Me regaló su “tesoro”

La conoció en una cafetería, hablaron, rieron y quedaron para cenar. Salieron varias veces y decidieron ir a pasar unos días de vacaciones juntos. Era una mujer madura, atractiva y muy sensual. Le hizo un “regalo muy especial.

Fernando – Valencia
Conviví los quince días que estuve en Roquetes, y unos cuantos más, como si fuésemos una pareja. Era una mujer madura, guapa, con mucho estilo y la conocí en una cafetería. Salimos unas cuantas veces y al final quedamos para ir unos días de vacaciones.
Follábamos al despertar, en la hora de la siesta, el mejor momento, y por la noche si es que no estábamos muy borrachos. Así pasaba el tiempo.
Mi cumpleaños caía en uno de esos días y cuando esa mañana despertamos, Ana se colocó sobre mí y empezó a comerme la boca.
– Feliz cumpleaños, mi amor – dijo – hoy voy a hacerte unos regalos y ya me dirás cual te gusta más – giró su cuerpo y nos quedamos en la posición del 69 – Cómete ese coño, chiquitín, haz que me corra en tu boca – añadió mientras me besaba, chupaba y pajeaba mi polla.
Empecé a lamer su coño y a follarlo con la lengua, a morrearlo, palpando y sobando aquellas nalgas prietas, durísimas. Al poco rato Ana apretó su coño contra mi rostro y empezó a decir:
– ¡Me corro… cómeme el clítoris, que me corro… aaah… me corro, sí… oooh…!.
¡De qué manera se corrió!. Frotando su coño y su culo contra mi cara y sacudiéndose como con una descarga eléctrica. Al separarse de mi se tumbó en la cama y abriendo las piernas y brazos me dijo:
– Aquí me tienes, haz conmigo lo que quieras.
Caí sobre Ana y me puse a comer y a mamar aquellas tetas que tanto me gustaban, durante unos minutos interminables. Mi polla, que estaba como una piedra, empezó a acercarse al coño de aquella mujer y se la metí sin ninguna dificultad, de tan encharcado como estaba. Era como meterla en un bote de miel. Entonces ella enganchó mi culo con sus piernas y dejó sus brazos en cruz.
– ¡Así, así, clávamela así, que bien me follas! – me decía.
– Estás llena de caldito, como siempre – contesté.
– ¡Sí, de caldito para ti! – exclamó – Ahora fóllame y dame el tuyo, amor.
Alterné morreos con chupadas y mamadas en sus pezones hasta que anuncié que me corrí, a lo que Ana contestó sorprendiéndome que ella también, y estirándose gritó:
– ¡Oooh… oooh…! – mientras en pocos segundos me vaciaba en ella.
Descansamos un poco, nos duchamos y empezamos el día. En la playa ella mostraba, como siempre, sus preciosas tetas que yo tenía que evitar mirar para no empalmarme. A la hora de comer volvimos al hotel y mientras dábamos cuenta de una exquisita mariscada, que pagué yo, un empleado de recepción se dirigió a nuestra mesa y con mucha discreción me pidió, por favor, que acudiera a dirección. Yo no sabía de qué iba aquello.

Cuando el director me recibió, pregunté si había algún problema a lo que contestó que no, al contrario. Visto que había abandonado mi habitación y me había instalado en otra, tenía órdenes de devolverme íntegro el importe de los quince días de mi estancia. No pude contestar, me entregó un cheque, debidamente cumplimentado y me despidió con un “gracias por todo”. Aún alucinaba cuando pensé y me di cuenta de que aquello era cosa de Ana. Al entrar en el comedor, me sonrió y cuando me senté a su lado, me dijo:
– ¿Te ha gustado el regalo, amor?
– No sé qué decir – contesté – pero no tenías que haberlo hecho, con estar contigo tengo bastante.
– Lo he hecho porque he querido, por lo bien que me lo estás haciendo pasar en la cama ya que hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien y porque soy la dueña de la mitad de este hotel y su mayor accionista. Por todo eso eres mi invitado – dijo.
– Pues no me lo esperaba, de verdad, así que muchas gracias – repuse.
– El mejor regalo aún no ha llegado – añadió Ana.
– ¿No? – pregunté – ¿Qué es, un reloj de oro, un coche nuevo, una moto acuática? La verdad es que no me lo imagino.
Ana rió a gusto antes de contestarme en tono de complicidad y una mirada entre pícara y viciosa.
– El próximo regalo es mi culo – dijo.
Me quedé sin habla. Ni por asomo había pensado en el sexo anal con aquella mujer porque pensé que era de esas que son capaces de cualquier cosa en el sexo menos en eso por considerarlo desde dolorosa hasta degradante y antihigiénico. Y ahora me lo ofrecía como regalo.
– Es verdad – continuó – nunca me lo han hecho por ahí y con la edad que ya tengo va siendo hora de que lo pruebe. Si no me gusta, no repito y en paz, pero si me gusta quiero tenerlo acostumbrado a que entre una polla por él y hacerlo más veces. Además, tal y como me follas tú, el placer que me das y que es el día de tu 32 cumpleaños, ¿qué mejor día para darlo que hoy y qué mejor persona que tú para estrenármelo?
Pidió una botella de buen champán, que consumimos brindando por mil cosas, por nosotros, por habernos conocidos, por el sexo, por los polvos echados, por los íbamos a echar, por su culito que me iba a regalar, por seguir viéndonos y follar tras el verano, cosa que ocurrió por supuesto, por haber recuperado el tiempo de sexo perdido y para tomar la última copa por lo bien que lo bien que lo íbamos a pasar los dos dentro de poco.

