Relato erótico
Me gusta el sexo brutal
El sexo con su novio no la complacía. Un día le dijo que era muy soso y que necesitaba emociones. Le presentó a un grupo de personas que la hicieron “vibrar” a tope.
Susana – Castellón
Hace un tiempo os conté una experiencia que viví cuando tenía dieciocho años y hacia el amor con mi novio Javier. Fantaseaba que me trataba como si fuese una puta degenerada y en ocasiones, para poder culminar mi orgasmo, tenía que cerrar los ojos e imaginar que un hombre ya mayor, vestido de cuero, con barriga y detestable, me agarraba de los pelos y me obligaba a mamársela hasta que se corría y me atragantaba con su semen.
De esta manera llegó un momento en que el sexo que tenía con Javier se convirtió en una sosería que era imposible de soportar. El pobre, que me quería de verdad, se desesperaba hasta que consiguió encontrar la solución llevándome a una casa muy especial donde varios hombres e incluso una mujer, gozaron, al fin, de mi cuerpo.
Terminaba diciendo que al ver acercarse a Ramón, uno de esos hombres, con un enorme consolador en la mano, le ofrecí el ano para que me penetrase y grité y grité hasta desfallecer.
– ¡Clávamelo, por favor, clávamelo en el culo!
Ramón ni se molestó en lubricar el enorme dildo, me lo apuntó y empujó sin contemplaciones. Sentí que estallaba por dentro al tiempo que el clítoris desde dentro me era empujado hacía arriba y afuera haciéndome volver a gozar. Era una mezcla de dolor, presión y placer incalculable. Me quejaba de gozo de forma desvergonzada reclamando más y más. Miraba enfebrecida a mí alrededor y solo veía caras sonrientes y llenas de vicio. Entonces, alguien que no supe identificar, le dijo a Sonia que me pusiese el sexo al alcance de mi boca. Sonia se despojó de su ropa y quedó desnuda del todo. Me volvió boca arriba y mientras Javier, mi novio, me levantaba las piernas y las separaba para que Ramón pudiese follarme por el culo con el consolador y así permitir además que Sonia me cabalgase sobre mi cuello poniéndome su sexo sobre mi boca. Nunca había hecho nada parecido pero me pareció una propuesta magnifica. Chupé, mordisquee y lamí con avidez el chocho de Sonia que gemía de placer y les anunciaba al resto incluido mi novio:
– Esta zorra sabe comerse un coño, tiene arte. ¿Estás seguro, Javier, que no se lo hace con ninguna amiguita?
No hubo respuesta y yo me sentí halagada de esa apreciación aplicándome con más fruición aún, haciendo que la mujer alcanzase el orgasmo rápidamente. Pero yo seguía insatisfecha. Deseaba más, quería sentirme más llena por todos mis agujeros. Sonia, ahíta de placer, se había retirado de mi cara. Parecía que había pasado un siglo desde que Sonia desapareció cuando ocupó su lugar Adolfo en mi cuello.
Me colocó sus huevos en la boca y se deslizaba adelante y atrás de forma que alternativamente le chupaba las bolsas o el ano, en el que metía la lengua con avidez, con tanta que llegó un momento que debí provocar tanto placer en el ano a Adolfo que se detuvo sobre mi boca y se restregaba con fuerza para que le clavase la lengua lo más profundamente posible.
Estaba entusiasmada intentando penetrar en el ano de Adolfo cuando noté que me reventaban las entrañas. Ramón había sacado el dildo después de trabajarlo exhaustivamente y metía con fuerza su mano en mi ano y al tiempo utilizaba el dildo para penetrar por mi coño. Sentía que me reventaba, pero le pedía que me reventase ya, necesitaba que me destrozase. A un orgasmo se sucedía otro y estaba ya agotada de tanto placer cuando de repente todo se detuvo. Ramón se retiró de mi ano y mi coño, Adolfo descendió de mi cabeza y quedé desfallecida deseando dormir, pero estaba a punto de quedar felizmente dormida cuando un dolor punzante en uno de mis pezones me hizo levantarme de súbito y cual no sería mi sorpresa cuando vi a mi novio, Javier, perforándome con unos ganchos afilados, primero un pezón que fue el que me alertó con su dolor y llevaba en la mano el otro gancho destinado al otro pezón. Intenté defenderme y rápido como el rayo varias manos me inmovilizaron. Javier me miraba, al parecer encantado de lo que hacia, sonriente y me decía:
– Este tipo de sexo es el mejor, ¿verdad mi amor? Así, duro, estas son las emociones que tú buscabas, pues aquí las tienes. Disfruta, esto no ha hecho más que empezar.
