Relato erótico
Masaje sorpresa
Va tres días a la semana al gimnasio, le gusta mantenerse en forma. Aquel día le informaron que habían incorporado una cabina para masajes. El propietario le dijo que podía probarlo gratis, como era de esperar dijo que sí.
Susana – MADRID
Me llamo Susana, tengo 24 años, vivo en Madrid y soy de mediana estatura, delgada, con el cabello castaño oscuro, que llevo largo y lacio, ojos negros, una boca sensual, los pechos excesivamente grandes para mi gusto aunque bien formados, una cintura estrecha y un culito respingón. Lo que ahora voy a contar me sucedió el mes pasado y eso me hace pensar que, a pesar de todo, soy muy ingenua, una tonta diría o que disfruto con este tipo de situaciones, o las dos cosas a la vez.
Aquella mañana fui al gimnasio, que queda a la vuelta de mi casa, como hago tres veces por semana. Voy por la mañana por que habitualmente hay poca gente, no más de cuatro o cinco personas y casi siempre varones.
Ese día, después de terminada mi rutina, el profesor me dijo que habían incorporado a un chico que hacía masajes y para que lo conociéramos, la primera vez que aceptáramos el masaje sería gratuito para los clientes habituales del gimnasio.
Me pareció bien y quise probar. Fui a donde me indicó, una salita pequeña el la que había una camilla y un biombo. Esperé unos segundos y apareció el masajista que, para mi sorpresa, era un joven negro con un cuerpo muy bien formado que vestía una camiseta que dibujaba todos los músculos de su torso y unos pantalones de gimnasia holgados. Me resultaron llamativas sus manos enormes.
Me indicó que fuera tras el biombo, que me quitara la ropa y me pusiera una toalla que allí iba a encontrar. Por como hablaba parecía extranjero, tal vez brasileño.
Me recosté en la camilla boca abajo cubierta solo con la toalla. Primero me pasó un aceite por el cuerpo y luego empezó a frotarme con firmeza. Comenzó por mi espalda, más precisamente por los hombros y fue bajando hasta la cintura. Era realmente placentero sentir sus manos fuertes masajeando mi cuerpo. Era como una caricia. Al llegar a la cintura cambió y fue por los pies y las piernas.
Primero iba todo bien, pero después separó mis piernas y me pasaba sus manos desde los tobillos hasta los muslos por la parte interior llegando hasta rozar mi coñito, lo que me puso la piel como de gallina y al cabo de un rato estaba toda mojada.
Cuando se dio cuenta, cosa nada difícil pues mis jugos mojaban el interior de mis muslos, me quitó la toalla que me cubría y comenzó a masajearme el culo mientras me decía que tenía una piel bárbara y un cuerpo hermoso, que le daba gusto hacer su trabajo y cosas así.
Al cabo de unos momentos en que yo estaba ya realmente excitada, me hizo dar poner boca arriba y comenzó, con una mano, a acariciarme los pechos y al poco rato, a chupar mis largos pezones que enseguida se endurecieron mientras con la otra mano me la pasaba por el coño y empezaba a meter sus enormes dedos dentro, lo que hizo que me llenara aún más de jugos.
Sin decir palabra, tomó una de mis manos y la deslizó dentro de su pantalón hasta que me encontré con su miembro. No lo vi, solo lo tenía en mi mano, pero me resultó gigantesco. Sin dejar de jugar con sus dedos dentro de mi coño, dirigió mi mano, que tenía agarrado su miembro, hacia fuera del pantalón y pude comprobar que era un arma tremenda, enorme, una cosa negra, muy gruesa y muy larga y que ya estaba erguida.
Entonces hizo que me la llevara a la boca y casi sin darme cuenta, comencé a chuparla, mientras subía y bajaba mi mano por su tronco haciendo que saliera fuera su cabeza y así como estaba acostada, de costado y bastante incómoda, me las arreglaba para pasar mi lengua desde sus huevos hasta la punta del capullo. Era realmente muy sabrosa, no sé, distinta.
Cuando los dos estuvimos “a punto”, se situó a mis pies, tiró de mis piernas con fuerza de modo que quedé apoyada con el culo en el borde de la camilla y las piernas colgando y me la fue metiendo, por suerte, despacito. Metía un poco y la sacaba y la vez siguiente un poco más hasta que estuvo toda dentro y entonces levantó mis piernas de modo que quedaron apoyadas en sus hombros.
