Relato erótico
Mi jefa, mi mujer y mi amante
Se enamoro de su jefa desde que la conoció. Un día se atrevió a decírselo y fueron a cenar. Le dijo que saldría con él e incluso le dijo que se casarían pero, había unas normas que cumplir.
Manuel – Barcelona
Después de muchos temores y obligado por mi esposa y Ama, paso a contaros en grandes rasgos mi vida matrimonial. Hace nueve años me enamoré de mi jefa, una mujer espléndida de 38 años, 1’78 de estatura, 80kg de peso y unas tetas de sacar el hipo. Varias veces me atreví a pedirle salir con ella consiguiendo únicamente que cada vez me tratara con más desprecio hasta que un día acabó concediéndome el privilegio de salir con ella aunque diciéndome:
– Vayamos donde vayamos, yo llevaré siempre la voz cantante y no quiero que te confundan conmigo sentimentalmente ya que a mí solo me gusta lo femenino y por eso, cuando estemos a solas me gustaría que te llamaras Joana.
Yo quedé sorprendido pero ante su firmeza, accedí.
Durante la cena me contó que su familia estaría encantada de que se casara pero también insistió en lo de que a ella solo le gustaban las mujeres. Pero también, de pronto, mirándome fijamente a los ojos, añadió:
– Si tú quieres seguir conmigo, has de obedecer siempre mis órdenes.
La verdad es que yo, ya sin saberlo, me estaba gustando su forma de decirme que yo podría ser su esclavo. Cuando se despidió de mí, me dijo:
– Si aceptas lo que te he dicho, mañana debes llevar braguitas, pues yo no estoy dispuesta a ver ni un solo calzoncillo.
Aquella noche no pegué ojo pensando en donde me iba a meter. Al día siguiente anunció, sin consultarme ni pedirme permiso, que ella y yo nos casábamos dentro de quince días. Ya no podía salir del atolladero y decidí seguir con el tema ya que estaba muy enamorado de ella. Montamos el piso y ya desde el primer momento me dijo que yo me tenía que hacer a la idea de que, tanto la limpieza de la casa como la colada, iban a ser cosa mía y que también tenía que cocinar así como servirla a ella en la mesa. No sé porque pero cada vez que me ordenaba algo yo me ponía a trempar hasta el día en que ella se dio cuenta y sin previo aviso, me pegó dos fuertes bofetones, llamándome guarro y degenerado.
Esta mujer realmente tiene un poder sobre mí que hace que me sienta el más feliz de los hombres con tan solo una mirada de mi señora y Ama.
– Desde ahora -me exigió una mañana – siempre que estés en casa tendrás que ir vestido de mujer, tanto en las prendas exteriores como en las interiores.
Fuimos los dos a comprarlas y pasé una gran vergüenza. Pero yo lo había querido así y, mi papel en la cama siempre fue de sumisión y feminización y si yo quería en algún momento actuar como un hombre, me sacaba de la habitación, no sin antes arrearme dos tortazos. Bueno, ya llevábamos dos meses casados y yo cada vez más enamorado, cuando un fin de semana me dijo:
– Ya sabes lo que a mí me gustan las mujeres así que ya puedes prepararte a depilarte todo el vello del cuerpo, incluso los sobacos y el pubis.
Así lo hice, quedándome la piel fina como la de una muñeca. Ella no paraba de acariciarme haciéndome perder el mundo de vista y solo reaccioné cuando mi mujer, con un consolador de cintura, se dispuso a follarme el culo. No tuve más remedio que acceder.
Ella no paraba de destilar jugos por su raja y me llenaba, tanto por el culo como en mi ego, pues me sentía una verdadera zorrita en sus brazos. Este tratamiento, que cada vez me gustaba más, se convirtió en imprescindible para mí. Cada vez me siento más femenina y mi entrega es total. Ella disfruta muchísimo. Hace que me ponga el pito entre las piernas, pegado con esparadrapo, y se corre obligándome a comerle el coño con la lengua. Todo iba pasando más o menos en el mismo sentido anteriormente contado cuando un día mi mujer invitó a Azucena y Jorge, un matrimonio amigo suyo. Durante la cena el matrimonio invitado alabó lo limpia que tenía la casa y a mi mujer se le escapó:
– Joana la limpia muy bien.
Yo no paraba de ir de la cocina al salón y una de las veces, mi mujer dijo:
– Mira, el fin de semana que viene tendrás que ir con Jorge a limpiar su masía, pues dicen que hace mucho tiempo que no van por allí. Azucena y yo nos quedaremos en Barcelona para hacer unas compras.
Me quedé muy extrañado pero lo decía ella, mi dueña, y no había más que hablar. Llegó el viernes por la tarde y mi mujer me dijo que ya tenía la bolsa hecha y que corriera, que abajo me estaba esperando Jorge. Cogí la bolsa, bajé apresuradamente las escaleras y allí estaba él. Me cogió la bolsa y como si yo fuera una dama, me abrió la puerta del coche para que entrara en él. Después de casi tres horas, llegamos a la finca. El se bajó, sacó la bolsa del portaequipajes y me abrió la puerta.
Me sentí muy halagado por el comportamiento de Jorge, entramos y me hizo sentar en el sofá del salón mientras él encendía fuego. Al cabo de un rato salió del salón y al regresar me dijo:
– He colocado todas tus cosas en el armario y he podido comprobar que tu mujer no mentía cuando me dijo que eras toda una mujercita.
Me puse colorado y no sabía dónde mirar pero, sin darme cuenta, ya estaba en brazos de aquel hombre, besándonos.
– Ya puedes ir a cambiarte – me dijo apartando su boca de la mía – Quiero tenerte como me ha contado tu mujer.
Fui a mi habitación y cuál no sería mi sorpresa cuando vi la indumentaria que había preparado mi mujer, ropa que ya la querría para sí cualquier puta. Consistía en un sujetador con relleno, braguitas de varios colores, salto de cama, medias, liguero, un sin fin de coqueterías muy femeninas y junto a ellas un neceser con maquillaje, punta labios, rímel para ojos, perfume y una caja de preservativos. Intentando no ponerme nervioso, me maquillé, pinté labios y ojos y me vestí como una furcia. Al cabo de una hora aproximadamente, bajé por las escaleras como si fuera una princesita. Abajo me esperaba Jorge que, al estar junto a él, me dio el morreo más grande que me habían dado nunca, luego me hizo sentar y me sirvió un cóctel. Yo me sentía extraño, pues no estaba acostumbrado a que me sirvieran. A continuación se sentó a mi lado, tocándome todo lo que quiso y diciéndome:
– Todo esto ha sido preparado por Nuria, tu mujer, y desde ahora también pasas a ser mi esclava.
Diciendo esto, me pegó dos bofetones, me hizo desnudar por completo, me insultó y haciéndome poner de rodillas, me obligó a hacerle una felación.
Luego me puso un delantal de criada sobre mi total desnudez y a golpes de fusta, me hizo prepararle la cena.
Aquella noche me ató, me flageló, me folló cuantas veces quiso y os lo juro, fui feliz. Cuando regresamos fue otra fiesta, pues todos se cachondeaban de mí. En la actualidad sigo siendo la esclava de Jorge, el marido de Nuria, y la chacha de todos ellos.
Un saludo de un sumiso feliz.