Relato erótico

¡Me equivocaba!

Charo
20 de agosto del 2019

Han practicado el intercambio de pareja y le gusta. Su marido le ha propuesto montar un trío, pero no se acaba de decidir. Con dos hombres para ella sola ve “peligrar” su culito virgen todavía.

Gloria – Castellón
Tengo 39 años y desde que me uní en matrimonio con Jaime, mi marido, hemos practicado varias veces el intercambio de parejas. Encuentro mucho placer en tener otra polla entre mis manos, en mi boca y en mi coño mientras mi marido, a nuestro lado, goza con otra mujer. Pero a lo que nunca me decidí fue al trío. Una polla distinta cada vez me iba bien pero dos al mismo tiempo me asustaban. Una noche, tras haber tenido una muy agradable reunión sexual con un matrimonio amigo, Jaime insistió una vez más para que realizáramos un trío y precisamente con el hombre que acababa de estar conmigo.
– Hemos hablado de ello – me dijo Jaime – y su mujer está de acuerdo ya que ella lo hace con otros hombres.
Yo había gozado mucho con Jorge, este amigo. Tenía una polla larga y gorda, era simpático y dulce, nada violento. Pero seguía asustándome la idea de dos hombres a la vez conmigo. La razón era muy clara, mi culo era virgen. Jamás había permitido a mi marido, ni a ninguno de mis amantes ocasionales que me lo penetraran. Si aceptaba estar con dos machos estaba segura de que uno de ellos, aprovecharía mi entrega, mi placer, e intentaría romperme el ano.
– Pruébalo – insistía mi marido – Me juego lo que quieras a que te gustará.
– Prometo no mentirte – le dije al fin – Pero si no me gusta me comprarás el cochecito que llevo tanto tiempo pidiéndote.
– De acuerdo. Sé que no me mentirás, confío en ti más que en nadie en el mundo – dijo dándome un apasionado beso.
A la mañana siguiente llamó a Jorge y montó la reunión para el siguiente sábado por la noche. Vendría a cenar y luego haríamos lo que fuera conveniente. Yo no estaba nerviosa, Jorge me había follado ya cuatro veces y la verdad es que era como de la familia. Por dicho motivo, para calentarnos ya de entrada, me puse como única vestimenta, además de los zapatos de alto tacón, un corto y transparente picardías. Debajo nada, absolutamente nada. Cuando llegó Jorge, nos besamos en la boca, alabó, como siempre hacía, mi belleza y pasó al salón donde se encontraba mi marido preparando el aperitivo. Jorge y yo nos sentamos en el sofá y, al poco rato, sus manos estaban recorriendo mis muslos con suavidad llegándome, de vez en cuando, hasta los pelos de mi chocho. A pesar de mi experiencia con Jorge, la situación no era la misma.
Mi marido nos miraba sonriente en vez de preocuparse, como las otras veces, de la mujer de nuestro amigo. Ahora yo estaba sola con los dos, con la copa en una mano, Jaime se sentó también el sofá, al otro lado de mi cuerpo. Entre sorbo y sorbo, las manos de los hombres no paraban de sobarme hasta que, casi sin darme cuenta, mi picardías desapareció y me encontré desnuda entre los dos. Los dedos de Jorge acariciaban mi coño y la boca de mi marido se ocupaba de mis tiesos pezones. Al poco rato yo estaba tan caliente que, por primera vez en mi vida y contra mis anteriores deseos, necesitaba tocar, sentir, las dos vergas. Apoyé mis manos en sus braguetas, apreté las dos varas que ya estaban muy duras y, bajándoles la cremallera del pantalón, se las saqué al aire libre. Las conocía bien, las había masturbado varias veces, chupado hasta hacerlas eyacular en mi boca y me habían hecho orgasmar teniéndolas en el coño.

