Relato erótico

Mi madura prohibida

Charo
8 de marzo del 2019

Lo que os contaré me ocurrió hace unos años con la madre de mi mejor amigo. Las maduras me gustaban, pero ella, era una fruta prohibida para mí.

Daniel – Barcelona
Marisa es la más tremenda hembra que conocí en mi vida y el símbolo sexual de todos mis amigos, Martín su hijo es mi mejor amigo. Marisa tiene cuarenta y cinco años y es secretaria de una importante empresa. Morena, alta y un cuerpo que hace que hasta las mujeres se den vuelta para mirarla. Aparatosas tetas, cintura estrecha, largas piernas y un culo que parece obra de un escultor alucinado, pero lo que más llama la atención en ella es su rostro, tiene cara de puta, que digo de puta, de putísima. Ojazos negros que ligan con su cabellera negra alborotada, nariz pequeña, pero enérgica y lo mejor: su boca. Labios gruesos siempre pintados de rojo intenso y entre abiertos como si estuviese a punto de jadear y una mirada que parece medirte antes de saltar para devorarte.
Pero Marisa no solo tiene cara de zorra, lo es. El padre de Martín la abandonó harto de sus infidelidades, pero a ella no le importó demasiado porque nunca le faltó alguien en la cama, colegas, empresarios, funcionarios… y además, sabe sacar provecho de sus relaciones. Así compró la casa más lujosa del barrio en el que vivimos, con jardín y una piscina divina.
Los amigos compadecemos a Martín por la fama de su madre, pero también lo envidiamos porque tiene su propio coche, una moto, el más potente equipo de música, el mejor ordenador y es el primero siempre en tener cualquier novedad electrónica que aparezca y además de buen amigo y generoso, su casa siempre está abierta para todos y disfrutamos de la piscina y de sus atenciones y, sobre todo, de la visión de su madre en traje de baño.
El fin de semana pasado él se fue de vacaciones con su padre, entonces me di cuenta que me había olvidado la noche anterior mi tablet en su habitación, así que el sábado por la tarde fui a buscarla. Hacía muchísimo calor y yo llevaba un pantalón corto y una camiseta, y como vivo a pocos metros de su casa, me puse un par de zapatillas y allá fui. Me abrió la puerta Marisa. Llevaba un bikini color verde y un pareo blanco que dejaba al descubierto su ombligo, tragué saliva y saludé:
– Buenas tardes señora. Discúlpeme, pero anoche me olvidé mi tablet y quería pedirle si…
– Pasa – me interrumpió – y sube a buscarla.
Subí las escaleras corriendo y un minuto después bajaba con mi tablet en la mano. Marisa estaba destapando una botella de refresco y me sirvió un vaso grande de bebida helada. Se estaba muy bien en la sala con el aire acondicionado, fuera el sol apretaba y se veía su reflejo en el agua de la piscina.
– Siéntate y hazme un poco de compañía que estoy terriblemente aburrida – me dijo.
Me senté, ella lo hizo frente a mí y en ese momento el pareo se abrió y descubrió sus maravillosos muslos hasta la entrepierna, pero las cruzó lentamente mientras sonreía ante mi cara de asombro y mi mirada hipnotizada con el vaso en la mano a mitad de camino de mi boca.
– ¿Tienes algo que hacer esta tarde? – me preguntó y al decirle yo que no, añadió – ¿Entonces por qué no te quedas y luego nos bañamos juntos?

Mientras yo interpretaba el “bañarnos juntos” de la peor manera, la mano me temblaba y el vaso que estaba a punto de llevarme a la boca desde hacía ya rato se agitó y el líquido se derramó sobre mi camiseta y mi pantalón. Avergonzado pasé la mano por ella al tiempo que Marisa decía:
– Sácatela que te la lavo, con este sol en media hora estará seca – y mientras me la sacaba Marisa había tomado una servilleta de papel y se acercaba – Vaya, un hombre de pelo en pecho – comentó mientras yo tomaba conciencia de mi semi desnudez y se ella se acuclillaba entre mis piernas – Que varonil te ves – agregó y comenzó a secarme el pecho con la servilleta en tanto yo paralizado y mudo no atinaba a hacer ni decir nada, entonces sucedió lo inesperado.
Veía las tetas de Marisa balancearse ante mis ojos junto con su entrepierna, que el pareo abierto descubría, y no pude detener la erección. Marisa se percató.
– ¿Yo provoco esto? – preguntó mirándome a los ojos con una sonrisa totalmente lasciva.
La miré sin atinar a responder y ella comenzó a pasarme la servilleta de papel por el pantalón, mejor dicho por mi verga erecta bajo el pantalón. Me estremecí y no pude ahogar un breve gemido haciéndola sonreír.
– ¿Qué pasa, me tienes miedo?
– No… no… – mentí.
Entonces Marisa me apretó el glande con las yemas de sus dedos y yo me sentí desfallecer, pero ya acercaba su boca a la mía y besarla era una manera de no mirarla a los ojos y que se diese cuenta de mi miedo. Marisa se tragó mi lengua, la succionó con tanta fuerza que la sentí hundirse en lo más profundo de su garganta y los ojos se me dieron vuelta, su perfume, el sabor de su lápiz labial, su boca caliente que mordisqueaba mi lengua, su mano izquierda que me aferraba de la nuca para inmovilizarme y su mano derecha que me masturbaba con dos dedos con una maestría inigualable, me hicieron perder la cabeza y me abandoné a su voluntad, un minuto después eyaculaba como no recordaba haberlo hecho antes, pero Marisa era implacable y me tuvo inmovilizado hasta el último latido de mi verga. Luego me miró sonriendo y dijo:
– Me parece que también voy a tener que lavarte el pantalón – bajé la vista y vi un tremendo lamparón en medio de mi entrepierna – Quítatelo – dijo, pero yo dudé – ¿Todavía tienes vergüenza? – preguntó sonriendo, pero antes que le contestase agregó – Para que no sientas vergüenza yo también me desnudaré. ¿Te parece mejor así? – asentí con la cabeza y un segundo después el pareo y el bikini caían al suelo, mi pantalón los siguió al instante, entonces nos miramos detenidamente.
Marisa, de pie ante mí, parecía aún más alta desde mi posición, apoyado en el respaldo del sillón y sus piernas más imponentes aún, su coño estaba perfectamente depilado excepto un breve penacho en la parte superior, sus labios eran gruesos y la raja brillaba humedecida por sus flujos.

