Relato erótico

Me sentía una diosa

Charo
13 de diciembre del 2019

En una calurosa tarde de verano, Marisa caminaba muy tranquilamente por las aceras de un conocido parque madrileño. Su escotado, ceñido y pequeño vestido le permitía mostrar un par de tremendos y redondos pechos, una estrecha cintura y más abajo, dos sensacionales, largas y contorneadas piernas que obligaban a soñar en muchas cosas.
No llevaba puestas ningún tipo de medias, lo que dejaba notar la exquisitez de su impresionante sensualidad y belleza. Observándola por atrás, se apreciaba un portentoso trasero con dos macizas y abultadas nalgas que presagiaban una infinidad de placeres sexuales. Tenía tal raya en el culo, que ningún varón podía resistir la tentación de girarse a mirarla.

Marisa – Bilbao
Sentado, bajo la sombra de un frondoso árbol, estaba un tipo delgado de unos 30 años, con barba crecida, pero muy bien cultivada. Yo seguí avanzando moviendo cadenciosamente mi bello cuerpo, como si no tuviera un destino definido. Entonces noté como el tipo aquel levantaba la cabeza y ponía sus ojos en mi. Seguí notando que me observaba con insistencia y algo en mi interior me dijo que ese “individuo” podía resultar peligroso, pero también algo de él despertó mi femenina curiosidad. ¿Sería su barba? ¿Quizás su cuerpo? ¿Sería su estatura?
Nunca se sabrá lo que fue, pero lo cierto es que yo, muy en contra de mis costumbres, continué caminando a sabiendas de que era observada y que no me quitaban los ojos de encima. Llegué a su altura y ya iba a continuar mi camino, pero sucedió algo que casi me hace caer el diminuto tanga que llevaba puesto aquel día.
– Hola, ¿me podrías invitar a un helado? Por favor… – oí que me decía el tío aquel.
– ¿Deseas un helado? – pregunté con sorpresa.
– La verdad es que deseo otras cosas pero me contento con un helado y así me parecerá que estoy saboreando la dulzura de tus labios – replicó él.
– ¿Crees tú que mis labios puedan ser dulces? – pregunté casi sin darme cuenta.
– Definitivamente… y no lo creo, sino que estoy seguro y mira, aquí cerca hay una heladería – añadió sonriendo – ¿Vamos por ese helado? Estoy seguro de que podré devolverte el gesto con algún favor que me pidas o desees.
– Y según tú, ¿cuál crees que sería ese favor que yo pueda necesitar? – pregunté.
– Me pones en un apuro, pero podría limpiar tu coche, barrer tu casa, limpiar tus zapatos, lavar los platos o… tu ropa interior. Depende de ti.
– ¿Mi ropa interior…? – pregunté ahogando una carcajada – ¿Crees que podrías hacerlo?
– Lo que tú mandes preciosa, que por estar un ratito mas contigo soy capaz de muchas cosas.
El individuo aquel me estaba excitando aún que no tenía claro el porqué y tras dudarlo unos segundos, le dije:
– ¿Qué te parece si en lugar de ir a comprar un helado, vamos a mi casa y ahí te invito a algo de cenar?
– ¡Encantado! – exclamó – Eres mi diosa de la buena suerte. ¡Vamos a tu casa!
– No vivo muy lejos de aquí, por eso iba andando…
– Brillante decisión – me cortó – pues eso me ha permitido conocerte y eres preciosa. Lo sabes, ¿no?…
– Bueno… algunos amigos míos lo dicen, pero aún no me lo creo del todo – contesté coqueta.
– Estos ojos no me engañan. Eres muy sexy y muy bella.
– Bueno, toma asiento – le dije ya dentro de casa – Voy a traerte una copa. Espera un momento…
– Yo te espero todo lo que haga falta, hermosura.

