Relato erótico
Me descubrió
Le gustaban las maduras y especialmente una vecina. Se las ingenió para conseguir unas bragas del tendedero y ella lo descubrió. Fue a verlo a su casa y…
Javier – Valencia
Tenía 20 años y siempre me había fijado en las mujeres maduras a las que admiraba por su cuerpo suntuoso al más puro estilo de la pintura flamenca. Mi vecina Lola era una de ellas y estaba dotada de un cuerpo que parecía la imagen de la diosa de la fertilidad, con unas tetas grandes, caderas anchas y un culo precioso. Siempre que había coincidido con ella se había mostrado muy cariñosa conmigo.
En una ocasión me la encontré en el portal de la casa descargando las bolsas de la compra mientras su marido, sin bajarse del coche, esperó a que Lola acabara de descargar para marcharse. Tan cariñosa como siempre ella me saludó, yo le correspondí con una sonrisa y me ofrecí para ayudarla a llevar las bolsas hasta la puerta de su casa.
Metimos todas las bolsas en el ascensor, quedando un espacio muy ajustado para que entráramos los dos, pero los dos pusimos mucha voluntad. Allí dentro el roce era inevitable y estábamos con un cuerpo pegado al otro.
Notaba su aliento en mi cuello, y me invadió la dulce fragancia que ella desprendía. La excitación que sentí fue tanta que me empalmé rápidamente, cosa que me violentó muchísimo, porque ella soltó una sutil sonrisa. Ese día no pasó nada más, salvo que al llegar a casa tuve que masturbarme pensando en ella y así empezó mi obsesión por ella.
Lola vivía justo debajo de mi piso y si me asomaba por la ventana del patio interior podía ver su tendedero, y mi tentación por conseguir una pieza de su ropa interior era superior a mí. Un día, mi obsesión por ella hizo que no me lo pensara dos veces. Cuando miré por la ventana vi que había tendidas unas preciosas braguitas de seda de color rosa. Até una percha de alambre a una cuerda y empecé a soltarla hacia abajo. Fui bastante hábil y en un par de minutos ya las tenía bien cogidas para que no se cayeran. De un tirón saltaron las dos pinzas que las sujetaban y ya eran mías. Las cogí y las examiné detenidamente. El tacto era muy sensual.
Me las llevé a la nariz para olerlas, estaban perfumadas y hacían muy buen olor pero, de repente llamaron a la puerta, escondí las bragas debajo de mi almohada y fui a abrir. Me quedé de piedra cuando al abrir la puerta me encontré frente a Lola. Intenté actuar con naturalidad, pero mis palabras titubearon al saludarla. Ella estaba sonriendo, me pidió un tazón de arroz y eso me calmó.
Mientras yo le llenaba el tazón me preguntó cómo me iban los estudios y le contesté que estaba de exámenes y que por eso me había quedado el fin de semana a estudiar en vez de bajar a Tarragona con toda la familia. Entonces ella se acercó hasta la cocina y me dijo:
– Yo también tenía que haber salido a comer con unas amigas, pero lo he tenido que cancelar porque las bragas que tenía que ponerme me las has quitado tú.
Supongo que por los nervios me puse a reír, y ella también lo hizo.
– Entonces, ¿no llevas nada debajo de la falda? – le pregunté.
– Sí, no llevo bragas.
Entonces ella me lanzó una mirada de complicidad y yo fui a cerrar la puerta, luego me acerqué a ella y la besé. Ella enredó sus manos con mi cabello y nos besamos apasionadamente. De nuevo me empalmé, pero esta vez, en vez de contestarme con una sonrisa, llevó su mano a mi paquete y me desabrochó los pantalones, yo le correspondí metiendo mi mano bajo de su falda y comprobé que efectivamente no llevaba bragas al encontrarme desnudas las nalgas de su culo y que, después de acariciarlas enérgicamente, deslicé mi mano hacia su coño. Acaricié su monte de Venus, muy poblado de pelos y enseguida metí un par de dedos dentro de su raja. Estaba muy mojada y me empapé los dedos de sus jugos vaginales para llevármelos rápidamente a la boca.
