Relato erótico

Los cuernos le ponen caliente

Charo
9 de marzo del 2019

Su marido, tenía la fea costumbre de decir, “antes te presto a mi mujer que a mi coche. Le dio una lección y nunca más la ha repetido.

Rosa L. – Sevilla
No sabes amiga Charo, las veces, que oí decir mi marido a sus amigos, que mejor prestaba a su mujer, o sea yo, que su coche. Al principio lo tomé a broma, pero después de diez años de matrimonio, la cosa empezó a molestarme y al oírle decirle eso, a sus amigos me indignaba. No es que lo hiciera a diario, pero cuando se reunía en casa con sus amigos o los vecinos, como de costumbre salía a relucir el tema de los coches. Y como de costumbre, Jorge traía a la conversación el tema de prestar los coches. Casi de inmediato soltaba su oración favorita:
– Mejor presto a mi mujer que mi coche.
De vez en cuando no faltaba que alguien le preguntase el por qué y su respuesta me dejaba mucho más indignada aún.
– Mi coche, lo pueden rayar, darle un golpe, sobrecalentarlo, ponerle gasolina de la barata o peor aún fundirle el motor, en pocas palabras, me lo pueden joder. Mientras que mi mujer, con que se lave bien el coño tengo bastante.
Esa fue la gota que derramó el vaso, yo rogaba que algún día, alguien le tomase la palabra y le dijera:
– Perfecto, ya que no me puedes prestar el coche, préstame a tu mujer para echar un polvo.
No es que yo sea una santa, pero a diferencia de él, las veces que me he acostado con otros hombres, Jorge nunca se ha enterado. Pero como me conoce bien, siempre tiene la sospecha de que alguna vez le he puesto los cuernos, pero como no tiene pruebas, ni yo acepto ninguno de sus comentarios, termina por quedarse callado.

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A diferencia de mí, que cada vez que echa un polvo con alguna tía con las que trabaja, siempre de una u otra manera, termino enterándome de todo y finalmente él lo confiesa cuando discutimos. Para rematar, Jorge siempre terminaba la discusión diciendo:
– Pero es que eso es verdad, tú con que te laves bien el coño tengo bastante, ya que nunca me entero de las cosas que has hecho.
Claro que después de esas fuertes y calientes discusiones, tanto él como yo nos excitamos y terminamos follando como locos.
Hace como un mes, llegó su amigo Alfredo, de visita a casa, diciendo que necesitaba hacer unas gestiones, por lo que en medio de la cena inocentemente, le pidió el coche prestado a mi marido. Jorge se llenó la boca con su celebres palabras, después de oírlas, Alfredo se sintió sumamente avergonzado, ya que la manera en que ocasionalmente me mira, no es muy santa que digamos. No obstante Jorge se lleva el condenado coche a la oficina donde lo tiene estacionado todo el día, hasta que regresa a casa. En medio de todo se me ocurrió algo para darle una lección a mi marido. Por lo que cuando Jorge se levantó para ir al baño, le dije a Alfredo que me pidiera que le acompañara, con la excusa de que él no conocía la ciudad. Apenas regresó Jorge, Alfredo le dijo:
– Bueno, ya que no me prestas el coche, préstame a tu mujer para que…
En ese instante Jorge lo interrumpió diciendo:
– No hay problema, ella de seguro te podrá ayudar en todo lo que necesites.
De inmediato, mirando a Alfredo de manera sensual sin que Jorge lo notase, le dije que estaba de acuerdo, pero que necesitábamos de todas maneras el coche pero para conducirlo yo, y su respuesta fue:
– Mira mi amor, sabiendo como tu conduces, prefiero que te den por el… – y se quedó callado.
Quien sabe que barbaridad pensaba decir. Entonces la que se sintió avergonzada fui yo.

