Relato erótico

Me gusta el sexo guarro

Charo
24 de enero del 2019

Nuestra amiga de Barcelona nos ha enviado un relato explicándonos lo que necesita casi a diario. Sabe que es una mujer muy viciosa, le gusta el sexo guarro y cuanto más tiene más quiere.

Matilde – BARCELONA
Amiga Charo, pasado, 15 de agosto, me fui a una sala X. La verdad, es una práctica habitual en mí, aunque antes iba bastante menos, como una vez cada muchísimos meses.
Ahora lo necesito casi todas las semanas, incluso hoy quiero volver, me siento caliente y de hecho, hace días que a través de diferentes páginas de contacto, busco hombres más allá de sexagenarios, para que me acompañen si lo desean, pero curiosa y contrariamente a lo que esperaba, nadie se atreve a acompañarme, pero vamos, yo me voy sola, no hay problema con eso. Pollas no me van a faltar, así que estoy deseando que llegue la tarde para ir a por mi ración mientras sentada en el ordenador me he bajado el vestido por la cintura mientras no dejo de tocarme las tetas, pensando que es un tío caliente y baboso quien lo hace. Estoy hambrienta de sexo, aunque ayer me pegué una sentada a follar bastante buena, pero voy al “cine” esta tarde, eso por descontado. Necesito oler a polla guarra.
Es un sex-shop que hay cerca de casa y dentro tiene una sala para apenas unas 20 butacas. La mejor hora son las cinco o seis de la tarde y generalmente, las veces que he ido había unos cuatro o cinco tíos a lo sumo.
Se entra atravesando una cortinita, que apenas la abres te viene el tufo a vicio, a requesón de polla poco aseada y un ambientador barato, generalmente de pino, que más bien mal, trata de disimular la atmósfera pestilente a sudor, pies y abandono de los cuerpos desatendidos. Toda la atmósfera es sucia y nauseabunda, pero es lo que hace que mi lado perverso se llene de lujuria, llegando incluso a correrme con solo impregnarme del ambiente.
Justo al lado, nada más entrar, hay una fila de butacas. Es ahí donde me gusta sentarme, justamente en la segunda, dejando una vacía para cuando un tío me eche la vista encima, se siente a mi lado, a mi derecha. Lo ideal es, cuando a la izquierda, hay sentado otro y quedo en medio, de este modo tengo cuatro manos y dos pollas para mí.
Acudo poco vestida, apenas un vestidillo de algodón, uno naranja que tengo y sin ropa interior, para que sean obvias mis intenciones. Alguien se sienta a mi lado y tímidamente me toca un brazo, aunque el pasado martes, para mi extrañeza, porque estamos en fiestas, estaba lleno de tíos y tuve que irme al fondo de mi fila favorita, pasando por entre un grupo ávido de sexo al que uno a uno rozaba con mis piernas buscando un sitio libre, que se sorprendía a mi paso.

