Relato erótico

Me ponia cachondo

Charo
3 de abril del 2020

El hecho que nos cuenta pasó hace muchos años, pero lo recuerda con morbo y cariño. Formaba parte de un grupo excursionista del barrio y de vez en cuando hacían fiestas. Estaba un poco aburrido y toma algunas copas, de pronto la vio. Era una chica, no muy alta, un poco metidita en carnes, pero había algo en su cara que le ponía cachondo.

Sergio – Barcelona
La historia que ahora cuento, ocurrió mucho antes que me casara. Yo contaba por entonces con 22 años. Tenía un grupo bastante bonito de amigos y amigas, todos nos habíamos conocido en la asociación excursionista de nuestro barrio.
Habíamos montado una fiesta con no sé qué excusa y resultaba que el acto resultaba bastante aburrido. Cuando empezó la música, la mayoría bailaba, bebía e intentaba pasarlo bien. Pero también existían los que se les había atrofiado el sentido de la diversión. Yo me dedicaba a beber y de tarde en tarde a bailar cuando, de repente divisé, con cara de aburrida, a Nuria. Era prima de una de las chicas del grupo, siempre estaba con su chico y por tanto, había compartido muy poco con nosotros. Aunque su rostro era de verdad muy bonito, tenía algunas cosas en contra. Medía 1,50 cm, bastante rellenitos de carne y para terminar, nunca se vestía sexy. Siempre usaba pantalones bastante anchos, acompañados de un suéter grande. Pero había algo que siempre me llamaba la atención. Las pocas veces que hablé con ella había notado un aire de excitación bastante fuerte. Mis amigos siempre me dijeron que ella no era una santa, que había tenido sus aventuras con muchos chicos. A falta de mejor compañía y bastante motivado por las copas, decidí ir a hablar con ella.
– Nuria, ¿cómo estás?
– Hola -me respondió, con la mejor de sus sonrisas -¿Que novedades traes?
– Eso debería preguntarte yo -le dije- ¿Qué es de tu chico… hoy lo has castigado?
– No pudo venir -me dijo riendo- Tenía una cena con su familia y tuve que venir sola.
– Una oportunidad que no puedo desperdiciar – le dije con la mejor de mis sonrisas.
– Bueno… ¿Por qué no bailamos? – me preguntó.
Sin esperar más, la saqué a bailar. Disimuladamente me fui al extremo más escondido de la pista de baile. Así podría escapar de la mirada de mis amigos que, seguramente, si me veían con Nuria, iban a joderme por el resto de mi vida. Para variar, Nuria llevaba unas botas de excursionismo bastante grandes, jeans anchos y una camisa caqui como de uniforme, es decir, nada atrayente la pobre muchacha. Mientras bailábamos, hablamos de todo. Yo trataba de ser el tipo más divertido de la tierra. Queridos lectores, si quieren acostarse con alguna mujer, empiecen haciéndola reír. Fórmula segura e infalible. Después del baile, las risas, unos cuantos tragos y subimos al segundo piso del edificio de la asociación para descansar.

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Ella salió al balcón y miraba la fuente que se encontraba iluminada por la luz de la luna, una vista soberbia. Yo me puse a su lado y empezamos a hablar de todo y de nada. Los dos mirábamos al frente. La charla era bastante amena.
– Sabes – me dijo – me encanta este lugar.
-¿Por qué? – pregunté yo – ¿A qué, o mejor dicho, a quien te recuerda?
-A nadie – me respondió – La vista es hermosa.

– Sí, y la compañía mucho mejor -repliqué.
– Eres muy divertido, lástima que mi chico no sea como tu – dijo – ¡El es muy aburrido!
-¿Y por qué sigues con él si no te gusta? – pregunté.
– La fuerza de la costumbre, creo.
-Tú puedes conseguir lo que quieras – le dije, mientras uno de mis brazos rodeaba su espalda a la altura de los hombros.
Ella se dio la vuelta y me plantó un beso bastante fugaz. Yo siempre he sido medio cortado en estas situaciones. No hice nada. Nuria nuevamente se acercó a mi y antes que nuestros labios se tocaran, sacó su lengua. Mi boca se abrió instintivamente y empecé a succionar esa lengua caliente, mientras mis manos rodeaban su cuerpo.
Mi lívido creció repentinamente y empezamos prácticamente a comernos a besos. Poco a poco la cuestión fue calentándose. Una de mis manos subió por su estómago para posarse en una de sus tetas. Era realmente grande. Ella dirigió su mano a mi pantalón y empezó a sobarme la verga por encima. La tenía durísima y notaba como empezaba a fluir líquido pre seminal. No tardamos en dirigirnos a una de las tantas oficinas que hay en el edificio y entramos cerrando la puerta con llave. Nos arrodillamos sobre una alfombra que ahí había y uno frente al otro nos miramos sin movernos hasta que ella, sin decir nada, empezó a desabrocharse la camisa y se la sacó. Llevaba una camiseta blanca pegadísima a su cuerpo. Sus pechos se marcaban como dos grandes pomelos, perfectamente redondos, adornados por unos pezones que sobresalían como dos aceitunas.

