Relato erótico
Lo supe en cuanto la vi
Es un cliente habitual de aquel restaurante y siempre le había llamado la atención la camarera. Era un pedazo de hembra impresionante, pero estaba mentalizado de que aquel “menú” no lo podía probar. Pero a veces las cosas cambian y…
David – Tarragona
Hola Charo, soy un chico de treinta años, mido 1,80, me gusta mucho hacer deporte y me llamo David.
La historia que quiero contarte comenzó cuando, como cada día, fui a comer a uno de los muchos restaurantes que están en la zona de la playa. Esta vez me toco ir a mí solo porque a la hora de comer todo el mundo del despacho ya se había ido.
Me senté en una mesa que tenía un amplio ventanal en frente y podía ver el mar y los barcos entrando en el puerto. La vista era muy bonita, pero me agradó más ver la visión de la camarera, conocida ya de otras veces. La chica era alta, más de 1,75, rubia y no excesivamente guapa, aunque tampoco era fea. Pero se movía de una forma que parecía la típica que se hace la tontita y la inocente y luego resulta ser una cachonda. Además me di cuenta que sus tetas eran muy grandes y que no llevaba sujetador porque bailaban como dos gordas campanas al son de sus movimientos.
– ¿Vas a ser tú solito? – me preguntó.
– Sí- respondí – Hoy me ha tocado estar solo.
Elegí los platos y cuando se alejaba hacia la cocina pude contemplara placer su hermoso culo, que estaba embutido en unos vaqueros muy apretados que lo hacían aún más apetecible. Después de esta visión tan erótica me tuve que resignar viendo los barcos entrando en el puerto.
Al poco rato ella volvió con el primer plato en la mano, una botella de agua y una amplia sonrisa. Dejó el plato y cuando se dispuso a abrir la botella, apoyándola en la mesa para hacer más fuerza con el abridor, tanta fue la fuerza que hizo que la botella al abrirse se cayó encima de mí, mojándome todos los pantalones.
Ella parecía avergonzada y cogiendo una servilleta intentó secar algo del agua que ya calaba mis pantalones, pero cual fue mi sorpresa cuando su mano abandonó la zona humedecida para plantarse encima de mi paquete, que me empezó a reaccionar ante esas inesperadas caricias. Ella había abandonado su expresión de niña avergonzada y ahora volvía a ser la de cachonda, ingenua que me miraba sonriendo, poniéndome aún más cachondo.
– Ven – me dijo entonces – Tenemos un secador en el despacho.
Me levanté de la silla y la acompañé por una puerta que ponía “reservado”. Ella iba delante y yo volvía a ver ese culo con los vaqueros que se metían por la raja. Antes de entrar por una puerta que ponía “oficina”, ella ya se había quitado la camiseta y una vez dentro, dándose la vuelta, pude ver sus enormes y apetitosas mamas.
– Quítate lo mojado – me dijo mientras se acercaba a mí y se soltaba el botón y la cremallera de su pantalón – No me gustaría que tu pajarito se constipara por mi culpa.
Ahora ella ya me dejaba ver la parte de arriba de sus braguitas naranja, mientras volvía a tocarme el paquete, acariciándolo por encima del pantalón.
– Esto está muy duro. ¿Será del agua? – dijo riendo.
– No creo – le contesté mientras masajeaba sus tetas.
Sus pezones, largos, gordos, de un color marrón, estaban duros, eran preciosos.
Ella miraba mis manos y sonreía, mientras soltaba mis pantalones, cosa que yo aproveché para meter mis manos entre su pantalón y sus nalgas, que como ya había supuesto eran grandes pero duras. Mientras me agarraba a su culo, moví las muñecas para bajar así sus pantalones, dejando así todo su trasero al descubierto, ya que el tanga de hilo dental que llevaba no le cubría nada.