A los cinco minutos volví con dos vasos y tomé asiento frente a mi invitado pero, como era de esperar, mi corta falda no podía ocultar mis encantos y mostré mucho más a los ojos del hombre el cual, extasiado, me contemplaba mientras dábamos pequeños sorbos al licor.
Yo esa consciente de que mis muslos, gordos y satinados, se “salían” de la falda y la temperatura comenzó a atacar directamente en la entrepierna de mi invitado. Ya se le notaba un poderoso bulto bajo el pantalón y el ambiente se iba calentando pero yo intentaba dar la impresión de que no me daba cuenta de nada de lo que estaba sucediendo.
La verdad es que era una chica sin ninguna experiencia sexual a pesar de mi belleza y de los comentarios de mis amigas. Hasta entonces no me excitó nadie íntimamente como para entregarle mi virginidad.
Conversamos de muchas cosas. De nuestras profesiones respectivas, de trabajo, gustos, aspiraciones y deseos. Compartíamos algunas afinidades y llegamos hasta que, finalmente, pareció que nos conocíamos de siempre. Ambos éramos sencillos, agradables en el diálogo y con mucha química.
– Dijiste que podías lavar mi ropa – le pregunté como en broma – ¿Aún quieres hacerlo?
– Por supuesto – contestó muy serio – No tengo ningún problema, es más, me va a encantar hacerlo.
– De acuerdo – dije yo, también con cara seria – Entonces me esperas un momento, que ya vuelvo.
Cuando me giré para dirigirme a otra habitación, el vestido hizo abanico y dejó al descubierto gran parte de mis muslos y de mi salido culo. El tanga que yo llevaba era tan diminuto que no ocultaba nada pues estaba metido en la raya que me separa las nalgas. De esta manera, él pudo observar a gusto mi tremendo trasero y lo bien que yo lo movía al caminar. Eso le puso a mil y su polla comenzó a buscar una húmeda cuna de consuelo.
Yo regresé a los pocos minutos con un cesto lleno de mi ropa interior. Toda diminuta y súper sexy.
– Aquí tienes – le dije – El lavadero está adentro y también está ahí la ropa que traía puesta hoy.
– ¿La… que… tenías puesta hoy? – exclamó con voz excitada.
– Sí y mientras la lavas, voy a tratar de darme un baño. Hace mucho calor, ¿verdad?
– ¡Ni que lo digas… parece un horno!
Me fui a mi habitación sintiendo la mirada excitada de mi invitado. Más tarde supe que al desaparecer yo tras la puerta, lo primero que él buscó fue el blanco tanga que me había visto puesto y cuando lo encontró notó que aún estaba caliente. Comenzó a olerlo y mi tanguita desprendía un aroma a sexo, a hembra limpia y pura.
Cuando terminó, se dirigió al dormitorio con la intención de avisarme que ya había acabado pero al acercarse a la puerta, que estaba entornada vio sobre la cama, totalmente desnudo y que estaba descansando, de espalda hacia la puerta, el cuerpo más hermoso que jamás imaginó ver.

Yo hacía ver que me había quedado profundamente dormida y él pudo deleitarse contemplando a su gusto tan fabuloso espectáculo. Luego me dijo que mis piernas no las tenía ni una modelo de pasarela, que mi cintura parecía guitarra. Excitado se bajó el pantalón, liberó una tremenda picha, que ya iba a reventar de excitación, y comenzó a pajearse a dos manos, mirando mi cuerpo desnudo, echado sobre la cama.
En eso mi di vuelta y ahí, ya fue la gloria para él. Le mostré mis dos inmensos pechos, redondos, duros pero aún sin pezón visible y abajo, un frondoso bosque de negros pelos que cubrían la entrada de mi cueva del amor. Creyendo él que yo podría despertarme repentinamente, se subió los pantalones y se fue a la cocina. Allí sostuvo una lucha entre sus principios morales y la tremenda excitación que lo dominaba en esos momentos. Pensando en todo eso, decidió darse un baño en el cuarto de invitados, pues ya no soportaba tanta excitación.
Estaba enjabonándose el cuerpo, con la verga como un poste, cuando se da cuenta que en la puerta estaba yo toda nerviosa y vestida con un picardías negro, transparente y pequeño que no me ocultaba nada de lo mucho que había debajo de él.
La verdad es que yo estaba como hipnotizada mirándole la tremenda verga, pues nunca había visto una así tan de cerca y parecía a punto de gritar. El chico se sorprendió mucho pero no por eso se le bajó la erección de su herramienta sexual.
– Ya lavé toda tu ropa y disculpa pero sentí mucho calor y me estoy dando un baño – me dijo.
– Pero, pero… ¿por qué estás así… con tu “cosa” para arriba?
– Bueno la verdad es que cuando terminé de lavar, fui a avisarte y estabas totalmente desnuda en tu cama y como tienes tan precioso cuerpo, la polla se me ha puesto así. Es una reacción normal al observar tu desnudez.
– ¿Y cómo haces para “bajarla? – pregunté haciéndome la inocente.
– Bueno quizá tú puedas ayudarme a conseguir eso.
– ¿Sí… y qué debo hacer?
– Deja que termine de bañarme y entonces te diré lo que debes hacer.
– De acuerdo… pero date prisa.
– Ya casi termino, vamos a tu dormitorio…
– Sí… vamos…
El chico dejó que yo fuera por delante de él, casi desnuda y moviendo mi hermoso trasero, lo que hizo que él se excitara mucho más aún y cuando llegamos a la cama, ya se le salía la leche.
– Ya estamos aquí… y ahora… ¿qué? – pregunté.
– No te preocupes y déjame hacer a mí. Tú vas a bajar esta polla con esa deliciosa almeja que tienes entre las piernas, pero para eso tenemos que preparar el camino…

