lamí detenidamente cada dedito, que parecía una delicada obra de arte de la naturaleza. La última fresa la había dejado entre sus nalgas, ocupando toda su raja, desde la cintura hasta el ano, con nata, que fui recogiendo con mi lengua, mientras notaba que Karen estaba a mil, no paraba de gemir y pedirme que la follara ya. No podía soportar tanto placer. La giré y repartí de nuevo fresas y nata en sus pezones, su abdomen, su pubis y en las puertas de su coño. No sabría decir si cuando llegué a por la última fresa, notaba más dulce la nata o su flujo, que brotaba a raudales entre sus labios inflamados por el deseo, y porque no, por la acción de mi lengua y labios. Separé sus piernas y metí la lengua entre sus labios. Tuvo un brutal orgasmo. Seguí mi trabajo placentero, profundizando en su vagina en busca del tan querido punto G, que no se si alcancé, solo se que aquello era maravilloso.
Era como beber néctar de la fuente de los mil placeres, y para ella era algo inconcebible y maravilloso, como lo demostraban sus jadeos y gemidos de placer y sus gritos pidiéndome que la follara. Pero yo quería encenderla todavía más. La puse de rodillas en la cama, a cuatro patas y derramando cava sobre su espalda, lo recogía bebiendo ávidamente entre sus nalgas, para finalmente dedicarle a lamer su culo y su agujerito posterior, penetrándola con la lengua primero y con mis dedos después, preparando el camino para mi ansiosa verga. Cuando noté que ya estaba a punto de deseo y su ano de dilatación, embadurné mi polla de nata, a la manera de lubricante y la apoyé en su agujero, presionando levemente.
– ¡Perfórame ya! -me pidió.

Lo hice, de un empujón brutal, se la clavé hasta los huevos, sintiendo como estos chocaban contra sus nalgas, y finalmente cayó de bruces contra la cama. Temblaba como una hoja al viento, suspiraba, jadeaba, lloraba, se reía.
– En mi vida me dieron tanto placer como tú este ratito.
Yo seguía calentísimo y con mi verga dura, caliente y hasta dolorosa por la tensión de las venas hinchadas y mi glande morado, que parecía que me iba a reventar la piel. Entonces llegó su turno, me llenó la polla de nata como si de un plátano se tratase y comenzó su degustación. Me giró y llenó mi espalda y mis nalgas de fresas y nata, las fue comiendo mientras lamía y mordía mis nalgas, cosa que ya me había amenazado en el pasado con hacer cuando nos conociéramos. Luego le llegó el turno a mis cojones, que “sufrieron” el mismo delicioso trato y finalmente llegó a mi polla nuevamente, que se tragó entera, mordiendo mi glande, frotándolo con la lengua, e introduciéndola en su boca hasta la garganta. La sacaba con los labios apretados como exprimiéndola, me follaba con la boca y lo hizo tan bien y a conciencia, que sin poder aguantar me corrí, inundando su boca de mi semen caliente y espeso. Quedamos los dos tendidos en la cama, ella con su cabeza en mi pecho, jadeantes, mudos. No hacía falta decir nada, solo sentirnos mutuamente. Al ratito, descansados ya, se montó sobre mi cara ofreciéndome su sabroso coño, que me lancé a devorar, mientras con mis manos exploraba su culo.
– ¿Qué haces?
– Saborear tu coño mientras preparo de nuevo, metiéndote un dedo en el culito, quiero que sientas.
Se lanzó sobre mi polla a devorarla. Lamía, chupaba, succionaba como una verdadera profesional. No parecía para nada aquella muchachita que conocí por internet. Sus 25 años estaban bien aprovechados, era una experta, una verdadera hembra.

Sin embargo era una profesional brillante en su carrera universitaria, y provenía de una buena familia. Nada más lejos de su actual comportamiento en la cama, pero era cuestión de disfrutar con ella, de su apasionada forma de hacer el amor. Y vaya si lo hicimos. Cuando ambos estuvimos a punto, se giró y se montó sobre mí, introduciéndose de un solo golpe mi verga en su lubricada vagina, hasta que sus nalgas hicieron tope con mis muslos, que se bañaban con su flujo que seguía saliendo como una marejada, como una riada de líquido caliente que olía de maravilla. Y como dije antes, sabía aún mejor. Notaba mis huevos empapados en él, que luego ella lamió a conciencia cuando ya estuvo mezclado con mi corrida, aunque eso ocurrió más tarde.
– Karen, eres increíble amor, hace años que no me folla una mujer de esta manera.
– Y tú Ricardo, eres increíble, me llenas por completo
Mientras decía esto seguía cabalgándome y yo introduciendo mis dedos en su culo abierto por la incursión de mi polla antes. Sentía como sus paredes vaginales frotaban mi polla con cada subida y bajada de su pelvis, hervían, me abrasaban la polla, era como un volcán en erupción. Seguimos así hasta que nos corrimos juntos en un bestial orgasmo y quedamos abrazados y unidos en un solo ser, y así nos dormimos. Despertamos como a las 4 de la madrugada, oliendo nuestros cuerpos, el olor a sexo que fluía en toda la habitación, empapados en nuestros jugos, llenos el uno del otro. Nos besamos dulcemente y nos metimos en la ducha para relajarnos un poco. Salimos y nos acabamos el cava, pasándolo de una boca a la otra. Volvimos a excitarnos, ella a rezumar flujo y yo empinado como si nada de lo anterior hubiera pasado. Era tal la calentura que llevábamos, que ella se reclinó sobre la mesa escritorio ofreciéndome su culo en pompa, que yo perforé sin piedad, mientras ella gritaba que hiciera lo que quisiera con ella, que era mi puta, mi perra caliente:
– ¡Párteme en dos, métemela hasta el fondo! ¡Quiero sentir tus cojones contra mis nalgas!

Se sacó la polla del culo y arrodillada me la mamó hasta que me corrí, llenando de nuevo toda su boca. Pero esta vez no alcanzó a tragar todo, le chorreaba semen por la barbilla y caía sobre sus pechos, que ella aprovechó para masajear y repartirlo por todo su abdomen, para luego chupar sus dedos y darme a probar mi propio semen.
Nos bañamos por turno, esta vez para no empezar de nuevo. Nos vestimos y la dejé en su casa, volviendo a mi hotel con la promesa de repetir el juego al día siguiente. Me quedé una semana entera en Puerto Rico y follamos todos los días hasta el amanecer. Ahora es su turno de viajar a España y visitarme, y por supuesto follar como locos hasta caer agotados.
Saludos.

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