Relato erótico

Madura “interesante”

Charo
12 de junio del 2019

Había conocido a la mujer de su jefe en las cenas de empresa que hacían regularmente. Él era un mal bicho y al final se separaron. Al cabo de un tiempo la encontró un par de veces por la calle. Un día lo llamo para ver si le podía arreglar el ordenador. Era la oportunidad que estaba esperando.

Félix – MADRID
Amiga Charo, soy un chico de 30 años, no muy guapo, pero como todas mis amigas dicen, resultón y todo esto que paso a contaros ocurrió en Agosto de este año, y la verdad es que ha cambiado mi percepción sobre las mujeres y sobre todo de aquellas que ya han pasado los 40. Siempre pensé que era una edad que no me interesaba, pero cada vez me están gustando más este tipo de mujeres, igual es por mi edad que ya se va acercando. Bueno a mi amiga, la voy a llamar Teresa, tiene 45 años muy bien puestos, piel morena y con un culo y unas tetas que no pensaba que pudieran estar tan bien a su edad.
Es la ex mujer de un jefe que tuve, bastante malo, que me hizo la vida imposible todo lo que pudo mientras estuve trabajando para él, así que prometí vengarme en lo más interno de mi mismo. Tras un proceso de separación muy complicado, entre ellos, con disgustos, peleas y afortunadamente sin hijos de por medio, conocí a Teresa en cenas de empresa a las que venía y en las que su marido nos ponía a todos en ridículo delante de ella, e incluso a ella misma. Siempre con Teresa tuve un trato muy fluido, de confianza y simpatía con ella y, en todas las cenas, trataba de defender a su marido, cosa que entendía, pero no compartía, aunque la mayoría de veces por la cantidad de tonterías que decía era indefendible, pero a raíz de su separación y de varios encuentros casuales, seguimos manteniendo el contacto.
Tras la separación, mi jefe abandonó la ciudad, y nos quedamos todos más tranquilos. Un día como digo, me encontré con Teresa, en un semáforo, yo iba andando y ella conducía su coche. Me pitó y al principio tardé en reconocerla. Cuando se puso el semáforo en verde y como apenas habíamos cruzado, un par de hola y que tales, me invitó a subir al coche alegando se alegraba de verme y tenía ganas de hablar con alguien. Hacía casi un año que no la había visto y aunque tenía todavía el semblante un poco triste, parecía comenzar a recuperarse. Aparcó y nos fuimos a una cafetería céntrica. Allí me contó que lo había pasado mal, que había seguido en contacto con su ex marido un poco a su pesar y que siempre acaban discutiendo cada vez que hablaban. Tras pensárselo decidió acabar firmando los papeles de separación. Fue una conversación muy agradable, con cariño, ya que hacía mucho que no nos habíamos visto, y siempre que habíamos coincidido nos lo habíamos pasado muy bien ya que siempre nos caímos bien. Después del café, nos dimos los teléfonos con la esperanza de volver a hablar, pero de esas veces que dices bueno, ya veremos. Pasaron unas semanas y yo ya casi me había olvidado un poco, cuando volvimos a coincidir, esta vez andando por la calle, y fuimos a tomar algo. A todo esto he de decir que yo no estaba en mi mejor momento con mi novia que, aunque no llevábamos mucho tiempo, no era una relación muy seria por ninguna de las partes.
Quedé a tomar una cerveza con Teresa, y supongo que tras varias copas de vino ella y yo tras varias cervezas, empezamos a hablar sin tapujos. Le dije que mi situación con mi novia no era buena, que no estábamos a gusto y que lo más fácil es que acabáramos dejándolo. Ella me dijo que desde que se había separado había tenido algún encuentro con algún hombre, pero nada satisfactorio. Acabamos hablando de todo un poco y hasta de sexo. Me dijo que hacía mucho que no disfrutaba, a lo que le dije que mi relación en ese campo no era nada satisfactoria, que mi novia era muy tradicional en todos los sentidos y que generalmente me aburría con ella. Mientras nos contábamos todo esto no parábamos de mirarnos a los ojos y acabamos con una sensación muy agradable los dos. Luego decidió llevarme en su coche a casa.