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Me incliné hacia la de mi marido, lamí su punta y luego me la tragué la mitad, empezando a mamársela lentamente.
Jorge, con su mano entre mis muslos, seguía acariciándome el coño hasta que, empujando mi culo, me dejó de rodillas en el suelo, con la verga de mi marido bien metida en la boca. Separó mis nalgas y cuando mi chocho quedó bien a la vista, apoyó su glande en él, apretó y me la fue metiendo hasta que sus cojones chocaron contra mi carne. Por primera vez tenía dos pollas en mi cuerpo y la verdad era, que me gustaba horrores. Ahora me daba cuenta de que, mientras te follan, aumenta mucho el placer si tienes otra verga a mano. A cada golpe que me daba Jorge, la polla de mi marido me entraba hasta la garganta haciéndomela chupar casi sin querer. Con una extrema lentitud el placer se iba apoderando de mí. Las manos de Jorge, en mis caderas, me asían con fuerza y aumentaban la violencia de su follada. Noté que me iba a correr. No tenía ya fuerzas para seguir mamando por lo que Jaime, cogiéndome la cabeza, me follaba la cara también cada vez con más ímpetu. Me llegó el orgasmo de manera brutal. Quise gritar mi placer justo cuando Jaime eyaculaba con una fuerza terrible, llenándome la garganta con su espesa leche, que tragué sin remedio.
En este mismo instante, Jorge también se vació, llenándome ahora el coño con su no menos abundante crema.
Estas dos corridas simultáneas con la mía me hicieron reventar de nuevo y empalmé la nueva corrida con la anterior en un largo e intenso placer que casi me hizo perder el conocimiento. Descansamos un rato hasta que terminamos el aperitivo y me levanté para servir la mesa. Al salir de la cocina con los platos, me los encontré a los dos tan desnudos como estaba yo y así cenamos, entre risas, bromas y caricias. A las preguntas de mi marido tuve que reconocer, aunque con ello perdiera la apuesta y no tendría el coche, que había gozado muchísimo y que tener dos pollas a la vez no era ninguna tontería.
– El hermano soltero de Jorge, Julio, al que ya conoces de vista, sabe de los encuentros que tienen Jorge y su mujer con nosotros – me dijo entonces mi marido – Alguna vez nos ha dicho de participar, si te atrevieras a hacer un trío. ¿Qué te parece si lo llamamos y le invitamos a café?.
Miré a mi marido sorprendida. Lo del trío había estado bien, muy bien, pero tres para mí sola ya era una orgía. Si aceptaba volví a temer por mi culo, pero también me excitaba la idea de tener tres pollas para mí. Si con dos había gozado de aquella manera, con tres podía ser mortal.
– De acuerdo, pero de mi culo nada – dije – Ese seguirá virgen.
Sin contestarme, mi marido se levantó, cogió el teléfono y habló con Julio. Cuando terminamos de cenar y estaba sirviendo el café en el salón, llamaron al timbre de la puerta.
– Por favor, ve a abrir – me dijo Jaime.
– ¿Así en pelotas? – pregunté extrañada.
– Es Julio y si acabará follándote, ¿que más da que te vea ahora desnuda que después? – añadió mi marido.
Pensé que tenía razón y aunque con algo de vergüenza, fui a la puerta, pregunté quien era y al contestarme que Julio, la abrí.
Me miró, de arriba a abajo con sorpresa pero también con admiración. Entró, cerró él mismo la puerta, me dio dos besos en las mejillas y me dijo:
– Sabía que estabas buena pero nunca imaginé que tanto. Y tampoco que salieras a recibirme así, tan dispuesta. ¡Que tetas, que coño, que culo… qué bien lo pasaremos!

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Agradecí sus piropos y entramos en el salón. Al ver en pelotas a su hermano y a mi marido, sonrió y al instante estaba como todos. Me sorprendí al ver su polla. Era tan larga como las de mis otros dos machos pero mucho más fina. Serví el café y mi marido me hizo sentar en el sofá entre los dos hermanos. Jorge me sobaba con su habitual dulzura pero Julio, que por fin me tenía como deseaba, parecía querer recuperar el tiempo perdido. Con sus manos me sobaba entera, con su boca me besaba toda, lamía mis orejas, mi cuello, hombros, mis pezones, los chupaba, apartaba la mano de su hermano cuando llegaba a mi coño y al final consiguió ponerme a cien. Esta vez me incliné hacia Jorge, agarré su verga con una mano y con la otra sus colgantes y gordos huevos, y empecé a chupársela mientras Julio, por detrás, seguía entretenido en masajearme los pechos y acariciarme la ya muy humedecida raja de mi coño.
Así me corrí atragantándome con la polla de Jorge en mi garganta pero más me atraganté cuando, sin avisar ni esperar a que me calmara, la fina verga de Julio me penetró el coño de un solo golpe empezando a follarme como un loco. Su brutal acometida hizo que mi orgasmo se alargara, o quizá fuera otro que me empalmaba con el primero. La cuestión es que nunca me había corrido tanto rato no con tanta intensidad. Incluso tuve que dejar de chupar la de Jorge para notar intensamente aquel placer tan brutal. Cuando Julio vio que iba a correrse en vez de hacerlo dentro de mí, como se había hecho siempre, me la sacó y noté como su lechada me llenaba las nalgas y los riñones. Era una sensación extraña pero muy agradable. Tanto que me corrí otra vez mientras, ahora Jorge, me llenaba la boca con su esperma. A una voz de mi marido y sin dejarme reponer, me colocaron de espaldas sobre el sofá, cada uno de los hermanos me aguantó una pierna, abriéndomelas al máximo y entonces fue mi Jaime el que, puesto entre ellas, me la clavó en el coño empezando a joderme como nunca lo había hecho.
– ¡No sabes lo que me excita verte follar con otros hombres! – me decía mientras entraba y salía de mí con furia y los otros me sobaban las tetas, pellizcándome los pezones – ¡Te he visto gozar como nunca pero no te preocupes, me das tanto placer que voy a regalarte el coche!
Yo le oía entre nubes pues me estaba corriendo. Era increíble lo que estaba gozando. Me dolía todo el cuerpo pero quería más, quería sentir mi cuerpo lleno de leche de macho. Agarré las vergas de los dos hermanos y las fue chupando y lamiendo alternativamente mientras mi marido seguía golpeándome el coño, haciéndome correr casi sin parar. Cuando, por fin, Jaime se vació en mis entrañas, me dejaron descansar. Tomamos, yo un refresco y ellos unas copas. Hablamos de lo sucedido y mi marido, ahora con más tranquilidad, me confirmó lo del coche.

