Relato erótico

Lo que nunca imaginé

Charo
8 de agosto del 2020

Son socios de un club deportivo y su mujer acude, casi a diario, a correr y hacer otros ejercicios. Un día, cuando la fue a buscar, vio que hablaba con unos de los socios, reían y se notaba un buen rollo entre los dos.

Santiago – Palencia
Me sorprendió excitarme, amiga Charo, cuando vi a mi mujer, Pilar, hablar con aquel desconocido en el club deportivo. Ella me contó luego que habían corrido juntos por la pista y la elogió por el fondo físico que tenía y por lo bien que corría. Ahí empezó todo. Se presentaron con nombres y teléfonos y a partir de entonces, cada mañana, solían correr juntos.
Yo prefería ir al club a jugar a tenis, pero esa vez quise correr un poco y pude ver a mi mujer con ese desconocido. No puedo negar que sentí celos, pero al mismo tiempo, experimenté una erección que no entendí. ¡Me excitaba ver a mi mujer, aparentemente cortejada por otro!
Ya en casa, mi mujer me habló de su nuevo amigo. Se llamaba Pablo y era abogado. Hablaban y como digo, corrían juntos. Yo tomé la costumbre de cada día preguntarle a mi mujer cómo le había ido con Pablo, de qué habían hablado y comentado. El que mi mujer me dijera lo que hablaba con Pablo me calentaba y no podía evitar experimentar una erección de inmediato.
Ya podéis imaginar cómo me sentí cuando mi mujer me contó que Pablo le dijo que tenía un trasero estupendo y que desde la primera vez que la vio correr delante de él lo calentó y así, poco a poco, fueron subiendo de tono los diálogos de mi mujer con él. Por mi parte, me calentaba mucho y esperaba con ansiedad la noche para follar con mi mujer mientras comentaba cosas de los dos. Mientras follábamos le preguntaba si le gustaría hacerlo con Pablo, si le gustaría verle la verga, si le gustaría agarrársela o chupársela y con la calentura de la follada, todas sus respuestas eran afirmativas. Eso me calentaba al máximo y terminaba corriéndome.
Así pasó algún tiempo hasta que una tarde fuimos con mi mujer a tomar unas copas. Ya entonados, le confesé que no sabía quién de los dos tenía más ganas de follarse al otro o ella o Pablo.
Con las copas y ya con una tremenda calentura se me ocurrió decirle:
– ¿Por qué no lo invitas a casa hoy mismo?
– ¿A casa? – me miró sorprendida.
– Por supuesto – le dije – No vas a arriesgarte a estar haciéndolo en el coche o te vas a meter en cualquier hotel. Qué mejor que en casa, que llegue, aparque y llame al timbre como si fuera un amigo de la familia. ¿Quién va a sospechar a lo que va?
– ¿De veras lo consentirías? – me preguntó Pilar.
– Mira cómo me tienes – le dije al tiempo que le cogía la mano y la apoyaba en mi endurecido miembro.
Ni lenta ni perezosa, Pilar llamó por teléfono a Pablo y lo invitó a casa a tomar un café. Obviamente, Pablo se sorprendió.
– ¿A tu casa?
– Sí, a casa. ¿Tienes miedo?

– No, de ninguna manera, pero, ¿tu marido?
– No va a estar porque va a atender unos asuntos por la noche.
Yo mismo le sugerí a Pilar la ropa debería ponerse. Confieso que imaginarme que Pilar follaría con otro, me tenía cachondísimo y le sugerí una blusa de botones y una falda larga con botonadura al frente, que se abría completamente. Además, le pedí que se pusiera botas. Pilar, por su parte, escogió la ropa interior. Un sujetador blanco con encajes, muy transparente y unas diminutas braguitas azules, también transparentes.
Llegada la noche, le dije a Pilar que me iba al cine y que al volver ya me lo contaría todo. Nos dimos de plazo tres horas, le di un beso diciéndole y bajé a la planta baja para salir mientras que Pilar se metía en el baño. Salí de casa, cogí mi coche y fui a estacionarlo en una calle paralela a donde vivíamos, luego regresé a pie y con mis llaves abrí con cuidado la puerta para no hacer ruido y me fui al cuarto de servicio donde hay una ventanita desde donde se ve perfectamente toda la sala. Allí, con la boca seca de la excitación, con una erección tremenda, sin que mi mujer se enterara esperé la llegada de Pablo.
Cuando sonó el timbre de casa sentí un vuelco en las entrañas. La casa tiene dos entradas al frente. La principal y otra, a la izquierda, que va a la cocina. Una reja de unos dos metros limita la casa con la calle y protege al jardín que está enfrente. Pilar se asomó por la puerta de la cocina y llamó a Pablo. La chapa de la reja no tenía llave y le dijo que la abriera. Pablo entró con mucha seguridad, tal como se lo había pedido Pilar, y cuando llegó junto a ella la abrazó de inmediato.
– Pensé que llevarías una bata o un camisón – le dijo empezando a besarle la cara, la boca, el cuello.
– ¡Espérate…! -le dijo Pilar cogiéndole de la mano y llevándolo a la sala.
De nuevo Pablo se abalanzó sobre Pilar y siguió abrazándola sin parar al tiempo que la besaba y yo, por mi parte, sentía que me corría de ver a mi mujer en pleno sobeo con otro.
– ¿Quieres una copa? – preguntó
– No, así está bien – respondió Pablo
– Deja que ponga música, entonces…
La sala se iluminaba apenas por una luz mortecina que despedía una lámpara de despacho y cuando Pilar se acercó al aparato para elegir la música, Pablo se le acercó por detrás y se apretó contra ella al tiempo que le besaba el cuello. Eso la mata, pensé en mi escondite. Luego Pablo la cogió de la cintura y la apretó fuertemente. Seguro que Pilar sentía allí, en sus nalgas, la erección de su verga. Abrazada, Pablo la llevó al sofá y la sentó y enseguida empezó a quitarse la ropa. Su chaqueta, la camisa, los zapatos, los calcetines y los calzoncillos quedaron en el suelo y de pronto, Pilar vio frente a ella a un hombre totalmente desnudo que le mostraba un miembro erecto que se cimbreaba con intermitentes pulsaciones. De nuevo estuve a punto de correrme, con la respiración agitada y una sequedad de garganta que jamás había sentido.
Desnudo, Pablo se arrodilló frente a Pilar y empezó a desabrocharle la falda empezando por abajo.