A pesar del champán y de que iba a practicar sexo anal tras muchísimo tiempo sin hacerlo, lo cual despertó algo que estaba dormido en mi, no acababa de entrar en la situación. Como digo, hacía mucho tiempo que no practicaba sexo anal porque mi ex mujer nunca quiso ni oír hablar del tema respondiéndome, cada vez que se lo proponía, con una cantidad de insultos que yo no imaginaba que ella conociese. Lo habré hecho con unas ocho mujeres siendo siempre ellas las que me invitaron a hacerlo, pero más del doble se negaron contestando lo que dije antes: que era antihigiénico, doloroso, humillante, degradante, vejatorio, asqueroso y mil calificativos más que no reproduzco por razones de espacio.
Yo tenía unas ganas enormes de hacérselo pero Ana tenía mil ganas más de que se lo hiciera. Permanecía sereno, a pesar de que en mi cuerpo había esa ansiedad que todos sentimos en los momentos previos a recibir un premio, un regalo o por qué no decirlo, a echar un polvo tras un tiempo sin hacerlo. Ana debía sentir algo muy parecido, tiene una vitalidad sexual increíble para sus 50 años y me dedicaba media sonrisa todo el tiempo, que significaba “que ganas tenemos los dos”, y una mirada viciosa, de mujer a la que le encanta el sexo total, sin complejos.
Como hicimos el primer día que nos conocimos, se levantó de su silla sin decir nada y yo me limité a seguirla y esta vez, Ana también pidió fresas con champán. Llegamos a la habitación y comenzamos a besarnos, acariciarnos y sobarnos pero pausadamente, disfrutando cada segundo, hasta que llegaron las fresas y el champán, lo cual fue el detonante para que la siguiente tanda de morreos y magreos fuese más viciosa, más rabiosa y más intensa.
Nos desnudamos y seguimos con chupadas, mamadas, lamidas y en un momento en que ya estábamos hirviendo, Ana dijo, colocándose a cuatro patas:
– ¡Vamos, chiquitín, ve acostumbrando mi culito a tu polla, méteme dos o tres dedos para que me prepare, amor, vamos, ahí tienes mi culito!
Embadurné un dedo de mi mano y su ano con bronceador y empecé a introducirlo lentamente en aquel agujero haciendo que Ana soltase algún quejido, producto de recibir un cuerpo extraño por el único sitio que quedaba virgen en su cuerpo, pero en pocos segundos estos quejidos se transformaron en gemidos de placer.

Repetí el ritual con dos dedos y durante más tiempo, hasta que logré introducir tres. No recuerdo cuanto tiempo estuvimos así, por lo despacio que yo estuve trabajando aquel agujero que tantas ganas tenía de penetrar, por lo que mi polla estaba dura y gorda.
Mis dedos, fueran uno o tres, entraban en su culo con una facilidad cada vez mayor y Ana gemía cada vez con más intensidad, soltando algunos “ayes” de gusto, de placer y yo tenía incluso miedo de que se corriera, pero siendo virgen del culo no creía que eso llegase a ocurrir. Al cabo de un buen rato aquel culo estaba lo bastante distendido como para ser penetrado ya.
– Vale, chaval – me dijo – ya tengo el culito listo, méteme tu polla a ver como la siento dentro, métela pero despacio, no me hagas daño, amor, aunque se ha acostumbrado a tus dedos es la primera vez que le lo follan. ¡Vamos, chiquitín, fóllamelo y llénamelo con tu leche!
Estaba tan ansiosa que no paraba de hablar. Los dos nos tumbamos sobre el costado izquierdo. Por debajo de su cuello, mi mano izquierda magreaba sus tetas y mi mano derecha fue a manosear su coño. Antes ya había pringado mi polla y su ano con bronceador. Apoyé mi capullo en el agujero y empujé un poco. Ambos notamos que el agujero cedía. Sin hacer excesiva fuerza, fui embistiendo lentamente.
Hasta aquí otra parte de mi experiencia y en una próxima carta os contaré el final de la aventura.
Besos a todas y a todos.