Relato erótico
Madura y caliente
Le gustan las mujeres maduras y un poco gorditas. No es la primera vez que liga con alguna en un supermercado. En esta ocasión, de entrada, no le salio bien, pero despues fue una sesion de sexo bestial.
Carlos – Gerona
Me encontraba en un súper de compras, un lugar en donde uno puede encontrarse con mujeres maduras, y tengo que confesar que, disfruto mirándolas bien, observar sus caras, sus pechos y sus traseros. Aquel día, mis ojos se fijaron en el cuerpo de una mujer rubia, con un buen culo y grandes pechos que se le marcaban provocadoramente. Hablé con ella pensando que estaba sola, pero, entonces oí una voz de hombre que me preguntaba:
– ¿Te gusta mi mujer?.
No supe que responder y entonces ella exclamó:
– Anda, dile lo que piensas, que una mujer de 56 años no le gusta a nadie.
– Sí, me gusta, por eso la miraba, pero, pensaba que estaba sola, lo siento.
– Pues ya lo ves, no está sola, así que búscate otra para ligártela – dijo el marido besándola en la boca y tocándole el culo.
Al acabar mis compras me fui a un bar cercano para tomar en refresco y al poco rato, con agradable sorpresa por mi parte, entraba en el local la mujer del súper. Iba sola y saludándola, le dije:
– Vaya casualidad, nos volvemos a encontrar. ¿Y su marido?.
– Sentémonos en esa mesa, ¿me invitas? – me contestó, añadiendo – No es mi marido, el mío está con la mujer de éste. Hemos hecho intercambio, aunque a este le gusta mirar como meten mano y se follan a su mujer o a su amante, o sea yo. Te hemos seguido y precisamente, ha sido él quien me ha dicho que venga a verte. El muy cabronazo, si salimos juntos, nos seguirá. – y acercándose a mi oído, añadió – Me gustaría que me hicieras el amor, pero, sin que él lo viera y luego ya se lo contaré.
– Voy arriba al lavabo – le dije entonces – Dentro de unos minutos, puedes entrar tu.
Cuando llegó, con cara de asustada, la metí en el lavabo de hombres, cerré la puerta, levanté su falda hasta la cintura y agarrando sus bragas con las dos manos, se las bajé hasta quitárselas. Quería agacharse, pero no la dejé. La hice apoyar en la pared, y colocar un pie sobre la taza del water, me bajé el pantalón y los calzoncillos, le mostré mi polla dura como una porra y sin contemplaciones se la metí de un solo golpe en todo el coño.
Mientras me la follaba, le subí la blusa, le saqué al aire las gordas tetas, mordí sus pezones y viendo que tenía una anilla en uno de ellos, tiré de ella. Me la estaba follando a toda velocidad, mientras le sobaba el culo e incluso le metía un dedo en el ano. Entonces ella, entre suspiros de placer, me dijo:
– Todos hacéis lo mismo, solo metéis el dedo pero no os atrevéis a encularme.
Fue como un reto, saqué la polla de su mojado coño, le hice poner el culo en pompa, y sin contemplaciones se la clavé, hasta que note que mis huevos chocaban con su chocho. Ella lanzó un pequeño grito pero permaneció quieta.
– Ya estás desvirgada y bien enculada – le dije mientras entraba y salía de su estrecho ano.
Seguí enculándola hasta que me corrí en sus entrañas. En aquel momento, alguien llamaba a la puerta. Se la saqué, me limpié la polla con sus bragas y tras arreglarnos, salimos. Nos encontramos con un hombre que muy serio nos dijo:
– Para eso buscaros otro sitio, iros al parque o al bosque.
Salimos, y ya en la calle, ella me dijo que se llamaba Carmen, su amante Juan y su marido José. La mujer de Juan era Teresa. Fuimos a buscar mi coche y en el aparcamiento, apoyándola en el capó, la besé, le metí mano y bien cachondos los dos nuevamente, me la llevé a un parque que yo conocía bien y sabía que aquellas horas estaría desierto y me la podría tirar tranquilamente.
Al bajar del coche, me senté en un banco, me saqué la polla, que ya estaba tiesa y ella, sin perder el tiempo, se sentó, clavándose la polla hasta el fondo de su coño. La muy zorra me estaba cabalgando sin parar, y gimiendo dijo que se corria. De pronto, me di cuenta, que no muy lejos de nosotros estaba Juan con una videocámara grabándonos. Era verdad que nos había seguido como me había dicho ella.
– Ponte de rodillas – le ordené entonces a Carmen.
Ella me obedeció, yo le metí la polla en la boca y allí me corrí llenándole la boca de espesa leche. Carmen, no desperdicio ni una sola gota.