Uno, otro botón, otro más, hasta que llegó a la cintura, abrió la falda y pudo mirar las blancas piernas de Pilar y esa transparente braguita azul. Entonces Pablo abrió las piernas de Pilar, se metió entre ellas y cogiéndola de las pantorrillas empezó a besarle las rodillas, para luego subir por los muslos. Ella echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y Pablo metió las manos debajo de la falda y las llevó a las caderas para bajarle la braga. Mientras lo hacía seguía besándole las piernas y enseguida se lanzó como fiera en celo sobre el matorral de Pilar, un matorral que forma un impresionante triángulo en su entrepierna. Frotó su cara en vello, una, dos, tres, quién sabe cuántas veces y luego buscó con su lengua la anhelada hendidura, pero Incómodo, Pablo cogió a Pilar de las nalgas y la tiró hacia la orilla del sofá, cogió entonces sus piernas, se las alzó y las separó descansándolas en sus brazos, que servían de firme palanca. Toda la vagina y la estupenda pelambre de Pilar quedaron expuestas y yo me apreté la verga para contener la corrida, pues yo nunca había colocado así a Pilar y sentí una extraño cóctel de sentimientos: celos, excitación, envidia…
Pablo empezó a mamar ese pastelito que tenía a su entera disposición. Pilar parecía una rana crucificada con las dos piernas abiertas, al aire y encogidas contra su cuerpo. Pablo se deslizaba de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba en el húmedo coño de Pilar y luego tamborileaba la lengua como si fuera un martillo hasta que él levantó más las piernas de Pilar, empujándolas contra su pecho, y prácticamente quedó doblada en el sofá, con las rodillas en la cara. Pablo le recorría el coño con la lengua y llegaba hasta el culo, haciendo que Pilar gimiera y se sacudiera como tocada por una descarga eléctrica. Así estuvo Pablo hasta que Pilar no aguantó más y cayó en un explosivo orgasmo. Entonces Pablo le bajó las piernas y la miró exhausta, saboreando todavía la tremenda mamada que había recibido, después la cogió de una mano, la levantó, la abrazó y le desabrochó el cinturón para que la falda cayera al suelo y mientras le colocaba el miembro entre las piernas, empezó a desabrocharle la blusa al tiempo que la besaba el cuello y parte del pecho. Cayó también la blusa y luego el sujetador.
Desnudos, Pilar y Pablo se abrazaban y se movían rítmicamente y así, ensartados, fueron inclinándose hasta quedar en la alfombra. Pablo encima de Pilar y luego Pilar encima de Pablo. Rodaban hacia un lado, hacia el otro y Pilar sentía correrse con aquella dura verga que le recorría todo el coño. Fue lo que se dice una estupenda revolcada.
– Espérate, no aguanto más – le dijo Pablo.
Pararon un momento y quedaron quietos. Pilar estaba preciosa encima de Pablo, luciendo ese magnífico culo que es todo un portento.

Pero para entonces lo único que yo sentía era una excitación de todos los diablos. Una calentura jamás sentida. Y ya lo que más deseaba es que Pablo penetrara ya a Pilar.
Recuperadas las fuerzas, Pablo apartó a Pilar y la recostó boca arriba a su lado, se levantó y enfrente de ella le flexionó las piernas, se arrodilló y tomando juntas las rodillas de Pilar las besó y las mordisqueó.
Enseguida las empujó hacia arriba, las separó y por unos instantes se detuvo a gozar un coño húmedo, palpitante, que a gritos pedía que lo atacaran. Con las piernas abiertas y encogidas hacia su cuerpo, Pilar sintió como Pablo se inclinaba y le dejaba ir toda la fuerza de su verga. Sintió cómo su cabeza se hundía poco a poco y de inmediato, el resto del miembro llegándole hasta quién sabe dónde por la posición que tenía.
Arremetió Pablo y Pilar se contoneó frenética, con vigoroso movimiento de caderas y el aullido de los dos quedó en uno solo. Fue una corrida bestial. Y por mi parte, no pude aguantar más. Estoy seguro que me corrí al mismo tiempo que ellos. Fue una experiencia inolvidable que mejoró notablemente mi vida sexual.
Cuando él se fue, salí cuidadosamente de la casa, fui a por mi coche y volví, fingiendo que llegaba del trabajo. Pilar ya se estaba bañando y le pregunté cómo le había ido.
– Ahora te lo cuento – me dijo.

La esperé en la cama, con la verga al tope, para que me explicara lo que yo había gozado directamente. Y aunque yo lo había visto todo, el que Pilar me lo contara de nuevo, me hizo calentarme al máximo e hicimos una follada como nunca. El que otro deseara y se follara a mi mujer, me hizo desearla más, como si el deseo de otro por ella acrecentara mi interés y mi deseo por ella. Una explicación extraña, pero muy gratificante.
Saludos.

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