Relato erótico

Más que una película

Charo
17 de enero del 2020

Su novia, además de guapa es muy caliente. Aquel día le dijo que quería ir al cine a ver una película de un director japonés. La idea no le entusiasmo pero, le dijo que ningún problema. No recuerda de que iba la película pero, fue una tarde bestial.

Daniel – Madrid

Mi novia, Julia, bien podría aparecer en el diccionario bajo la palabra “cachonda”. Es guapa sin parecer una modelo, baja, pelo moreno, preciosos ojos azules claros, y unas tetas, para mí, duras y más que grandes. Sin embargo, lo que más destaca en ella hacia mí, al menos espero que solo hacia mí, es su actitud con respecto al sexo.
Comenzamos a hacerlo a los pocos meses de estar saliendo, y en cuanto cogió verdadera confianza conmigo en este aspecto, me mostró una cara de ella que no conocía.
Hace unas semanas Julia me dijo que quería ir al cine a ver una película rara de no-sé-qué director japonés que yo no conocía. Fuimos en mi coche, porque el cine quedaba algo lejos y hacía frío. Llevaba puesto un conjunto blanco, un pantalón fino que transparentaba ligeramente un tanga blanco también, y un top, también algo transparente, sin hombros que dejaba al aire su ombligo. Iba preciosa, pero me extrañó que yendo al cine no se pusiera falda, ya que no son pocas las veces que viendo alguna película me pide que la masturbe.
Durante todo el camino se estuvo quejando de lo incómodo que era el sujetador nuevo que llevaba puesto. La verdad es que era bonito, pero la cantinela que me dio en el coche llegaba a ser molesta.
Cuando entramos apenas había gente en la sala. Nos sentamos casi al fondo, en un buen lugar y en cuanto lo hicimos, ella me dijo:
– No aguanto más este sujetador, espera que ahora vengo.
Tras esto, se levantó y salió de la sala. Cuando volvió, la sala estaba ya a oscuras, pues comenzaba la película. Volvía sin el sujetador. Al sentarse a mi lado le pude ver todo el pecho a través de su generoso escote. Eso me puso a mil, pero me contuve, pues parecía que estaba muy interesada en la película. Al final le pasé el brazo por el hombro y ella, recostando la cabeza sobre el mío, me dio un beso, susurrándome al oído:
– Tengo que confesarte algo y es que realmente ni sé de qué va esta película.
– ¿Entonces para qué hemos venido hasta aquí y hemos pagado esto? – la miré extrañado y le contesté, algo enfadado.

– Espera un poco, que tengo una sorpresita y seguro que te gusta.
Me dio otro cálido beso en el cuello, y guió la mano que tenía en su hombro por dentro del top. Al no tener hombros era realmente fácil, y empecé a acariciarle los pechos. Al pellizcarle los pezones ella empezó a besarme y lamerme el cuello con más fuerza. Mi polla estaba comenzando a endurecerse bajo los vaqueros y le puse la mano sobre mi paquete, pero, sonriendo, dijo:
– Hoy voy a ser más cruel que nunca con tu pajarito, cariño.
Quitó la mano, no queriendo saciar un poco mi excitación y se desanudó el cordel del pantalón, me besó la palma de la mano que no estaba trabajando sus tetas, y me susurró que ahora venía la sorpresa. Abrió el bolso, ¡y me puso su tanga en la mano! ¡La muy guarra se había quitado las bragas al ir al baño! Ni que decir tiene que mi polla pegó un salto monumental, pero lo mejor estaba por llegar. Se metió el tanga en el pantalón y me dijo, con voz insinuante:
– Búscalo.
Al meter la mano tuve la sensación más excitante de mi vida. Estaba en el cine, con la mano derecha en la teta de mi novia, que no llevaba nada de ropa interior, y la izquierda notaba ¡que se había afeitado el coño! No le quedaba ni un solo pelo. No lo había hecho nunca, a pesar de que se lo había pedido muchas veces y hoy lo llevaba completamente rasurado.
– Sorpresa – me dijo, lamiéndome el oído, cuando notó mi sobresalto.
– Guapa, me tienes a mil, por favor, agárramela ya o me muero -le supliqué.
– Nonono… – dijo con voz picarona – hoy es el día de mi coñito.
– Pues te vas a enterar…
Le agarré el clítoris y se lo apreté, comenzando a gemir y a revolverse en la butaca. En un fogonazo de la pantalla noté que se la transparentaban los pezones, duros, a través de la fina tela.
– ¿Te gusta que te agarre tu botoncito así, verdad?
– Sí, pero no pares…
Le comencé a amasar las tetas con todas mis fuerzas, creo que incluso haciéndole algo de daño, sin dejar de acariciar su clítoris. Ella me mordía el cuello para no gemir.
– Quiero ver tu coñito depilado, preciosa, bájate los pantalones – le dije.
– ¿Estás loco? Nos van a ver…
– Si no lo haces, paro… tú verás – la repliqué, sonriendo.
Mirando para todos los lados, se bajó los pantalones hasta las rodillas y como mi mano había notado, se había depilado completamente.

