Relato erótico
Me obsesioné
No es el primer relato, ni será el último, en el que el marido insiste en que su mujer se acueste con otro hombre. Es un “clásico”. Dejemos que nuestro amigo nos cuente si consiguió su objetivo o no.
Ángel – Salamanca
Amiga Charo, pasaron los meses y a mi se me volvió obsesión el deseo de que mi esposa tuviera relación con otro hombre a tal grado que durante las reuniones con amigos me imaginaba como sería ella con tal o cual amigo.
Una vez que fuimos a una fiesta, encontramos a un viejo conocido que yo sabía que ella le gustaba y que en alguna ocasión, ella misma me confesó que también le gustaba. Los dejé hablando solos pensando en si ella se estaba imaginando como sería acostarse con él. Después, ya en el coche ellas se sinceró conmigo. Me dijo que se le gustaba mucho y que de hecho él la había invitado a salir, pero ella no había aceptado.
En fin, fueron muchos meses en que muy de vez en cuando se tocaba el tema, yo por miedo de que pensara que no la quería o que era un degenerado y ella seguramente por lo mismo. Finalmente un día que fuimos a cenar fuera, el tema salió a la conversación y comentamos que había que poner un poco de sal y pimienta a nuestra relación y que el hecho de que tuviéramos fantasías con otras personas no implicaba que nos hubiéramos dejado de querer.
Decidimos que haríamos la prueba para ver como actuaban nuestros sentimientos. Comentamos que la vida se había vuelto muy monótona para nosotros y que realmente esto sería un juego para reanimar nuestra relación. Seguimos con las copas y con la conversación hasta que se volvió todo algo muy erótico y ella me confesó que había un tipo que desde hacía tiempo le había gustado y que lo había conocido a través de su negocio de artesanía, que le había hablado varias veces de hacer algo íntimo pero que no había querido hacerle caso. Yo le comenté que si no se pensaba involucrar con él sentimentalmente, que tal vez podría ser la oportunidad para gozar de otra experiencia. Le dije que si los dos estábamos de acuerdo no era una infidelidad, que deberíamos darnos un par de días para pensar si realmente estábamos ambos decididos a dar el gran paso. Esa noche fantaseamos con que ella se acostaba con su enamorado y ya os imaginaréis como estuvo la sesión de sexo.
A los dos días, fuimos a cenar y le pregunté qué es lo que había pensado al respecto y me contestó que había decidido que a estas alturas, no había enamoramientos, que solamente era curiosidad y lujuria.
Acordamos que ella buscaría a su amigo y que se dejaría seducir por él. Pasaron unos días y una noche me dijo que su amigo le había hablado para insistir en su invitación y que finalmente habían quedado en verse al día siguiente para tomarse una copa en un bar cerca de nuestra casa. Yo me excité de pensar lo que estaba por suceder.
Al día siguiente me fui a la oficina y no pude más que seguir pensando en lo que podría pasar por la noche. Llegué temprano a casa y después ella llegó con unas bolsas, me sonrió jocosamente y me dijo que había pasado por el súper a hacer algunas compras.
Cuando los niños estaban ya acostados, se metió en el baño, yo entré a nuestra habitación y encontré un juego de ropa interior súper sexy y una faldita negra. Me puse a ver la tele y esperé a que se arreglara. Cuando salió estaba espléndida y le pregunté que cual era su plan y solo me dijo que no preguntara y que regresaría tarde. Se despidió de mí y salió por la puerta dejando un aroma delicioso a perfume. Pasaron las horas y obviamente no me pude dormir solo de pensar en lo que seguramente estaría haciendo mi mujercita.
