Relato erótico

Mi alumno preferido

Charo
31 de julio del 2019

Es inglesa y una vez terminados los estudios que la calificaban para poder dar clases en otro país, vino a Madrid. Montó una academia de idiomas. No tenía muchos alumnos, ero uno le llamo, especialmente, la atención.

Annie – Madrid
Me llamo Annie, tengo 38 años y tras recibir, en Londres, mi ciudad natal, el diploma como profesora de inglés, me vine a Madrid para montar mi escuela particular y enseñar inglés a los españoles que lo necesitaran o desearan. Al principio no pude contar con muchos alumnos. Dos madrileños nada atrevidos, una señorita de Cuenca ya entrada en años, que pasaba de todo, y dos buenos mozos, uno de Extremadura y el otro de Toledo, ambos también residentes en la capital. Esos fueron todos mis alumnos durante los primeros meses pero el de Extremadura, Amador se llamaba, fue, desde el primer día, el más “aplicado”.
Me fijé en él desde el primer momento, pero lo que nunca iba yo a imaginar era que este alumno, de 19 años recién cumplidos, me fuera a dar la mejor lección que he aprendido en toda mi vida. La del sexo fuerte, follando a todas horas y a ser posible, con su enorme polla metida en mi boca. Esa lección, como digo, me la enseñó mi mejor alumno y fue una gozada.
Me enseñó algo hermoso, la lección más maravillosa de toda la historia del erotismo. Con su polla en mi boca me corría de placer y ahora, al recordarlo, si no tengo al alcance a un buen macho para desahogarme, tengo que echar mano del consolador y poniéndolo a vibrar dentro de mi coño, siento verdaderos orgasmos.
La realidad es que, cuando le empecé a dar mis primeras clases de inglés, no sospeché que aquello suponía el comienzo de la etapa más agradable y excitante de mi vida. Conocí al hombre más importante para mí y con el que follé apasionadamente como con nadie, ni siquiera con el hombre con el que vivo en la actualidad.
Entre su físico estupendo y su gran simpatía, a los pocos días de comenzar las clases, Amador, se había ganado la amistad y el afecto de toda la clase pues, además de su aguda inteligencia, sabía conectar con nosotros como si fuese el mejor. Aparte de esto, como es de suponer, yo me prendé de él desde el primer instante, de su cuerpo, de su simpatía y encanto, pero también de su entrepierna donde se apreciaba un enorme bulto.
A las dos semanas, tuve la suerte de hacer amistad más íntima con él, contándome varias historias sobre su vida. Supongo que fue entonces cuando me di cuenta de que sentía algo “sexual” por mi alumno y a partir de este momento, no volví a pensar en otra cosa que no fuera en llevármelo a la cama, aunque en el fondo me daba un poco de miedo la diferencia de edad. Pero seguí adelante con la idea.
Aunque estábamos, repito, muy lejos el uno del otro en cuanto a edad, me sentía identificada con él y con sus problemas. Recordaba mi reciente fracaso amoroso y la herida aún abierta de un romance roto por el abandono de un anterior amor y lo que había sufrido por él. Por otra parte pensé que clase de persona sería yo sí, diciéndome que lo quería, lo rechazase ahora que pensaba constantemente en él y estaba necesitada de cariño y sobre todo de polla.
No, definitivamente, tenía que entregarme, demostrarle mi deseo. Desde que llegué a esta conclusión no paré de asediarle a preguntas, de hablar con él fuera de la clase, de sonreírle a cada momento y de hacer todo cuanto podía para acercarme a él. En pocas palabras, no paraba de insinuarme como una colegiala.
– Bueno, mañana es fiesta así que confío en verles a todos el próximo miércoles – les dije.

