Relato erótico
Lo provoqué y …
Le atraen los hombres maduros y reconoce que alguna vez se insinúa a un amigo de su padre. El hecho de que esté casado no la frena a la hora de enseñarle canalillo o algo más. Lo que no esperaba es que este hombre le hiciera una proposición.
Andrea – Cantabria
Mi nombre es Andrea, tengo 20 años, vivo con mis padres y soy hija única. Mi padre tiene un amigo íntimo, Javier que tiene 53 años, con el que se reúne todos los viernes a la tarde a jugar ajedrez. Muy a menudo, después de las partidas salen juntos a cenar, a veces solos y otras con sus mujeres. Tengo una debilidad bastante marcada con los maduros y siempre, desde que tengo cuerpo de mujer, me gusta mostrarme ante los amigos de mi padre y seducirlos.
Sé que muchos me desean, pero jamás se atreverían a insinuar algo, ni si quiera a mirarme. Algunos de ellos, los mas osados, me miran siempre cuidando que mi padre no se de cuenta. Javier es mi preferido, por la cercanía con mi padre y porque es el más atractivo.
Como la partida de ajedrez transcurre en el horario que yo me arreglo para salir con mi novio, aparezco con bata que a propósito dejo un poco entreabierta, para que me vea en ropa interior, o a veces a medio vestir, con faldas cortas sin abrocharlas a la cintura o con la blusa con algunos botones desprendidos de más. Cuando esto ocurre, veo que Javier se sonroja y se esconde, trata de concentrarse en el juego e intenta no mirarme aunque le resulta difícil no hacerlo. Pero una vez ocurrió algo diferente.
Estaban jugando y yo estaba sentada en un sillón al lado de ellos hablando por teléfono con una amiga, tenía las piernas abiertas más de lo recomendable, con el objeto que Javier me mirase. En ese momento sonó el timbre de mi casa, era mi novio y mi padre fue a abrir la puerta. En ese momento se acercó Javier, colgó la comunicación, me puso una mano en la boca desde atrás y me metió la mano en el coño, metiendo bien adentro un dedo.
– ¿Te gusta putita, que te meta la mano en el coño? ¿Quieres comerte una buena verga?
Después de esto, me soltó y regresó a su asiento en el momento en que llegaban mi padre y mi novio hablando animadamente.
Yo estaba petrificada, no podía creer lo que había sucedido. Mi novio me saludó con un beso.
– Que pasa Javier, hoy tienes un mal día -dijo mi padre.
– Es que estoy algo desconcentrado- dijo Javier mirándome las piernas y pasándose la lengua por los labios.
Tras esto, salí de la habitación y corrí para alcanzar a mi novio. Durante el trayecto estaba muda, por suerte Claudio estaba concentrado en conducir para no llegar tarde. Tuve toda la obra para tratar de aclarar mi mente. Tenía un nudo en el estómago, estaba conmocionada, como me puso esa mano y ese trato tan vulgar… Reflexioné que lo había estado provocando y era una lógica reacción de un hombre, tenía merecido esto, me lo había buscado, había jugado con él mucho tiempo y aquí estaba el resultado.
A la salida del teatro me olvidé del tema y fui a casa de mi novio, como todos los viernes a pasar la noche. Lo pasamos muy bien, como siempre
lo hacemos. Por la mañana volví a mi casa, entré a mi cuarto en el momento en que sonó el teléfono, lo cogí.
– Hola guarrilla, soy Javier
– Hola -alcancé a balbucear.
– Escúchame putita, el viernes que viene mi mujer no va a estar en casa, yo le voy a decir a tu padre que tengo otro compromiso y que no puedo jugar al ajedrez, tú dile a tu novio que no puedes salir porque tienes que estudiar en casa de una amiga, entonces vienes a casa y te doy de una vez por todas esta verga que tanto anhelas. ¿Te parece, putita?
– No, no -tartamudeé como una estúpida.
