Relato erótico
Me cautivó
Celebraban los diez años de casados y habían reservado la suite en un hotel. En cuanto entró le llamó la atención una mujer, de hecho, lo cautivó.
Eduardo – Palma de Mallorca
La primera vez que la vi me quedé completamente hipnotizado. Ya sé que esto puede parecer irreal, pero fue así, la imagen de aquella mujer que guardo desde entonces en mi mente nunca la podré olvidar…
Aquella tarde lluviosa en el mes de agosto, mi mujer y yo llegamos a la recepción del hotel donde teníamos reservada una suite para celebrar nuestros diez años de casados.
Estábamos charlando con el recepcionista sobre las actividades que había en el hotel, cuando de repente apareció ante mis ojos una auténtica preciosidad de esas que te dejan planchado y anonadado.
Lo primero que sentí de ella fue ese olor a perfume suave. La segunda cosa fue su dulce voz al pedir la llave de la habitación. Nada más olerla y oírla, mi siguiente percepción fue admirarla, ahí estaba, tan hermosa… Su cabellera negra, esos labios gruesos, una nariz respingona, aquella blusa que resaltaba un poderoso pecho que desafiaba las leyes de la gravedad y que decir del culo, con unos impresionantes muslos embutidos en vaqueros que acababan con unas sandalias de tacón fino.
Recuerdo como tuve una tremenda erección con tan solo mirarla, en ese momento hubiera entregado mi alma al diablo por estrecharla entre mis brazos.
La insinuante mirada que me dirigió y su sonrisa acabaron por hechizarme, tanto fue así que me quedé embobado mirando cómo se iba. Mi mujer, que no es tonta, se percató de mi descarada observación a aquella maravilla de mujer y no hizo falta que dijera nada, tan solo un morrito y el ceño fruncidos.
Aquella imagen de ella no se me borraba de la cabeza. No tuve que esperar mucho para volverla a ver… Una vez que Carmen y yo nos habíamos acomodado en la habitación. Recuerdo como sin haberla visto, mi instinto hizo que volviera la cabeza hacia el final de la barra para descubrirla de nuevo.
Su silueta de perfil sentada en un taburete la hacían escandalosamente deseada. Sus labios bordeaban una pajita dentro de una copa donde degustaba una bebida exótica de un color fucsia.
Después de acabar su bebida, se levantó con gran sensualidad del taburete, se dirigió hacia mí. Notaba como el corazón quería salirse de mi pecho, estaba a punto de reventar al igual que mi aprisionada polla bajo el pantalón que pedía ser liberada cuanto antes. La imagen de sus muslos avanzando y chocando entre sí cada vez más cerca, me hacían enloquecer. Lo triste llegó cuando pasó de largo y solo quedó en mí, su olor y una imborrable imagen de aquel monumento andante.
Esa misma noche, en el pub del hotel apareció de nuevo.
Estaba en la barra cuando apareció en lo alto de la escalera con un vestido blanco largo hasta los pies, ceñido a su cuerpo, tanto que sus curvas se veían aún más vertiginosas. Estaba ahí de pie frente a todos, como desafiante, mostrando su belleza. Se sentó en la barra dejando una raja en su vestido donde asomaba uno de sus morenos muslos. Su deslumbrante sonrisa y su linda mirada se dirigieron a un pobre pecador como yo, me estaba martirizando.
Pidió una bebida y mientras esperaba, sus pies acompasaban el ritmo de la música mientras miraba distraída hacia la pista de baile. Estando en ese ensimismamiento, la voz de Carmen, mi mujer, me preguntó:
– Te gusta… ¿no?
Mi reacción fue más que de evidencia y casi no supe que responder.
– ¿Cómo? ¿Eh? no, no…
– Ja, ja, ja, ¿cómo que no?, pero si te la estás comiendo con la mirada. Normal, es muy guapa y tiene un tipo de miedo, eso salta a la vista. ¿Por qué no te animas y le invitas a bailar? – me dijo.
– Pero Carmen… ¿cómo me pides eso?
– ¿Acaso no lo deseas? No seas tonto hombre, sácala a bailar, me gustará
verte.
