Relato erótico

La noche fue una locura

Charo
24 de octubre del 2019

Sus amigos de la universidad le llamaron para salir de marcha. Les dijo que no podía pero, en realidad, quería salir solo y cambiar de ambiente. Fue a una discoteca y se encontró a su prima con unas amigas. Le llamo la atención una de ellas, hablaron y se liaron.

Nacho – Madrid

Un viernes de verano más, suena el teléfono, amigos que llaman para pasar unas horas de alcohol y risas. Aquel año recién empecé la universidad y la verdad, no me lo tomé todo lo serio que debía. Lo cierto es que aquella noche no me apetecía ir en compañía de nadie, solo necesitaba probar suerte y necesitaba pasearme por algún lugar de ambiente más adulto, ya que mis amigos siempre acaban parando en los lugares donde las adolescentes, esperan ligar. No digo que aquello no estuviese bien, pero sí que llega a ser un poco monótono. La noche comenzaba bien, el ambiente era relajado, el lugar estaba repleto de chicas muy interesantes y la música te dejaba escuchar. Ya se sabe, todo aquello que se planea rara vez suele salir bien y ¡cómo no! Esa regla no iba a romperse en mi caso. Estaba entablando una conversación muy amena con una chica en la barra del bar, muy serenamente charlando y bebiendo, cuando oí que alguien me llamaba. Era ella, mi prima y su séquito de amigas. No contentas con identificarme mientras se acercaron para darme el beso de rigor.
Aquellas cinco bellezas se acercaban con sus “trajes” o esas cosas que se ponen que las llaman vestidos, pero no es más que unas “tiras” de ropa para que no digan que van totalmente desnudas. Mi prima con la copa en mano fue presentándome una por una a todas sus amigas. Después de un rato de severo interrogatorio (ya sabéis que las chicas, y más si van acompañadas de tu prima, te preguntan casi todo). Como digo me sometieron a un severo interrogatorio, el cual creo superé, hasta que una de ellas me arrastró como posesa para echar un baile. Seguimos charlando y después de un rato, hablé más con Luisa, ya que fue la que mejor me caía, era la más guapa y la que más interés mostraba por mí.
La noche ya no era tan joven y me desgañitaba entre la barra del bar y la zona de baile, para de alguna manera sorprender aquella belleza. Cuando bailábamos era cuando más cariñosa se mostraba, me acariciaba el pelo y resbalaba su mano por todo mi torso. Bailaba de una manera muy sugerente, sus movimientos eran más propios del reino animal, me levantaba mucho la moral y veía en aquella chica un fetiche sexual.
No quería meter la pata y romper aquello con un beso, al fin y al cabo no era más que el primo pequeño de su amiga, y tal vez mal interpretaba aquello que a mi modo de ver aprecia una galería de artimañas previas a algo mejor, que se suponía vendría a posteriori. Fue en uno de esos tantos viajes a la zona de baile cuando motivada por una canción muy sensual llevó uno de sus dedos a mis labios, apenas me dio tiempo a reaccionar ya que cuando la conciencia volvía a mí, apenas no me dio tiempo a disfrutarla porque me sumergí en los jugos de su boca que alimentaban la sed que todo el calor de la sala, sus movimientos y todo aquello se veía acumulada en mi cuerpo sudoroso. Suavemente casi sin querer, sus labios me abandonaron, justo en ese momento dijo:
– ¿Te apetece acompañarme?