El ver a mi novia sin un solo pelo, empapada, hizo que no pudiera menos que agachar la cabeza y pegar un buen lametón que le arrancó un gemido que se tuvo que oír en toda la sala y subiéndose los pantalones y colocándose un poco, me pidió que nos fuéramos. No lo pensé dos veces porque mi polla estaba a punto de reventar la cremallera.
Cogimos el coche y enfilé a un descampado cercano. Al poco de arrancar, mi novia se volvió a bajar un poco los pantalones y empezó a masturbarse, gimiendo exageradamente, para seguir inflando mi dolorido sexo. Luego se sacó una manga del top, dejando una de sus gordas mamas al aire y la desgraciada además comenzó a hablar:
– No te imaginas el placer que me estoy dando. Cuando me lo afeité hoy me lo vi tan bonito que no pude evitar masturbarme hasta correrme tres veces. ¿Te gustaría que te la comiera, verdad? Pues no, hoy es el día de mi coñito.
Se agarraba la teta que tenía fuera y se metía dos dedos entre las piernas. Yo no aguanté más, sin parar el coche, me desabroché el pantalón y me la saqué. Con fingido enfado, la agarré la cabeza y la obligué a engullírmela. Ella, divertida, al principio hacía que se oponía, pero después comenzó a darme la mamada de mi vida. Primero se metió solo la punta y la lamió con fuerza. Apretaba su lengua y me ponía a mil, después, de un solo golpe, se la metió entera. Yo me moría de placer.
Comenzó a subir y bajar terriblemente despacio. La sacaba hasta darle un beso en la punta, y reanudaba el camino hacia abajo, apretando el tronco con los labios mientras me la empapaba con la lengua. No usaba las manos en mí, porque de refilón vi que se seguía masturbando. Me costaba horrores mantener la concentración en la carretera y así llegamos al descampado. Salimos del coche para pasarnos al asiento trasero, pero ella hizo algo inesperado. Se puso delante del coche y se quitó las dos prendas que le quedaban apareciendo completamente desnuda ante mí, se tumbó sobre el capó y dijo
– ¡Cómeme el coño, cabrón!
Me arrodillé delante y comencé a lamerle las piernas, los muslos. Ella se pellizcaba los pezones y se retorcía de placer sobre el capó. Le eché el aliento sobre el coño y la miré a los ojos.

Ella, suplicante, dijo:
– Cómemelo ya, por favor…
Rodeé su clítoris en la lengua, y comencé a chupar con fuerza. Ella me apretaba la cabeza contra ella hasta casi asfixiarme y arrancándole gemidos espectaculares. Al rato con un dedo la acariciaba el ano, y otros dos se introducían una y otra vez en su coño. Pronto empezó a revolverse, a mover el culo, indicándome que se estaba corriendo. Sus gemidos iban en aumento, y yo cada vez se lo comía con más ganas y más rápido. Cuando empezó a gritar de verdad, seguí chupándola al mismo ritmo durante el tiempo que duró su tremendo orgasmo. Al parar, estaba exhausta y sudorosa, me miró con los ojos como platos, diciendo:
– Ha sido el mejor orgasmo de mi vida.
Se levantó y se dirigió al coche, pero cuando fue a abrir la puerta para entrar, me coloqué pegado a su espalda.
– ¿No pretenderás dejarme así, no? – y le apreté mi abultadísimo paquete en el culo.
– Ya te dije que hoy era el día para mi coñito, ¿no? Además, estoy agotada…
Lo dijo en un tono que no podía significar otra cosa que “fóllame aquí mismo, cabrón”. Le empecé a besar el cuello, y una mano se perdió en su entrepierna. Todavía estaba chorreando. Me desabroché el pantalón y la puse la polla entre las piernas.
– No, déjame -decía, fingiendo rechazo.
La agarré, rodeando con un brazo sus pechos y con otra tapándole la boca, le dije:
– Has sido muy mala, pero te doy a elegir, o me coges la polla y te la metes tú misma, o te ensarto con todas mis fuerzas.
– Todas tus fuerzas son muy poco para mí -me soltó.
Era la señal que me faltaba para empezar. Con un ligero golpe en el tobillo la separé las piernas, y con la ayuda de mi mano se la metí por su coño depilado, desde atrás, hasta el fondo. Ella gritaba que le diera más, que no la sabía follar, y lindezas por el estilo. Se la metí y saqué todo lo rápido que pude, haciendo que no pudiera respirar con facilidad y cuando estuve a punto de correrme, la saqué, y dándole la vuelta, se la metí en la boca.
– Trágatelo todo o no te vuelvo a follar así – ordené.

Bastaron dos movimientos de su boca para que me corriera en ella. Unas gotas se le escaparon por la comisura de los labios, pero las recogió con los dedos y se relamió cuando acabé. Luego me besó.
– Si no me follas así de nuevo, te dejo – me dijo sonriendo.
Recibe amiga Charo, los besos de los dos.

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