En el transcurso de la conversación, otro se me adelantó y la sacó a bailar, algo que terminó con toda posibilidad. No me atreví a comentar nada más sobre aquella chica durante toda la noche.
A la mañana siguiente y siguiendo las instrucciones de uno de los recepcionistas del hotel, acudimos a una pequeña playa apartada, completamente solitaria, donde mi mujer podría hacer topless sin que nadie la molestase y al mismo tiempo me sirviera a mí para olvidarme de la obsesión que me martirizaba sobre aquella chica.
No me lo podía creer, justo cuando llegamos a la playa y nos quedamos tomando el sol, apareció ella. Para colmo se acercó hasta donde estábamos nosotros y nos saludó con su simpática sonrisa y agitando su mano cariñosamente como si nos conociera de toda la vida.
Extendió su toalla, se desprendió del pareo y apareció su fantástico y alucinante culo con un mini tanga rosa. Al agacharse me mostró a tan solo un par de metros de mí, unos muslos perfectamente torneados y como aquella diminuta braguita se introducía dentro de su redondo trasero. Mi erección fue una vez más, incontrolable. A continuación se despojó del sujetador del bikini y se quedó en topless. Yo quería morirme, no me lo podía creer. Con lo grande que es el mundo y sobre todo aquella zona, parecía que me estaba persiguiendo ella a mí en vez de al revés.
La miré, me miró, la sonreí, me sonrió. Cuando me quise dar cuenta y volví la mirada hacia donde estaba mi mujer, entendí que se había dado cuenta de todo. Yo no sabía dónde meterme, aquella situación era muy comprometida y estaba totalmente azorado. Me temblaba todo el cuerpo, no podía evitar la erección bajo mi bañador ni disimular lo apurado que estaba ante la situación.
– ¿Qué pasa cariño? ¿Estás incómodo? -preguntó mi mujer
– Sí, lo siento
– No, no lo sientas, es algo natural y no se puede luchar ante eso.
Sus palabras no dejaban de confundirme y no estaba muy seguro de por qué me decía todo aquello, estaba desorientado.
– Dime, ¿no te gustaría hacer el amor con ella?
– ¡Pero Carmen! , creo que te has vuelto loca – contesté con cierto enfado, aunque en el fondo era eso lo que más deseaba…
– Para nada, cariño, lo que más deseo en este momento es que seas feliz y que disfrutes.
Las palabras de mi mujer me desorientaban y no sabía muy bien de qué iba todo aquello…
Mientras tanto aquella preciosa chica se dirigía a darse un baño y yo no me perdí detalle. Después de nadar y jugar un rato en el agua, volvió a su toalla y se secó mientras me miraba y sonreía. Yo parecía estar atrapado en un juego maléfico entre dos mujeres: una me torturaba con sus movimientos más sensuales y la otra con sus intencionadas palabras.
Recogió sus cosas, se colocó un vestido corto y marchó. Después de ella nosotros recogimos nuestras cosas y nos dirigimos a comer.
Aquella tarde tras comer y mientras mi mujer y yo nos encontrábamos en la habitación del hotel viendo la tele e intentando apaciguar el calor sofocante con el aire acondicionado de nuestra suite, llamaron a la puerta. Fui a abrir y cuando al otro lado me encontré con ella, creí que me a dar algo.
Mi mujer la invitó a pasar con toda la naturalidad del mundo. Se dieron dos besos como si fueran grandes amigas y la tomó de la mano para acompañarla hasta el borde de la cama donde la invitó a sentarse. Le ofreció una copa que aceptó con su seductora sonrisa. Yo no podía creer que todo aquello estuviese sucediendo y más cuando me ofrecieron una copa y estábamos los tres brindando, sin saber todavía muy bien por qué.
El siguiente paso de mi mujer fue el de poner música sugerente, al tiempo que se apretujaba contra mí, mientras colocaba mis manos sobre su cintura y me besaba en el cuello. Comenzamos a bailar delante de nuestra preciosa invitada. Los movimientos de Carmen denotaban una tremenda excitación, algo que se había apoderado del ambiente.
