Relato erótico
Me estaba enamorando
Una noche, en la que estaba solo, se conectó al chat sin buscar nada especial, solo quería el poder conocer y charlar con gente diversa, sobre todo con mujeres. Y allí la conoció. En un principio la conversación era inocente, le comentaba que estaba cansada de lo típico del chat, charlas repetitivas y algo irreverentes. Le parecía una mujer interesante, y según avanzaba la noche iban sintiendo algo especial.
Enrique – Valladolid
Una noche, en la que estaba solo, me conecté al chat sin buscar nada especial, solo quería el poder conocer y charlar con gente diversa, sobre todo con mujeres. Lo reconozco es una pasión. Y allí la conocí. En un principio la conversación era inocente, me comentaba que estaba cansada de lo típico del chat, charlas repetitivas y algo irreverentes. Me parecía una mujer interesante, y según avanzaba la noche íbamos sintiendo un punto especial lo que nos hizo estar chateando hasta el amanecer.
En los días sucesivos nos fuimos conociendo a través del Messenger, así fue como vi su foto por primera vez y he de reconocer que me gustó, aunque no es muy guapa tenía un algo en la cara que me atraía.
Poco a poco fue conquistándome, consiguiendo estar presente durante mucho tiempo en mis pensamientos. Continuábamos hablando por internet todas las noches, si alguna vez ella fallaba, sentía que algo me faltaba. Ella me contó que tenía 36 años, catorce menos que yo, llevaba cinco casada y no tenía hijos, su relación no iba bien y me confesaba que necesitaba estar conmigo. Durante dos meses entendimos que aunque lo nuestro era algo nuevo para nosotros, los sentíamos la misma necesidad, y pronto a mí no me importó incluso poniendo en peligro mi matrimonio el intentar poder estar con ella. Cada vez eran más las noches en que mientras hablábamos las horas pasaban de una forma rápida. Me estaba enamorando y llegó el momento.
Aproveché la ausencia de mi mujer durante tres días, para ir a verla, lo ansiaba. Reservé hotel y recorrí los 400 Km. que separan mi pueblo de la capital. Paula es de altura muy normal, 1,64 cm pero tiene un cuerpo precioso, de vicio. Es más bien delgada, con un pecho redondo coronado con unos pezones como garbanzos duros. Revivo en esos momentos previos, semanas casi, el cómo preparamos el donde, el cuando de ese viaje. Era indescriptible el ansia por olernos, por tocarnos, por reconocernos y podernos sentir en ese primer beso tan esperado.
Me acababa de sentar en el vagón del tren y la llamé, necesitaba saber que sino aún no había salido, que iba a salir, y que realmente todo marchaba como habíamos preparado. Y a pesar de que me dijo que todo iba bien por un momento pensé “¿y si no se presenta? ¿Qué hago yo allí solo y sin poder volver en 24 h? ¿Quién me mandaría a mí meterme en un berenjenal semejante? ¿No tengo la vida bastante complicada? ¿Y si no nos gustamos? ¿Qué haremos después de la primera media hora, después del primer café?”. Los nervios me acompañaban desde hacía días, medía mis palabras, mis gestos, mis comentarios, extremando los cuidados evitando que nada dejara traslucir la verdadera naturaleza de mi viaje. Todo pasó muy rápido, y ya sin darme cuenta observé como el tren entraba en mi estación de destino.
Repasaba aquello que tenía preparado, en cuanto la viera, antes de que nuestros labios se fundieran en ese primer beso, poderle decir:
– Cuanto tiempo sin verte, eres igual que a cuantas veces he soñado contigo.
Estaba algo nervioso, me encontraba pegado a la ventanilla de la puerta y miraba hacía fuera, entonces fue cuando pronto pude distinguir a una mujer que esperaba situada en el anden contrario. Casi sin darme cuenta bajé del vagón y con rapidez me dirigí hacia ella y tal como habíamos quedado, no se movería, esperaría a que yo fuera a por ella. Cuando ya al fin estaba llegando junto ella, su mirada y su sonrisa me aseguraban que era Paula. Llevaba una falda algo por encima de las rodillas, era un poco más baja que yo y tan deseada como en la webcam. Era la primera vez que nos veíamos y sin embargo parecía que ya nos conociéramos. Sin pensarlo y sin poder decir nada de lo había planeado, nuestros labios se unieron en un primer beso. Y fue ese beso el detonante que nos lanzó cogidos de la mano por interior de la estación. Hablábamos, muy deprisa, sin asimilar ni lo que decíamos ni lo que escuchábamos. La cogí por la cintura, ella me tomó del brazo, y creo que ya no dejamos de tocarnos durante esas 24 h que permaneceríamos juntos. Me miraba las manos. Tomó las mías y mientras las observaba las comparó con las suyas.
– Tienes las manos de quien no trabaja con ellas – me llegó a decir.
Al fin llegamos al hotel, bajamos del taxi, recogimos las bolsas, y de la mano, entramos. Una recepción desierta, una cafetería cerrada, amplios espacios con mármoles ostentosos, poca luz y mal distribuída. El recepcionista nos miraba esperando que nos acercáramos. Se quedó tras de mí, como queriendo dar la sensación de haber estado así conmigo millones de veces. Se mostraba como esa gente que trata de aparentar naturalidad en situaciones inusuales, consiguiendo el efecto contrario
Ojeé unos folletos en el mostrador, mientras pensaba: “te lo guardarás en la chaqueta, lo olvidarás y alguien podría encontrarlo en tus bolsillos”. Los dejé.
– Habitación 610, sexta planta – dijo el conserje – Aquí tienen sus llaves.
