Relato erótico

Loca por los zapatos

Charo
2 de octubre del 2019

Había cobrado la paga de navidad y quería “hacerse un regalo”. Fue a un centro de estética que arreglaban los pies muy bien, incluso habían puesto un spa. Despues iría a comprarse unos zapatos que era una de sus obsesiones.

Sara – Barcelona
Como mi economía no ha estado muy bien que digamos en estos últimos tiempos, he tenido que hacer a un lado las cosas que me causan placer, pero que, en estos momentos se consideran un lujo. Por lo que para estas navidades, como recibí mi paga de navidad en el trabajo, decidí darme el gran lujo de hacer dos cosas que para mí son de lo más placenteras: Ir a que me hagan la pedicura y comprarme un par de zapatos. Así que en cuanto dieron las seis de la tarde, salí de la oficina como un rayo para dirigirme al centro de estética a hacerme la pedicura. Al llegar, me encontré que habían incluido otro servicio adicional a la pedicura normal, el SPA de pies. Este consiste en dar un buen masaje en los pies, ponerle mascarillas (yo pensaba que eso se hacía en cara y cuello) para relajarlos y dejarlos tan suaves como los de un bebé. No pude resistir la tentación, así que, como regalo navideño, me daría el SPA de pies y los zapatos, ¡sería una tarde formidable!
Había mucha gente, así que tuve que esperar un buen rato, cuando por fin me atendieron, me hicieron sentar en un sillón reclinable, lo cual me llamó la atención, y después de sentarme, lo primero que hicieron fue quitarme los zapatos que llevaba sin permitirme que yo lo hiciera, y hacerme poner los pies en una tina con agua, la cual tenía sales aromáticas y la tina era especial, con jacuzzi para pies y vibrador para dar masaje. Sentía los pies en la gloria. A los cinco minutos, la manicura empezó a trabajar en mis pies, cortándome las uñas, quitando la cutícula y limando cualquier aspereza. Al terminar con eso, me secó perfectamente los pies, hizo que me reclinara en el sillón y comenzó a darme un masaje, primero muy suave y luego con firmeza. Empecé a relajarme, ya que no hay cosa que disfrute más que un masaje en los pies y nunca me lo había dado nadie de forma profesional. Así que me relajé para empezar a disfrutarlo. La chica sabía bien como mover sus manos, comenzó muy suavemente recorriendo con sus manos todo mi pie, y cada vez con más firmeza.
Tomando su tiempo para cada dedo, lo cogía, lo masajeaba despacio, dedicándole toda su atención a un simple dedo, relajándolo, acariciándolo como lo hacía yo con… Dejé de pensar, traté de que mi mente no divagara tanto, últimamente mi vida sexual no había estado muy activa, así que cualquier cosa me hacía pensar en la necesidad tan grande que tenía de hacer el amor. Siempre he tenido un carácter muy fogoso y mi novio satisface todas mis necesidades, pero ahora, él está tan lejos. La chica seguía trabajando con mis pies, sentía sus manos entre mis dedos más que como un masaje, parecían caricias, sus manos eran suaves, sus movimientos firmes, como los de un amante experto.

