Relato erótico
Luna de miel con retraso
Se había separado y un tiempo después conoció a la que es su actual pareja. Es algo más joven que él, y nos cuenta que su relación es excelente en todos los sentidos. Celebraron la luna de miel con retraso pero valió la pena.
Alejandro – MADRID
Mi nombre es Alejandro, tengo 45 años y quisiera relatar una historia que me sucedió hace unos seis meses. Estuve casado casi diez años. Hace unos dos años que tengo una nueva pareja, Julia de 33, con la que estoy conviviendo hace diez meses. Nuestra relación es excelente desde todo punto de vista, afectivo, sexual, compañerismo, etc.
Decidimos tomarnos unas vacaciones en Canarias y celebrar la merecida
luna de miel que no pudimos tomarnos cuando nos fuimos a vivir juntos. Preparamos nuestras maletas, cogimos el avión y fuimos a pasar una semanita en Las Palmas. Como nuestro viaje era de placer y no cultural, solo visitamos la ciudad en el primer día, luego pasamos el tiempo tomando sol en la playa o en la piscina del hotel y saliendo a bailar a discotecas.
Julia lleva sus 33 años muy bien, es una rubia de ojos celestes que sobrepasa un poco el metro sesenta, tiene un cuerpo hermoso que a mí me encanta que muestre. Sus piernas y su culo son espectaculares, sus pechos son grandes y deliciosos. Su cara no solo es bonita, sino que su sonrisa es capaz de iluminar un teatro. Si hay algo que completa a Julia, convirtiéndola en una mujer extraordinaria, es su dulzura. Creo que soy bastante fiel en la descripción, aunque esta suene como la descripción de un hombre enamorado, cosa que también es cierto, pues estoy loquito y completamente enamorado de Julia.
Cuando salíamos a bailar y aprovechando que no estábamos en Madrid, ciudad en la que uno a cada rato se encuentra con conocidos, ella se ponía vestidos muy cortos, pegados al cuerpo y provocativos. Su belleza y aspecto hacía que los hombres se dieran la vuelta a cada rato para mirarla. En las discotecas, cuando íbamos a bailar y yo iba al baño o a la barra a buscar bebidas, al volver siempre encontraba a algún tipo invitándola a bailar o intentando conversar con ella. Estas situaciones siempre me producían cierto escozor muy excitante. Después yo le preguntaba si el fulano le había gustado, si le gustaría acostarse con él, bromeábamos y nos excitábamos durante la noche con eso. Cuando llegábamos al hotel nos imaginábamos a uno de esos fulanos interviniendo en nuestras sesiones de amor y sexo. A mí me pone a mil el imaginarme a Julia con otro hombre, lejos de ponerme celoso me excita enormemente, pero eso sí, siempre en mi presencia. Fueron noches muy excitantes y placenteras.
Almorzábamos por donde nos sorprendiera el hambre y el mediodía, pero normalmente cenábamos en el restaurante del hotel. La primera noche cuando íbamos a cenar encontramos el restaurante lleno, pero una pareja, Ernesto y Silvia, muy simpáticos, de treinta y pico de años, nos ofrecieron compartir su mesa. Después de eso casi todas las noches cenábamos con ellos y la noche antes de irnos encontramos a Ernesto solo.
Extrañados le preguntamos por Silvia y nos dijo que la llamaron de la empresa en que trabajaba y como ella era la jefa de sistemas, tuvo que salir corriendo y sin poder despedirse de nosotros que estábamos en la playa y como consiguieron sólo un lugar en el vuelo, él se quedaría un par de días que era para cuando tenían la reserva.
Todo lo que escribo a continuación es recurriendo a mi buena memoria y a la reconstrucción de los hechos que hicimos con Julia infinidad de veces. Cenamos con Ernesto y después fuimos al bar a tomarnos unas copas. Nos divertimos y reímos muchísimo, Ernesto era una persona tremendamente divertida y su charla siempre picante y con doble sentido era muy entretenida. Cerca de medianoche nos preguntó:
– ¿Qué vais a hacer ahora?
– Vamos a reventar la última noche que nos queda en alguna discoteca – le contesté.
– Pues vamos a tomar unas copas a mi habitación como despedida – nos invitó.
Estuvimos de acuerdo con Julia y fuimos a su habitación, que era muy lujosa comparada con la nuestra. Además de tener una vista espectacular y ser enorme al igual que la cama, tenía varios sillones y estaba equipada, con fax, audio, video, etc. Él nos preparó unas copas y a medida que bebíamos la conversación se fue haciendo más picante, más insinuante y en determinado momento Ernesto nos preguntó:
– ¿Siempre habéis practicado el sexo únicamente de a dos?
