Relato erótico

Lo solucionamos

Charo
19 de septiembre del 2019

El sexo entre ellos se enfriaba y notaba que su mujer no disfrutaba con él. Le aconsejó que fuese a una sexóloga. Fueron los dos y les dijo que quizá debían distanciarse durante un tiempo. Acordaron que dejarían de vivir juntos un mes.

Nacho – Cádiz
Somos un matrimonio del sur, Nacho (39) y Carmen (41) y casados desde hace más de 10 años. Yo mido 1’76m y siempre me he cuidado mucho, deporte y alimentación sana, pero me considero un hombre bastante normal, con una polla del montón y con un aguante muy justo en la cama. Mi mujer si es algo espectacular, mide 1’73m, rubia con el pelo rizado, con una talla 40 de falda y una 100 de pecho, con unos pezones grandes y prominentes, al igual que sus labios vaginales, que rodean un amplio coño y un pequeño clítoris.
Siempre fue muy coqueta y presumida, no le falta nunca su maquillaje y sus uñas esmaltadas, ni sus altos tacones de aguja, a juego con sus largas y torneadas piernas, aunque su vestimenta siempre fue muy clásica, debido a su trabajo de administrativa.
Nuestras relaciones, con el paso del tiempo se fueron enfriando, llegando a tener sexo una vez o dos al mes, cosa que me ponía frenético, porque la deseaba con locura y no desaprovechaba ni un momento para tocarla y meterle mano, pero ella lo hacía con desgana, ya que mi mujer tiene un problemilla: le cuesta horrores llegar al orgasmo, y las veces que lo conseguía tenía que ser con el clítoris, a la vez que estiraba y apretaba sus piernas con fuerza, ya que nunca en su vida lo había conseguido por la penetración.
Prácticamente nuestras relaciones consistían en que ella me la chupaba (cosa que le gusta mucho) y cuando la tenía bien dura, se colocaba boca arriba con las piernas bien abiertas y levantadas, y me la follaba hasta correrme en su interior, o bien me montaba ella, cosa que era aún mejor para mí, porque debido a su forma de tener orgasmo, tenía un fuerte control sobre las paredes vaginales, con lo que literalmente te ordeñaba la polla y era capaz de hacer que eyaculara antes.
Hace dos años, estando los dos en la cama, me comentó que tenía dudas sobre nuestro matrimonio, que no era feliz y que no sabía si sentía lo mismo por mí como el primer día. Se me vino el mundo encima, ya que estoy locamente enamorado de mi mujer y la considero una mujer muy atractiva. Le comenté que buscara ayuda exterior, una psicóloga de parejas o una sexóloga y conseguí que aceptara esta última, por lo que pasados unos días acudió a su consulta, en el centro de nuestra ciudad, de la que vino más animada, aunque me indicó que en la próxima deberíamos ir los dos juntos.
En esta segunda, después de charlar con ella en presencia de mi mujer, la sexóloga nos comentó que mi mujer no alcanzaba fácilmente el orgasmo debido a que su excitación no había alcanzado el grado que ella necesitaba, y que debido a los sentimientos que tenía ella hacia mí, deberíamos poner tierra por medio temporalmente.