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Fui sacándome mi camisa para quedar solo con vaqueros y zapatos. Ella, al mismo tiempo, se sacó su camiseta por encima de su cabeza y sus tetas se bambolearon dentro de un pequeñísimo sujetador que apenas cubría esas dos montañas de carne. Tanto ella como yo seguíamos arrodillados y aunque estaba pasadita de peso, el cinturón de cuero que llevaba le marcaba una cintura muy fina en comparación con sus caderas. Llevó sus manos atrás y se deshizo del sujetador. Su piel era blanquísima, las aureolas de sus tetas eran grandes, tranquilamente de 3 cm de diámetro, terminadas en dos pezones que se notaban duros por la excitación. Me levanté y rápidamente me saqué el jean y los zapatos. Mi verga estaba aprisionada en mi calzoncillo, pero sobresalía el glande por donde chorreaba líquido que mojaba toda mi ropa interior. Ella acercó su lengua a mi glande y empezó a succionar ese líquido mientras cerraba sus ojos y con sus dos manos acariciaba toda la superficie de sus tetas. Yo la levante de las axilas y bajé mi cabeza para dedicar unas buenas lamidas a ese par de tetas gigantescas.
Ella gemía de placer mientras yo mordía sus pezones y empezaba a desabrochar su cinturón para soltarle el botón de su jean y bajarle el cierre. Ayudado con mis dos manos, le bajé el pantalón hasta las rodillas y fui directo a besar su coño por encima de la braga, una prenda bastante pequeña para esos tremendos culo y coño que tenía. Noté en mi lengua, que su clítoris era un poco más salido que lo normal. Agarré sus bragas de los costados y las levanté lo más que pude, así noté como se le metía en su culo y bastante tela entraba a su raja. Aparté la tela para poder acariciar ese chocho con mayor libertad y pude apreciar un coño depilado, con una pequeña mata de pelos cerca de su monte de Venus. Su clítoris estaba crecido y, como nunca he visto, sobresalía como si fuera un dedo pequeñito. Fácilmente pude meterlo en mi boca para dedicarle unos cuantos mordiscos.
Se mordía la mano en un intento de aplacar el grito de placer que estaba en su garganta. Entonces la eché de espaldas sobre la alfombra, pero por más que intenté no podía sacarle las botas que llevaba puestas. Tuve que dejarlas ahí. Me saqué el calzoncillo y dirigí mi polla a su boca. ¡De verdad era una zorrita! Chupaba, mordía, succionaba y se metía mi verga entera en la boca, la sacaba y se metía mis huevos. Podía ver claramente como mi glande se dibujaba en sus mejillas. Como no pude sacarle las botas ni por ello, tampoco el pantalón, le bajé lo más que pude las bragas. ¡Que coño y que culo, grande y macizo con un pequeño agujerito casi negro! Además poseía unas caderas anchísimas y unas piernas blancas y gordas perfectamente torneadas. Mi mano apenas podía agarrar una de sus nalgas. Eso me excitó todavía más y la puse de costado para empezar a besar ese culo.
Abría sus nalgas y metía lo más que podía mi lengua, aunque apenas alcanzaba el agujerito, pero nada más toqué un poco su culito para que ella, que aún tenía mi verga en su boca, me mordiera un poquito. Cansado de tratar de besar su culo, me dirigí a su coño. Era un 69 perfecto, bueno casi perfecto puesto que no podía abrir bien sus piernas por el pantalón, que seguía bajo sus rodillas.

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Su coño era rosado y yo lo abría y lo cerraba para ver, con mucho deleite, como salía un líquido blanquecino, signo de calentura extrema. Parecía que se estaba meando de placer. Le metí un dedo, que entró fácilmente. Luego le siguió otro y empecé con los masajes internos. Ella tuvo un orgasmo con mis dedos y en la palma de mi mano quedó mucho de su líquido, que me bebí ansioso.
Entonces la puse a cuatro patas y le metí mi verga en el coño que se encontraba sumamente lubricado. Entraba tan fácilmente que tuve que moverme en pequeños círculos para llegar a todas sus cavidades. Mientras bombeaba, apretaba una de sus tetas con mi mano hasta hacerla gritar de dolor. Un grito ahogado por el miedo a que nos descubrieran. Seguí culeando mientras ella apenas podía decirme que no me corriera dentro, que estaba en sus días peligrosos. Se la saqué y quise metérsela al culo, pero ella no me dejó. Se dio la vuelta y empezó a masturbarme, a chupármela hasta que, con el gran tamaño de sus tetas, aprisionó mi polla para que yo me hiciera una paja con ellas. Eyaculé llegando hasta su cuello y manchándole las tetas. Ella se metió mi verga en la boca y se tragó lo poco que había todavía en su interior. Parece que eso no le llenaba y dirigió sus tetas a su boca. Eran tan grandes que no tuvo que hacer mucho esfuerzo para alcanzar con su lengua sus pezones, que estaban llenos de semen.
Cuando acabó, se levantó y me dio un beso en la boca. Así tuve que tomar de mi propia medicina. Nos vestimos rápidamente y bajamos a la fiesta. Mientras bajábamos las escaleras, pude ver a su hermano, que también era compañero, dirigirme una mirada de odio que hasta ahora el recuerdo. Pero a pesar de todo, desde ese día siempre estuve para Nuria… ¡siempre listo!
Saludos

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