Relato erótico
Mi amo y señor
No sabe cómo, ni porque, pero en cuanto conoció a aquel hombre en el supermercado, acató sus órdenes sin rechistar. Se convirtió en su esclava y además descubrió algo que nunca se hubiera imaginado.
Silvia – Valencia
Soy una chica de 28 años, morena, 1,68 de estatura, 56 kg, 100 de sujetador, buen culo y muy mona, casada desde hace dos años, desde siempre he sido tímida y muy respetuosa y escribo esta historia por orden de mi Amo y Señor.
Todo empezó hace tres meses. Yo estaba en un súper mirando un tablero de anuncios cuando un hombre maduro, mirándome fijamente a los ojos, me dijo:
-Coge mis bolsas y sígueme.
Yo, aturdida, cogí sus bolsas y como un autómata le seguí y así llegamos a su coche donde él, abriendo el capó, me dijo:
– Deposita las bolsas y entra en el coche.
Así lo hice y al estar sentada me ordenó escuetamente:
– Sácate las bragas.
Colorada, nerviosa me subí la falda y también lo obedecí. Luego me ordenó separar mis muslos, miró mi entrepierna donde mi peludo coño no tenía secretos para él, se puso a escribir en un papel, me lo dio y me dijo:
– El lunes a las nueve estate en esta dirección y con el coño depilado. Ahora, venga, vete.
Salí del coche con mis bragas en la mano, aturdida pero también excitada. Me pasé tres días, pues esto ocurrió un viernes, sin saber qué hacer. A ratos mi excitación era enorme y en otros me comprometía en no ir a esta extraña cita. De todas formas le dije a mi marido que me ayudara a depilarme el coño, cosa que nos excitó a los dos y luego mi amado marido me hizo una gran comida de coño que me llevó a una serie de orgasmos brutales y muy satisfactorios.
Cuando llegó el día de la cita yo no sabía qué hacer pero aquel hombre maduro, rudo, grandote y tan autoritario se había apoderado de mi voluntad y solo pensaba en él. Cogí un taxi y fui a la dirección que me había dado aquel señor. Salí del taxi, las piernas me temblaban y aún estando delante de la casa no tenía claro lo que haría pero la excitación seguía y por fin me dispuse a llamar. Al ratito me contestó por el inter- fono y me dijo:
– Sube.
Subí al ascensor colorada como un tomate, asustada y sin saber en realidad a lo que me exponía. Delante de la puerta llamé al timbre y solo me dijo, tras abrirme:
– Cierra y sígueme.
Llegué tras él a un saloncito, me miró de arriba a abajo y luego mirándome a los ojos, me pegó el primer bofetón, que me hizo tambalear, diciéndome:
– ¿Sabes lo que tú eres?
Solo hice un gesto afirmativo con la cabeza y al abofetearme de nuevo, me lo repitió. Quedé inmóvil y él respondió por mí:
– Tú eres una puta esclava, ¿a que sí?
Volví a mover la cabeza con un movimiento afirmativo y entonces me ordenó:
– ¡Desnúdate!
Yo, como un autómata, lo hice y él, entonces, mirándome el coño, dijo:
– Bien, veo que me has obedecido. Ahora ponte este delantal y limpia la cocina y el baño, y hazme la cama.
Me dispuse a hacer lo ordenado con gran excitación por mí parte mientras él me iba supervisando las tareas y cuando hube terminado me dijo:
– Vístete y esta tarde, a la cuatro y media, te quiero aquí – y dándome 500 euros, añadió – Cómprate algún conjunto de putita y dile a tu marido que has encontrado un puesto de trabajo.
Cogí el dinero y me marché como había entrado, excitadísima. Por la tarde me arreglé y me puse un top, sin bragas una mini muy corta y me dispuse a obedecer las órdenes del Señor. Llegué, llamé y subí encontrándome la puerta del piso ya abierta, entre, él me miró sin decirme nada y yo, sumisamente, le di las buenas tardes pero él siguió sin contestarme hasta que me dijo:
– ¡Desnúdate y ponte a cuatro patas, perra!
Yo aún no sé porque pero tenía toda mi entrepierna mojada y los colores de mi cara delataban mi excitación. Desnuda a cuatro patas y él completamente vestido, me fue observando, dando vueltas a mí alrededor hasta que se paró en mi espalda y me fue sobando la entrepierna de la que mis flujos salían sin parar. No sabía lo que me estaba pasando. En estas uno de sus dedos pringado de mi propio flujo se hundió de pronto en el agujerito de mi culo, exclamando:
– Vaya, vaya, con que no te lo han estrenado… pues lo siento pero yo te lo voy a desflorar.
Yo, como una cerda, solo le dije que sí, a lo que él me respondió que no hacía falta que yo diera mi conformidad. Y de pronto, otro dedo se introdujo en mi chocho, moviéndose con rapidez en su interior hasta que me hizo correr con un placer increíble. Yo temblaba como un flan y casi no me di cuenta de cuando su miembro ejercía presión en mi ojete pero cuando lo noté yo, sin fuerzas ni voluntad, resistí a su ímpetu con un gran dolor hasta que logró meterme entera su verga en el canal virgen de mi culo, follándome salvajemente hasta que se corrió dentro de mí.
