Relato erótico
Me la ligue, pero…
Le gusta una chica de la facultad e intenta ligársela. Hasta ahora sus “experiencias” sexuales eran leer la Revista Clima, y ponerse cachondo con las mujeres “reales” que publican sus fotografías.
Esteban – Madrid
Soy un chico de 19 años y hasta hace poco, toda mi experiencia sexual se reducía a las revistas porno y a las peladas subsiguientes que me regalaba leyendo los testimonios o viendo las fotos caseras de estas señoras magníficas que puedes ver por la calle y no esas musas sofisticadas y flacas que nunca te encuentras en la vida. También me la he pelado muchas veces pensando en una chica, compañera de la facultad. Se llama Bárbara y tiene mi misma edad. Es una criatura preciosa. Rubia, alta como yo, esbelta, con unas tetas grandes y en punta que a ella le gusta lucir con estrechos jerséis o cortísimos tops, piernas largas, muslos de ensueño que también le agrada llevar al aire gracias a pequeñas minis, y un culito que es un primor.
Intenté ligármela. La buscaba a la salida de clase. Ella aceptaba mi compañía pero no me hacía demasiado caso. Era un amigo más de los muchos que disputaban su compañía. La única diferencia y muy alentadora para mí, es que ella aceptaba la mía y no la de los demás. Una vez que la acompañé a su casa me presentó a su madre. Eugenia era una mujer soberbia. Mi madre tenía su edad, 46 años, y no tenía nada que ver con ella, al menos físicamente. Eugenia era alta, más que su hija, voluminosa, de pechos increíbles y un culo tremendo. Muy atractiva de cara, una sonrisa agradable y simpatía desbordante. Desde el primer momento en que nos conocimos demostró un interés hacia mí muy inesperado.
Su hija me hablaba de lo bien que le hablaba su madre de mí y de lo bien que le había caído, hasta el día en que me dijo que me invitaba a tomar el café en su casa. Pensé que era una estratagema de la hija pero me equivocaba por completo como verás si me sigues leyendo. Ya en su casa recibí todas las atenciones de la madre y ni puto caso de la hija. Y así fue durante casi todo un mes en que Bárbara me invitaba a su casa los sábados. Yo intentaba tocarla, acariciarla pero no había manera. Ella me decía que yo era un buen chico, que le gustaba mucho pero que sólo me quería como amigo.
Toda esta actuación me ponía muy nervioso. Yo no sabía si ella se burlaba de mí o era una calienta braguetas. A la quinta o sexta vez que me invitó a su casa ella no estaba. Me recibió la madre que me dijo que su hija había tenido que ir a visitar a sus abuelos inesperadamente. Lo que me sorprendió fue ver cómo iba vestida la madre. Llevaba una bata muy fina y zapatillas. Cuando me llevó al salón pude ver cómo, al nadar, se le veía la mitad de unos muslos blancos y desnudos.
Al sentarse frente a mí, en un sillón, no se preocupó de cerrar la bata y aquel muslo, gordo y atractivo, quedó ante mis ojos como una tentación. Hablamos de mil cosas mientras tomábamos unas cervezas. Yo esperaba la ocasión para irme con cualquier excusa. Entonces se sentó a mi lado. Ahora no sólo tenía su carne a escasos centímetros de mí sino también la visión, por su escote, de media voluminosa teta.
Yo disimulaba lo que podía pero no mi polla que actuaba por su cuenta. La tenía completamente endurecida. Atontado por todas estas emociones no supe cómo actuar cuando Eugenia pasó uno de sus brazos por mis hombros y llevó la mano a mi bragueta. Sentirla contra mi polla y pegar yo un brinco fue todo uno.
Intenté escapar pero ella, cogiéndome la nuca con la mano, me giró la cabeza y estampó sus labios contra los míos en un beso como no me habían dado nunca. Los labios de aquella mujer besuqueaban mi boca mientras la mano sobaba mi erecta verga. Todo eso hizo que abriera los labios, momento en que la lengua de Eugenia entró en mi boca y comenzó a lamérmela entera. Al mismo tiempo bajaba la cremallera de mi pantalón y metía la mano dentro. Nadie me había tocado la polla nunca. Era lo que yo más deseaba pero nunca pensé que me lo haría una mujer que podría ser mi madre. Cuando me la sacó y comenzó a masturbarme, yo perdí el mundo de vista.
No me enteré de cómo me desabrochaba la camisa y me la sacaba, de cómo me bajaba pantalones y calzoncillos y me sacaba los zapatos. Me di cuenta de mi desnudez cuando ella, sin dejar de pelarme la polla, me metió un enorme pezón entre los labios. Chupé como si en ello me fuese la vida. La mano de Eugenia no sólo me sobaba la polla sino que me sopesaba los huevos e incluso llevaba sus dedos a mi ano. Desconocedor totalmente de cómo era realmente una relación entre hombre y mujer, yo me dejaba hacer porque el gusto que sentía era enorme. Eugenia parecía disfrutar mucho conmigo. Era como un juguete inexperto entre sus manos, un juguete al que podía sacarle todo el jugo que a ella le diera la gana así que cuando me vio a punto de correrme, me soltó, se sacó la bata y me ofreció la visión de su cuerpo desnudo, el primero que yo veía al natural. Era espléndido. Grandes tetas, estómago algo salido y un coño enormemente peludo.