Entonces tomando mi mano y la de aquella impresionante mujer nos unió para continuar con el baile. Cuando sentí su cuerpo caliente pegado al mío creí morirme y cuando sus tetas me oprimían el pecho, mi pene quería salirse del pantalón, algo que ella percibió y que no le disuadió de separarse de mí, sino todo lo contrario y cuando quise darme cuenta, nuestros cuerpos estaban fundidos bailando.
Estaba en la gloria. Me encontraba en la habitación de un hotel, con mi mujer y una joven desconocida a la que tenía enredada entre mis brazos muy pegadita a mí, una hermosa mujer que me había vuelto loco desde el primer día
Sin apenas darme cuenta y cuando me giré para ver a Carmen, me di cuenta que estaba desnuda. A continuación separó a aquella chica de mi cuerpo y se colocó frente a ella. Lentamente y como si de un rito se tratase fue despojando a aquella joven de su vestido. De pronto su única prenda cayó al suelo y quedó al igual que mi mujer, completamente desnuda.
Las manos de Carmen comenzaron a acariciar aquel cuerpo. Estaba pegada a la espalda de la chica y una mano acariciaba sus pechos por los costados mientras la otra jugueteaba con su ombligo.
– Desnúdate cariño – me ordenó.
Como un autómata me fui desnudando hasta despojarme de toda mi ropa y quedar despelotado igual que ellas. Mi erección era mayúscula, algo que hizo que esa mujer mirara mi polla con deseo mientras se mordía los labios.
– Mira qué labios – me decía mientras le metía el dedo índice en la boca y la chica lo chupaba como si fuese un rico caramelo.
Después Carmen bajó su mano dibujando su silueta hasta rozar su sexo ligeramente con sus dedos. Mi mujer me invitó a unir mi cuerpo al de ellas.
Nuestros tres cuerpos chocaron y comenzaron a acariciarse por todos lados, notaba como mis manos buscaban ese nuevo y desconocido cuerpo y otras manos abarcaban el mío recibiendo un placer tan intenso que me hacían perder la orientación de todo.
Carmen le ordenó a la chica que se arrodillara y esta se agachó frente a mí, me agarró dulcemente la polla y comenzó a masajearme al tiempo que con la otra mano rozaba mis huevos. Sacó su lengua y jugueteó con ella sobre mi glande proporcionándome un gusto tremendo y poco a poco se fue metiendo todo mi miembro en su boca y saboreándolo lentamente comenzó a mamarme como nunca lo había hecho nadie. Carmen se sentó en la cama y se limitó a observar, parecía estar disfrutando y aprovechaba para rozar con sus dedos su mojado chochito.
Justo cuando estaba a punto de correrme, se incorporó y comenzó a besarme pegando su cuerpo al mío, sus manos no dejaban de acariciarme, sobarme y pellizcarme por todo el cuerpo, sus uñas rozaban mi espalda con un deseo que me dejaba atontado.
Se tumbó en la cama, abrió sus piernas y sus brazos y ofreciendo un espectacular cuerpo desnudo me invitó a tumbarme sobre ella, y me limité a obedecer. La chica tomó mi miembro y se lo metió dentro de ella. Un sensual jadeo pronunciado por ella hizo que mi polla creciera dentro y comencé a follarla como nunca mientras ella susurraba, gritaba, gemía.
En apenas dos minutos me corrí, disfrutando de un polvo que nunca podré olvidar.
Sin separarme de ella noté que Carmen estaba tras de mí besando mis muslos, luego mis huevos y finalmente sacando su lengua me chupaba por todo el culo, algo que hizo que tuviera otra erección casi inmediata. Continué follando durante toda la tarde a aquella chica y mientras ella descansaba mi mujer ocupaba su lugar. Fue increíble, hasta que mi cuerpo dolorido y mi polla exhausta dejaron de funcionar. Los tres nos quedamos dormidos, desnudos y abrazados.
A la mañana siguiente aquella impresionante mujer me despertó con un beso en los labios y me susurró al oído:
– Feliz aniversario. Espero que no lo olvides nunca.
Se dirigió hacia la puerta, se giró y guiñó el ojo…
Saludos