Relato erótico

Me dejé llevar

Charo
12 de abril del 2020

Trabaja en una oficina y desde que se ha divorciado se ha dado cuenta de que los hombres se la miraban más. Según ella se creen que al estar sola eres una presa más fácil. Reconoce que hay un compañero que le gusta, pero está casado.

Esperanza – Logroño
Cuando empecé a trabajar en esa oficina, tenía 40 años y estaba divorciada después de 10 años de matrimonio. Se podría decir que fue un matrimonio bonito, pero se volvió monótono y ambos decidimos separar nuestras vidas por el bien nuestro.
En fin como les decía yo estaba divorciada y a los hombres les llama mucho la atención las mujeres divorciadas, porque según ellos son más fáciles de usar me entienden ¿verdad?, pero se llevaron muchos “cortes”
conmigo, porque aunque esté mal que yo lo diga, no soy una mujer de fácil convencer. Soy más bien dada a la cosa de “conquístame primero y luego de varias salidas veremos qué hacemos”. En varias oportunidades estuve tentada de salir aunque sea para divertirme un rato, pero me aterraba la idea de salir con hombres casados pero, lamentablemente, el mejor material masculino estaba “pillado”.
Pasó un año de trabajar en esa oficina entre flirteos y coqueteos, hasta que un día me di cuenta que uno de los que allí trabajaba, que estaba casado y que parecía bastante fiel a su mujer y fiel padre de familia, me llamó poderosamente la atención por su forma de ser, de tratarme. Cada vez que estaba a su lado sentía un terrible cosquilleo en todo el cuerpo y me di cuenta que a él le pasaba lo mismo. Un día nos fuimos de juerga cuatro compañeros, mi jefe, una amiga mía que por cierto estaba bastante enamorada de él, mi amor imposible y yo. Fuimos a cenar a un restaurante alemán, porque mi jefe era alemán y le gustaba mucho recordar su juventud, y después terminamos en una disco, estuvimos un tiempo prudencial divirtiéndonos sanamente y luego yo dije:
– Bueno, tengo que retirarme.
A lo que mi amor imposible, al que voy a llamar Guillermo, contestó muy gentilmente:
– Te llevo.
Solo pensar en subirme a su coche, fue para mí como si me estuviera diciendo “móntate aquí que te follo” y sentí un calor en el cuerpo que hasta el momento no puedo describir. Obediente me subí al coche y salimos para mi casa, Al subir una cuesta que había casi al llegar a mi casa, paró en seco el coche y me dijo:
– Lo siento, pero las ganas que tengo de hacer esto son muy grandes.
Inclinándose hacia mi, sentí su boca rozar la mía y no pude resistirme. Me colgué de su cuello y respondí con un beso apasionadísimo, no sé si producto del gusto que sentía por ese hombre o por la abstinencia sexual a la que estuve sometida por mucho tiempo.

Creo que había ambos sentimientos, pero con ese beso estuve a punto de hacer lo que ninguna mujer que se decía decente como yo hubiera hecho, por lo que un poco bruscamente le dije que no debía hacerlo, que su situación, que estaba casado y bla… bla… pero lo único que él dijo fue:
– Tú lo querías tanto como yo. Ambos estamos descontrolados y no tienes que cohibirte, siento como tiemblas en mis manos, siento como te estremeces cuando me acerco a ti en la oficina…
Tuve que admitirlo y romper con todos los escrúpulos que yo misma me había puesto encima.
– Ahora tengo que dejarte, me esperan, pero puedo invitarte a salir el domingo.
Los domingos ningún hombre bien casado o feliz sale de su casa, pero supongo que cuando se trata de tener una aventura inventan cualquier cosa. En realidad no me importó, lo único que yo quería es estar un momento a solas con ese hombre que me estrujaba los sentidos más íntimos. Llegó el domingo. Esperar ese día para mí fue como esperar un regalo en mi cumpleaños. Me encontraba en casa de una amiga, hasta que escuché el claxon de su coche, salí corriendo como si me estuvieran liberando de un encierro, me subí al auto como elevada por un pedestal, ni siquiera le pregunté dónde íbamos y cuando me di cuenta estábamos en la puerta de un motel.
Mi corazón latía tan apresuradamente que no tenía ni fuerzas para decirle nada, mi razón luchaba con mis deseos, hasta que nos vimos dentro de una habitación bonita, cómoda, con un enorme jacuzzi y todas las comodidades que te puede dar un hombre apasionado. De pronto sus manos rodearon mi no tan esbelto cuerpo. Tengo que reconocer que no tengo un cuerpo como todas las heroínas de los cuentos eróticos, más bien un cuerpo rellenito, pero eso sí mis méritos son tener dos hermosos, grandes y redondos pechos, acompañados de dos larguísimas y sexys piernas
Me rodeaban, como digo, sus manos y sus brazos. ¡Que sensación, que calor, que gusto! Estaba al borde del éxtasis. Con manos de experto iba desabrochando mi blusa, sin dejar de acariciar mi culo, que se estremecía de placer al sentir manos tan varoniles. Mi blusa cayó al suelo y sus ojos se agrandaron de placer al ver el espectáculo que le mostraron mis bien dotados pechos. Se puso de rodillas para, con su lengua, acariciar mi vientre y bajar con sus dientes mi falda que ya estaba casi del todo abierta. El placer hacía que mi corazón latiera cada vez con más fuerza y le pedía casi a gritos que hiciera conmigo lo que quisiera.
Al final me vi despojada de casi toda mi ropa, sólo quedaba para salvar la poca decencia que quedaba en mí, una braguita pequeña que dejaba ver mi tímida y bien guardada raja, pero él estaba tan ansioso de mí que sus manos no dejaban de acariciar y estrujar mis pechos.