Era terrible la sensación de sentirla hasta la garganta y como me tenía agarrada por los hombros para darse impulso, cuando bombeaba yo tenía la impresión que me iba a salir por la boca. Era tremendo lo que gozaba y comencé primero a jadear pero luego a pegar alaridos de placer pero él, entonces, me tapó la boca con la toalla para amortiguar el escándalo. Me corrí enseguida, tuve un orgasmo tremendo del que me di cuenta por los jugos que bañaban alrededor de mi coño, pero el negro estaba todavía en lo mejor y seguía bombeando, como si me estuviera cabalgando.
Yo sentía su jadeo y su aliento al lado de mi cara y él, de vez en cuando, besaba mi cuello y mis pechos. Así tuve mi segundo orgasmo pero el negro seguía hasta que, cuando se dio cuenta por mis gritos, paró y la dejó dentro un rato hasta que yo terminé.
Entonces me levantó como si fuera una pluma y me dio la vuelta para que quedara igual pero boca abajo. Yo estaba en el mejor de los mundos y no me di cuenta que me había atado las muñecas por la espalda. En realidad me percaté, pero no podía pensar en nada y mucho menos hacer algo. Tampoco había observado que por los gritos que había lanzado al correrme, se habían acercado el profesor y las otras cuatro personas que estaban en el gimnasio.
Una vez que me ató, comenzó a pasarme la lengua por mi culo y a meter uno sus dedos por el agujerito. Quise resistirme porque, si bien yo lo había hecho por el culo, tengo un agujerito no muy grande y me duele. Y además con semejante miembro me daba miedo. Le dije que parara, que ya estaba bien pero no me hizo caso.
– Mira – me dijo – yo aún no me he corrido y tu culazo me tienta, además los muchachos quieren ver como te rompo el culo. ¿No es cierto,chicos? – les preguntó.
Obviamente los otros se relamían y contestaron que sí, diciendo cosas como:
– Dale duro a esa zorra… reviéntala, haz que la sienta en su culo.
Giré la cabeza y entonces los vi detrás de mí. Eran cinco además del masajista negro, todos sudados y excitados. Veía sus caras llenas de lujuria y las manos en sus miembros, pajeándose. Por fin el negro se decidió, escupió en la mano y se pasó la saliva por la punta de su polla. Le brillaba, una cosa enorme, negra y brillante y esta vez, sin tomar precauciones, me pegó una fuerte palmada en el culo y me metió ese enorme pedazo de carne negra y dura, que parecía de piedra, de golpe. Yo pegué un grito tremendo. Él la sacó y la volvió a meter por lo menos tres veces más y a la tercera yo me había acostumbrado.
Me empezó a cabalgar sujetándose en mis hombros por un buen rato hasta que se corrió y toneladas de leche me llenaron el recto cayendo, relajado sobre mis espaldas. Yo creí que me moría. ¡Que orgasmo! Cuando la sacó, desató mis manos y se colocó al lado de mi cara. Volvió a tomar mi mano para que se la agarrara y me dijo:
– Pásale la lengua hasta que quede bien limpia.
Yo no quería, porque estaba muy sucia, pero tiró fuerte de mis cabellos y sentí que debía hacerlo por lo que no paré hasta que no le chupé hasta la última gota de semen, quedando su verga como si nada hubiera pasado nada.
Cuando terminé, ya tenía a mi profesor apuntándome con su polla mi boca y uno de los hombres que observaron lo que el negro me había hecho, ya estaba acomodando su verga en mi culo, ardiente y dolorido nuevamente.
Tuve que chuparles las pollas y llenarme la boca con la leche de los otros cinco, que me follaron varias veces por el coño y por el culo, pero yo estaba demasiado agotada para resistirme entre la sesión de gimnasia y “los masajes” del negro estaba agotada y encima estaba muy sensibilizada por lo que sentía un montón.
A lo mejor ni loca lo hubiera hecho con alguno de ellos, y menos con uno que era bastante viejo y tenía un miembro que parecía una pierna, pero en esa situación, dominada y a merced de esos hombres, todos me parecían maravillosos.
En muchos días no volví al gimnasio, me dolía todo el cuerpo, pero pienso ir mañana.
Ya os contaré lo que ocurra, si es que ocurre algo.
Besos.