A eso de la una de la mañana sonó el teléfono y era ella, me dijo que venía en su coche hacia casa, pero que Gustavo la venía siguiendo porque ella le había invitado. Me preguntó que si tenía inconveniente en que vinieran los dos a casa. Yo contesté que adelante, que no veía problema alguno pero entonces me dijo que no quería que yo me presentara en escena. Oí la puerta eléctrica del garaje y al cabo de un par de minutos entraron en la sala. Yo estaba súper nervioso y excitado por la situación y me quedé escondido en nuestra habitación. Al poco rato, ella entró y cerró la puerta. Se me quedó mirando con cara de complicidad mientras yo le preguntaba qué había sucedido. Ella se rió y me dijo:
– Todavía nada, bueno nada fuerte, pero este es el momento de dejarlo si quieres, estamos a punto de dar el gran paso.
Me quedé pensando en lo que tenía enfrente y le dije que si ella estaba de acuerdo y que si solamente era una aventura, que por mí estaba bien, que no tenía inconveniente y que además yo también estaba excitado y que tenía toda la intención de pasarla bien. Le dije que iba a salir por la ventana y que me colocaría frente a la casa, en el jardín para que no me pudieran ver, pero que no fuera a apagar las luces. Se rió y me dijo que adelante, abriendo la ventana que daba al jardín.
– Dame dos minutos – le dije.
Me coloqué delante de la ventana como a cinco metros de la misma y después de un par de minutos la vi entrar en nuestra sala con su amigo. Ella sacó del mueble bar una de mis botellas de ron, sirvió un par de cubatas y se pusieron a hablar mientras yo corría a mi estudio a prepararme una cubata también. Regresé y me senté en mi “palco”, una simple silla, y solamente ver como mi esposa estaba con otro hombre me puso a mil y además, estaba en contubernio con ella. Era verdaderamente morbosa la situación y me estaba fascinando y excitando. Se tomaron un cubata, él se acercó a ella y la besó apasionadamente. Yo empecé a preocuparme porque hacía mucho que yo no la besaba así.
Después la cogió entre sus brazos y la sentó sobre uno de los sillones que había y siguió besándola para después empezar a acariciarla con la mano, le tocaba las piernas y poco a poco subió por sus muslos levantando ligeramente su falda.
Ella se veía que estaba verdaderamente disfrutando porque lo abrazaba fuertemente. Siguió el número durante un buen rato hasta que él llegó a tocarle el coño. Ella se retorció hacia atrás, disfrutando como si estuviera viendo al propio cielo. Yo no podía oír nada, pero me imaginaba lo que pudiera ella estar diciéndole. La mano de él, empezó a sobar su pecho despacio, una mano en sus tetas y otra en su pierna hasta que él se levantó y la miró, aún manoseándole las tetas, que para ese momento ya había descubierto completamente.
Con mucho cuidado y ternura, tomó su pelo y delicadamente fue bajando su cabeza hasta que ésta llegó a la altura de su vientre. Ella lo abrazó, desabrochó el botón de su pantalón y fue bajando su cierre hasta encontrar su ropa interior que atrapaba el premio mayor. El la levantó como si no quisiera que la faena terminara, lo cual, seguramente la excitó más. Mi mujer, caliente como jamás la había visto y deseado, pero en la situación que tantas veces había soñado y que imaginamos los dos, seguía tratando de obtenerla. Al poco tiempo metió su mano dentro y finalmente la consiguió. La tomó en sus manos y era enorme, lentamente se acercó a ella para metérsela en la boca y empezó a chuparla como un crío disfruta una deliciosa paleta. Estaba chupando una deliciosa polla de tamaño colosal de otro hombre.
Ella no quitaba ojo de su enorme verga que cada vez crecía más, y la cogía con ambas manos para que no se fuera a ir, luego cerró los ojos y siguió con la mejor mamada que jamás había hecho. A apenas a un metro, tenía la boca de mi esposa, llena de la enorme polla de otro hombre. A continuación se colocó en cuclillas entre las piernas de Gustavo y, con una inconfundible expresión de deseo, volvió a agarrar con las dos manos aquella descomunal verga y comenzó de nuevo a chuparla como si en ello le fuera la vida. Esta vez, desde mi silla podía ver como la boca de mi esposa tenía serios problemas en abarcar aquel glande. Pero ella era una experta mamadora, como me lo había demostrado en incontables ocasiones, y poco a poco, encontró la forma de tragarse el brutal rabo de su amigo mientras que de vez en cuando levantaba la vista para comprobar que yo seguía el desarrollo de la escena con atención.