Empecé a imaginar que eran las manos de mi novio, unas manos que tanto placer me habían dado muchas veces, me dejé llevar por mi imaginación. Imaginaba a mi novio quien sabía a la perfección mi gran debilidad. Sabía que cuando acariciaba mis pies, podía hacer conmigo lo que quisiera, podía romper cualquier negativa, podía obtener de mí lo que más deseara.
Imaginé que era mi novio el que estaba en lugar de la chica, que era él quien estaba masajeando mis pies, quien me estaba complaciendo tanto. Me dejé llevar por mis sentidos, me dediqué a sentir esas manos suaves recorriendo mis pies, relajándolos, acariciándolos, complaciéndolos, que sensación tan maravillosa. Comenzaba a sentir como se humedecía mi vagina mientras esas manos expertas me seguían acariciando. Empezaba a flotar, mi cuerpo se abandonó al placer que estaba sintiendo, pensando que esas manos eran las de mi novio, me encontraba relajada, feliz. Muy pronto sentí como nacía en mí esa sensación maravillosa del preludio al orgasmo, mi piel comenzó a erizarse, sentía como la humedad rebasaba la frontera de mis bragas, mis sentidos me ganaban, hasta que escuché un leve gemido, un gemido que procedía de mi boca sin haberla abierto. Abrí los ojos y me costó trabajo entender dónde estaba. Cuando vi a la chica, ella me miraba con una sonrisa de ¿cómplice? En sus labios. Tuve que bajar de mi nube, no podía permitirme eso, ¿cómo iba yo a tener un orgasmo ahí, y mucho menos provocado por una chica?
Recobré la compostura y mientras terminaba con el masaje, me dediqué a buscar el color del esmalte que quería me pusiera en las uñas. Elegí un rojo fuego, sabía que a mi novio le volvía loco, tenía cierta fijación con los pies y los míos, sin ser nada del otro mundo, le parecían muy bonitos. Mientras esperaba que secara el esmalte, comencé a pensar en que zapatería tendría los zapatos más a mi gusto. Me conocía todas las zapaterías de la ciudad y tengo la manía de coleccionar zapatos, los tengo de todos los colores, con diferentes alturas de tacones, desde las sandalias con unas simples tiritas, hasta las que protegen todo el pie y solo dejan al descubierto el talón y los dedos. Era feliz comprando zapatos y mi novio motivaba mi “vicio” cada vez que podía, me llegaba con un par de zapatos, los cuales le gustaba que yo estrenara cuando hacíamos el amor. Antes de salir de la esteticien, pasé al aseo para quitarme las bragas, además de que estaban mojadas, me encantaba la sensación de libertad que ocasionaba.
Cuando me encontré en la calle, sin pensarlo mucho, me dirigí a una zapatería donde tenían gran surtido de zapatos, pero sobre todo trabajaba un hombre muy servicial y atractivo, pero una de las razones por las que me gustaba ir, era porque en más de una ocasión me había dicho que tenía unos pies bonitos, y después del “tratamiento”, sentía mis pies distintos, tremendamente sensuales y capaces de hacer cualquier cosa. Al entrar, antes de buscar ningún zapato mi mirada recorrió el establecimiento buscando aquel hombre a quien le gustaban mis pies. Ahí estaba, mostrándole a una señora unos zapatos. Decidí de mientras ir escogiendo unos zapatos. No tardé mucho en escogerlos, hubo dos que me gustaron, me llamaron como un imán. Rojos, uno cerrado, con tacón fino, sin llegar a ser un tacón de aguja, lisos sin ningún tipo de adorno. Los otros eran unas sandalias, tres tiras delgadas delante y una cuarta tira para sujetarse al talón, tacón un poco más alto. Me quedé observando los zapatos, imaginando como lucirían en mis pies, nuevamente busqué al dependiente, estaba dándole el cambio a la señora que atendía.
Me encaminé hacia él, disimulando un poco, tratando de parecer que buscaba alguien que me atendiera. Antes de llegar me vio, y adelantándose a uno de sus compañeros, me saludó. Le mostré los zapatos que quería, ni siquiera se molestó en preguntarme que número calzaba, lo sabía perfectamente. Me dirigí a la sección donde estaban las sillas para probarse los zapatos. Busqué la más retirada, puse mi bolso en la silla de al lado y me dediqué a esperarlo. No tardó en aparecer, traía los dos pares y otros dos adicionales, también en color rojo. Acercó el banquito, se sentó en él, y sin decirme nada, cogió mi pierna a la altura del tobillo, me quitó el zapato y lo colocó sobre el banquito. Observé su rostro como tratando de buscar alguna señal y la encontré. No terminaba de soltar el pie y lo veía de una forma muy extraña, sin soltarlo, estiró la otra mano para tomar mi otro pie, entonces soltó el primero para quitarme el zapato y al intentar colocar mi pie sobre el banquito y sin que se lo esperara, coloqué mi pie sobre su rodilla y lo miré a los ojos.
Él turbado bajó la mirada y se quedó mirando mis pies. Acto seguido cogió el primer par, el cerrado que yo había elegido, y con sumo cuidado y hasta con cierta reverencia, me los puso, colocando ahora sí cada pie en el suelo. Me levanté para acercarme al espejo, caminé unos cuantos pasos. Me gustó mucho la imagen que el espejo me devolvió, los tacones altos estilizan mucho la pierna. Regresé a mi asiento y al sentarme, dejé un pie en el suelo y el otro lo puse en el banquito, abriendo levemente las piernas. Él lo notó y trató de ver algo más allá de mis rodillas, se lo permití unos segundos e inmediatamente junté las piernas, me incliné hacia él y con una voz melódica y suave le dije:
– ¿Qué te parecen? ¿No crees que las sandalias lucirían más?
– Lo que te pongas lucirá igual, tiene unos pies preciosos.
Me quité el zapato y levanté mi pie hasta apoyarlo nuevamente en su rodilla, y apoyando mi barbilla sobre mi rodilla, le pregunté con voz sensual:
– ¿De verdad te gustan?
– Si, mmee me gustan mumucho – tartamudeó.
– Pues muchas gracias.
Me enderecé apoyando mi espalda en el respaldo de la silla, me quité el otro zapato y lo puse sobre el banquito. Me vino en ese momento a la memoria el masaje tan maravilloso y sin pensarlo, el pie que tenía apoyado sobre su rodilla lo empecé a desplazar por su muslo. Él, de forma instintiva, se puso en pie de un salto, diciéndome que iría por otro par de zapatos. Ese tiempo en el que entró a la trastienda, me hizo analizar lo que estaba sucediendo. El masaje me había dejado muy excitada y buscaba la forma de desahogarme. Normalmente no soy así, sé controlarme, pero en estos momentos estaba fuera de control.

