Relato erótico

Loco por ella

Charo
5 de abril del 2020

Su guapa y madura vecina le trae loco. Desde que la vio de rodillas, fregando el rellano, no podía evitar hacerse muchas pajas a su salud. Se saludaban, hablaban y poco a podo fue cogiendo “confianza” y algo más.

Fernando- Valencia
Me llamo Fernando, vivo en Valencia y me gustaría contarte la aventura que gocé hace poco con una madura y atractiva vecina que se llama Eugenia. Es una mujer casada, de 49 años, regordeta pero todo lo que adorna su cuerpo, abundante en cantidad, lo tiene muy bien puesto. A mí me gustó nada más verla y era raro el día que no me la pelaba en su honor tras haberla visto fregar su parte de escalera, de rodillas, a la antigua usanza, con la falda descubriendo unos muslos blancos, rollizos y alguna vez la blancura de unas grandes bragas. Como es normal entre vecinos de un mismo rellano, pronto empezamos a relacionarnos hasta el punto que cada vez que tenía una avería o un problema, venía a llamar a mi puerta por si podía solucionárselo. Poco a poco me fui ganando su confianza y ella la mía, pero costándome esfuerzo disimular los deseos que tenía de ella. Me gustaba todo, sobre todo sus tetas enormes y su gordísimo culo.
Imaginándomela desnuda, mi polla se empalmaba sola y mientras detallaba lentamente sus gordos encantos, me hacía una paja, lanzando todo mi semen al aire mientras, a pesar de sentirme algo ridículo, pronunciaba su nombre. Meneándomela, me imaginaba que le estaba tocando el culazo, que le echaba la braga hacia un lado y que le veía el coño que yo seguía imaginándome enorme, muy peludo y de raja larga y profunda.
Así estábamos cuando, un día, llamó a mi puerta y me dijo si podía ayudarla a colocar una cortina que había quitado para limpiarla y ahora no podía ponerla de nuevo sola. Acepté encantado y pasamos a su piso.
– Aguanta la escalera – me dijo – mientras yo la coloco.
Al subir ella por la escalera y sentir como sus piernas rozaban mis manos ya me excité pero peor fue cuando llegó más arriba y su falda quedó a la altura de mi cabeza. Mientras ella colocaba la cortina yo podía ver perfectamente sus gordas nalgas desnudas ya que, esta vez, llevaba una pequeña braga blanca, que casi se la tragaba el profundo surco de su trasero. La braga le marcaba, además, toda la forma del coño y no sólo eso sino que, al ser transparente la prenda, se le veían todos los pelos, parte de los cuales asomaban, negros y rizados, por ambos lados de la prenda.
Mi polla estaba a punto de salírseme del pantalón y la cremallera parecía que quería explotar. Cuando terminó de colocar la cortina me fui casi corriendo a mi casa, nada más cerrar la puerta me bajé pantalones y calzoncillos y me hice una paja allí pensando en Eugenia, en sus gordas nalgas, en su pequeña braga, en los pelos negros de su coño y, cómo no, en su chochazo.