– Bueno, te espero el viernes -dijo cortando la comunicación.
Me quedé de una pieza, no daba crédito a lo que mis oídos escuchaban, colgué el teléfono, me senté en la cama y me quedé pensando en la situación. ¿Cómo pude llegar a esto? “Idiota”, me dije, “lo estuviste provocando durante meses. Y para colmo, lo estaba evaluando. Me gustaba Javier, me gustaban los maduros, ¿por qué no? No se me iban a presentar muchas ocasiones como esta, pero es un amigo de mi padre, conozco a la mujer, es una bellísima persona, hemos estado juntos de vacaciones, me trataron siempre como a una hija, ¿cómo podría defraudarlos así? Y mi novio, ¿cómo engañarlo? Nunca había pensado en engañarlo, como había llegado a esto, que locura.
Así transcurrieron los días de la semana, con estos pensamientos, pensaba en los pros y contras, definitivamente era una locura, no tenía sentido, pero fantaseaba a veces con imágenes nuestras teniendo sexo, me ponía a mil el trato que tuvo conmigo, nunca me habían tratado así, siempre como una princesa, pero el me trató como a una puta, pensé que de esa forma compondría un personaje y le sería más fácil, seguro que él estaría pasando por lo mismo que yo, planteándose si detenerse o continuar.
Hasta el jueves por la noche pensé que llamaría para suspender el encuentro, pero cuando llegué a casa, mi padre le decía a mi madre que tendría la tarde libre porque Javier tenía otro compromiso. Mi madre le dijo con cierta ironía que le parecía raro que la primera noche que la mujer estaba fuera, él tuviera un compromiso. Mi padre le dijo que no fuera tan mal pensada, que la gente de bien como nosotros no comete engaños así porque si.
Estas últimas palabras fueron como una bofetada para mí, pero a su vez afirmaban mi decisión de llamarlo y decirle que me disculpara por haber coqueteado con él, que fue una chiquillada estúpida, pero que no podía ser tener esa aventura. Llamé a su casa durante todo el viernes, pero no me contestaron. ¿Lo dejaba plantado al no poder comunicarme? Eso era grosero, me estaba esperando. Había suspendido su ajedrez por mí, lo había ofendido y creí que por lo menos debía disculparme en persona.
Suspendí el encuentro con mi novio y me arreglé para ir a casa de Javier. Me puse un tanga negro de encaje, que se me metía bien por él culito, unas medias negras hasta los muslos y un vestido también negro bien corto y con un importante escote en la espalda, no me puse sujetador. Me pinté bien y me puse perfume. Cuando me miré al espejo, me dije “¿qué haces idiota? ¿Le vas a explicar que no te quieres acostar con él vestida de esa manera?” Era ridícula la situación, pensé en cambiarme de ropa, ponerme unos tejanos, una sudadera y unas bambas. Fui a mi armario y encontré unos zapatos negros con tacón, me los calcé, me coloqué un abrigo largo y salí a la calle en busca de un taxi. A la media hora llegué a su casa, toqué el timbre de su piso y enseguida me abrió.
Estaba tan nerviosa que me temblaban las piernas, tenía un nudo en la garganta. Subí al ascensor y al verme en el espejo, me di cuenta que me había olvidado de cambiarme, me quedé con el vestido negro corto y escotado. La vestimenta podría ser determinante en esta reunión, ¿cómo me iba a creer que no quería hacerlo?
Toqué el botón para poder bajar nuevamente, pero no lo hice a tiempo y cuando se abrió la puerta del ascensor, estaba esperándome. Iba vestido con un elegante pantalón de franela y una camisa muy linda, me hizo pasar al salón, tenía una amplia sonrisa dibujada en el rostro.
– Casi no vengo, Javier. Intenté llamar todo el día, pero no había nadie.
– No estuve en todo el día, bueno, pero aquí estamos -me dijo mientras me ayudaba a quitarme el abrigo.