Miraba mis pies y no terminaba por entender que tuviera aquella sensación de placer sexual tan solo por las caricias que estimularon mis pies. Pero eso había ocasionado que mi temperatura se elevara y la verdad, me sentía muy bien. Me sentí dueña de la situación y eso me gustó. Aproveché ese tiempo para acomodar mi falda y así permitirle a aquel hombre que notara la falta de mis bragas.
Cuando regresó, se detuvo a hablar con uno de sus compañeros, no traía nada en las manos, ¡cómo me hubiera gustado ver lo que hizo en la trastienda! Se volvió a sentar en el banquillo y sin atreverse a mirarme, cogió de nuevo uno de mis pies y empezó a ponerme con mucho cuidado una de las sandalias. Cuando acabó, posó mi pie sobre el banquito y tomó mi otro pie para hacer la misma operación. Su mirada subió lentamente recorriendo mi pierna, hasta que, al llegar a la altura de las rodillas, intencionadamente abrí un poco las piernas para permitirle que viera más. Hacía pocos días había rasurado todo mi vello púbico, ya que el fin de semana anterior, había ido con unas amigas a la playa, por lo cual podría ver el brillo que provocaba la humedad en mis labios. Su mirada se detuvo, sus manos comenzaban a temblar. Aproveché ese momento para levantarme y caminar hacia el espejo, y no precisamente para ver mis pies. Quería ver que tan concurrida estaba la zapatería. Era tarde, la clientela comenzaba a marcharse, al igual que algunos de los empleados. Cuando regresé a mi asiento solo quedaba el cajero, que estaba concentrado haciendo cuentas. Él no se había movido de su sitio y me dijo con voz temblorosa:
– Te quedan bien las sandalias, con ellas puedes lucir mejor los pies, dignos de cualquier princesa.
Nuevamente coloqué los pies sobre el banquito e inclinándome hacia delante, hice el ademán de quitarme las sandalias. Su reacción fue la que esperaba, se adelantó y comenzó a quitármelas. Al quitarme la primera puse mi pie sobre su rodilla y al descalzarme el otro pie, repetí la operación colocándolo sobre su otra rodilla. Eché un vistazo rápido al cajero y vi que seguía muy ocupado con su cierre de caja. Me recargué nuevamente sobre el respaldo y empecé a deslizar mis pies por sus muslos, con caricias seductoras y firmes. Me sorprendía a mí misma con esa actitud, jamás había hecho eso, ni siquiera había pensado en mis pies como una poderosa arma sexual.
Estaba dispuesta a descubrir hasta donde podía llegar. El hombre se enderezó, colocó sus manos sobre mis pies y comenzó a acariciarlos sin mover sus manos, solo permitiendo que mis pies continuaran sus movimientos ascendentes por sus muslos. Poco a poco, mis pies se fueron volviendo más atrevidos, mis dedos comenzaron a llegar a la parte alta de su entrepierna.
Cada vez que mis dedos tocaban su verga, la iba sintiendo más dura. Veía perfectamente el bulto que iba creciendo bajo su pantalón. Él continuaba sin hacer nada, estaba como hipnotizado con el movimiento de mis pies. Decidí ser más atrevida y sin bajar mis pies de sus piernas, me incliné hacia él y acerqué mis manos hacia su cinturón, el cual pude soltar sin mayor problema. Continué con el botón y la cremallera del pantalón, y con un suave pero firme movimiento, liberé su polla. Con mis manos la acaricié suavemente unos instantes, para después volver a apoyarme en el respaldo de la silla y continuar con lo que había suspendido. Mis pies siguieron acariciando sus muslos, pero ahora mis caricias se habían vuelto mucho más agresivas, no se concretaban a los muslos, sino que pasaban más tiempo cerca de su verga. Con mis dedos la recorría toda de arriba abajo, trataba de no dejar un solo centímetro sin acariciar.