Mis pezones estaban tan duros que no sentía ningún dolor cuando él los masticaba como si se tratara de un suculento bocado y su lengua los recorría una y otra vez.
Yo ya me había encargado de sacarle toda su ropa y nos encontrábamos tendidos en la cama. ¡Que buen trabajo hacía conmigo! Sus dedos dejaron un momento mis ansiosos pechos para bajar a mi vientre y luego uno a uno se encontraban acariciando mi raja la cual, a esas alturas, se encontraba húmeda y loca por ser penetrada por ese hombre tan bien dotado. Sus dedos acariciaban mi clítoris y lo masturbaban. No podía razonar, le gritaba que me penetrara, que acabara con esa agonía a la que me tenía sometida, pero él no iba a dejar que ningún lugar de mi cuerpo dejará de gozar de tan enorme, poderoso e inenarrable placer.
Empezó a bajar poco a poco de mi vientre a mis pies. Su boca se encontraba chupando uno a uno los dedos de mis pies y de pronto, lamiendo mis piernas, sintiendo su cabeza entre mis muslos, separó mis piernas y con su riquísima lengua empezó a comer mi coño. Estaba tan sediento como yo. Su respiración era caliente y me transmitía ese calor hasta el interior de mi vientre. Sentía como su lengua entraba y salía de mi raja, chupando, mordiendo e invadiéndome de todo ese placer que sólo un amante sediento sabe dar. De pronto se sentó frente a mí y separando mis piernas puso su gran polla erecta, caliente y dura en mi entrada toda mojada y chorreando mis jugos, como si hubiera tenido diez orgasmos. Con todo ese chupeteo, no pude contener el sentir ese miembro todo hinchado y caliente en mí, y levantando mis caderas, introduje todo ese portento dentro de mí. Lo oí gritar de placer. Arremetió contra mí una y otra vez, no dejando ningún lugar dentro de mí sin tocar.
Nuestros movimientos eran como si un terremoto los estuviera guiando, sus manos no dejaban de estrujar mis pechos y yo no dejaba que ningún movimiento de sus caderas se escapen del compás de las mías. De pronto sentí cómo toda su leche caliente invadía mi vientre. Mi coño se estremeció de tanto calor y empezó a sentir unos hermosos espasmos de placer. Todo mi cuerpo se estremecía por el éxtasis y el orgasmo que estaba sintiendo. Esto duró unos cuantos segundos como dura todo lo bueno en el mundo, luego nos dejamos caer en la suave cama y él, con todo el cariño que puede sentir un amante por su pareja, me abrazó y acarició la cara, indicando que todavía no había sido suficiente.

Estuvimos así repitiendo esa misma hazaña por casi cuatro horas, porque no podía dedicarme más tiempo pues, ya sabéis, estaba casado. Esa fue la primera vez que salí con mi hombre ideal, pero más adelante os contaré nuestros otros encuentros íntimos, que fueron muchos y aún más excitantes.
Besos y abrazos hasta entonces.

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