– ¿Dónde me llevaras?
– Ahorra tus fuerzas y deja esa verborrea quieta unos segundos… Solo di sí.
Eso dije, ¿qué pensabais que me lo iba a perder? ¡Ni de coña! Pues eso, que tras mi tímido si, tomó mi mano y me dirigió a su coche. Durante el trayecto solo hablamos de estupideces, cosas que carecían de interés para lo que cuento. Lo único que pregunte fue:
– ¿Dónde me llevas, Luisa?
– ¿Dónde crees? ¿Te apetece subir a mi casa? -dijo en tono pausado.
– No me lo puedo creer.
Dije llevándome las manos a la cara y sonriendo. El resto del camino no pude seguir conversando y a ella tampoco le apetecía demasiado. Entramos en su garaje y desde allí en ascensor hasta el octavo piso, donde vivía. Me impresionó aquel antro, sus padres debían de ser ricos porque su apartamento era realmente genial. Nada más entrar me mostró el minibar y me invitó a que preparase algo. Ella, mientras yo andaba entre aquellas botellas, se ausentó unos momentos. Apenas le dio unos sorbos a la copa que le preparé, la conversación subía de tono y se lanzó con un descaro casi agresivo a mi boca. Agarró mi camisa y me la sacó, liberé sus hombros de los finos tirantes del vestido, cayó al suelo y… ¡Madre mía! Pude contemplar sus bonitos pechos, no eran grandes, eran de ese tamaño que yo llamo ¡perfectos! La besé, ella me cogió de la mano y me indicó su cama. Me invitó a abalanzarme sobre ella y comencé a desperdiciar toda mi saliva en aquel espectacular cuerpo. Su piel era realmente agradable y olía fenomenal, es indescriptible pero nunca había olido nada que me hiciera sentirme tan a gusto. Mi polla pedía paso a toda prisa entre mis pantalones.
Apenas había lamido una pequeña parte de aquel cuerpazo, tras una artimaña de Luisa, de pronto me vi debajo de aquel cuerpo, siendo besado y relamido por aquella bestia sexual. De pronto noté que mis pezones ya no le motivaban tanto como unos minutos atrás y comenzó a desviar su cabeza e intenciones hacia el sur de mi geografía, noté que sus exploraciones empezaban a rozar el límite de lo que había conocido hasta ese momento.
– ¿Qué haces? -le dije.
Volvió a subir su cabeza a la altura de la mía y poniendo su dedo índice en mis labios en señal de que lo que deseaba en ese momento es que me callase, dijo:

– No te preocupes solo relájate y disfruta…
Yo estaba un poco tenso, porque la verdad no es que fuera un experto en materia sexual… Desabrochó los botones de mi pantalón y tiró de ellos hasta sacarlos de mis piernas. Tan pronto recuperó su posición, empezó a masajeármela con sus manos y su boca, hasta que metió su mano dentro de mis calzoncillos y la extrajo. En ese momento, mi verga sintió un frescor intenso que provocaba la brisa que entraba por la ventana, después de haber soportado una erección dentro de aquel estrecho pantalón, creerme, aquello lo recuerdo como la liberación de mi pene, fue una sensación increíble, si a eso añadimos los pequeños mordiscos, muy suaves esos si, que Luisa le hacía a mi polla, compensándolos esos si, con seductores y exquisitos lametazos a mi polla; sinceramente lo mejor de mi poca vida sexual hasta la fecha. Yo solo atinaba a balbucear o a emitir pequeños murmullos de placer. No sé cuánto duró aquella mamada, pero me pareció cortísima porque me corrí. No la pude avisar, así que solo atiné a separar su cabeza de mi polla con uno de mis brazos. En aquellos momentos no podía hablar, el latido de mi corazón creo que lo podrían haber oído los vecinos.
Entre tanto ella no había soltado mi polla y continuaba moviéndola espasmódicamente mientras mi polla chorreaba, vaya si chorreaba, me llovía sobre el estómago y parte del pecho. Tras unos segundos, entré en la realidad y tomé la iniciativa. Comencé a lamerla de nuevo tras una breve pausa de tiempo por sus pechos, me adentré poco a poco en su vagina, que estaba ardiendo, lamí sus piernas, eran increíble, aquella mujer se tenía que machacar en un gimnasio, tenía unos abdominales deliciosos, muy bien formados. Nunca me había comido un coño así que supongo no lo haría demasiado bien, aunque Luisa no dejaba de presionar mi cabeza contra esa parte de su cuerpo. Al rato me cogió de los pelos y tiro de ellos.
– ¿Qué pasa? -le dije.
– ¡Quiero que me la metas! -me respondió.

