Relato erótico
Me equivoqué
Su cuñado les dijo que iría a pasar unos días con ellos. Hacía tiempo que no se veían y cuando fue a buscarlo al aeropuerto, le sorprendió ver lo atractivo que estaba. Decidió coger unos días de vacaciones para poder atenderlo mejor y eso, fue una equivocación.
Bea – Santander
En aquella época tenía 26 años. Mi cuñado nos anuncio que vendría unos días para estar con nosotros y yo fui la encargada de recibirlo en el aeropuerto.
En realidad me costó reconocerlo, pero cuando lo hice me quedé sorprendida. Me pareció un Adonis. Jovial, sonriente, curtido por el sol, deportivamente vestido, algo fuera de serie. Soltó su equipaje y avanzó hacia mí con los brazos abiertos. Me abrazó y me besó como la cosa más natural del mundo. Yo estaba conmovida y también algo sofocada por la excitación.
Corría el mes de mayo, plena primavera y debido a que ya mucho antes habíamos decidido no salir de viaje, pocos días más tarde de su llegada me tomé las vacaciones anuales para atender mejor a mi cuñado. Juan se alegró por eso. Pero fue el error fundamental.
Nunca se levantaba temprano para desayunar con Juan, pero cuando bajaba a hacerlo me saludaba con un beso en la boca. No se me ocurrió rechazarlo, pues lo hacía de forma amistosa y ese fue el segundo error.
-Cuñada, tu marido no viene a comer hoy y no quiero que te pongas a cocinar para mí así que nos vamos a comer fuera – me dijo – Ponte bonita para mí.
Era muy adulador y su forma alegre y jovial de encarar las cosas era contagiosa. Comenzó a gustarme su compañía. Cada vez que Juan anunciaba que no vendría a comer nos íbamos a comer fuera. Juan, por las noches, agradecía a Ignacio su atención. Ya intimábamos como hermanos, o así lo pensé yo. Cuando hacíamos una excursión y paseábamos un poco, me tomaba del hombro o de la cintura. Las bromas las festejaba acariciándome los cabellos o dándome una palmada en las nalgas.
Y así poco a poco, él se ganó mi confianza. Intimábamos espiritualmente. Un día comenzó con las confidencias de su matrimonio fracasado y yo, naturalmente, le confié mis angustias. No lo dije abiertamente, ni siquiera lo expresé, pero no pude evitar derramar algunas lágrimas con lo que él entendió fácilmente mi insatisfacción matrimonial. En mi conmoción me dejé abrazar, en un abrazo de consuelo pero cuando menos lo esperaba, me estaba besando, y este beso no era de hermano. Una ola de fuego llegó a mis mejillas y sin proponérmelo correspondí al beso.
Segundos más tarde sus manos acariciaban mis pechos por encima de la blusa mientras el beso no se interrumpía. En un momento de lucidez llegué a decir:
– Vámonos, es mejor que caminemos un poco.
Pero sus manos ya no me tomaron de la cintura sino que se apoyaron en mis nalgas. Durante el viaje de regreso guardé silencio mientras él conducía. Se detuvo en un parking a la sombra de los árboles.
– ¿Qué te inquieta? – me preguntó.
Yo no conseguí responder a la pregunta. Estaba totalmente trastornada y sin poder ordenar mis ideas. No sabía qué hacer ni qué decir. Me sentí indefensa, él me volvió besar, yo volví a corresponderle y esta vez su mano se internó por debajo de mis faldas y yo no pude apartarme de sus labios. Su mano se introdujo por debajo de mis bragas y yo continué besándolo hasta que sus dedos se apoderaron de mi chocho. Me dejé caer contra el respaldo del asiento. Sus dedos expertos me daban placer.
Poco le costó hacerme correr exhalando un grito, que no pude contener. Me sentí desvanecer. Me volvió a besar y sacando la mano de mi entrepierna, se chupó los dedos y luego me los metió en la boca para que yo los chupara. Una emoción erótica, que no tenía precedentes en mí, provocó que me abandonara a lo que sucediera y que cerrara los ojos para no ver nada. Me tomó la mano y la apoyo sobre su vientre. Me di cuenta que había liberado su polla y me pedía que se la cogiera con la mano.
Lo hice e inmediatamente volví a sentir sus dedos en la humedad de mi chocho. Nos masturbábamos mutuamente en un abandono total. Me volvió a besar, pero los besos pasaron a ser chupetones. Quedamos los dos sin fuerzas. Eso me trajo un poco de claridad:
– Vámonos que se hace tarde.
Durante el resto del viaje no pude pronunciar palabra. Llegué a casa y me fui directamente a mi habitación para darme una buena ducha y cambiar mis bragas mojadas. Mi entrepierna estaba totalmente húmeda y mi braga olía a esperma. Estaba excitada, alterada, fuera de mí.
Creo que hubiese corrido a la habitación de Ignacio para rogarle que me follara. Me metí bajo la ducha y no pude evitar masturbarme. Mi calentura se apoderó de todo mi cuerpo.
Tuve una cadena de orgasmos. Me introduje un dedo y me abandoné al placer. Mi cabeza sólo tenía un contenido: Ignacio. Y él estaba allí. Cuando salí del baño estaba desnudo en mi dormitorio esperándome:
– ¡No! – grité.
Pero me levantó en sus brazos, me depositó sobre la cama y me besó. Penetró mi coño con sensibilidad y cariño. Abrí las piernas para dejarlo entrar. Ya no opondría ninguna resistencia más. Quería que me follara, quería tener esa polla en mi chocho. Lo atraje hacia mí y lo besé con pasión mientras él eyaculaba por segunda vez dentro de mí. No hablábamos una palabra. Sólo hacíamos todo a nuestro alcance para proporcionarnos un placer sin límites y creo que lo conseguimos. Por mi parte fue una hora que no se borrará nunca de mi mente.
Aquí acabo la primera parte de esta experiencia inolvidable pero en una muy próxima carta seguiré con el resto
Muchos besos y hasta pronto.