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Al día siguiente hablé con mis padres, me prestaron su camioneta y le dije a Alfredo que podíamos hacer todas sus gestiones. Cuando acabamos, al llegamos a casa, y al cabo de un rato, regresó Jorge. Bastante apurado me dijo que debía ir al aeropuerto ya que salía de viaje de negocios y regresaba en tres días. Al ver la camioneta de mis padres me dijo:
– Que bien, así no tengo que pagar un taxi que me lleve al aeropuerto.
Cerró su coche con llave y después de recoger algo de ropa le llevamos. De regreso a casa acompañada de Alfredo, yo iba conduciendo, y como me di cuenta que me estaba mirando, disimuladamente me rasque la ingle, mientras decía:
– Es que me depilé esta mañana y al parecer se me irritó la piel.
No dijo nada. Al cabo de pocos minutos llegamos a casa. En cuanto cerré la puerta Alfredo dijo:
– ¿Cómo puedo agradecerte toda la ayuda que me has prestado?
– Simplemente ayúdame un poco en arreglar la casa – le contesté.
Noté que la mirada de Alfredo era lujuriosa, pero no se atrevía a decir ni hacer nada. Fue entonces cuando le dije:
– Acuérdate de lo que dice tu amigo. Mejor te presto a mi mujer que a mi coche. Tómalo como un pequeño préstamo, además como también dice después de que terminemos, con que me lave bien el coño tiene bastante.

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En esos momentos, dejé que la bata que me había puesto, cayera al suelo. Alfredo al verme completamente desnuda ante él sus ojos parecían salirse de sus orbitas. Lentamente me di vuelta y le dije de la manera más seductora que pude, jugueteando con su cabello al tiempo que ambos nos sentábamos en el sofá:
– ¿A qué esperas?
Eso fue el pequeño empujón que necesitaba para ponerse manos a las obra. De inmediato me dio un soberano beso, al que respondí, sus manos comenzaron acariciar todo mi cuerpo mientras que una de las mías buscaba la manera de sacar su polla. En pocos segundos ya me la había metido. Note como su polla se abría paso dentro de mi húmedo coño.
Estuvimos follando un buen rato, lo único que faltó fue que me diera por el culo.
Cuando terminamos, descansamos un rato, lo llevé a mi habitación, donde lentamente le fui quitando toda la ropa, para luego dedicarme a mamar su erecta polla. A los pocos segundos Alfredo estaba a punto para seguir follando conmigo. Durante los siguientes tres días Alfredo me “usó” a tope. Pero para hacer nuestros encuentros más excitantes, se me ocurrió el hacerlo fuera de la casa, en un parque público, ocultos tras los arbustos, y también en el reservado de una discoteca a la que fuimos juntos.
Cuando regresó Jorge de su viaje de negocio, Ricardo ya se había marchado. A Jorge lo trajo un taxi del aeropuerto, cuando subió a nuestro dormitorio me encontró en el baño, sentada en el vide con las piernas bien abiertas lavándome el coño. Al verme me preguntó tontamente que hacía a lo que yo le respondí:
– Aquí, lavándome bien el coño para que con eso tengas bastante.
Al parecer Jorge no comprendió la indirecta, por lo menos no de inmediato. Luego me preguntó por Alfredo y le dije que se había marchado y que le daba las gracias por haberme prestado. Cosa que por lo visto tampoco captó la indirecta, aunque procuré ser bien directa.
El siguiente fin de semana, mientras estaba reunido con sus amigos, le oí decir sus repetidas palabras. Mejor te presto a mi mujer que a mi coche. Por suerte otro de sus amigos le preguntó por qué decía eso. En ese instante al terminar de decir:
– Mi mujer, con que se lave bien el coño tengo bastante.

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Fue cuando se dio cuenta de lo que yo le había dicho aquel día mientras me lavaba el coño. Al poco rato me llevó a la cocina y asustado me preguntó
– ¿Qué hiciste con Alfredo?
– Lo que tú has dicho una infinidad de veces, que mejor me prestas a mí que a tu mugroso coche. Pues bien, tu amigo me “tomó prestada” por estos días que tú no estabas y como a ti te basta con que yo me lave bien el coño, eso hice – le respondí.
Parecía que las venas del cuello le iban a estallar, pero como estaban sus amigos, se calmó casi de inmediato.
Por la noche, después de que todos se marcharon, me volvió a preguntar que había hecho con su amigo. Le conté con todo lujo de detalles lo que Ricardo y yo habíamos estado haciendo, mientras él estaba fuera.
De pronto se avalanzó sobre mí, me beso y pasamos una de las mejores noches de nuestras vidas. De haberlo sabido, le hubiera dicho con anterioridad las muchas veces que le he sido infiel, desde hace tiempo. Por unos pocos días ni nos hablamos, pero finalmente se le pasó. Claro que cuando Alfredo ha vuelto de visita a casa, Jorge le presta su coche, no toca el tema, pero tampoco me deja a solas con él. Lo bueno de todo eso, es que nunca más lo he vuelto a oír decir:
– Mejor te presto a mi mujer que mi coche.
Besos, Charo.

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