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Al llegar se la veía nerviosa, como sin saber como despedirse. Al final nos dimos un beso muy cerca de los labios, y me dijo que esperaba que se arreglara la situación con mi pareja. Prometí llamarla yo la próxima vez. Esa semana, por distintos motivos acabé rompiendo con mi novia y a los tres o cuatro días llamé a Teresa por teléfono y le dije lo que me había pasado. Quiso quedar conmigo ese mismo día a tomar algo, pero le dije que no hacía falta, pero quedamos para varios días más tarde.
El día de la cita vino muy guapa. Traje de chaqueta negro, con una falda un poco más arriba de las rodillas y marcando escote. Muy elegante. Pedimos dos copas de vino y comenzamos a charlar, contándole lo que había pasado y esta vez fue ella la que me consoló a mí. Acabamos tarde y decidí acompañarla a casa, que no estaba muy lejos de donde habíamos quedado. La conversación fue intranscendente, pero al llegar nos pasó lo mismo que la última despedida, esta vez el beso fue más cerca todavía de los labios, y más largo. Esperé hasta que se subió en el ascensor, y cuando se cerró me lanzó un beso. Fui todo el camino lamentándome de no haber intentado algo más, pero otra vez será.
Al día siguiente me llamó, en principio sin una razón determinada, y me contó que no le funcionaba bien el ordenador. Era mi oportunidad y no pensaba desaprovecharla. Le dije que le ayudaría cuando saliese del trabajo y en eso quedamos. A la noche, llegué a su casa, bastante cansado, pero nervioso al mismo tiempo. Me recibió en una especie de pijama corto, de una sola pieza que le llegaba hasta más arriba de las rodillas. Se notaba que no llevaba sujetador, y sus pezones asomaban bajo la tela. Me puso cardíaco. Una vez que conseguí arreglar el mal bicho de su ordenador, no paró de darme las gracias, diciéndome que le fallaba a menudo y ella no sabía muy bien como funcionaban los ordenadores. Me preguntó que si quería algo por el arreglo. Yo contundentemente le dije que sí. Al preguntarme qué quería le dije que una buena ducha, acababa de salir de trabajar y olía un poco a tigre. Se quedó un poco cortada, y no pudo decirme que no. Me indicó donde estaba el baño y como no tenía ropa para cambiarme, me dejó una de las camisas viejas que todavía tenía de su ex marido. Me lo tomé con calma y tardé un buen rato en ducharme, limpiando sobre todo bien mis partes bajas. Era mi oportunidad. Cuando acabé, salí con la camisa de mi enemigo.

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Teresa había preparado una cena rápida, cenamos y luego nos sentamos en el sofá para ver la tele, pero yo no pude aguantar, alargué el brazo y la cogí de los hombros, atrayéndola hacia mí y dándole un beso en la boca, que ella respondió, pero cuando intenté meterle la lengua entre los labios, me paró y me dijo que allí no. Se levantó y nos fuimos a su cuarto. La cama era enorme. Se dio la vuelta y nos dimos otro largo beso. Acabado, le quité el vestido por encima, y sus pechos quedaron al aire. Me miró y sonrió. Los lamí con fuerza mientras ella lanzaba gemidos de placer. Se los comí un buen rato, preguntándole si le gustaba.
– ¡Sí, sí, no pares, me encanta…!
Yo le respondí que solo acabada de empezar. Cuando ya me dolían los labios de tanto lamerla volví a besarla, su boca se abría de par en par y su lengua no paraba de moverse. Al rato me puse a su espalda, que es una zona de las mujeres que me encanta, se la acaricié suavemente, luego sus caderas hasta llegar a sus braguitas, no muy pequeñas. Se las quité poquito a poco mientras ella echaba su cabeza hacia atrás, y me miraba sobre su hombro. Yo le guiñé un ojo. Cuando quedó sin bragas su culo me volvió loco. Entonces me dijo:
– ¿A qué estás esperando?
Yo me lancé a devorar ese enorme culo. Primero le daba lametones por todas las nalgas, luego lo acariciaba y no paraba de mirarlo, mientras mis manos se perdían en sus ingles, acariciando poco a poco y explorando más y más. Al final no pude más y comencé a lamerle poquito a poco su coño, que no era nada pequeño y estaba bien arreglado, hinchado y ya muy húmedo. Cuando comencé a lamérselo, empezó a gemir como una loca, movía su cabeza, y lanzaba pequeños grititos de placer. Yo no tenía prisa, mi polla quería salir del pantalón, pero ella lo necesitaba más que yo, y que se lo hiciera poco a poco, sin prisas.

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Cuando ella ya no podía más, intentó apartarse ya que iba a tener un orgasmo, pero yo no me retiré. Cogí con fuerza sus piernas y no paré de lamerla hasta que se corrió. Le temblaba el cuerpo, y el grito lo intentó ahogar poniendo una mano en su boca, pero no sirvió de mucho. Después de lanzar un par de gritos, se tranquilizó y acarició mi cabeza, que todavía seguía lamiéndole el coño. Luego le di la vuelta, poniéndola a cuatro patas sobre la cama, culo en pompa y empecé a lamerle el ano.
– ¿Qué me haces… qué me estas haciendo? No, no…
Pero yo sabía que no iba a durar mucho aquellos intentos de que parara. Al momento cerró la boca mordiéndose los labios y empezó a gemir. Yo ya estaba metiéndole la punta de la polla por su esfínter, y me encantaba y a ella también. Mientras la enculaba, mi mano se dirigió a su coño bien húmedo y comenzó a acariciarlo. Cuando comencé a correrme, llenándole el culo con mi leche, empezó a gemir como una loca, moviendo su cabeza, y lanzando pequeños grititos de placer al tiempo que me decía que estaba corriéndose como nunca.
Ese fue el principio de algo más que una buena amistad.
Besos de los dos.

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