Relato erótico
Me merecia los cuernos
Está casado, enamorado de su mujer y aun así, le ha sido infiel en muchas ocasiones. Ella, le devolvió con creces los cuernos y dice que se lo merecía.
Juan Carlos – Madrid
Soy de Madrid y me llamo Juan Carlos. Actualmente tengo 46 años y mi mujer 36. Después de un noviazgo conflictivo con Elena, mientras estudiábamos en la Universidad. Cuando acabamos la carrera, rompí con ella.
Era increíblemente celosa y aunque parezca mentira, me contagió hasta tal punto, que no paraba de preguntarle por sus antiguos novios e incluso llegué a sospechar que me era infiel, era una relación tortuosa.
En cuanto rompí con ella, me dediqué a salir con muchas mujeres, simultáneamente, hasta que conocí a Isabel, mi actual mujer, tenía 23 años. Tuvimos que salir a “escondidas” durante seis meses ya que tenía novio, pero al cabo de un año ya estábamos casados.
Isabel era y es una verdadera preciosidad, muy guapa de cara y acompañada de un cuerpo escultural y una capacidad sexual admirable. Desde que empezamos a salir, todo estaba permitido en la cama, en el coche o en cualquier lugar. Le encantaba el sexo en todas sus formas, lo hicimos de manera normal, oral y anal. Lo que más le gustaba era empezar en la tradicional posición del misionero y cuando estaba a punto de orgasmar, que se la sacara del coño y me subiera hasta poder meterle la polla en la boca donde me corría, mientras, ella intentaba tragar lo que podía. Ya en esos primeros tiempos ella se iba a la piscina o a la playa con sus amigas mientras yo me quedaba en casa y muchas veces me insinuaron que le gustaba “calentar” el ambiente allí donde iba. Tuve una especie de reacción a la relación enferma que había tenido antes, jamás la limité y ni siquiera me pregunté sobre la realidad de esos comentarios.
También es cierto que jamás le fui fiel. Tenía un grupo de amigos y solíamos salir de vez en cuando a cenar y después íbamos a una discoteca. Normalmente ligaba con alguna chica y tenía una noche de sexo casual. Además, hasta hace poco tiempo estaba liado con una compañera de trabajo, también está casada y echamos unos polvos de vez en cuando.
La cuestión es que después de nacer nuestra primer hija, mi mujer dejó de lado todo tipo de salidas o amistades y se centró en nuestra familia, años después nació mi hijo y después de un par de años, nuestra relación empezó a enfriarse lentamente a caballo de esa actitud de mi mujer que casi se negaba a ver nada más allá de nuestra familia.
Yo no había cesado con mis actividades extramatrimoniales y la verdad que mi mujer me jodía un poco con su “buen comportamiento” Quedarse en casa de forma permanente y no tener ni siquiera amigas hacía que me controlara y hasta me montó una que otra escena de celos.
Durante esa época decidí que tenía que cambiar o terminaríamos mal. La verdad es que la quería y la quiero con toda pasión, más allá de mis aventuras. Nadie me hace disfrutar tanto en la cama, reírme o simplemente, pasarlo bien. No puedo imaginar una mejor mujer o una madre más dedicada y, repito, es una hembra con todas las letras
Isabel había estudiado Bellas Artes y como mi negocio funcionaba bien, la convencí para alquilar un local y montar una galería de arte. La inauguro hace un año con pinturas y esculturas de aborígenes africanos. Tuvo mucho éxito y allí conoció a mucha gente de este “mundillo”.
Hace algo más de seis meses en una muestra callejera que se hacía en la plaza mayor de la ciudad, nos topamos con unos dibujos y pinturas soberbias pertenecientes a un muchacho de unos 24 años. Era tímido y reservados, pero al final pudimos convencerlo para que colaborara con nosotros y expusiera sus trabajo en la calería. Se llamaba Pierre, era francés y llevaba un tiempo viajando. Sus recursos económicos eran escasos y aceptó nuestra proposición rápidamente. Mi mujer se convirtió para él en una especia de hada madrina.
Sinceramente jamás sospeché que pudiera haber algo entre ellos hasta que un día, hace dos meses, pasé por la galería. Era temprano y encontré la puerta cerrada con llave, pensé que debían estar en la planta superior.
El horario de apertura al público es desde las diez y media, más o menos, aunque mi mujer está por la mañana con otros artistas o sola, desde las ocho aproximadamente y algo similar ocurre por la tarde, manteniéndose las puertas cerradas, pero sin llave, desde que ella llega, a menos que se esté trabajando con modelos, pero como Isabel no me había contado nada, me picó la curiosidad y decidí investigar.
Al mediodía le pregunté a mi mujer porque estaba cerrado con llave y me dijo que no estaba trabajando con modelos y entonces, como es obvio, decidí llegar al fondo del asunto. Un lunes llegué al lugar a las nueve de la mañana y me encontré nuevamente la puerta cerrada con llave, pero como tengo un duplicado, sin hacer ruido alguno, abrí la puerta y la cerré de nuevo. Ya a la mitad del salón y cerca de la escalera, oí a mi mujer que decía:
– ¡Así, así… métemela! – junto a los gemidos de alguien más.
Empecé a subir las escaleras con el corazón en la boca.
– ¡Dale fuerte…así… así… oooh…! – repetía ella.
– ¡Me corro… te doy mi leche…! – decía la voz masculina y de pronto se oyó el grito de mi mujer y los gemidos animales del tipo.