Cuando llegamos a casa, nos sentamos en el salón y pensamos la mejor manera de llevar el asunto, sobre todo de cara a nuestra hija. Concretamos que como un primo mío tenía un apartamento que solo utilizaba para veranear, podría instalarme allí durante un mes, pero que puntualmente entre semana pasaría alguna noche en casa y así le podríamos decir a mi hija que, por motivos de trabajo, tenía que estar casi toda la semana fuera. Nos llamábamos casi todos los días, incluso el día de mi mudanza follamos en
el apartamento, pero sabíamos que durante ese mes podríamos tener relaciones con terceros, dado que era como si estuviéramos separados, y hablábamos a menudo como si fuéramos amigos, de por donde salíamos y con quien, si nos habían tirado los tejos o insinuado en algún sitio…
Yo, por mi parte busqué amigos del trabajo y salíamos a lugares de treintañeros, pero intentaba ir a zonas no frecuentadas por mi mujer, y ella hacía lo mismo, aunque poco.
Lo que en un principio debía durar un mes, se fue alargando con el pasar de los días. Cuando más hablábamos era el día que pasaba por casa, me acostaba con ella, me dejaba que la follara, mientras yo le preguntaba qué cosas había hecho sin mí, me ponía muy caliente saber de sus andanzas y a ella parecía que la ponía más cachonda contármelas; con quien había salido, con quien se había morreado o le había metido mano, y alcanzaba mejor el orgasmo si mientras le acariciaba el clítoris, le preguntaba quién y cómo se la había follado.
Me sorprendió un día saber que su jefe la estaba acosando en la oficina desde que se enteró de nuestra ruptura. Empezó por cambiarla de puesto y ponerla pegadita a su despacho, a solas con él, en la planta superior. Poco después continuó metiéndose con su forma de vestir, sugiriéndole llevar ajustadas y cortas faldas. Todo eso que me contaba me ponía más cachondo, ver a mi mujer desnuda ante mí, con las piernas estiradas, juntas y apretadas, sus brazos a sus costados, dejando que juegue con su clítoris y chupe y muerda sus grandes pezones, duros como piedras, mientras me narraba como no podía negarse a los requerimientos de su jefe, porque peligraba su puesto de trabajo, y yo necesitaba que me contara más.

Me relataba como había cambiado de forma de vestir, más provocativa y sensual, cosa que había envalentonado más a su jefe, que no paraba de tocarla y acariciarla cuando podía, algo que ella evitaba si le era posible, pero no le paraba los pies en firme, y eso era aprovechado por él hasta convertirse en costumbre el tenerla siempre cogida por la cintura cuando hablaba con ella, aclarar los asuntos en el sofá muy pegado a ella. Loco de excitación le pregunté a mi mujer donde estaba comprando la ropa y me dijo que en las tiendas de las chicas jóvenes, la más corta y ajustada que podía encontrar, su jefe quería que fuera así al trabajo y ella lo complacía, pero también le estaba gustando vestir así, se encontraba más juvenil y sexy, que la miraran los hombres aún más por la calle.
Mi mujer estaba muy mojada, le estaba gustando relatarme, entre suspiros y jadeos, las cosas que hacía, y me seguía contando que su jefe continuó con su “acoso” hasta que un día, de cogerla por la cintura, pasó a poner sus manos sobre su culo, por debajo de su minifalda y a sobárselo mientras la miraba a los ojos, ella intento separarse pero la atrajo cogiéndola con fuerza del culo hasta pegarla a él, y la beso en los labios, mientras le subía la faldita con una mano y buscaba con la otra su entrepierna, desapareciendo sus dedos por debajo de su tanguita, buscando su clítoris.
Ella intentaba separarse de él, pero dejó de hacerlo cuando empezó a masturbarla, cada vez más rápido, a lo que ella empezó a gemir y a responder a los besos de él. Así estuvo un buen rato, y de pronto paró de masturbarla, cogió la mano de ella y se la llevó a su coño, ordenándole que se masturbara, cosa que empezó a hacer sin rechistar, mientras él la desnudaba, primero la blusa, dejándola en sujetador, después su faldita, dejándola solo con sus taconcitos de aguja. El relato de mi mujer me había producido una erección tremenda, al imaginar a mi dulce mujer prácticamente desnuda, de pie, apretando las piernas mientras se masturbaba por orden de su jefe, su amo. Mi mujer me miró a los ojos y jadeando me preguntó si me gustaba que se vistiera y comportase como una zorra, saber que otros machos se la follaban y hacían con ella todo lo que les apetecía, entonces me cogió la polla y empezó a masturbarme.