– ¡Claro que sí! – le contesté.
– ¿Y tú? – le preguntó Julia.
No contestó, se levantó, sacó un video del armario y lo puso en el equipo. Durante 15 minutos estuvimos viendo una película casera en la que los protagonistas eran Ernesto, Silvia y otro hombre.
La miramos absolutamente en silencio, era evidente que Julia estaba muy nerviosa, pero no podía sacar los ojos de la pantalla. La película estaba editada, pues claramente se veía que habían dejado solo los mejores momentos. Los vimos teniendo sexo de todas las formas y mientras mirábamos la película, cada vez que tocaba con mi mano izquierda la pierna derecha de Julia, temblaba y se estremecía.
Estaba excitado, tenía una erección muy fuerte que no lograba disimular. Cuando la película terminó, Julia fue al baño. Yo tenía la certeza de por donde iba la cosa y que se confirmó cuando Ernesto me dijo:
– Me encanta tu mujer.
– A mí también – atiné a contestarle.
– La mejor forma de terminar mis vacaciones sería acostándome con ella – agregó – ¿Me dejas hacerlo?
Durante 30 largos segundos no supe qué decir y al fin solo atiné a responder:
– Por mí no hay problema, pero habría que ver lo que opina ella.
Cuando salió Julia del baño, Ernesto y yo estamos sentados en uno de los sillones dobles de la habitación y ella fue para el otro. Se la veía algo nerviosa y con las mejillas muy coloradas pero con una actitud especialmente sensual y provocativa. Se sentó y cruzó las piernas sin preocuparse por la falda de su vestido que se la había subido casi hasta el pubis. Entonces Ernesto se levantó de mi lado y fue a sentarse junto a ella, pasó un brazo sobre sus hombros y puso su otra mano sobre una mano de ella que estaba sobre sus piernas. Además de cubrirle la mano, le rozaba con la yema de los dedos los dorados muslos. Por dos o tres minutos le susurró en el oído cosas que yo no alcancé a escuchar, pero la cara de Julia, que yo veía por encima del hombro de Ernesto, era un poema. Por momentos parecía una oveja asustada, por otros su sonrisa más que iluminar un teatro podría iluminar un estadio, los colores le subían y le bajaban, mientras me interrogaba con los ojos como diciéndome:
– ¿Qué hago?
Yo le hice un guiño y le sonreí, intentando con ese gesto contestarle:
– Si te gusta, continúa.
Ernesto, con la mano que tenía detrás de los hombros de Julia, la cogió por la nuca y le dio un suave beso en los labios. Los ojos de Julia, que no se cerraron para ese beso, volvieron a interrogarme y le repetí el guiño sonriendo nuevamente. Entonces Julia cerró los ojos durante el nuevo beso que le dio Ernesto, esta vez más largo e intenso. Ella se abandonó blandamente al principio y cuando me miró nuevamente y vio que mi sonrisa continuaba en mi rostro, se abalanzó sobre él. Lo besó, lamió sus labios y succionó su lengua casi con desesperación. Literalmente le arrancó la camisa, arremetió contra su cuello y pecho casi lampiño. Parecía como que quería recorrerlo con su boca de una sola vez, saltaba del pecho a las orejas pasándole la lengua por todos sus recovecos, de ahí iba al cuello, el cual chupaba y mordisqueaba con tal intensidad, que desde donde estaba yo oía claramente el ruido de la succión.
Ernesto, avasallado y ahora debajo de ella que estaba cuando este estaba por debajo de sus hombros, Julia se separó un poco de él y se lo arrancó ella misma, haciendo lo mismo con el sujetador por encima de su cabeza, sin perder el tiempo en desabrocharlo. Apenas si dejó un instante que Ernesto le mirase los grandes pechos, pues ella se apretó a él nuevamente, pero ahora poniéndole uno de los pezones en la boca.
La boca de Julia estaba ahora libre, libre es un decir, pues la ocupaban gemidos de placer que nunca le había oído, o que para ser justo, desde esa perspectiva se oían distintos.
Entonces Julia se levantó de encima las piernas de Ernesto, le desabrochó el cinturón y bajó el cierre del pantalón, sacándoselo junto con el slip casi de un solo tirón, pero entonces se detuvo por un instante como hipnotizada ante lo que vía y que su cabeza me tapaba por lo que la apartó hacia un costado para que yo pueda ver lo que ella estaba viendo, giró su cabeza y me miró como diciéndome:
– ¡Que grande la tiene! ¿No te sabe mal que la disfrute?
