Relato erótico

Mi chica, mi amigo y yo

Charo
8 de diciembre del 2019

Fueron a pasar dos semanas a Valencia e hicieron realidad alguna de las muchas fantasías sexuales que tenían. Con la complicidad de un amigo, todo salió de maravilla.

Raúl – Paterna
Soy un chico de 26 años, alto, de pelo corto y castaño, ojos marrón oscuro, de complexión atlética y dicen las chicas que guapo de cara. Mi novia tiene 24 años, mide 1,65 tiene el pelo muy largo y negro, ojos negros, grandes y profundos, y unos juguetones labios que suele pintar de un rojo muy llamativo y, como toda su preciosa boquita, sabe usar más que bien. Sus pechos son medianos, con unos pezones verdaderamente duros cuando se excita. Tiene las piernas bien torneadas y un culito precioso y respingón que no pocas veces es el protagonista de nuestros encuentros sexuales.
La historia que voy a compartir con vosotros ocurrió el verano pasado en Valencia, ciudad donde fuimos de vacaciones por dos semanas a un pisito que un familiar mío nos dejó. Somos muy activos en la cama y nos gusta fantasear con diferentes prácticas sexuales y siempre hemos tenido la intención de realizarlas. El caso es que yo deseaba darle a mi chica una sorpresa que no pudiera olvidar y la amistad con un amigo taxista, fuerte, algo menos alto que yo, moreno y de pelo negro, me permitió fabricar dicha sorpresa.
Tras una cena romántica y con una noche preciosa, cálida y estrellada, cogimos un taxi para volver al piso en lo que prometía ser una noche memorable, pero ella no sabía que lo sería por lo que pasaría en el taxi y no en el piso. Tras montar en el taxi y decir la dirección a mi secreto amigo empecé a besar el cuello de mi novia, a enredar mis dedos en sus cabellos, algo que le encanta, y poner su mano en mi paquete para que notara mi erección.
Ella, que es bastante atrevida, lejos de cortarse empezó a sobarme por encima del pantalón mientras mi mano se deslizaba por debajo de su corta falda sin encontrar oposición hasta que las yemas de mis dedos tocaron sus braguitas de encaje negro. Notaba como Caty miraba de reojo al retrovisor central del coche para comprobar que no nos miraba el conductor, cuando ni corta ni perezosa abrió mi cremallera e introdujo su mano en la apertura de mi ropa interior, agarrando mi miembro con fuerza y moviéndolo a un lado y a otro, arriba y abajo. Acercó su boquita a mi oreja y me dijo:
– Quiero que te corras en mi mano en este taxi.

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Luego metió su ensalivada lengua en mi oreja. Todo iba a pedir de boca, el morbo que a ambos siempre nos ha producido hacerlo en sitios arriesgados funcionaba a favor de mi plan. Lo que ella no esperaba es que yo respondiera a su provocación desabotonando su vaporosa blusa y bajando mi cabeza hasta que mi lengua repasara su pezón derecho, en círculos, metiéndolo en mi boca, succionándolo, mordiéndolo suavemente. Ella empezó a gemir, pues nunca ha soportado el placer que le produce esa caricia y en eso aproveché para mover su braguita-tanga e introducir mi dedo índice en su rajita ansiosa. Ambas cosas hicieron que de la boca se Caty se escapara un furtivo gemidito que sin duda fue oído por mi cómplice, el taxista.
Susurré a los oídos de Caty, mientras mi dedo salía y entraba en ella con suavidad, que se pegara a la puerta del coche justo detrás del conductor, para “ocultarnos de él”. Así lo hicimos, yo ladeé su ligero cuerpo, levanté un poco su pierna derecha y agarrando mi pene empecé a pasar mi capullo ardiente entre los labios de su coño. Caty cerraba los ojos, jadeaba, intentaba no hacer ruido, pero no pudo evitar soltar un estruendoso “Oooohhh” cuando sintió toda mi virilidad meterse profundamente en su sexo. Me miró con ojos acusadores, como reprochándome que llegara tan lejos, pero cuando mis manos se agarraron a sus pechos ya al descubierto y mi lengua entró en su boca, su acusación pareció convertirse en sumisión, me mordió fuertemente los labios como para castigar mi osadía y le susurré:
– Tranquila, Caty, no nos puede ver.
– ¡Oooh… pero… pero yo… oooh… no aguantaré… oooh… umm… gritaré…! – me contestó ella.
Mientras mi polla empezaba a profundizar en su estrecho coñito, como pude, empecé a masajear su clítoris lo que acabó de rendir toda resistencia que ella hubiera querido oponerme.
Mi plan, el de mi amigo y mío, era que cuando ella empezara a gemir, él nos propondría que nos quedáramos solos en el coche por un módico precio y mi respuesta a lo que para Caty sería esa surrealista proposición, sería que preferíamos que se quedara con nosotros. Pero mi amigo Jaime, que sin duda no se había perdido detalle disimuladamente, no aguantó más y paró el coche en una apartada y oscura avenida de las afueras de la ciudad.
Sin dejar de penetrar a Caty, me moví hasta el centro del coche y agarré los brazos de mi novia con un brazo y con el otro la sujetaba por la cintura para que mi polla siguiera dentro de ella. Caty gritaba e intentaba desasirse de mí, mientras yo la susurraba guarradas.
La rapidez con la que Jaime actuó fue clave para que todo saliera bien en el momento más crítico de la noche. Cuando Caty se diera cuenta de que iba a ser follada por dos hombres. Jaime separó las piernas de Caty con fuerza y empezó a lamer con avidez todo su chochito, del cual yo volví a entrar y salir rítmicamente:

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– ¿Pero qué haces? ¡Estás loco! – gritaba Caty.
– Tranquila preciosa – le decía yo mientras seguía bombeando – Todo está controlado, ¿no lo ves? Tú deseas esto igual que yo, ¿acaso no te gusta mi polla dentro de ti? ¿O su lengua en tu coñito? Ríndete a las sensaciones que tu cuerpo te transmite. ¡Déjate ir, déjate llevar!
– ¡Eres un cabrón! – me reprochó, y al intentar arañarme los muslos se encontró con la cabeza de Jaime.
Agarré sus pechos con firmeza pero con dulzura, empecé a morder su cuello y noté de pronto las manos de Jaime en sus tetitas, con lo que yo usé las mías para agarrarla por la cintura y levantarla y bajarla, para que cabalgara sobre mi polla erecta que la penetraba sin tregua.
Las caricias combinadas empezaron a hacer su efecto y Caty dejó de estar tan rígida, empezó a gemir y a respirar pesadamente, y cuando me di cuenta sus manos acariciaban los cabellos de Jaime y le imponían el ritmo al que ella quería ser lamida y devorada.
Jaime se levantó y su polla asomaba por sus pantalones bajados. Acabó de subir del todo su faldita hasta la cintura, desabrochó su blusa por completo y los pezones que tantas veces he sentido endurecer en mi boca estaban ahora turnándose en la boca de Jaime. Los gemidos de los tres llenaban el coche, pero por encima de todo los de Caty amenazaban con ser escuchados en la solitaria calle, si alguien hubiera pasado por allí.
Caty ahora sentía mi polla llegar hasta lo más hondo de su intimidad, la penetración era más violenta cada vez y más profunda, la polla de Jaime, tiesa hasta el límite frotaba los labios mayores y menores del sexo de mi novia y su clítoris erecto, llevándola a un éxtasis compartido del que no sabía salir, del que no quería salir. Todo estaba saliendo a pedir de boca, solo quedaba el postre. Con suavidad me salí de ella y ensalivando mi rabo y su culito con dos dedos que habían explorado la boquita de mi novia, la levanté ligeramente para agarrar mi herramienta y dirigirla a su más estrecho agujerito. Jaime que se dio cuenta de ello, sacó un preservativo como un relámpago y pertrechándose con él se dispuso a penetrarla, así lo hizo, de golpe, en un coñito ya dilatado y que se estremeció de placer al sentirse repleto de nuevo, pero por una polla diferente a la anterior. Yo empujaba mi glande contra su culito y la dejaba caer para que el peso hiciera el resto. El culo de Caty quedó tan repleto o más como su coñito, mientras ella gozaba de un gusto como nunca lo había hecho, hasta que la lengua de Jaime se enredó en la suya, aunque sin acallar los gritos del todo.

mi-chui

Jaime y yo empezamos a follarla doblemente, entrando y saliendo sin piedad ni cuidado ya que estaba tan excitada que otro hombre hubiera cabido en su boca, la doble penetración rompió todas sus inhibiciones, empezó a insultarnos y a ella misma, nos llamaba perros, cabrones y se autodenominaba zorra:
– ¡Haced que me corra cabrones! ¡Folladme, folladme…!.
De repente se calló un segundo, inspiró profundamente y estalló en gritos y movimientos compulsivos en el orgasmo más brutal que yo le haya visto. Jaime no lo pudo resistir y se corrió con la polla enterrada hasta el fondo en mi novia y por último yo, sin condón, llené de semen caliente su culito, semen que al poco rato mojaba mi polla y rebosaba de su dilatado pero apretadito culo.
Luego vinieron las confesiones, las presentaciones mutuas de Jaime y Caty. El encuentro que tuvimos más tarde en el piso es otra historia que si queréis no me importará contaros, si es que os ha gustado el secreto que he compartido con todos vosotros. Un beso o un abrazo y hasta pronto.

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