Yo estaba como en una nube, mientras mi mujer me preguntaba si me gustaba estar casado con una zorra, a lo que le dije:
– ¡Siiii, cuéntame cómo eres de guarra con tu jefe!
Y sin parar de masturbarnos, me contó cómo mientras ella se acariciaba, él le quitó el sujetador y la emprendió a chupadas y mordiscos con sus pezones, mientras le decía que a partir de ahora sería suya, de su propiedad, que su único trabajo en la empresa sería entregarle su cuerpo, a lo que mi querida mujer le contestaba que sería su esclava y él su amo y señor. Su jefe se bajó los pantalones y mostró su gruesa, muy gruesa herramienta, la cogió de la mano, hizo que se despojara de su tanga y la llevó a una silla, donde se sentó y ella encima, frente a él, abierta de piernas, sintiendo la punta de su gruesa polla en la entrada de su chorreante coño. La cogió por las caderas y la hizo bajar lentamente, pero con firmeza, ella le ayudó a ponerse el preservativo y la penetró casi de golpe, clavándosela hasta el fondo. Intentó de nuevo levantarse, pero la cogió de las muñecas y le dijo que se la follaría a pelo, llenándola de leche caliente y levantándola en vilo del asiento, la echó sobre la mesa comenzando a follársela con mucho ímpetu, a la vez que le gritaba cosas como que era suya, que llevaba mucho tiempo queriendo hacer esto, tenerla así, rendida a sus pies, jadeando como una perra.
Mientras me contaba esto último, de mi polla saltaron chorros de semen que cayeron sobre sus pechos, a lo que yo intensifiqué su masturbación, pero de repente me paró la mano con la suya y mirándome a los ojos, me preguntó si me había gustado saber que era la puta de otro hombre.
Le di un beso y le expresé mi satisfacción. Entonces ella me dijo que me tenía que contar hasta el final mientras me la seguí meneando. Me dijo que su jefe la tiene muy gruesa y no anda mal de longitud, que se siente llena de polla cuando la penetra y que tiene mucho aguante, tanto que ese mismo día consiguió lo que ningún otro hombre antes: que se corriera con una penetración.
Me quedé atónito, nunca, ni con sus anteriores novios ni conmigo, lo había conseguido, pero al parecer su jefe si lo consiguió, y no solo una vez, sino siempre que la follaba. Mientras me contaba esto se levantó, fue al armario, lo abrió y de un cajón sacó un corsé negro de encaje, de esos que deja los pechos fuera, unas medias, y se las empezó a poner sin mirarme. Sacó también de una caja grande unas botas negras, pegadas y altas sobre las rodillas, con un altísimo bacón de aguja y se las colocó. Yo estaba embobado, me miró y vio mi nueva erección, entonces me dijo que todo eso no era para mí, que tenía una sorpresa preparada, y se fue al baño a maquillarse. Al cabo de pocos minutos sonó el portero electrónico, saliendo del baño me indicó que acudía ella, le pregunté quién sería a esas horas, y me dijo:
– Es mi amo, todo lo que llevo me lo ha regalado él para su único disfrute.
Yo estaba confuso y excitado. Escuché la puerta cerrarse y tardó un rato en aparecer por la puerta del cuarto, de la mano de su jefe, era maravilloso verla de esa forma vestida, con ese corsé dejando sus pechos libres, sus pezones duros, esas piernas enfundadas en tales prendas, los labios de su coño brillando de lo mojado que estaba, detrás de él, sumisa a sus deseos. Le ordenó que se echara sobre la cama, a mi lado, abierta de piernas y que empezara a masturbarse.
Dicho y hecho, mientras él se desnudaba, mi mujer ya estaba a mi lado acariciándose como una loca y abriendo los labios del coño para su jefe. Cuando este se despojó de toda su ropa, pude ver qué tamaño portaba el macho de mi mujer, se acercó y se acopló sobre ella, apuntando su gorda polla en la empapada cueva de mi querida mujer, me miró y me dijo que esa era su hembra, que podría seguir casado con ella y follarla cuando quisiera, pero que sus orgasmos le pertenecían, que estaba a su entera disposición, en la oficina o en mi propia casa, y en este último lugar, siempre que fuera posible, estando yo delante, para ver cómo se corría una puta con un buen semental.