Su ombligo era excitante, pero sus tetas quitaban el aliento y se me hizo agua la boca imaginando el sabor de esos maravillosos pezones. Entonces estiré las manos y la cogí de la cintura para atraerla hacia mí, Marisa se arrodilló entre mis piernas, me agarró la verga, que a pesar de la violenta eyaculación se mantenía dura y la miró detenidamente sonriendo:
– Tienes una hermosa polla – dijo halagándome, luego se incorporó y colocó sus rodillas a ambos lados de mi cuerpo y sus manos se apoyaron en mis hombros – Quédate quieto, déjame hacer a mí – ordenó.
Se situó para colocar mi verga en la entrada de su coño y se sentó sobre ella devorándola, luego comenzó a moverse lentamente subiendo y bajando mientras me miraba sonriendo, parecía disfrutar no solo por follarme sino también por el dominio que ejercía sobre mi inocencia. Me dominaba con su personalidad y me folló magistralmente hasta obtener un magnífico orgasmo, pero no pude evitar pensar que Marisa se había masturbado sobre mi polla así que yo también intenté tener mi propio orgasmo y comencé a moverme.
– ¡Quieto te dije, aún no he terminado! – me ordenó.
Entonces se paró, dejándome desolado con mi tremenda erección, pero Marisa no había terminado conmigo. Se puso de espaldas y se sentó nuevamente sobre mi miembro, solo que ésta vez se lo metió en el culo. Los ojos se me abrieron al verlo desaparecer entre esas fantásticas nalgas. Marisa comenzó a moverse nuevamente subiendo y bajando.
– ¡Las tetas! – ordenó de nuevo.
Comprendí que debía agarrarle las tetas, mis manos volaron y comencé pellizcar los duros pezones mientras gemía y aceleraba los movimientos. Marisa se movía lentamente, subía casi hasta que el glande estaba a punto de salirse y volvía a descender culminando con una ligera rotación de caderas, jadeaba cada vez más fuerte y me di cuenta que se corría y comencé a empujar yo también con fuerza, pero ella me detuvo tajante:
– ¡Quieto!
La obedecí, de todos modos me estaba llevando al paraíso y valía la pena dejarle el mando. El primer chorro de semen coincidió exactamente con el grito de Marisa, su coordinación había sido perfecta, y eyaculé como un caballo mientras ella se echaba hacia atrás y yo le mordía el cuello y mis dedos pellizcaban con fuerza sus pezones. Sentía que estaba a punto de desmayarme de tanto placer. Marisa resoplaba y luego se abandonó en mis brazos aún penetrada. Cuando nuestra respiración se normalizó se levantó lentamente mientras yo miraba asombrado como mi verga salía de ese maravilloso culo que me había pertenecido unos segundos antes, y cuando salió totalmente un borbotón de semen corrió por sus muslos, Marisa, entonces, me tomó de la mano y nos metimos en la piscina, yo estaba de pie frente a ella con el agua por la cintura y me miró sonriendo:

– Eso es lo que me gusta de los jovencitos, son insaciables y siempre quieren más.
Entonces me percaté que la cabeza de mi verga emergía del agua como el periscopio de un submarino y no lo dudé, me arrojé sobre ella dispuesto esta vez a tomar la iniciativa.
Rió mientras caía de espaldas y seguía riendo cuando la penetré y flotando a dos aguas comencé a sacudirla con todas mis fuerzas. A impulso de mis sacudidas recorrimos la piscina de punta a punta copulando como delfines hasta que Marisa enlazó las piernas alrededor de mi cintura y dio un giro mientras me clavaba las uñas en las nalgas y teníamos un nuevo e increíble orgasmo. Tragué agua, lo confieso, pero tuve uno de los mejores orgasmos de toda mi vida, luego salimos del agua, Marisa me dio una toalla y me pidió que la secara, lo que hice aprovechando para manosearla a gusto, luego sugirió descansar y me llevó a su dormitorio.
La cama de Marisa era la más grande que había visto en mi vida, escenario propicio para las más arriesgadas acrobacias, y en ella recibí mis primeras lecciones del Kama Sutra y me convencí que era un hombre muy afortunado por estar viviendo tan increíble experiencia. A última hora de la tarde nos dimos un último baño en la piscina y nos despedimos, previo compromiso de volver a la tarde siguiente para continuar con mis lecciones.
Llegué a casa poco antes de la cena y al entrar encontré a mi padre leyendo el periódico en la sala.
Le saludé y le dije que iba a acostarme que me dolía la cabeza. Me dio las buenas noches y me acosté pensando en la tarde que había pasado y que esperaba que no fuese la última.
Pero eso, os lo contaré en otra ocasión.
Besos.

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