Relato erótico
Maduro y golfo
Es un hombre maduro que se considera “un viejo verde” pues le gustan las chavalitas jóvenes y sus duros encantos. Gracias esto y a su buena posición económica, logró atraer a una de esas muchachitas en la que ha encontrado tanto placer que al final se ha convertido, a pesar de la diferencia de edad, en su “novia del alma”.
Jesús – TORREMOLINOS
Queridísima Charo, somos Rebeca y Jesús, es la primera vez que escribimos y antes de nada queremos felicitarte por tus magníficas revistas de las cuales soy veterano seguidor. La “culpable” de que, finalmente, me haya animado a escribir es la morbosa de mi novia y lo que queremos es relatar a los lectores como nos conocimos Rebeca y yo hace poco más de dos meses.
Como ya he dicho, me llamo Jesús, tengo 64 años, estoy divorciado desde hace doce y soy el dueño de una empresa de importaciones en la Costa del Sol. Fruto de mis negocios e inversiones, gozo de un alto nivel económico y no me importa nada reconocer que me encanta hacer ostentación de ello. Vivo en un lujoso chalet, tengo un deportivo último modelo, me gusta vestir con trajes caros y soy muy espléndido cuando salgo a divertirme, cosa frecuente por cierto, ya que soy bastante putero.
Físicamente no estoy nada mal ya que soy un tipo alto, de 1,90, y aunque tengo la típica barriga cervecera me considero un maduro bastante atractivo e interesante. Además no debo de estar muy equivocado porque soy la constante envidia de mis amigos ya que siempre voy acompañado de bellezones espectaculares. No puedo negar que me gustan muy jovencitas, esas que todos conocemos como “bollicaos” y si eso significa ser un viejo verde… pues entonces, sin duda, lo soy.
El quince de julio de de este año, lo recuerdo perfectamente, me encontré por la calle con un amigo al que no veía desde hacía más de un año. El tal amigo se llama Ricardo, está casado, tiene 60 años y es el dueño de una discoteca de moda en la costa. Tras charlar brevemente, me invitó a pasarme por su local aquella misma noche a tomar unas copas y yo le tomé la palabra ya que si algo abunda por allí son las niñas guapas.
A eso de las diez de la noche llegué a la discoteca y le pregunté al portero si estaba el dueño, ya que yo era amigo suyo. Al poco rato apareció Ricardo en la entrada y tras saludarme, me dijo que me adelantase yo y que él me acompañaría en unos minutos ya que tenía que atender una llamada telefónica, Aquello estaba abarrotado de gente y me costó mucho llegar hasta la barra.
El local de Ricardo es una de estas discotecas “bakalas”, tan de moda ahora, en las que el “techno”, el “house” o la música máquina suenan con un volumen ensordecedor, o eso es lo que me parece a mí y, como pude, pedí un whisky doble. Reconozco que soy bastante asiduo de este tipo de discotecas juveniles y como de costumbre suelo llamar bastante la atención ya que no es nada usual ver a un tipo de mi edad, trajeado y encorbatado, en semejante sitio. Viendo el panorama me extrañó no encontrarme el suelo lleno de chocolate ya que la disco estaba hasta arriba de “bomboncitos que se derretían”.
Tras desnudar con los ojos a varias crías que pasaron por mi lado, fijé mi atención en la go-go que estaba bailando frenéticamente en una plataforma cercana ya que aquel bollicao era algo impresionante. Era una niña epatante, muy alta pues mide 1,74, con unas piernas preciosas increíblemente largas y lo más llamativo era su look extremado, casi “punk”, ya que llevaba el pelo rapado casi al cero y una gargantilla con tres grandes letras doradas formando la palabra “SEX”. Estaba descalza y como el resto de las go-go’s llevaba un simple bikini blanco con el logo de la discoteca serigrafiado en la parte de atrás de la braguita. Me quedé tan alelado mirándola, que no vi a Ricardo llegar a mi lado, pero mi amigo, percatándose de cual era el objeto de mí atención me dijo, pasándome el brazo por el hombro:
– ¿Qué, te gusta la nueva, eh? ¡Está la niña que se rompe de buena!. Se llama Rebeca, es española y acaba de cumplir los diecinueve la semana pasada… ¡Ya ves, un pastelito, vamos! ¡Es una niñata de lo más fácil, te lo digo yo que ya me la he tirado y solo lleva trabajando aquí una semana! Además le gustan los tíos mayores y con “pasta”, como nosotros, así que si le entras triunfarás seguro. Espera y te la presento que ya va a terminar su turno en el podium.