Me senté al final del todo, un poco avergonzada, tratando de no pensar que cipote ha derramado su néctar momentos antes de llegar. A mi lado un tío que, tras palparme un brazo y un muslo tímidamente, me tocó una teta con descaro. Me mojé y abrí las piernas ofreciendo mi coño, mostrando mis ganas y predisposición a los de las butacas delanteras o ante cualquier mirón que en silencio, observa la escena y algunos además, se la pelaba.
El de al lado de mí tomó mi mano y la puso encima de su polla flácida y me hizo correrme más. Sentí asco de la escena al comprobar que había gente mirando y pajeándose, solo viejos verdes, salidos y viciosos.
El vestido en la parte de arriba ya había bajado a la altura de mi cintura, ofreciendo mi hermoso par de tetas a la presente concurrencia que se iban acercando a palparlas, mientras mi coño, al subirme el vestido hacia arriba, se veía expuesto a lo que los señores desearan hacer con él. Era casi como estar desnuda sin estarlo. Otras veces, me han quitado la ropa y es increíble la sensación de verme y ser vista en pelota picada mientras ellos, pudorosos, apenan se sacan la tranca, aunque el martes, me dejé el vestidito, además, así es más guarro y me hace sentir realmente muy puta.
Loca y sucia, no dudé en levantarme y colocarme encima del viejo de la polla lacia al que no se le empinaba ni de lejos. No veía bien en la oscuridad, pero se notaba que había gente pajeándose a costa mía.
Me senté sobre la minga y me aseguré de que mi raja coincidiera bien con el cipote y me quedé quieta, notándolo flácido. Que asco sentí pero soy muy zorra y me corrí larga y dulcemente entre convulsiones de placer mientras me seguían tocando las tetas por turnos unas veces, varias manos otras, dándome todo ello ganas de llorar del gusto que me estaban dando todos y la vergüenza de ser tan viciosa.
Volví a sentarme y ya no quería más, me sentí superada, asqueada y aparté cuanta mano me toqueteaba mientras fumaba un cigarrillo. Pero el de al lado mío seguía con mis tetas, pellizcando mis pezones calientes y volví a ofrecer el coño casi sin querer y naturalmente, alguien se apresuró apenas a rozarlo con la yema de unos dedos toscos, aunque esta vez, cogí la mano y la dirigí a su interior totalmente encharcado de deseo. El tío que fuera, reaccionó como era desear, ya que al instante me masturbaba con tres dedos frenéticamente haciendo ese ruido indudable del chapoteo del metisaca, mientras que sin pestañear miraba la pantalla para no mirar la cara de los cerdos que disfrutaban de la calidez de un cuerpo, que para ellos era joven aunque yo ya no lo sea tanto.

De tener valor de mirar alguno, fijo que saldría al instante de aquel lóbrego lugar. Cerraba los ojos y me entregué tan deliciosas caricias de los abuelos y, ¡caray! estaba mucho más caliente y cachonda, si cabe que antes. Necesito polla, ¿me la darán? ¿Me follará alguno? La idea me da náuseas, pero me atrae muy mucho ser penetrada cuanto antes.
Sentir un capullo entre mis carnes, que, tímidamente apenas se atreve a palpar mi chocho húmedo e insaciable, mover el coño permitiendo sentir más el cipote que ahora hace de brocha caliente entre mis muslos de puta perversa, mientras que abro bien las paredes invitando a entrar la masa de carne. Es entonces cuando mi cabeza y mi cuerpo entran en conflicto. La primera dice que eso es perversión y por eso me pongo nerviosa. Es mi subconsciente con ganas de salir de allí, sin embargo los ruidos propios de la follada, denotan precisamente todo lo contrario y me da igual la polla que entre, cualquiera me vale: grande, pequeña… pero una polla gordita sería ideal mientras su dueño tiembla por lo raro que le resulta verse envuelto en tal situación.
La idea de follar me caliente a límites extremos y subo una pierna encima del tío que me toca en silencio y al que no dejo de amasársela con la esperanza de engordarla, dando a entender que mi cuerpo desea ser follado más que urgentemente. A ver si hay suerte y alguno me la cuela, que yo lo que voy necesitando es que me bombeen cuanto antes. No siempre se atreven, aunque yo me dejo con cualquiera más, mucho más mayores, de esos que hace mucho que no disfrutan el sexo, con una mujer de piel tersa y suave ni en sus más calenturientas fantasías.
Cuando con su voz ronca, me susurra al oído “Oye, ¿tú follas?” me apresuro a contestar:
– ¡Sí, sí, sí, claro que follo, lo estoy deseando!
Entonces, ese cuerpo obeso y sucio, se las ingenia para, torpemente encasquetármela y tras sentir mi tibia humedad, se vienen entre sacudidas y espasmos, mientras se le cae la baba del gusto aunque a mí me deja más bien con ganas de vomitar el muy cabrón, sobre todo cuando noto el sudor en su cuerpo que, pegado al mío, queda como una ventosa. Ese es precisamente el morbo y estalló en orgasmos brutales abrazada a un tipo al que no quiero mirar pero me está matando de gusto, borracha por la mezcla de lo grotesco, el llegar a semejante estado, fuera de mí y mis facultades mentales.

Llegar a una situación que en la conciencia, sin duda, no se produciría.
No puedo más, ya hasta veo borroso, pero hoy tengo que volver aunque hayan pasado tan solo dos días desde mi última sesión continua.
Besos, Charo.

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