Cuando me la sacó del culo se fue al baño y al volver yo seguía a cuatro patas y entonces se sentó y empezó su interrogatorio, que cuanto hacía que estaba casada y cuantas aventuras había tenido, a lo que yo le respondí que no me había entregado a nadie más que no fuera a mi marido y ahora a él mismo. Pero yo seguía a cuatro patas cuando sonó el timbre de la puerta. Oí como él preguntaba, por el interfono, quien era y liego como decía:
– Sube.
Me puse muy nerviosa pero más cuando él me dijo:
-Levanta y vete a abrir la puerta, so puta.
Yo me atreví a decirle que no pero su respuesta fue contundente pues me pegó un bofetón con toda su fuerza que me lanzó otra vez al suelo. Después de esto yo ya estaba dispuesta a abrir. Era un hombre de unos 50 años, alto y más bien recio y yo, totalmente desnuda, muriéndome de vergüenza, le dije que esperase diciéndole que iba a pedir permiso para hacerlo pasar.
– Señor, ¿puede pasar su visita? – le dije a mi Amo.
– ¡Pues claro que sí, so guarra! – me dijo con cara enfurecida.
Entonces yo le hice pasar y los dos me miraban hasta que mi Amo me dijo:
– Vete a la cocina y espera.
Pasó como media hora cuando me llamó diciéndome:
– Ven, puta, mi amigo se ha puesto muy caliente de verte y quiere que le comas la polla así que, venga sácasela y empieza a chupar.
Se la fui mamando hasta que, con una gran exclamación, se corrió en mi boca.
– ¡Traga, traga so puta! – me decían riéndose.
Mi Amo me tocó el coño pudiendo observar que otra vez me había excitado.
– ¡Vaya puta eres! – exclamó entonces.
Su amigo se fue pero al poco rato otra vez sonó el timbre. Ahora era un chico de más o menos mi edad con el que se repitió la historia aunque este, después de chuparle la polla para ponérsela tiesa, me folló golpeándome el culo con la palma de su mano, entre risas y desprecios hacia mí. Después de este chico vinieron dos tíos mayores usándome cómo y por donde quisieron.
Al acabar era ya muy tarde y entonces mi Amo me dijo que ya podía vestirme pero que al día siguiente a las diez, tenía que estar en su casa y dispuesta.
Llegué a mi casa destrozada, con el culo y el coño escaldados, nerviosa y aún sin saber el por qué aquel hombre se había apoderado de mi voluntad. A mi marido le dije que había aceptado un trabajo en una agencia de modas y que estaba rendida. Me duché y me metí en la cama pero él estaba excitado y quiso hacerme el amor, cosa que tuve que aceptara muy a pesar mío para no levantar sospechas.
Al día siguiente lo primero que tuve que hacer fue la limpieza de la casa y pone la lavadora, todo estando siempre completamente denuda y otra vez me folló mi Amo por el culo. Cuando eran aproximadamente las doce, me hizo vestirme, pintarme, perfumarme y con unos altos tacones sentarme en un sillón del salón hasta que, en esto, sonó el interfono y al decirme mi Amo que contestara, lo cogí. Preguntaron por Carla, o sea yo, y le dije que subiera.
Al cabo de un rato aquel individuo que había llamado, me estaba follando. Así transcurrió todo el día, follándome sin cesar hombres de todas las edades y terminada la jornada mi Amo volvió a darme 500 euros al tiempo que me decía:
– Hasta mañana.
Otra vez para casa sin saber porque hacía de ramera. Solo sabía que mi voluntad estaba anulada.
Así fueron pasando los días y al cabo de unas tres semanas de lo mismo ya no había vuelta atrás, pero lo más sorprendente era que mi marido parecía que no se enteraba de nada.
Un día que se me había hecho muy tarde, al acabar de ser follada, me despedí de mi Amo, y fui para casa, entré y cuanto no fue mi sorpresa, estaba mi Amo, sentado en el salón de mi propia casa, hablando, como si fueran amigos de toda la vida, con mi marido. Me quedé helada
– Pasa, pasa – me dijo entonces mi Amo – Estás en tu casa.
Mi marido se apartó, sentándose en el extremo del salón y entonces mi Amo me dijo:
– Levántate la falda – y al hacerlo añadió – Que bien, veo que eres obediente y que sigues sin bragas.
Yo no sabía dónde mirar, estaba descompuesta, pero entonces mi Amo le dijo a mi marido:
– Ven, arrodíllate y lámele el culo a la puta de tu mujer.
Así lo hizo y después de un buen rato de estar lamiéndome el culo mi Amo lo hizo levantar del suelo y le ordenó, con un sonoro bofetón, que se bajase los pantalones. Yo no sabía qué pensar ni que estaba haciendo mi maridito pero cuál no sería mi sorpresa al ver, tras bajarse los pantalones, que llevaba unas braguitas. El Amo se reía y se reía antes de decirle:
– ¡Venga, ponte a cuatro patas!
Mi Amo se sacó la verga, la apuntó en el ano de mi marido y de un golpe se la clavó entera en el culo follándoselo como hacía conmigo. Cuando hubo terminado, dejando todo su semen, mi Amo me contó que mi marido era su esclavo desde hacía cuatro años, y que gracias a esto me había hecho a mí también su esclava.
Después de aquel día todo sigue igual, yo continúo con mi marido pero los dos somos de nuestro Amo, yo ejerzo de puta pero los fines de semana los dos servimos en exclusiva a nuestro Amo.
Gracias por leerme y hasta otra.