Pude ver como Ricardo le decía algo al oído a Rebeca que la hizo sonreír y la trajo, sujeta por la cintura, hasta la barra. Mi amigo hizo las presentaciones y se largó para dejarme el campo libre. La chica era de verdad bellísima y me fijé en los piercings que llevaba, ya que es algo que me encanta, concretamente uno en la nariz, otro en el labio inferior y el clásico del ombligo, alrededor del cual llevaba tatuada una estrella de cinco puntas. La invité a un cubata y tras encenderle un cigarrillo con mi mechero, le pregunté si tenía algún piercing más. Rebeca sonriendo sacó su preciosa lengua para enseñarme el que allí llevaba y con un tono claramente provocativo, me dijo al oído:
– ¡Adivina donde tengo otro, tío!.
Aquello, sin duda, era una invitación clara a que le entrase y después de que Ricardo me dijese lo guarra que era, me lancé a saco. Me coloqué a su espalda, pillándola contra la barra, y la abracé por la cintura. Viendo que se dejaba hacer, sonriendo sin parar, le chupeteé el cuello y la oreja derecha y con disimulo deslicé mi mano por su vientre hasta introducirla dentro de la braguita del bikini. Rebeca estaba completamente rasurada y nada más pasar los dedos por su coño noté que lo tenía empapado.
Al estar la barra atestada de gente pasamos desapercibidos y Rebeca, toda entregada, abrió un poco las piernas para facilitar mis manoseos. Con cuidado, le separé un poco los labios del coño e introduje el dedo índice buscándole la pipa hasta toparme con el arito que allí tenía. Me di cuenta de lo sensible que tenía el clítoris la muy guarra ya que al más mínimo contacto se estremecía y me propuse que se corriese de pie, allí mismo. Con mi corpulento cuerpo la tenía pillada contra la barra pegándome a ella como un pulpo y a la vez que le lamía el cuello comencé a frotarle la pipa muy rápido con la yema del dedo. Al momento, a Rebeca le empezaron a temblar las piernas y noté como se corría en mi mano. Creo que nadie se dio cuenta de lo que pasó y la única evidencia de lo ocurrido fueron las braguitas de Rebeca que quedaron totalmente empapadas, cosa que no le importó lo más mínimo ya que se volvió al podium a completar su último turno de baile con toda naturalidad.
Cuando terminó su turno, la invité a cenar a un chiringuito de la playa en el que se come muy bien y además ponen música “salsera” y sensual. Estaba abarrotado de gente, mayormente jóvenes. Era una gozada ver como la miraban al pasar, y a mí me encantaba exhibirla. Cenamos, bailamos y con tanto restregón se me acabó poniendo morcillona y hablándole al oído, propuse a Rebeca irnos a mi casa a tomarnos la penúltima copa. Como supuse aceptó encantadísima y tras pagar las consumiciones, me la llevé del local bien agarrada por envidia de los chicos que se la comían con los ojos.
Nada más entrar en el coche, la muy guarra, me abrió la bragueta sacándome el pollón y como nadie podía vernos gracias a los cristales ahumados, comenzó a cascármela con fuerza. Yo arranqué como si nada y tras atravesar el centro de la ciudad sin dejar de pajearme, me incorporé a la autopista. Aprovechando que no había mucho tráfico, nos plantamos en casa en un santiamén.
Al coger el desvío de la urbanización pasamos junto a la garita del vigilante de seguridad, justo cuando Rebeca, agachada sobre mi regazo, estaba a punto de conseguir que eyaculase. Llegó un momento en el que no pude aguantar más y con la mano que tenía libre, ya que con la otra sujetaba el volante, le bajé la cabeza para que me la chupase. Vacié los cojones pegando 4 ó 5 lecherazos y la muy putona se incorporó abriendo la boca para que viese toda la lefa, que se tragó con una sonrisa.
Hasta aquí la primera parte de mi testimonio, seguiré con la segunda dentro de muy poco.
Gracias y saludos.