Mientras los estaba saboreando ella no había perdido el tiempo y se estaba ya metiendo mi polla erecta dentro de la boca. Su lengua juguetona untó toda mi polla de saliva y mientras yo le acariciaba la cabeza, ella empezó a moverla hacia adelante y hacia atrás al tiempo que miraba mi cara de placer y así estuvimos un rato hasta que le dije:
– Vámonos a un sitio más cómodo.
– Quiero hacerlo en el sofá del comedor – me contestó.
La cogí de la mano y la llevé hasta allí, me bajé los pantalones y los calzoncillos y me senté. Lola se arremangó la falda y se montó sobre mí con los pies encima del sofá y agachada.
Con su mano cogió mi polla y la condujo hasta su coño, entonces apretó con fuerza y la penetré. Lola cerró los ojos y suspiró profundamente. La agarré de las caderas y la ayudaba a subir para empujarla después hacia abajo, una y otra vez y cada vez más rápido hasta que sus suspiros se convirtieron en una respiración fuerte y acelerada al tiempo que debajo de su blusa notaba como sus tetas botaban alocadamente.
Entonces le desabroché la blusa frenéticamente mientras ella no paraba de botar. Tampoco llevaba sujetador y tenía unas tetas grandes y preciosas que agarré con las dos manos y las aprisioné. Sus pezones estaban erectos y acerqué mi cabeza para lamerlos y luego mordisquearlos ligeramente.
Ahora Lola estaba más dilatada y yo se la podía meter hasta el fondo, tenía los ojos cerrados y empezaba a gemir a la vez que empujaba contra mi más rápido y más fuerte, y yo en cambio, no podía dejar de mirar ni un segundo su cara de placer.
Parecía absorta pensando en lo que tenía metido entre las piernas, así que la agarré de nuevo de las caderas para ayudarla a conseguir su objetivo a la vez que arqueaba mi cuerpo tanto como podía para que entrara aún mejor y me agarraba fuerte a ella para intentar contener mi placer que pronto sería irrefrenable. Cerré los ojos y noté como todo mi cuerpo vibraba. Ella me susurró que quería que me corriera dentro de ella, empezando a agitar su culo hacia un lado y hacia otro, haciendo que las paredes cavernosas de su coño acariciaran el glande de mi polla de una forma deliciosa. Su cuerpo se contorneaba encima de mí y me provocaba un placer muy intenso. Sin poder aguantarme, le advertí que no tardaría en correrme y ella me contestó:
– ¡Sí, mi vida, yo también estoy a punto!.
Apoyé mis manos contra el sofá para poder impulsarme y tirar hacia arriba a la vez que ella bajaba con fuerza. Cada vez que chocábamos los dos soltábamos un grito conjunto que cada vez se volvía más fuerte y continuó, entonces yo cerré los ojos y grité:
– ¡Me corro!.
Entonces ella se aferró a mí mientras yo eyaculaba toda mi leche dentro de ella. Nos quedamos un par de minutos abrazados y sin movernos, yo metido dentro de su coño, disfrutando del calor que sentía en sus entrañas. Tras este breve descanso, le ofrecí ducharse y ella me lo agradeció con un beso. Nos desnudamos los dos y nos metimos juntos en la ducha. Con tanto ajetreo y frenesí no había podido contemplar detenidamente el cuerpo que hacía tanto tiempo deseaba ver desnudo y me quedé absorto mirándola mientras se enjabonaba y se me empalmó la verga de nuevo.
Ella ahora también parecía complacida al contemplarme desnudo, y me dijo que si aguantaba el tipo, ella tenía cuerda para rato. Salimos de la ducha, y sin apenas secarnos, nos dirigimos a la habitación de mis padres. Lola se tumbó en la cama y yo me puse de rodillas a su lado, empezando a besarle el cuello y después subir hasta la oreja y lamerle el lóbulo. A continuación me tumbé encima mientras ella recorría todo mi cuerpo con sus manos y me lo acariciaba y me decía entre suspiros:
– Cariño, estoy muy excitada.