Entretanto ella me había despojado de mis húmedos pantalones y mis también mojados calzoncillos. Yo previamente me había quitado los zapatos, así que mi estampa era ridícula, con las pelotas al aire y con los calcetines “ejecutivos” puestos.
Entonces ella, acariciando mi polla, masturbándome suavemente me dijo:
– Quítate la camiseta.
Aparté mis manos de la raja de su culo, que acariciaba como ensimismado tanto por la sensación de piel en mis manos como por la paja que me estaba haciendo, y me despoje de la camiseta.
En el despacho me dijo que había un sofá de tres plazas y me indicó que fuéramos. Cosa que hicimos y durante el corto camino, ella se bajó el tanga y yo me quité los calcetines. Mi polla estaba muy dura. Ya en el despacho, me senté en el sofá y ella, mirándome con cara de viciosa, se arrodilló en el suelo y se metió mi polla a la boca. La lamía, la chupaba, la follaba con su lengua, despacio, deprisa, otra vez despacio, con toda la polla en su boca, sacándola y lamiéndome mientras me masturbaba.
Yo sentía un cosquilleo desde la punta de la cabeza hasta los pies. ¡Que placer!. Y ella me miraba sin abandonar mi verga. Parecía que estaba disfrutando de la mamada tanto como yo.
– Túmbate en el sofá – me dijo de pronto mientras abandonaba el placer oral que me estaba proporcionando y se levantaba del suelo.
Fue entonces cuando puede ver su coño perfectamente desnudo ya que iba completamente rasurada. Ella plantó su hermoso coño en mi cara y se inclinó para seguir con los menesteres que antes había empezado.
– ¡Chúpamelo todo! – me ordenó mientras comenzábamos un grandioso 69.
Comencé a chuparle el coño, los labios, por dentro por fuera, le metía la lengua y la sacaba como si fuera una polla. Pero ante mi tenía también su ojete y a la vez que ella se humedecía con mis lengüetazos yo le masajeaba el ano, que se veía que no era virgen pues estaba dilatado y pude introducirle un dedo con suma facilidad.
– ¡Sí, sí, ahora, dame por el culo! – decía ella cada vez que sacaba mi herramienta de la boca.
Entonces despegué su coño de mi boca y le obligué a dejar su tarea, salí de debajo de ella y me puse de pie, quedándose ella a cuatro patas sobre el sofá. Ella misma cogió mi polla y se la llevó hacia el culo donde, de un solo empujón, se la metí entera. Ella gritó de dolor pero enseguida movía su culo para meterse y sacarse el miembro de su ano.
– ¡Sigue, cariño…. como me gusta… sí, clávamela en el culo! – exclamaba.
Cada vez bombeaba más fuerte hasta que mis acometidas fueron casi brutales. Sus enormes tetas se movían y golpeaban en su pecho al ritmo que yo embestía, mientras ella miraba hacía atrás con cara de dolor y placer.
– ¡Que bien lo haces… no pares hasta que te corras, cariño… sí, sí, sigue… sigue…! – gemía mientras se masturbaba el coño.
Al poco rato noté que no podía aguantar más y exclamé:
– ¡Me corro… me corro…!.
– ¡Sí, sí, sí… yo también! – respondió entre gemidos.
En este momento solté un increíble chorro de semen en su culo, pero seguí embistiendo para que saliera toda la lefa de mi verga, dejándola a ella exhausta sobre el sofá. Yo, tras sacar mi polla de su más que dilatado ano, me limpié, me vestí pero cuando iba a salir me dijo:
– Por cierto, me llamo Bárbara y si otro día quieres sexo con más calma ya sabes donde encontrarme.
– Algún día – contesté y me fui del restaurante.
Esto fue solo una muestra de lo que Bárbara podía hacer y desde ese día tenemos una relación especial. Cuando uno quiere sexo, nos llamamos y follamos salvajemente. Nunca hemos quedado para cenar, tomar una copa o charlar. Solo follar.
Besos, Charo.