– Chúpamelo, amor – me dijo mientras me empujaba la cabeza hacia abajo.
– No sabré, no lo he hecho nunca – pude decirle.
– Yo te enseñaré – contestó sin dejar de empujarme – Tú haz todo lo que yo te diga.
Me encontré frente a una raja de labios gordos y salidos, una raja rodeada de largos y rizados pelos negros y completamente mojada. Saqué la lengua y la lamí. No acabó de gustarme el sabor pero ella, apretando mi cabeza, me dijo:
– ¡Eso es, así, lame y chupa… mete la lengua dentro, busca mi clítoris…!.
La verdad es que yo sabía lo que era el clítoris pero no sabía dónde buscarlo. Metí la lengua dentro de aquella cueva caliente y mojada y lamí todo lo que pude hasta que ella empezó a gemir y a decir:
– ¡Sí, aquí, sigue aquí, no pares… eso es el clítoris, mi amor… continua, lame… chupa… oooh… que gusto… sí, sí, me voy a correr, me corro, no pares… aaah… que gustooo…!.
Por primera vez en la vida una mujer se corría gracias a mis trabajos de lengua. Me sentí orgulloso y muy macho. Contemplé los espasmos de placer que recorrían su cuerpo. Me excité viendo como abría y cerraba los gordos muslos y como se retorcía los largos pezones. Mi polla estaba a punto de reventar y de vez en cuando me la tocaba hasta que ella, abriendo por fin los ojos, lo vio y me dijo:
– ¡Deja de tocártela y fóllame, métemela en el coño, pórtate como un hombre!
Me tumbé encima de ella, cogí mi verga y mientras Eugenia se abría con los dedos aquella raja que yo había lamido, apunté en el agujero. Apreté y se la tragó. Eugenia me empujó por el culo y cuando toda estuvo dentro de su almeja, cruzó sus piernas en mis riñones y me fue animando para que entrara y saliera de ella. Lo hice, al principio despacio pero a medida que fui encontrando gusto en aquella operación, mis empujones se hicieron más fuertes. Animado por los gemidos que ella lanzaba, seguí aumentando el ritmo y cuando Eugenia empezó a gritar de nuevo que se corría yo descargué toda mi leche en el primer coño de mi vida. Caí sobre ella, sobre aquel cuerpo suave y caliente, sobre aquellas tetas inmensas y con mi verga aún metida en la raja caliente de la mujer que me había enseñado a ser hombre.
– ¿Te ha gustado? – me preguntó besándome suavemente en la boca.
– Mucho – le contesté devolviéndole el beso y acariciando aquellos voluminosos pechos.
– Tú me gustaste desde que mi hija te llevó a casa – siguió ella – Sé que a ti te gusta ella pero Bárbara busca hombres mayores y no chicos de su edad. Al contrario que yo. Soy vieja pero me gustan jovencitos como tú.
Le confesé que me gustaba su hija pero que desde ahora, desde que había probado el placer intenso con una señora que podía ser mi madre, una mujer con carne, con volumen, la prefería a ella que a su hija. Me besó, abrazándome, acarició mi polla, me hizo conocer el placer que da una buena mamada y cuando me la puso otra vez a tope, me dijo:
– Me la has metido en el coño y en la boca… ¿quieres metérmela ahora en el culo?
Yo había leído muchas historias sobre la sodomía y siempre había sentido un gran morbo al imaginarme que yo también lo hacía. Ahora Eugenia me ofrecía su culo para probarlo. No hace falta decir que me coloqué en el acto en pie para demostrarle que estaba dispuesto. Ella, sonriendo, se colocó a cuatro patas en el sofá, se abrió las nalgas con las manos y me ofreció un agujero peludo y marrón para que lo penetrara. Pensé que me iba a costar pero me equivocaba.
Cuando apunté el glande, se lo tragó entero. El resto entró como un cuchillo en la mantequilla. Coloqué mis manos en sus caderas y empecé el mete y saca más sensacional que yo podía soñar. Mi verga iba y venía por aquel canal estrecho y caliente y mi placer iba en aumento lentamente.
A Eugenia también parecía darle gusto la enculada pues no paraba de gemir mientras removía el culazo. Al final, con un fuerte suspiro me corrí, lanzando también mi leche en el ano de aquella estupenda señora. Quedamos de nuevo los dos tendidos en el sofá, acariciándonos. Yo ya no podía más y ella tampoco. Al poder reaccionar nos duchamos juntos y luego, tras vestirme y darnos un morreo, me despedí de ella pero prometiendo volver.
El lunes por la mañana cuando me encontré en el instituto con Bárbara esta, en un momento en que no había nadie a nuestro alrededor, me preguntó sin tapujos:
– Sé que le diste mucho placer a mi madre. Está encantada contigo y espero que sigas así. Te prefiero a ti que eres un buen chico que a que vaya ligando a gente extraña por ahí. Es una mujer muy caliente y necesita macho. Sé que tú cumplirás de sobras.
No supe que contestar. Nunca me pasó por la cabeza poder ser amante de una mujer madura con el beneplácito de la hija. Pero así ha sido, continua siendo y espero que tarde en acabar.
Saludos.