Le metí la lengua dentro de la oreja y empecé a contornearla para lamerle todo su interior, entonces gimió y yo le susurré en la oreja si quería que la follara yo esta vez, y ella dijo:
– ¡Siií… siií… fóllame, cielo!.
Me puse de rodillas frente a ella, que separó ligeramente las piernas, la agarré por la parte superior de los muslos y le levanté un poco las piernas, contemplando su precioso coño abierto que estaba frente a mi y arrastré su cuerpo hasta pegarlo al mío y entonces puse mi polla, erecta y caliente, entre los labios de su coño. Lentamente empecé a menearme hacia adelante y hacia atrás, acariciando su clítoris con el prepucio.
Daba mucho gusto notar como mi polla se deslizaba y resbalaba por su húmedo coño y los labios acariciaban el glande de mi polla, notando como se le hinchaba el clítoris y se hacía grande, y entonces me ayudé con dos dedos para acariciarlo más deprisa. Ella, mientras, no dejaba de mirarme mientras se acariciaba los pezones y soltaba resoplidos. Su coño estaba a punto de caramelo, todo empapado, y entonces le eché las piernas un poco adelante y la penetré hasta el fondo de golpe.
Ella soltó un gemido y contrajo todos sus músculos.
No era fácil llegar hasta el fondo porqué ella cerraba mucho sus piernas, pero daba muchísimo placer y además ella cada vez gemía más y más fuerte. Al final me rodeó con sus piernas, me apretaba contra ella y yo levanté las rodillas de la cama para poder empujar con más fuerza. Se oía un chasquido cada vez que la penetraba porque chocaban mis huevos con sus nalgas con fuerza. Entonces su coño empezó a palpitar y exclamó:
– ¡Oooh… cielo, me corroooo…!.
Soltó un grito apasionado, yo me tumbé encima de ella y nos abrazamos. Su cuerpo se estremecía y temblaba, y su coño seguía palpitando todavía más fuerte con mi polla dentro sin que yo paraba de hacer el metisaca, mientras ella me decía:
– ¡Sigue, sigue… no te pares!.
Sin parar ni un segundo, suavicé el ritmo para besarla y hacerle arrumacos. Ella me sonrió y me dijo que era increíble y cuando su cuerpo dejó de estremecerse yo volví a incorporarme para poder metérsela mejor. Ahora mi polla se deslizaba muy suavemente dentro de ella y yo me moría de placer pero cuando noté que no aguantaría mucho más aceleré de nuevo el ritmo condicionado por mi excitación. La agarraba por la cintura y la empujaba fuertemente contra mi y entonces Lola volvió a resoplar y a gemir mientras decía:
– ¡Más, más rápido!.
Seguidamente cerró los ojos y soltó un gemido eterno y profundo mientras su coño volvía a palpitar enérgicamente. Yo empujaba entre sus paredes cavernosas que se contraían para correrme a la vez que ella, y así lo hice. En medio de su orgasmo yo derramé todo mi semen dentro de ella, luego me tumbé encima y nos abrazamos mientras nos revolcábamos hacia un lado y otro de la cama inmersos en un profundo placer. Nos pasamos algunos minutos tumbados en la cama haciéndonos arrumacos y caricias. Los dos coincidimos en que había estado genial y después ella me confesó que la primera vez, a pesar de haber estado muy bien, ella no había llegado, pero que había disfrutado mucho, pero que la segunda vez era, con creces, el mejor polvo de su vida, o al menos que ella pudiera recordar.
Yo también admití que no había sentido lo mismo con ninguna de mis novias.
En las navidades Lola y su marido se fueron a vivir a Las Palmas y no sé si nos volveremos a ver, pero durante estos dos últimos años Lola y yo nos hicimos amantes y lo pasamos en grande siempre en una relación de respeto, pasión y cariño. Y si una cosa me enseñó Lola, es que el sexo entre una mujer madura y un chico joven puede ser la cosa más grande y placentera.
Besos, Charo y felicidades por tus revistas.