Nos dieron dos tarjetas, y pregunté por donde debíamos subir, indicándome los ascensores. De nuevo acaricié su mano, mientras le decía:
– Vámonos.
El ascensor tardó en llegar, pero ya dentro, por vez primera solos, sin nadie que pudiera vernos juntos, la abracé, nos besamos y nos miramos. Al pararse el ascensor, salió ella primero. Llegamos a la habitación y abrí la puerta. La abracé y buscando con mis brazos los suyos, arrastré su cuerpo pegado al mío dejándome caer suavemente en una de aquellas dos camas, Después de estar besándonos unos minutos, le dije:
– Me gustaría ver tus tetas.
Ella, muy despacio, levantó aquella camisola negra, quedándose algo desnuda. Un sujetador rosa cubría su pecho, y me volvió a abrazar, besándome de una forma especial y sus labios y sus dientes de alguna forma mordisqueaban los míos. Entonces le quité el sujetador y no puede evitar que al ver esos largos y morenos pezones, mis labios se apresuraran a besarlos, a sentirlos. De alguna forma nos fuimos excitando y aunque ella aún se mostraba algo retraída, bajé la cremallera de la falda negra que cubría sus piernas, mientras la acariciaba. La miraba, y sonriendo me dijo:
– Me estás comiendo con los ojos.
Con cuidado, suavemente, y no sé exactamente cuando, pero ya estaba yo sin pantalones y a ella solo la cubrían unas pequeñas braguitas. Cerró los ojos, como intentando relajarse, y me dijo:
– Esos instantes son los que desde hacía tiempo deseaba, que mi observaras, que me conocieras y aprendieras cómo era mi cuerpo.
Me levanté y quedé tan desnudo como ella estaba, abrió una de las camas y entramos entre sus sábanas, después de jugar un rato y viéndola algo cortada, llevé una de sus manos junto a mi polla, que ya se encontraba bien erecta, y pronto pude comprobar que me la acariciaba con una dulzura tan encantadora como siempre se mostraba ante la pantalla.
Minutos más tarde se sentó encima de mí dejándome sentir como lentamente mi miembro entraba en su caliente coño y como una amazona me empezó a cabalgar. La verdad es que en aquella ocasión no pudimos aguantar mucho tiempo, y el orgasmo solo nos indicó el comienzo de un nuevo juego.
Fuimos hacia a la ducha y mientras nos enjabonábamos sentía entre mis dedos el roce de una piel blanca y dulce. La suavidad de sus manos, su mirada constante, su pecho, el vello fino y algo dibujado que aparecía ante su sexo hicieron que mi pene recobrará su tamaño. Me acariciaba, me besaba, nos besábamos y mis labios querían conocerla. Apenas podíamos hablar, yo no quería dejar ni una gota del jugo que sus pezones me daban. Llevó mis dedos junto a su sexo, y en un reproche susurró:
– ¿Si te apetece cogerlo, por qué no lo haces?
No dejaba de acariciar su cuerpo, mientras ella tenía mi verga entre sus labios, besando mi glande como si de un dulce se tratara. Poco después yo le dije que no iba a poder a aguantar mucho, pero ella me contestaba que no le importaba que aguantara mucho o poco, que en esos instantes era mi placer el que ella estaba buscando y que el suyo vendría después. Entonces se incorporó ligeramente sobre mí, uniendo nuestros sexos, que de nuevo se acoplaron con naturalidad, cerré los ojos mientras ella se balanceaba rítmicamente sobre su cadera, observando cada uno de mis movimientos y reacciones. Cuando de repente, sin haberlo esperado, y de forma silenciosa, con un suspiro, noté cómo me apretaban los músculos de su vagina consiguiendo que mi orgasmo llegase llenándola otra vez de mi caliente jugo, y recuerdo que en voz algo más alta, recostándose en mis piernas dijo:
– ¡Bendita vasectomía! Nos ha ahorrado el engorro del preservativo.
La mezcla de nuestros humores resbalaba entre sus piernas y le sorprendía la textura de mi semen, tan líquido. Esa sonrisa tan bonita volvió a brillar en sus labios, y otra vez el juego comenzó de nuevo y sin dificultad vez volví a tener la polla tiesa y esta vez, mientras acariciaba mi falo, comenzó a coquetear con él con los labios de su vagina como queriendo que sintiera su humedad. Me acariciaba con su vulva, presionándola, haciéndome notar su calor, que junto a la caricia constante, dulce, cálida, en movimientos circulares a veces, basculantes de atrás hacia delante, iban excitándome, cada vez más, en esa escalada inconfundible de sensaciones cada vez más intensas, cada vez más calientes. Sus gemidos fueron subiendo de tono, y pidiéndome que le dijera algo, que le hablará, volvía a jadear, su cuerpo tumbado encima de mi se estremecía y se agitaba al compás de sus jadeos y poco después, o mucho, ya no lo sabía, perdía la noción del tiempo, del momento y del lugar. De pronto le recorrió un escalofrío de arriba abajo, en pura explosión de placer y se desplomó sobre mí.
Me volvió a mirar y otra vez pude ver esa sonrisa dibujada en sus labios. Esta vez cuando salí de ella cayeron sobre las sábanas unos rosetones de la mezcla que mi semen y sus jugos habían formado. Sin darnos cuenta ya habían pasado tres horas desde que nos encontramos por primera vez en la estación. Nos volvimos a duchar y le comenté que me hubiera gustado bajar al jacuzzi y flotar junto a ella entre sus burbujas, y ella me miró a los ojos y me dijo:
– Me ha encantado como besabas y succionabas mis pezones.
Empezamos a reír. Nos vestimos y decidimos salir a cenar.
Bueno, hasta otra y ya os contaré más cosas que viví con ella.