Relato erótico
Mejor de “carne” que de plástico
Esta viuda y reconoce que la vida sexual con su marido nunca fue para echar cohetes. Era un hombre clásico, la metía, un par de embestidas y se corría. Más de una vez se había quedado a dos velas. Aquella Semana Santa que fue con su amiga a una casa que tenía en el pueblo fue, la mejor de su vida y un preámbulo de un verano maravilloso.
Angelita- Zaragoza
Nunca en mi vida me hubiera imaginado que enviaría una carta a esta revista y mucho menos que sería la protagonista de un relato. Me llamo Angelita, tengo 61 años y estoy viuda desde hace cinco años.
Mi marido solía comprar la revista y siempre me decía que un día os enviaría un testimonio. Yo le decía que nuestra vida sexual era demasiado normalita, para poner caliente a nadie y bueno, al final no mando ninguno.
En fin, como ya os he dicho mi vida sexual fue normal y siempre con el mismo hombre. Como no conocía nada más no podía comparar.
Hará cosa de un año me llamó una amiga de mi misma edad, también se había quedado viuda, y me invitó a pasar la Semana Santa a un pueblecito cerca de Huesca. Dijo que hacía tiempo que no iba por allí y quería echarle un vistazo a la casa. Además, tenía algunos amigos de cuando pasaban los veranos y me convenció de que nos iba a ir bien a las dos.
Voy a describirme para que os hagáis una idea de cómo soy. Mido 1,60, estoy tirando a gordita. Grandes pechos un poco caídos por la edad y un gran culo. Mi amiga, Carmen, es todo lo contrario, debe medir casi 1,70, está delgada y aunque tiene mi misma edad, siempre ha ido al gimnasio y se mantiene en forma y con las carnes duras. Viste con ropa moderna y yo, me he quedado anclada en el pasado.
En el pueblo vivían no más de unas 200 personas, la casa era antigua y nada más llegar había un problema. No teníamos madera para la chimenea y la calefacción no funcionaba. Carmen, mi amiga, llamó a un tal Jesús que era el que lo arreglaba todo en el pueblo.
Trajo madera para la chimenea, la encendió, revisó el depósito de gasoil que estaba lleno y dijo que la avería ya vendría a arreglarla su hijo por la mañana.
Como se hizo tarde, tomamos un poco de leche y nos fuimos a dormir. A eso de las dos de la madrugada oí unos ruidos y unos gemidos. Pensé que mi amiga no se encontraba bien y fui a su habitación. Llamé a la puerta, pero como no me oyó, entre y casi me caigo de culo cuando vi el panorama.
Estaba echada en la cama, y con un enorme consolador metido en el coño y vibraba. Tenía los ojos cerrados y se lo metía y sacaba a toda velocidad. De pronto, se tensó y pude ver como su chocho soltaba una gran cantidad de líquido, parecía una meada.
No pude reaccionar y me quedé allí plantada. Carmen abrió los ojos y cuando me vio, sonrió y dijo:
-Vaya, parece que me has pillado con las manos en la masa. ¿No me digas que no tienes un aparatito de estos para “relajarte”? Anda, ven aquí que no muerde.
Me senté a su lado y me quedé mirando pasmada mirando aquella enorme polla de plástico, pero más pasmada me quedé cuando dijo:
-¿Quieres probarlo? Lo lavo y ya está.
Le dije que no y que desde que estaba viuda, no había sentido ganas de nada. Se rio y dijo que tenía que darme alguna alegría al cuerpo, que lo probara y si no, pues no pasaba nada.
Me daba vergüenza, pero dijo que ella me enseñaría como hacerlo. Quería irme pero aquel trozo de plástico me tenía hipnotizada. No me di cuenta de nada, y de pronto me encontré tumbada en la cama, con el camisón subido y vi a Carmen con el pollón en la mano.
-Ya lo he lavado, ahora déjame que te enseñe.
La tía, ni corta ni perezosa, abrió mi chocho y conectó el consolador. Tenía una lengüeta larga que se movía muy deprisa y la fue acercando a mi coño. Cerré los ojos y lo siguiente que noté fue aquello que me frotaba y frotaba. Empecé a sentir un gusto que había sentido en toda mi vida. Mi marido era muy clásico y nunca me había comido el chocho. Era una locura, me sofoqué, las piernas se movían solas y tuve que contenerme cuando me corrí.
Me iba a incorporar y Carmen me lo prohibió diciendo:
-Cariño, esto no es nada, espera…
Noté como aquel monstruo se abría paso por mi estrecho conducto, me dolía, pero al mismo tiempo, me daba placer, además en cuanto la lengüeta empezó su labor, me oía gritar a mi misma diciéndole que me la metiera hasta el fondo. Me corrí por lo menos tres veces. Quedé reventada, cansada, pero satisfecha.
Me incorporé cuando pude y avergonzada le di las buenas noches y me fui a mi habitación. El coño me ardía y estaba tan caliente que me hice una larga paja que me proporcionó dos orgasmos más.
Al día siguiente me levanté tarde y cuando fui a la cocina me encontré con un chico joven, debía tener unos 30 años, estaba robusto y por el parecido deduje que era el hijo de Jesús.
Me dio los buenos días y dijo que Carmen se había ido a comprar y que a él solo le quedaba mirar los radiadores de las habitaciones y ya se iba.
Entonces me acordé del juguetito, Carmen lo había dejado en la mesita de noche. Me di prisa en llegar, pero en cuanto entré en la habitación ya era demasiado tarde. Lo tenía en la mano y lo miraba con ojos asombrados.
Me puse colorada como un tomate y no supe que decir. El chico lo dejó donde lo había encontrado y acercándose dijo:
-¿No me diga que utilizan esto? Yo les daría lo mismo, pero natural.
Me pareció un poco descarado, pero si tenemos en cuenta la situación, no sabía que decir. Entonces sin cortarse ni un pelo, se bajó los pantalones, se sacó los calzoncillos y dejo al aire la polla más hermosa que había visto. Era larga, gorda y con una cabeza que parecía un champiñón. Se acercó y poniendo sus manos en mis hombros dijo:
-¿Por qué no me haces una buena mamada? Verás que es mejor que esta de plástico.
Allí estaba yo, arrodillándome y metiéndome aquella preciosidad en la boca. La chupe y la mame lo mejor que pude. A veces me daban arcadas, pero la traca final fue cuando me cogió de los pelos y empezó a follarme la boca. Me estaba ahogando y cuando aceleró y se corrió, casi vomito.
No la sacó hasta que terminó de vaciar hasta la última gota de leche que tenía en los huevos. Tuve que tragarme algo, pero cuando la sacó el semen resbalaba por mis labios y me manché el jersey.
Volvió a vestirse y antes de salir de la habitación me dijo:
-Ya sabes, si otro día quieres follar, me llamas, este es mi número de móvil. Esto puede quedar entre nosotros dos. No hace falta que se entere nadie más. Estoy casado pero las mujeres maduras siempre han sido mi debilidad.
Me dio una tarjeta y se fue. Fui rápidamente a cambiarme de jersey y a los pocos minutos llego mi amiga. Me dijo que estaba un poco sofocada y le dije que debía ser de la calefacción.
Aquella noche le dije a Carmen que no quería usar más el aparatito, y que cuando llegara a la ciudad, me compraría uno.
Nunca le conté nada, pero cuando volvimos en verano, repetí sesión y como estuvimos dos meses en el pueblo, folle como una loca.
Gracias por leerme, y besos para todos los lectores.