Fue en ese momento en que llegué al rellano de la escalera, de donde se ve perfectamente todo el piso y en particular el sofá cama. Sobre el mismo estaba acostada mi mujer, desnuda y con las piernas abiertas, en medio de ellas estaba Pierre con los pantalones bajados, retirando en ese momento una polla verdaderamente impresionante del coño de mi mujer, desde donde chorreaba una gran cantidad de semen.
– ¡No me la saques, cariño, no me la saques! – decía mi mujer – ¡Métela de nuevo, no la saques nunca… que gusto me das… por favor, fóllame otra vez!
– ¿Te gusta de verdad, eh? -decía Pierre mientras se la metía de nuevo hasta el fondo, acostándose sobre mi mujer.
– No sabes como la estaba necesitando -le dijo ella- ya sabes que Raúl, el otro pintor es un inútil. Estaba tan caliente que casi exploto.
– Bueno, pero ya sabes el precio, amor -le dijo Pierre- así que espero que con tantos días tranquila, el culo no se te haya cerrado demasiado.
– ¡No, cariño, hoy por el culo no! – contestaba ella.
Yo estaba realmente helado, no podía creérmelo, se estaban follando a mi mujer y se me había puesto la polla dura. No estaba enfadado, estaba nervioso, y muy caliente. Pierre le metió las manos por debajo de las nalgas y empezó a bombearla muy despacio por delante, sacando más o menos media verga y metiéndola despacio de nuevo mientras le decía:
– ¿Tu quieres esto, verdad…? Entonces tienes que entregarme esto -le decía- mientras le apretaba las nalgas por debajo.
Mi mujer, ya casi corriéndose de nuevo, le decía:
– ¡Ay, mi culo… pobrecito… cabrón…!
Pierre, entonces, le sacó ese maravilloso instrumento, se arrodilló y le iba a dar la vuelta mientras cogía un pote de aceite de lino, cuando ella le dijo:
– No, tú ya sabes que no me gusta con nada, no lo necesito, así que métemela primero así como estamos hasta que se acostumbre.
Tal como estaban, le levantó a mi mujer la pierna, restregó el vergajo hasta que salieron algunas gotas de líquido y así, en seco, apoyó la cabeza en el agujero del culo de mi mujer empezando a presionar.
– ¡Aaah… despacio, mi amor, despacio! – decía mi mujer – ¡Para, para…! – repetía ella cuando le había entrado más o menos un tercio de los más de 22 cm de polla, y empezó a inhalar y exhalar aire muy rápido.
Pierre esperó unos segundos hasta que alguna señal imperceptible que entendía por el reiterado uso de ese culo, le indicó que tenía que seguir, y esta vez fue hasta el fondo.
– Así me gusta, mi vida…que apretadita está mi polla, como te entra… -decía Pierre-
No paraba de gemir pero de pronto le dijo que parara. Lo apartó, se sacó la polla del culo, se puso a cuatro patas en el sofá y le ofreció de nuevo su culo. En esta posición veía perfectamente el culo dilatado de mi mujer y podía disfrutar mejor del espectáculo.
Mi mujer se arrodilló en el borde del sofá-cama, apoyó las manos en la pared y así, totalmente entregada, recibió la tremenda verga de Pierre que la enfundó de una vez en el culo y le empezó a dar de firme, a gran velocidad, metiéndola hasta el fondo y sacándola casi completa en cada envite.
Los gritos impresionantes de mi mujer y los bramidos del tipo indicaban que el espectáculo estaba en su fase final. Subí muy despacio un escalón más y detrás del hombro de Pierre, vi la cara de mi mujer, apoyada en la pared entre sus manos, roja y congestionada como nunca con sus labios perfectos abiertos sin saber ni qué sonido emitir, raspándose la mejilla contra la pared en cada embestida de la polla la penetraba y sin importarle un comino, más hermosa que nunca. Le chorreaban los jugos por las piernas, los que le dejó Pierre en la primer clavada que vi, mezclados con los propios de la acabada interminable que estaba teniendo sin siquiera tocarse el sexo y de pronto, el tipo le pegó una embestida más fuerte todavía que las anteriores y le hundió sus dedos en las caderas mientras explotaba.
– ¡Fóllame…fóllame…fóllame…!
Era el sonido que como una letanía salía de los labios abiertos de mi mujer, pero entonces caí en la cuenta de que estaba expuesto a sus miradas y bajé de nuevo el escalón cuando el tío con un suspiro y las piernas ya flojas le sacaba el enorme pedazo del culo.
Mi mujer tendió hacia atrás su mano como tratando de retenerlo, pero el tío casi cayó sentado en el borde del sofá cama mirando el suelo, rendido y en ese momento, viendo a mi mujer todavía arrodillada en la misma posición, el culo abierto como boca de cañón, chorreante de semen al igual que su coño, que seguía expulsando líquidos, con las piernas abiertas y balanceando hacia delante y hacia atrás el culo, como si estuviera todavía follando y acabando, mientras repetía con esa boquita perfecta que tantas veces besé:
– ¡Fóllame otra vez… sí, fóllame…!
La polla prácticamente me explotó en el pantalón. Sin que se me hubiera ocurrido en ningún momento masturbarme, sin siquiera tocarme, estaba teniendo una eyaculación única e increíble. Me doblé sobre mí mismo despacio, reprimiendo cualquier sonido, como cuando uno pretende atajar un retorcijón estomacal y empecé a bajar lentamente las escaleras sin hacer ruido, llegué a la puerta, la abrí en silencio y salí con el pantalón mojado, feliz de la corrida más impactante en años, dejando a mi mujer llena de leche de su amante, abierta, todavía ofreciéndose a su macho, dispuesta y esperando otra follada más de la polla prodigiosa que me estaba reemplazando.
Saludos de un cornudo consentido.