Deslicé mi cadera hacia delante de la silla para poder tener más libertad de acción, entonces comencé a concentrarme en ese instrumento tan maravilloso, capaz de dar tanto placer.
Ahora lo que yo quería era darle placer, así que coloqué mis piernas de tal manera que pude acariciarla con las plantas de los pies; presionaba un poco y movía mis pies de arriba abajo sin soltarla e intercalando con movimientos de molinillo suaves y lentos. Le miré a la cara, tenía los ojos cerrados y los músculos estaban tensos. El sudor comenzaba a recorrer su frente. Busqué al cajero, no lo vi por ningún lado. Él cogió mis pies y los fue dirigiendo, enseñándome paso a paso lo que debía hacer. Era algo maravilloso, nunca había imaginado que los pies pudieran dar tanto placer, cerré los ojos, seguí moviendo los pies como él me enseñaba, nunca creí que los pies tuvieran la sensibilidad para sentir todos y cada uno de los pliegues y salientes de esa verga. Sentía como crecía, como se iba endureciendo cada vez más. Y yo sentía un placer que nunca pensé se pudiera dar a través de los pies. Era maravilloso. Al poco tiempo comenzaron sus gemidos, sentí las palpitaciones de su verga hasta que reventó en un profundo orgasmo.
Yo estaba fascinada, nunca pensé poder hacerlo tan solo con los pies. Toda su leche se derramó sobre mis pies, me gustó sentir ese líquido caliente escurriendo entre mis dedos. Cuando terminó, cogió mis pies con las dos manos y con suaves caricias, esparció su semen por todos mis dedos, los llevó hasta su boca. Con su lengua limpió todo, chupando con delicadeza cada uno de mis dedos, metiendo su lengua entre mis dedos. La sensación era tremendamente placentera y me dejé llevar, recordé el masaje y lo que había sentido, pero esto no tenía igual. Sin apenas darme cuenta, reventé en un orgasmo maravilloso, uno que salía desde el fondo, se me crisparon los músculos. Encogí los dedos de los pies pero ni así dejó de lamerlos y chuparlos. Yo continuaba en un maravilloso orgasmo, una clase de orgasmo que nunca había experimentado, uno que me hizo llegar casi a la inconsciencia. Cuando me recuperé, lo miré a los ojos, brillaban de una forma especial. Seguía sosteniendo mis pies en sus manos, como acunándolos.
Sin decir palabra me puso mis zapatos, me puse de pie. Cogí los dos pares de zapatos que me había probado y me dirigí a la caja. No había nadie, saqué de mi monedero el importe exacto y sin girar, me dirigí a la puerta.

Al llegar a casa me acosté y nuevamente observando mis pies pensé: “Me alegra haber descubierto que no sirven solo para sostenerme y caminar”…
Besos para todos.

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