Metiéndome prisa, me tumbó de un empujón a su lado, cogió de una mesita un preservativo, me lo puso y se sentó sobre mi polla, la cogió con una mano y atinó a meterla en su coño, mientas con la otra mano guardaba el equilibrio apoyándola en mi pecho. Se la clavo toda, al principio iba lentamente, muy suave y me encantaba, pero luego iba acelerando, hasta que, para mi gusto, se convirtió en frenético. Me empecé a desquiciar y un breve mareo recorrió mi mente. Cuando me recuperé del mismo, que apenas duró unos segundos, comencé a azotarla con un movimiento desde abajo hacia arriba muy tímidamente, hasta que conseguí un ritmo muy aceptable, tal y como mi maestra instantes antes me había enseñado, hasta tal punto que ella cesó su meneo y se quedó estática, recibiendo solo el que yo le proporcionaba. De nuevo cogí la iniciativa, me incorporé y sin dejar de habitar en su interior, la coloqué debajo de mí. Tuve que volver a insertarla en su interior, ya que con el juego de cambiar de posición se escapó. Ella abrió tanto las piernas que no fueron molestas para que pudiese meterla toda. Me gustaba aquel movimiento, y a juzgar por su expresión, a ella también.
Tenía una mano en mi pelo, dándome pequeños tirones, aunque para ser sincero, era tanto el placer en que estaba sumergido, que no podía sentir el de mi pelo y su otra mano concentrada en mi boca, como fideos mojándolos en el interior de mi boca, sin apenas salsa debido al gran desgaste de jugos que me estaba causando. Me estaba empezando a venir esa sensación previa a la eyaculación y comencé a suavizar el ritmo, a ver si así podría posponerlo durante unos minutos más. A ella no le gustó en absoluto la idea y gritándome dijo:
– ¡Sigue, no te pares! ¿Qué haces?
– Administrar mis recursos -le dije en un tono sarcástico.
Ella mostró una sonrisa y me dijo que siguiera hasta el final. Entonces fue en ese momento cuando continué clavándole mi dotación masculina muy hasta el fondo mientras que a veces trataba de que mis penetraciones no fuesen tan profundas, pero si con un movimiento muy rápido. Fue la segunda vez que comencé con este corto movimiento (corto pero rápido), cuando noté su escalofrío y unos movimientos muy extraños en su vagina. Pareció cobrar vida, era como un bicho que me la devoraba, y fueron esos movimientos los que impidieron que toda mi leche permaneciera aún más tiempo en mi interior. Reventé literalmente, creo que nunca me había corrido tan abundantemente, al menos me dio esa sensación. Caí a su lado como una hoja seca que cae desde la rama más alta de un árbol. Me hallaba allí, sobre aquellas sabanas humedecidas de todo aquello que había ocurrido y ella allí, mitad recostada a mi lado, mitad recostada sobre mi pecho, hurgando en mi boca de nuevo con sus dedos y su lengua. No sé si trataba de reanimarme, lo cierto es que en aquel momento no podía más, me sentía agotado y mi polla yacía medio erecta, aun recostada sobre uno de mis muslos.
Tuve la tentación de asomarme a ver si aún seguía entera, pero no podía ni reclinarme, además tenía aquel pedazo de mujer sobre mí, era enorme, sudorosa, llena de saliva y a saber cuántas cosas más, acariciándome, relajándome, besándome muy dulcemente… Lo cierto que eso es lo último que recuerdo, pues me quedé planchado. Habría dormido unas pocas horas, solo sé que cuando desperté creí que había sido un sueño, descubriendo que todo había sido real, y que allí estaba con un calor tremendo, tapado con sus sabanas de seda. Me incorporé y me acerqué a la cocina, de donde provenían unos ruidos. Allí estaba sentada. Levanto la mirada y dijo:
– ¡Hola!
Se levantó y me dio un beso, el primero de aquel día. Esa mañana desayunamos juntos y acabamos en la ducha. Fue todo como un juego erótico. Realmente no sé si le di todo el placer que quería aquella chica, lo cierto es que yo si lo pasé realmente bien.

Esperaba que aquel fuese el primero de muchos encuentros con aquella morenaza de cuerpo imparable y escultural, pero no fue así, pasaron los días y no tenía noticias de ella, no mostraba interés de ningún tipo y me asolaron las ideas de que aquella chica no lo había pasado nada bien conmigo, lo cual me preocupaba, pero no me parecía extraño, ya que no tenía demasiada experiencia. También me dio por pensar que tal vez habría puesto los pies en el suelo y Luisa habría pensado en lo joven que era y eso era lo que en aquellos momentos jugaba en mi contra. Poco tiempo después aluciné al saber que la culpable del distanciamiento que tomó Luisa conmigo era mi prima. Al parecer ese día, en la noche, Luisa llamó a mi prima al percatarse de que no se quedó con el número de mi teléfono y mi prima en pequeñas cucharas sacó a Luisa todo lo que había sucedido la noche anterior entre los dos.
Durante varias semanas noté a mi prima muy ácida conmigo y mi presencia. No le gustó nada mi relación con el bombón de su amiga, eso está claro, e invitó a Luisa a que se distanciase, todo ello con una sutileza muy femenina y a saber con qué métodos persuasivos, para que alguien con la independencia y decisión de Luisa la tomara en serio. El hecho es que mi prima no facilitó a Luisa mi número, de esto me enteré meses después por boca de la dulce Luisa, al encontrarnos en un famoso comercio de mi ciudad, que aunque iba cogida con un chico de la mano, se moría por besarme, tal como me confesó después de facilitarle mi teléfono…
Aquella historia siguió y os la contaré en otra ocasión.
Saludos.

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