Sin esperar ningún gesto mío, se agachó frente a él, lo cogió de las caderas, abrió la boca lo más que pudo y se tragó la mitad de un solo bocado, pues más no le entraba. Tampoco había oído antes el ruido infernal de la succión mientras su cabeza subía y bajaba con un rítmico e incontrolado frenesí. Mi excitación era enorme y como ya no pude mantenerme como espectador, me acerqué a Julia y sin que ella interrumpiera su felación le quité el tanga. A cuatro patas y con las piernas abiertas, el espectáculo de su hermoso trasero, con su coño totalmente expuesto, que me brindaba Julia era tan fantástico como para derretir al más frío de los humanos y quise compartir con Ernesto ese espectáculo visual ofreciéndole cambiar las posiciones.
A Julia la excitaba enormemente el sentirse tan deseada, se notaba en su mirada transfigurada, en las ganas con que me chupaba ahora mi polla y en que cada vez abría más sus piernas para mostrar su trofeo. Entonces Ernesto se agachó detrás de ella y comenzó a pasarle suavemente su lengua por la entrepierna, siguiendo por los labios apenas cubiertos de cortos vellos, la metió en la entrada de la cueva y recorrió el orificio en círculos. Yo sentía a Julia estremecerse y por momentos dejaba de chupármela y se concentraba en sentir. Ernesto se acercaba lentamente a su objetivo, que era el botón rosado y erecto que coronaba la vulva de Julia y cuando la lengua de Ernesto tocó por primera vez el clítoris, parecía que ella hubiera recibido una descarga eléctrica, pues su cuerpo comenzó a temblar casi fuera de control. Apenas tres o cuatro veces más la lengua de Ernesto rozó y cubrió como un húmedo manto el clítoris, cuando sentí las uñas de Julia clavarse en mis piernas, vi arqueársele la espalda, un hondo gemido de placer subía de su estómago y escapó en un grito por su garganta, del que solo alcancé a distinguir.
– ¡Que gusto!
El orgasmo que tuvo Julia la dejó como desfallecida sobre la alfombra. Con Ernesto nos miramos sonrientes y alegres de nuestro éxito.
– Tu mujer es lo máximo – me comentó Ernesto.
Bebimos un par de tragos de nuestros vasos y a Julia tuvimos que ayudarla a incorporarse un poco para que bebiera con nosotros, pero apenas Julia se recuperó y reapareció en sus ojos la mirada provocadora, recomenzamos con Ernesto a dos bocas y cuatro manos a ponerla nuevamente en solfa. Ella se acostó en la alfombra y nosotros nos repartimos su cuerpo exactamente a la mitad y la estimulábamos en forma simétrica. Si yo besaba y chupaba uno de sus pechos y pezón, Ernesto hacía lo mismo con el otro. La recorrimos toda, absolutamente toda, boca arriba, boca abajo, de costado y por lo menos dos orgasmos más la hicimos tener de esa forma, luego la pusimos de costado con una de sus piernas levantadas y mientras yo lamía y sorbía su coño y clítoris, Ernesto lamía y le introducía su lengua en el ano.
– Tráeme una gaseosa por favor – me pidió Julia en una pausa.
Fui hasta la nevera que estaba en un rincón no visible desde donde estábamos, destapé la gaseosa, volví conillos y cuando llegué, vi a Julia que estaba terminando de ponerle un condón a Ernesto, se colocaba en cuclillas sobre él acostado, cogía con una mano su polla y se lo introducía lentamente en el coño. Cuando le entró totalmente por unos instantes quedó como sin respiración, apoyó todo su chocho y piernas sobre él, como queriendo que no quedase nada afuera y comenzó un lento vaivén. El mandarme a buscar una gaseosa fue como si me hubiera pedido que me fuera por un rato, pero lejos de ponerme celoso me puso como loco. Controlé mis ansias de integrarme inmediatamente y me senté en un sillón a mirarlos, aunque le ofrecí el refresco a Julia que ignoró totalmente mi ofrecimiento, pero me dijo con voz entrecortada y en medio de suspiros:
– ¡Ay mi amor, nunca tuve algo tan grande dentro y no te imaginas lo bien que la siento!
Pienso que me he alargado demasiado pero, tranquilos, que continuaré con mi caliente relato en una próxima carta.