Deja que goce de toda tu belleza y recorra con mis manos cada milímetro de tu cuerpo… que te agarre los glúteos y luego te voy a chupar la almeja hasta que comience a destilar sus jugos y prepararla para que pueda penetrarte.
– ¡Que gusto… sigue… sigue, chúpame el coño… oooh… me derrito…!.
– Ya estás caliente y tus jugos íntimos están remojando todo tu coño… estás mojadita… y que rico huele tu cueva… tus jugos son deliciosos…
– Sí, estoy mojadita pero quiero que sigas…
– Entonces, cariño, hagamos un 69. Mámame la verga…
– Pero ¿como quieres que semejante tronco entre en mi boca?
– Ya verás que sí puedes, sigue, así, así…ya quiero penetrarte… no aguanto más…
– Sí, yo también lo necesito… no te detengas…
– Ha llegado el momento de disfrutar…
– ¿Toda esa cosa vas a meterme?… No va a entrar…
– Te lo parece, pero vas a estar loca de gusto cuando la tengas bien adentro… Yo me encargo de que no te haga daño y solo así podrás gozarla y se quedará tranquila.
– Si es así… entonces hazlo pero con mucho cuidado.
– No te apures, mi amor, sigue chupando pues todo tiene su momento y esto tiene que durar, pues es lo más hermoso que me ha sucedido en la vida, conocerte y amarte… Eres una joya muy valiosa…
– Yo también creo que voy a amarte para siempre. Me gustas muchísimo.
El tío no me dejaba ni respirar, me metía mano por todos los sitios que le daba ganas y me tenía en éxtasis total. Yo no sabía ni lo que le pasaba pero sentía que tenía un horno entre las piernas. Muy dentro de mí. Estaba paralizada y no sabía si era de terror o de gusto. Sentía cada oleada de calor que me parecía que iba a morir o que la cabeza me podía estallar. Todo era nuevo y maravilloso. Estaba volando.
Cuando el chico consideró que había llegado el momento supremo, dejó de chuparme el coño, que rezumaba jugos íntimos como si de un manantial se tratase y ya tenía el clítoris inflamado por la excitación. Entonces fue subiendo por mi ombligo, se quedó un rato mamando mis gordas tetas y luego se prendió de mi boca. Yo estaba rota de placer y casi sin sentido pero, poco a poco, mi propia naturaleza me fue mostrando el camino y sin saber cómo, separé las piernas, sintiendo mi chocho ardiendo y en espera de alguna otra “novedad” de su parte que, a pesar de semejante trajín, notaba que la verga le crecía más y más.
El fue subiendo, sobre mi cuerpo, que experimentó como una sacudida. Una sensación muy agradable en todo mi organismo al soportar el peso del cuerpo desnudo y excitado de mi apasionado y primer amante. Pero cuando sentí que una barra de fuego comenzaba a hurgar en mi más íntimo tesoro abriéndose paso entre mis labios vaginales para conquistar mi virginal templo de amor, me asusté.

Di un salto y cerré las piernas con fuerza, pero él no se dio por enterado y siguió besándome en la boca y en el cuello, hasta que llegó a mis exuberantes senos. Luego llegó hasta mi ombligo y con eso consiguió mi rendición plena y mi entrega absoluta haciendo que, nuevamente, abriera mis piernas y me sintiera un poco más tranquila pues la “barra de acero” que era la picha de mi amante, me estaba dando un gusto maravilloso con el cabeceo constante en la entrada de mi coño. Ahora me parecía mucho más agradable y hermosa. Ya sabía que podría recibirla con mucho amor y repentinamente me di la vuelta, agarré la polla y le di tal mamada que casi consigo sacarle la leche. Mientras tanto él siguió dándose el más delicioso banquete chupando mi coño y también, remojándose las barbas con mis jugos vaginales. Yo tenía al ano rosadito y de piel muy suave y un esfínter como seda.
– Estoy que ardo, échate encima de mí – le dije.
– Yo también estoy ardiendo y ahora vas a recibirme chavala.
– Sí, mi amor, lo que tú digas… soy toda tuya…
– Yo también quiero ser tuyo para siempre… no pienso dejarte nunca.
Mientras conversábamos de nuestros planes de futuro, nuestros cuerpos se fueron acomodando hasta quedar en la posición ideal para la penetración. El arriba y yo, con las piernas abiertas, bajo él. Nuevamente comenzó la exploración vaginal y yo me sentí muy excitada y decidida a seguir adelante en busca de la experiencia suprema. Noté claramente, como la polla de mi amante se abría paso por entre los pliegues de mis labios mayores, como luego siguió adelante en busca del túnel, hasta que me di cuenta de que con mis rítmicos movimientos estaba ayudando al avance del intruso, pero como sentía un placer increíble y un gusto indescriptible, seguí moviendo el pubis al encuentro de la verga que pretendía acabar con mi virginidad y que lo estaba consiguiendo.
El se sintió en las nubes cuando notó que su verga ya recorría el canal húmedo que formaban los labios íntimos de mi vagina y casi explota cuando sintió que yo empujaba todo mi coño al encuentro de la polla, facilitando el avance hacia adentro. Su verga fue resbalando gustosamente en mis jugos hasta que se encontró con el obstáculo de mi virginidad. No pudo seguir avanzando a pesar de la presión que hacía y allí se dio cuenta que la membrana de mi himen, estaba intacto.

Comenzó un rítmico movimiento adelante y atrás cada vez con mayor delicadeza y constancia tratando de romper el “velo” que impedía su avance.
Pero creo que me he alargado mucho, así que continuaré mi relato en una próxima carta.

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