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Le besé en la boca, metiéndole la lengua hasta la campanilla mientras le masturbaba la arrugada y pegajosa polla. De nuevo estaba yo en el sofá, sentada entre los dos hermanos mientras mi marido permanecía en un sillón frente a nosotros. Pero lo suficientemente cerca para que mi mano llegara a su verga. Me entretuve un rato en acariciarlas las tres hasta lograr que se pusieran de nuevo bien tiesas. Me sentí muy orgullosa de ser una mujer tan caliente y de haber descubierto que tres pollas son mucho mejor que tres. Sonreí para mis adentros pensando que quizá cuatro aún lo fueran más. De pronto otra idea me asaltó. Mientras masajeaba aquellas pollas la medité con calma y al final decidí ponerla en práctica. Ahora o nunca, me dije.
Hice poner a mi marido tendido en el suelo, sobre la alfombra, con su gorda polla bien tiesa, apuntando al techo, me levanté y colocando un pie a cada lado de su cuerpo, me fui bajando hasta que la verga tocó mi coño. Me separé los labios con ambas manos y seguí sentándome hasta clavármela por entero. Bien metida en mis entrañas, alargué la mano y tirando de la de Jorge lo hice arrodillarse delante de mí. Me incliné y me la tragué, empezando a chupársela lentamente hasta que obtuve su máximo grosor. Entonces me la saqué, miré a Julio y le dije:
– Cuando esté chupando la polla de tu hermano mi culo quedará libre y espero que le des oportuna respuesta… lo tengo virgen pero creo que tu polla, la más fina de las tres, me hará menos daño.
La polla de mi marido al oírme, pegó un bote dentro de mi coño, le miré a los ojos sonriente y cogiendo la de Jorge comencé a mamársela esperando, con cierto temor, la enculada de Julio. Este, afortunadamente, no tuvo prisa. Primero se entretuvo en lamerme las nalgas, luego la raja y al final el ano. Su lengua relamía todo mi ojete proporcionándome un raro placer que me hacía distender, inconscientemente, aquel agujerito.

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Luego metió un dedo. Esta penetración, nada dolorosa, junto con las pollas de los otros dos en mis entrañas, me hizo lanzar un suave gemido. Julio se entretuvo en penetrarme el culo con aquel dedo hasta que metió dos. Tampoco dolía pero me sentía llena. Entró y salió, enculándome con ellos, un buen rato hasta que metió tres. Entonces gemí. Mi marido, al oírme, comenzó a levantar el cuerpo para hacer mover su verga en mi coño. Aquello anuló el leve dolor, cosa que aprovechó Julio para meterme, ahora, su fina polla.
Me hizo daño, eso sí, pero mucho menos de lo que yo esperaba. Grité, eso también es verdad, pero más de la impresión de tener algo metido en el culo que no por el sufrimiento que me causara. Ahora era el bocadillo perfecto, un bocadillo en el que yo era el relleno para tres hermosas vergas que me follaban al mismo tiempo. No sé las veces que me corrí antes de sentirme llena de leche por mis tres agujeros. La reunión fue un éxito y como es natural, la hemos venido repitiendo muchas más veces. Abierto mi culo, tanto Jorge como mi marido, y no digamos Julio, gozan de él tanto como de mi boca y de mi coño. Además tengo un cochecito precioso, a pesar de haber perdido la apuesta. Mi marido es un sol y cada día lo quiero más.
Besos para todos

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