Pasados unos minutos, con la verga del tal Gustavo a causa de la insalivación que le daba mi esposa, éste comenzó a acompañar con movimientos de caderas a las largas chupadas que mi mujer le propinaba, y yo ya me agarraba el nabo con fuerza viendo como se la hundía a mi mujer completamente en la boca mientras ésta se la agarraba por la base con una mano mientras le masajeaba los huevos con la otra.
Poco después, la mamada era tan intensa que en ocasiones daba la impresión de que a mi mujer le sobrevenían un principio de arcadas, debido sin duda a que los movimientos de las caderas de Gustavo hacían que su polla llegara hasta la garganta de mi mujercita, aunque ella seguía chupando con las mismas ansias o más que al principio. Fue entonces cuando Gustavo la detuvo poniéndole una mano en la frente y tomándola de la barbilla la hizo ponerse en pie de nuevo, la tomó de la cintura y la colocó de espaldas a mí, mientras él permanecía un momento contemplando su apetecible culo. Entonces mi esposa entreabrió de nuevo un poco las piernas y giró la cabeza para tratar de verme en la oscuridad y justo en el momento en que nuestras miradas se encontraban, Gustavo volvió a meter su mano entre sus piernas y comenzó a frotarle con suavidad los labios vaginales.
El amigo que ayudaba a mi esposa a ponerme los cuernos debió de considerar que su coño estaba suficientemente mojado para clavarle su enorme herramienta, porque en seguida la tomó de la cintura y de una forma un tanto brusca la hizo sentarse sobre él haciendo que mi mujer soltara un largo grito de placer que crecía en intensidad a medida que su vagina se llenaba con la gruesa verga de su amante. Luego, sin darle apenas tiempo de que su cueva se amoldara a las medidas de la tranca que la penetraba, Gustavo la agarró por las caderas y comenzó a moverla hacia arriba y hacia abajo en lo que tras unos segundos acabó convirtiéndose en una salvaje follada.
Yo los contemplaba con la verga totalmente tiesa, y por algún motivo comencé a tener que hacer serios esfuerzos para no correrme viendo como mi esposa se movía desbocadamente sobre la tranca de Gustavo, y cada vez que el rabo llegaba al fondo de su coño, ella gritaba estridentemente como si una barra de hierro al rojo vivo chocara contra sus entrañas.
A todo esto, las manos de Gustavo no permanecían ociosas. Mientras una de ellas seguía acompañando las caderas de mi esposa en las fuertes embestidas, la otra iba alternando entre su coño y sus tetas, y en cada sitio se demoraba unos segundos palpando sus senos con rudeza, o bien frotándole frenéticamente el clítoris cuando le tocaba el turno a la entrepierna de mi mujer. Así continuaron durante varios minutos en los que yo no dejé de tocarme mi humilde verga en comparación con la que calzaba Gustavo. Hasta que en un momento dado, él detuvo sus fuertes movimientos e hizo que mi mujer dejara de cabalgarlo.
Quién sabe qué le decía el tipo mientras la conducía al sillón de la sala. Me tuve que levantar de mi silla para poder seguirlos. Me acerqué a la ventana, pero me quedaba, además de incómodo, un poco lejos. Decidí a entrar a la casa y situarme en la cocina para poder espiarlos a través de la entrada al comedor.