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– Seguro que sí – respondió él por todos – Además, si quiere, mañana, a pesar de ser fiesta, puedo venir a limpiar un poco los cristales de las ventanas, como lo hablamos…
Mintió con descaro en esto. Nunca habíamos hablado de ello, pero su intención estaba muy clara, al menos para mí. Le di las gracias y aprovechando la euforia, también un beso de despedida en la mejilla al tiempo que le decía al oído:
– A las diez y media de la mañana.
Llegó puntual. Al vernos, los dos nos quedamos un poco parados pero yo, que ya había decidido jugarme el todo por el todo, le di un beso, aunque suave, en los labios. Su reacción, por suerte, fue muy positiva. Pegó sus labios a los míos mientras me abrazaba fuertemente y no tardamos en tener nuestras lenguas enlazadas y lamiéndonos todo el interior de nuestras bocas. Supongo que, en el fondo lo que pretendía y eso se demostró después, era meterla en caliente, como todos. Pero yo quería que él lo lograra.
– Bueno – me dijo – No me parece muy ético pero pienso follarte aunque seas mi profesora, así que prepárate porque mi polla no es muy corriente comparada con la flacidez de la de los ingleses que te habrán follado.
Como es lógico, yo estaba excitadísima. Pensaba sin cesar en su polla, en cómo debía comportarme con él para agradarle y no me faltó más que decirle que mi coño estaba ya muy abierto de tanto meterme el consolador, pues no había dormido en toda la noche pensando en él.
Así pues la “fiesta” empezó en la misma clase, sobre un pupitre. Me apoyó el trasero en un lateral del mueble, sin que yo protestara me subió la falda hasta la cintura y a continuación, muy lentamente, deslizó mis bragas por mis muslos hasta quitármelas, dejando mi peludo coño al aire y que, al separar mis piernas todo lo que pudo, lo ofreció, abierto, a su polla. Él ya se había sacado su aparato de la bragueta y al mirarlo, sentí cierto temor pues era enorme, larga, gorda y estaba tremendamente dura.
– Por favor – le pedí – no me hagas esperar más, clávamela hasta las entrañas, te necesito…
Pero él parecía ser un poco sádico y se hacía de rogar. Me miraba el coño sonriendo mientras agarraba su verga con una mano, meneándosela lentamente.
– Ya me dirás cuáles son tus preferencias – me dijo al fin, cuando ya se aproximaba a mi vagina su larga verga.
Me quedé mirándolo sin saber que responder pero por fin me decidí, rompiendo con todos los esquemas de actuación que mi mente había trazado la noche anterior en mi ático madrileño.
– Mira, Amador – le contesté – podría decírtelo de muchas maneras y darle vueltas al asunto, pero el final sería el mismo. Tú me gustas mucho, muchísimo. He pasado más de un año consolándome sola y aunque te parezca una locura, creo que, además de desearte con toda mi alma, me he enamorado de ti locamente.
Durante el tiempo que duró mi declaración, no me atreví a mirar su cara, pero sentía sus ojos fijos en mi tan expuesto coño, lo que aumentó mi excitación. Después de esto, los dos permanecimos en silencio hasta que él rompió el hielo aproximando su polla a los labios de mi vagina y frotándolos con la más exquisita suavidad.

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– Vamos, cachonda – exclamó sonriendo – Hoy la lección corre de mi cuenta.
Cuando quise responder ya era tarde. Sin poder contenerse, de un golpe seco, me metió toda aquella polla hasta las mismísimas entrañas, haciéndome lanzar un grito, mezcla de dolor y de placer. Sus gordos y apretados cojones me rozaban la vulva y al empezar a follarme con extrema lentitud, hacían que me diera un gusto especial, inexplicable, fuera de lo corriente y jamás sentido por mí. Mientras me bombeaba, apretándome contra el pupitre, me dio un beso tan fuerte y apasionado en la boca, que casi me ahoga.
– ¡Gracias… gracias por no haberme rechazado y no hacérmelo nada difícil… aaah… sí, así, sigue… espero que nunca tengas que arrepentirte de tu decisión y no me olvides jamás… oooh… que gusto tengo… te deseo con toda mi alma! – le dije, sin poderme contener y entre suspiros de placer.
Me contestó con una dulce sonrisa y una “cariñosa” metida más adentro, pues parecía que aquella polla nunca acabara de estirarse. Fue entonces cuando ambos tuvimos un orgasmo bestial, sublime, haciéndome sentir, entre mis espasmos de placer, toda la abundante y caliente descarga de su esperma en lo más profundo de mi ardiente coño. A pesar de haberse corrido, estuvo metiéndomela y sacándomela un buen rato, hasta que logró hacerme correr de nuevo y a continuación, cuando me la sacó del coño, pude tenerla en la boca, sentir toda su carne hasta el fondo de mi garganta, besarla y chuparla hasta lograr que se endureciera de nuevo y gozar tragándome su semen. ¡Que increíble sensación! Ya más tranquilos, nos dirigimos a mi ático, en el mismo corazón de la capital y nos tomamos una copa pero, para entonces, ya nos habíamos desnudado mutuamente entre todo tipo de besos y caricias.
Después de nuestro primer encuentro estábamos en mi casa más tranquilos. Podía tenerlo en mis brazos, sentirle cerca de mí, besar su preciosa boca… Y así lo hice al mismo tiempo que él acariciaba todo mi cuerpo, deteniéndose en los lugares que descubría eran más sensibles. Mordía mis tiesos pezones, masajeaba mis pechos y metía dos dedos en mi coño así como uno de ellos, en una caricia que jamás me había hecho nadie, en mi estrecho culo. Del cómodo sofá, pasamos al dormitorio. Para entonces él ya estaba otra vez excitado y con ganas de empezar de nuevo. Ya en la cama, nos entregamos el uno al otro sin reservas, sin escatimar una caricia o una palabra agradable y sin que él sacara la polla de mi coño.
Hicimos el amor toda la tarde. Descansamos para cenar y continuamos durante casi toda la noche, amándonos sin fin, con ardor pero, al mismo tiempo, con dulzura y delicadeza, como dos buenos enamorados.

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Decididamente él me demostró que yo era una mujer insaciable y él el hombre, el alumno más especial, que había tenido en toda mi vida. Reconocí que valió la pena recibir aquellas lecciones y recordarlas. Ahora, a pesar del tiempo transcurrido, aún me sigue excitando.

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