Me perforó el otro pezón y enganchó a cada gancho el extremo de una cadena. El dolor agudo fue aminorándose y sentí que los pezones, estimulados por la agresión se endurecían y me provocaban mucho placer, algo que ni se hubiese pasado por la cabeza.
Pedro, desnudo del todo, como todos ya a estas alturas, enarbolando una enorme polla, me apartó del centro de la mesa y se tumbó boca arriba con su enorme verga insultantemente enhiesta apuntando al techo. Javier me ayudó a levantarme y me depositó sobre esa carne dura y amenazante. Me sentí deliciosamente clavada por mi coño y una punzada me atravesó el cuerpo desde el clítoris hasta el ano. Los pezones estaban al rojo y me dolían y me daban gusto. Yo estaba disfrutando cabalgando sobre esa polla tan grande cuando Pedro agarró la cadena que conectaba los pezones y de un tirón brutal hizo que abandonase con un grito mi posición erecta y me plegase sobre su pecho. En ese instante sentí que alguien me penetraba el ano sintiéndome plena.
Empecé a sentir otro orgasmo, uno más, brutal, que me hacía casi convulsionar y casi perder el conocimiento. Cuando más disfrutaba sentí que quien me sodomizaba se salía de mi cuerpo y saltando por encima de mí se colocaba delante y me penetraba la boca hasta la garganta haciendo atragantar. Era Javier el que se había salido de mi culo e inmediatamente me la metía en la boca. Estaba mamando encantada de ser sometida a esas vejaciones cuando sentí que me volvían a penetrar el ano y fue ya el acabose.
Pedro al ver mi estado de locura sexual intentó hacerme bajar mi temperatura y me dio otro tirón de la cadena de los pezones, pero el resultado fue el opuesto porque el tremendo dolor que me desgarraba los pechos hizo que el orgasmo se desencadenase de tal manera e intensidad que con un enorme grito, lo último que recuerdo, me desvanecí del todo.
Me desperté en el apartamento de mi novio. El estaba a mi lado y me acariciaba y me besaba por todos lados con una tremenda suavidad. Me susurraba muy tierno que me quería y que quería casarse conmigo. Abrí los ojos y le dije:
– No te puedes ni imaginar lo que he soñado… que sueño más… más… excitante, me da vergüenza hasta contártelo.
– Inténtalo, a lo mejor… no me asusto.
Hice intención de incorporarme en la cama y al hacerlo un dolor en los pezones me hizo comprender, y con un grito me derrumbé en la cama otra vez. Javier me miraba divertido con aire de suficiencia. Dejó pasar un rato para que tomase conciencia de que lo que yo creía un sueño no era más que una pesadilla absolutamente real.
– ¿Vas a querer repetirlo, o preferirías que siguiéramos como antes? -me dijo – No me importaría ser un depravado contigo si eso es lo que te gusta, pero, ¿no crees que ese tipo de sexo fantasioso no conduce más que a una vida marginal?
No supe que contestar o quizá temía dar la contestación equivocada. Me había dado una lección. Era una niña estúpida y malcriada que creía que estaba muy avanzada en sexo porque era capaz de imaginar cosas y situaciones que en el fondo no creía que pudieran darse y me había dejado claro que esas practicas estaban tan cerca y eran tan reales como que él mismo, Javier, podía organizar una sesión de esas en minutos.
Miré con ojos implorantes a Javier y le pedí perdón por haber sido tan cabeza loca y tan tonta. Mientras él me abrazaba diciéndome que no me preocupase más, yo pensaba en que manera de disfrutar más tremenda. Con Javier de compañero eso se tendría que repetir, no tendría más que echarle en cara que era sosote en su sexo para que intentase darme otra lección. Al abrazarme sentía como los pezones me dolían y al tiempo empezaba a destilar lubricación por mi coño. Ese dolor no lo era tanto, era placer adulto. Se repetiría. Me obligaría a repetirlo, no creía que pudiese pasar mucho tiempo sin ese tipo de sexo. Nunca debí desear vivir una experiencia así. Ahora ya con el veneno en el cuerpo no había salvación ni antídoto posible. Pero no importaba, deseaba repetirlo y lo haría y más bestia aún, para que el placer lo fuese también así, brutal y salvaje.
Hasta otra.