Con la misma rudeza con la que había actuado hasta el momento, la tumbó sobre el sillón y agarrándola por las pantorrillas le separó sus piernas al máximo. Luego, sin pronunciar una sola palabra, se subió de rodillas al sillón y agarrándose la enorme polla con una mano, colocó la punta de ésta en la entrada del coño de mi mujer, y con un violento golpe de las caderas se la volvió a hundir profundamente en su interior. Enfrascados en esa nueva posición, desde mi lugar particular apenas podía ver a mi esposa, sin embargo, el alarido que emitió al ser penetrada de forma tan brusca por su amigo, hizo que fácilmente me imaginara la cara de placer que debía de tener en esos momentos.
Por el contrario, mi visión se limitaba a observar como el delgado culo del que se la estaba follando se movía con extrema rapidez y la embestía con fuerza, de forma que sus colgantes huevos chocaban contra el agujero anal de mi esposa y cada vez era más fuerte el ruido que hacía su piel al toparse contra la de ella. Aguantó las acometidas con las piernas abiertas al máximo, casi tocando sus rodillas a sus tetas y con sus negros zapatos mirando al techo. Además, sus manos descansaban inertes por encima de su cabeza apoyadas sumisamente en el descansa brazos del sillón de nuestra sala.
Gustavo comenzó a magrearle nuevamente las tetas con una mano mientras cada vez se la cogía con más ánimo, pero poco a poco se fue recostando sobre ella hasta quedar completamente tumbado entre sus piernas. Apoyándose en las rodillas y adoptando la típica postura del misionero, continuó con el frenético metisaca y yo contemplaba claramente desde mi escondite como la gruesa polla de Gustavo se abría paso con facilidad dentro del coño de mi esposa, que ahora le acariciaba y arañaba su espalda presa de una excitación desbocada. En un momento dado, la respiración de mi mujer se tornó mucho más entrecortada y daba la impresión de que quería gemir, pero su garganta no se lo permitía, tan solo de tanto en tanto se le escuchaba con cierta claridad algún suspiro hasta que de pronto un largo e inconfundible gemido me dio inequívocas muestras de que Gustavo le había provocado un monumental orgasmo.
– ¿Ya te has corrido, putita? – le preguntó Gustavo al notar que los jugos vaginales de mi mujer casi salían a chorros de su coño.
Rápidamente y sin que la normalidad de su respiración hubiera tornado a los pulmones de mi mujer, Gustavo la acompañó hasta el baño para que se limpiara. Estuvieron dentro unos minutos en los que mi esposa volvía a gritar y gemir de forma que parecía que estuviese teniendo un orgasmo permanente. Yo estaba súper cachondo por la visión de mi mujer follada de aquel singular modo y la morbosa escena que estaba protagonizando ella junto con su amante. Creo que mi esposa experimentaba orgasmo tras orgasmo gracias al trabajo que Gustavo hacía en su coño, de otro modo no se entenderían sus incesantes gritos, jadeos y gemidos. Durante un buen rato Gustavo continuó entretenido con ese juego, hasta que en un momento dado, terminaron y salieron de nuevo a mi vista.
Con esa visión ante mí, ya no pude aguantar más y noté como el semen me corría a lo largo de mi verga. Tuve el tiempo justo de metérmela al pantalón porque mi mujer se dirigía a la cocina.
Rápidamente me quité de la entrada y vi como entró. Venía completamente desnuda, solamente con la falda en la cintura y sus zapatos puestos. Al verme se le abrieron los ojos y solamente se acercó a mí, me abrazó, me dio un beso y me dijo que había sido algo sensacional, que me daba las gracias porque le había encantado. Que esperaba que esto no fuera a perjudicar nuestra relación, que solo había sido una aventura. Yo me le quedé mirando a los ojos, la abracé y le dije que ni se preocupara, que habíamos estado de acuerdo ambos y que además yo también había disfrutado mucho.
Ella regresó a la sala y después de vestirse y despedir a su amigo, volvió conmigo. Esa noche pasamos horas y horas haciendo el amor mientras recordábamos los acontecimientos de la noche, y entre polvo y polvo, una idea iba tomando forma en mi cabeza, si estamos de acuerdo en pareja, todo se vale y todo se puede.
Besos Charo.