En ese momento se acercó Juan que me dijo:
– Hola, me llamo Juan y me ha gustado lo que he visto y filmado pero, ¿quieres hacerle algo más?.
Entonces se me ocurrió algo que me da mucho morbo. La hice tumbar sobre mis rodillas boca abajo, le levanté la falda hasta la cintura dejando todo su trasero desnudo y con la mano bien abierta empecé a darle unos azotes.
– ¡No, eso no me lo hizo ni mi madre! – me decía ella quejándose – Mi marido tampoco me ha dado ninguna bofetada nunca.
– ¿Te gustaría que te diera una bofetada? – pregunté – ¿Me estás diciendo esto?.
– No te atreverás a hacerlo – me retó ella riendo.
La puse en pie y diciéndole a Juan que siguiera grabando, le di a ella dos bofetadas por sorpresa que sonaron muy fuerte. A continuación le cogí la cámara y le dije a Juan:
– Ahora te toca a ti follarte a esta puta.
Tras obligarla a chuparle la polla, la puso a cuatro patas y se la metió en el coño empezando a follársela. De pronto, el móvil de Carmen empezó a sonar, lo cogió y oímos que decía:
– ¿Quieres saber que estoy haciendo ahora?. Me está follando Juan en un parque público… sí, podrás verlo pues hay otro señor que lo está grabando… ¿qué quien es?… pues uno que Juan ha querido que me follara y si quieres le digo donde vivimos o donde yo trabajo para que pueda seguir follándome cuando quiera…
En este momento, el amante se corrió lanzando todo su semen en el coño de Carmen.
Cuando nos calmamos, decidimos ir a la urbanización donde vivían Teresa, una mujer de 58 años, y Juan. Tras los saludos fuimos a cenar los cuatro a un restaurante que tenía un saloncito donde se podía bailar. Primero bailé con Teresa, y mientras hablábamos, le iba metiendo mano, hasta que acabamos dándonos un gran morreo. Nos separamos y me fui bailar con Carmen, la muy guarra seguía sin bragas. Disimuladamente le iba tocando el coño.
– ¿Te gusta Teresa? – me preguntó Carmen.
– Sí – le contesté – Me gustan las mujeres tan guarras, fáciles y calientes como ella y como tu.
Después de los bailoteos y de unas copas, nos fuimos al chalet de Carmen y José, a continuar la juerga. No me podía quejar, me estaba saliendo un día redondo.
Una vez allí, hice desnudar a las dos mujeres y les dije:
– Quiero ver como hacéis el amor entre vosotras dos.
– Gracias, estaba deseando que alguien me obligara a eso, tenía ganas de probarlo – me dijo Teresa besándome.
Ella misma cogió de la mano a la asustada Carmen y se la llevó al sofá del comedor.
– Pero, ¿qué haces? – me dijo José – Piensa que si eso les gusta se olvidarán de nosotros.
– Tranquilo, quiero que jueguen entre ellas para que me calienten – y al poco rato de mirarlas añadí – Y como ya lo estoy, voy a por Teresa.
Aprovechando que Teresa estaba tumbaba, le metí la polla en el coño al tiempo que Carmen, muy abierta de piernas, pegaba su coño a la boca de su amiga para que se lo comiera. Al poco rato de estar follándome a Teresa y cuando Carmen se corrió por las lamidas que esa le hacía, les dije a Juan y a José:
– Vosotros dos coged a Carmen y follárosla a la vez.
– A ellos no les gusta darme por el culo – dijo Carmen.
– Si este te ha dado ya, puedo hacerlo yo también – contestó su marido
Ella les dio un tubo de vaselina y los dos se la follaron regalándole dos orgasmos. Entonces Teresa cogió la vaselina y dándomela, me dijo:
– Toma, ahora te toca encularme a mi. Alguna vez me lo han hecho, pero llevo tiempo sin probarlo.
La tendí, puse sus piernas en mis hombros y le di por el culo mirando su cara. Le dolía, pero la muy guarra pedía más. Estaba tan caliente que al poco rato me corrí en su culo. Tras darnos un baño, pensé que ya era hora de que me fuera, pero Juan me dijo:
– No, no te vayas, esta noche tú dormirás con ella y yo lo haré en el sofá, aunque creo que ella no querrá que duermas demasiado.
Pasé la noche con Teresa y follamos hasta quedar agotados. Al día siguiente y antes de irme Teresa me dijo:
– Si un día estás caliente, aunque mi marido no esté en casa, puedes venir y desahogarte conmigo.
Volví, naturalmente, pero eso ya es otra historia que contaré en una próxima carta.
Besos, Charo y saludos a todos los lectores.