Relato erótico
Más vale tarde que nunca
Su matrimonio, sexualmente hablando, era un fracaso. Necesitaba más y su mujer no se lo proporcionaba. Compro la revista Clima y encontró a una mujer que era exactamente lo que estaba buscando. La historia sigue y dice que ahora es feliz
Mario – Barcelona
Esto que voy a contar, es una historia real, que me ha sucedido, desde el mes de Enero y que actualmente sigue en plena actividad.
Tengo 60 años, estoy casado hace 35 años y debo confesar tristemente, que mi vida sexual con mi esposa ha sido un fiasco. A mí me gusta el sexo, con todas sus variantes (menos con hombres). Para mi esposa, hija única y tal vez criada en un ambiente de soledad, sin amigas ni amigos, el desconocimiento del placer sexual ha sido total y jamás, en todos estos años de matrimonio ha consentido cualquier variante, que no fuera la penetración por mi parte. Penetración, por otra parte, puramente biológica y procreativa.
Nunca ha querido hablar de sexo. Creo que es un fiel reflejo de la represión que vivimos, y que tan bien ha funcionado en mi esposa. Yo, cuando me casé, no lo sabía. De novios aunque permitía los besos, no me dejó jamás rozarle, ni tan siquiera, sus hermosas y turgentes tetas. Mucho menos sus bajos. Yo pensaba que era castidad de novia y que todo vendría después.
Pues no. Me equivoqué. Después vino lo que les he contado al principio. Ahora, vivimos como dos hermanos, con la única diferencia de que dormimos en la misma cama.
Siempre me han gustado mucho las mujeres. He follado muchísimo, con toda clase de mujeres, delgadas, gordas, tan gordas que por delante no se la podía meter y tenía que ser por detrás, guapas, feas, en fin todo un elenco de personajes femeninos. En todo este folleteo, se incluye el tiempo en que estoy casado.
Pero mi deseo, ha sido siempre, encontrar una mujer que me quisiera y que además le gustara el follar y los juegos anejos.
Desde años, he leído las secciones de contactos de diversas revistas, y me suscribí a vuestra maravillosa revista, y digo maravillosa, porque aquí encontré lo que quería. Yo no buscaba una mujer solamente para sexo. Quería una amiga con quien compartir cosas que no se pueden decir a nadie, ni siquiera a los amigos.
Por fin, la suerte me sonrió, y solicité el teléfono de la mujer que parecía estar hecha a mi medida. La llamé a la hora indicada. Yo le dije que estaba casado. Ella me dijo que era soltera, pero no virgen. Que vivía sola y por lo que pude entender, buscaba lo mismo que yo. Que estaba deprimida y necesitaba la ayuda de una persona cariñosa y amable con quien compartir algunos momentos de su soledad.
Quedamos para el sábado por la tarde para conocernos. Nos dimos algunas señales para reconocernos y por fin, nos vimos. Era alta, bien formada y estaba un poco atemorizada (según me contó después y bastante arrepentida del arranque que había tenido al poner el anuncio).
Ahora, ya no.
Le expliqué que como casado y vida más o menos sujeta a horarios fijos,
nuestros encuentros, si es que se llevaban a cabo, serían cortos pero intensos. Ella me comentó, que por fuerza habían de serlo, pues su horario de trabajo diario era hasta las 19,30 horas y también la limitaba.
Nos sentamos en una terraza, hablamos de nuestras cosas y poco a poco se fue rompiendo el hielo.
La dejé cerca de su casa, y quedamos para el próximo sábado. Fue más o menos como el anterior, pero más relajado. Había conseguido su confianza de tal manera que la próxima cita sería en su casa.
Llegó el día deseado, entré por primera vez en su casa, algo nerviosillo, como si de un novio se tratara. No besamos tímidamente en la mejilla y nos sentamos en el sofá. Hablamos de cosas intranscendentes, hasta que en un momento dado le pasé el brazo por los hombros sin que hubiera resistencia.
La atraje hacia mí, y la besé en los labios. El beso fue largamente correspondido. Pasé la mano por su espalda y la acaricié suavemente hasta llegar al cierre del sostén, que desabroché. Se quitó la camiseta que llevaba y sus pechos no muy grandes, pero sí en su sitio, salieron a la luz de la tarde. Los cogí con una mano (estábamos sentados) acariciando uno y después otro. Los pezones se endurecían y agrandaban por momentos. Nos pusimos de pie. Me quité la camisa y apreté suavemente sus pechos contra mí. Le acariciaba la espalda hasta llegar al límite de las bragas y metiendo los dedos en la rabadilla. Ella, nerviosamente quería quitarme el cinturón.
Así de pie, yo le quité la falda y las bragas y ella me quitó los pantalones y el slip. Apretamos nuestras pelvis con fuerza. Bajé la mano hasta su chocho y estaba súper mojado. Le metí un dedo y froté suavemente. Ella se iba. Cerraba los ojos y echaba la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados. Subía y bajaba aceleradamente.
De pronto, me cogió de la mano y me llevo a su dormitorio.
La senté al borde de la cama, con los labios y lengua unidos, tocándole los pechos con las manos. Nuevamente mi mano descendió hasta su limpio y bien cuidado coñito y volvió a acariciar su clítoris. Cuando yo la vi jadear de tal manera y mover la cabeza de un lado a otro la puse hacia atrás con las piernas colgando. Se las puse al borde de la cama y empecé a besar y lamerle los muslos por la parte interior, las ingles, el ombligo; todo menos el clítoris. Cuando ella ya había tenido varios orgasmos, acaricié con la lengua su pepita de oro. Yo tenía las manos encima de la cama cogidas fuertemente por las de ella y sabia cuando se corría. Chupe, besé, lamí y mordí todos sus bajos. Cuando ya estaba casi fuera de sí, cogí mi polla para introducirlo en su chocho. Me la quitó de las manos y ella misma se la introdujo hasta el fondo dando un ligero grito de placer.
Tuvo un gran orgasmo y yo una gran corrida, de la que no me arrepiento. Después estuvimos un largo rato en la cama, descansando de la batalla, hasta que llegó el momento de irme. Toda la ropa estaba por el suelo, pantalones, bragas, sostén, slip, camisa, camiseta como resultado del encuentro. Cogí mis ropas del suelo y me vestí. A la hora de la despedida, había en el descansillo de la escalera unos vecinos que se estaban despidiendo. Esperando que se fueran, volví a besarla y a apretarla. Empezó a calentarse otra vez. Su chocho estaba otra vez mojado y mi polla tiesa. Como aun no llevaba bragas, le levante el vestido, me bajé los pantalones y allí, de pie, a un metro escaso de sus vecinos, separados únicamente por la puerta se la metí nuevamente en el coño. Ella subía y bajaba alocadamente. Nos corrimos silenciosamente los dos. Yo he encontrado lo que durante tantos años he buscado. Me ha llegado un poco tarde. Pero, nunca es tarde si la dicha es buena.
A los que estén en mi situación, les digo que no desesperen. Cuando menos se lo esperen surgirá la felicidad siempre tan buscada. A mí me ha sucedido y así lo cuento.
Debo decir, que la historia continua, y que todos los sábados tenemos la misma agradable situación.
Un beso y gracias por seguir al pie del cañón y darnos la oportunidad de conocer a las personas que “necesitamos”.