Después miró fijamente a los ojos a mi mujer, a lo que ella respondió que era su puta, su esclava y que solo se correría con él y para él.
Entonces la penetró bruscamente, hasta el fondo, y empezó a bombearla con mucho ímpetu, mientras le cogía con fuerza los pechos, a la vez que mi mujer abría más las piernas y me cogía una mano en señal de cariño. Empezó a gemir muy fuerte, le besaba en la boca y le pedía que apretara más los pechos, que le pellizcara más fuerte los pezones, como a él le gustaba. Entre tanto me miraba y me decía que le tocara el coño a mi mujer, que sintiera como una buena polla la partía en dos. No me pude resistir y acerqué mi mano a la entrepierna, estaba empapada, parecía que se había meado, muy abierta, acaricié los labios y pude sentir en mis manos como entraba y salía de ella, empapada en sus jugos.
Mientras lo hacía, le pregunté a mi mujer si le gustaba y entre gemidos y pequeños gritos me dijo que le gustaba mucho, que se sentía suya. Así estuvieron más de quince minutos, sin parar de bombear, los dos sudando por todo el cuerpo, sin poder separar mi mano de su coño, deseaba sentir el semen resbalando por su raja. Así hasta que empezó a gemir más fuerte y comenzó a convulsionarse, levantando más las piernas, señal que se estaba corriendo como nunca la vi antes. Entonces su jefe comenzó a reírse y dirigiéndose a mí me dijo:
– Mira como se folla de verdad, a esta puta ya la has perdido para siempre, le gusta mi polla y no puede vivir sin ella.
Y siguió el mete saca hasta que, a los pocos minutos, la clavo hasta el fondo y comenzó a correrse, a inundar su coño con chorros de semen de macho dominante. Yo con mi mano en su entrepierna, pude sentir como se derramaba parte de esa corrida, y cuando la sacó entera, el coño de mi mujer estaba muy dilatado y manaba leche de su semental, el cual se puso junto a mi mujer y continuaron dándose besos.
Allí yacía mi mujer, abierta de piernas, vestida como una furcia, inundada de líquido blanco y espeso de su jefe, que la había convertido en su posesión. Él se levantó y fue hacia el armario, lo abrió y empezó a mostrar que clase de ropa estaba mi mujercita comprando para vestir de diario. Me dijo que tiró la que no le gustaba y fue con ella a comprar la nueva ropa, algunas prendas adquiridas en los sex-shop, que las usaba cuando iba con él a los club de intercambios de parejas, en los que la obligaba a follar con el maromo de la chica que él pretendía tirarse. Yo estaba alucinando, mi mujer había pasado de estar apática en el tema del sexo, a convertirse en una auténtica golfa. Su jefe se vistió y mi mujer lo acompañó hasta la puerta. Cuando volvió se quitó la ropa y se metió en la cama, sin lavarse, ordenes de su amo, quería que oliera el fuerte perfume de su semen en mi mujer.
Ella me pregunto si me había gustado, me volvió a coger la polla y a meneármela, a lo que le dije que sí, me gustó verla jodiendo con otro hombre, verla en pleno orgasmo con otra polla y sentir su semen resbalar por sus labios. Me dijo que quizás esa sería la puerta de salida a la situación de la separación, dejarla follar con otros machos, estuviera o no yo delante, y así ella podría corresponderme siendo una buena amante, mujer y madre. Siguió pajeándome mientras al oído me narraba que podríamos poner un anuncio en Internet buscando buenos sementales, con grandes aparatos, para que la montaran y la hicieran correrse, siempre delante de mí, vestida como una puta, y de repente empecé a eyacular como un burro.

Hace un año casi que volvimos a estar juntos y llevamos con este tema el mismo tiempo. Mi mujer viste cada vez más provocativa, su jefe le subió el sueldo y se la sigue tirando casi a diario, tiene un par de amantes más que durante la semana la follan lo que quieren, y los fines de semana vamos juntos a los clubs de intercambio, buscando completar lo que falta en nuestro matrimonio…
Besos

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