Tras unos pocos meneos, pegué una corrida fenomenal, llenando el suelo del recibidor de manchurrones blancos pero quedándome muy a gusto.
Unos días más tarde, me la encontré cuando los dos íbamos a entrar en el ascensor y ella me dijo:
– No sé si es que se me ha estropeado el calentador o es el gas que no pasa, pues no se me quiere encender. ¿Por qué no pasas y te lo miras?
Naturalmente le dije que iría con mucho gusto. No sólo estaba encantado de entrar en su casa sino que deseaba también entrar en su cuerpo y sobre todo en su enorme y peludo coño.
Ya en su casa y mientras yo le miraba el calentador, ella fue a cambiarse de ropa, según me dijo, para estar más cómoda. Al poco rato regresó con un bata rosa atada en la cintura con un lazo. Cuando le estaba explicando lo que había pasado con el termo y se lo encendí para demostrarle que ya se lo había arreglado, a ella, por un falso movimiento o por un gesto querido, se le soltó el lazo de la bata. Esta se le abrió y apareció su cuerpo ante mi completamente desnudo. Mi estupor duró un segundo y sin darle tiempo a reaccionar, una de mis manos fue a sus hermosas y tremendas tetas y la otra hacia su coñazo. Ella, sin protestar y mirándome sonriente, me preguntó:
– ¿Querías verme así, verdad…te gusta lo que ves y lo que tocas?
– ¡No sólo me gusta, me encanta! – le contesté muy excitado – ¡Estás muy buena y confieso que realmente tenía muchas ganas de verte y tenerte así! Pero…
– No te preocupes por mi marido – dijo, adivinando mi pensamiento – Está fuera y no vendrá hasta mañana. ¿Por qué no vamos a mi habitación? Me gustaría verte completamente desnudo como tú me estás viendo a mí.
La seguí hasta su habitación y nada más entrar, me fui desnudando ante su atenta mirada, pero al llegar a los calzoncillos, me cogió la muñeca y dijo:
– Espera, eso te lo quito yo.
Al bajarme la prenda era tal la erección que tenía que mi polla saltó como un resorte.
– ¡Que maja la tienes! – exclamó cogiéndomela y acariciándomela con una mano mientras con la otra sobaba mis nalgas – ¡Méteme un dedo en el coño para que veas cómo me has puesto! -añadió sin dejar de masturbarme.
La obedecí llevando mi mano a aquella pelambrera y al meterle el dedo lo encontré muy mojado. Nos estuvimos masturbando así mutuamente un buen rato hasta que ella me dijo que me sentara en el sillón que había en la habitación, a los pies de la cama.
Cuando lo hice, ella misma me abrió de piernas y de rodillas en el suelo, se tragó mi polla todo lo que pudo empezando a hacerme una mamada increíble hasta que al poco rato y sin dejar que me corriera, sacándosela de la boca, me dijo:

– Ahora quiero que seas tú quien me pegue una comida en el coño.
La senté en el sillón donde yo había estado, le separé las piernas y por fin tenía todo ese coñazo enorme que tantas veces había deseado, para mi. Acercando a él mi cara empecé a comérselo, a chupárselo y a lamérselo. Mientras más se lo comía más se excitaba y más se corría mojándosele por completo así como mis labios y parte de mi cara. De pronto, entre suspiros de placer, me gritó:
– ¡Chupa mi clítoris, chúpalo…!.
Gritaba de placer y todo su cuerpo saltaba de gusto. Mientras con la lengua le lamía la pipa y con el dedo le follaba el coño, me dijo:
– ¡Venga, méteme la polla en el culo pero antes de correrte, me la metes en el chocho!
Al acabar de decirme eso se puso a cuatro patas ofreciéndome su enorme trasero, de nalgas redondas y salidas. Nunca imaginé podría tener este regalo. Si follármela por el coño ya era maravilloso, hacérselo por el culo era sublime. Le separé las nalgas con ambas manos, admirando un agujero marrón bastante dilatado, prueba de que no iba a ser yo el primero que la penetrara por ahí.
Me agarré la verga con una mano, apunté al agujero con mi capullo y se la metí en el culo hasta los huevos. Ella lanzó un profundo gemido pero no creo que fuera de dolor y mientras se la metía y sacaba del ano, enculándola cada vez más fuerte, ella decía:
– ¡Que bueno, dame más polla… oooh… ahora, ahora métemela en el coño… ya, venga… aaah… que gusto me das..!.
Se la saqué con rapidez del culo y se la metí en ese gran coño excitado y súper mojado que estaba pidiendo polla a gritos. Le di polla hasta que reventó y explotó mi corrida que le llenó todo el coño al tiempo que ella, corriéndose y cayendo destrozada pero muerta de gusto, al suelo, decía:
– ¡Que gusto, que gusto… oooh….!

A partir de ese día, cuando a ella se le apetece llama a mi puerta y cuando me apetece a mi, soy yo quien llamo a la suya.
Hasta otra.

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