Se quedó tras de mí viendo mi espalda casi desnuda.
– Que vestido más bonito traes -dijo.
– Si, ha sido un error, iba a venir más discreta, yo no quise…
– Si, putita, es un error que no te estés comiendo mi verga ahora.
Puso sus manos en mis hombros y me hizo arrodillar.
– Venga putita, sácala y chúpamela.
Ese lenguaje vulgar me chocaba, pero también me excitaba, y también era como que componía un personaje que me hacía sentir menos culpable. Obedecí su pedido, le bajé la cremallera y saqué un largo y sobretodo grueso pene. Lo agarré y me lo metí en la boca. Lo hacía como una autómata, no entendía como estaba haciendo eso. Los primeros gemidos de placer de Javier me volvieron a mi tarea. La chupaba y masturbaba, estaba deliciosa. Tenía la polla de un hombre que podía ser mi padre en la boca. ¿Acaso no era ese un sueño a cumplir?
– Que bien me la chupas, que puta que eres, sigue, sigue, que bien…
Ese lenguaje que usaba me daba mucho morbo, al cabo de un rato de estar chupando, me apartó de su polla, me tomo de los hombros y me condujo a la cama. Me hizo acostar boca abajo, me dijo que le gustaba mi vestido, que era mejor no sacarlo. Me levantó la falda, corrió un poco el tanga a un costado, me puso una mano en la nuca, apretándome hacia abajo y me ensartó su enorme instrumento así como estaba.
Me penetró completa, de un empujón, sentí como ese imponente tronco se deslizaba despacio pero sin detenerse. Estaba tan lubricada por la excitación que no me dolió semejante intromisión en mi pequeño cuerpo.
Comenzó a bombear bien duro, mi cuerpo se movía a su ritmo, los empujes eran cada vez más profundos, estaba tan excitada que ya me estaba corriendo y acabé de una manera impresionante. Creo que fue el resultado a toda la tensión acumulada en una semana, él seguía bombeando cada vez más. Con cada empuje me hacía ver las estrellas.
– ¡Ahí tienes, la verga que te gusta!
Me ponían a mil esas palabras rudas. Yo estaba muda y pensé que debía alentarlo, ayudarlo a acabar.
– ¡Dale fuerte, folla bien a tu putita!
Entre palabras y empujes seguía la excitación y un placer infinito. Estaba boca abajo, dominada, sometida por ese macho maduro que había sucumbido a mis encantos, y que ahora sometía a su hembra a sus caprichos. Me sentía una puta, y tenía a mi hombre dispuesto a hacerme sentir su rigor, a hacerme suya. Seguía y seguía y se hacía interminable y me preguntaba porque no acababa, con mi novio ya hubiese terminado y en ese pensamiento comencé a experimentar algo desconocido hasta entonces, estaba por llegar al orgasmo otra vez, sin habérmela sacado, ¿estaba por correrme otra vez? ¿Era esto posible? Acabamos juntos, fue una experiencia brutal, bestial, de locos. Un placer infinito. Nos quedamos en esa posición, yo boca abajo y el arriba tratando de bajar la agitación que teníamos. Seguimos un rato sin hablar. Al cabo de unos minutos decidí levantarme de la cama, ni lo miré, me sentía terrible, me acomodé la ropa como pude y estaba ya por salir del cuarto sin decir una palabra cuando me dijo:
– Andrea, ¿ya te vas?
– Si Javier, esto no puede ser, no va a volver a ocurrir. Ha sido todo una locura, pero he de reconocer que me has hecho disfrutar como nunca, ha sido una experiencia increíble…
– Tienes razón Andrea. Para mí también ha sido una experiencia increíble, pero esto no debe volver a ocurrir -me dijo mirándome a los ojos.
Me tranquilizó su actitud, me había vuelto a llamar por mi nombre y no a tratarme como a una puta, significaba que las cosas volvían a la normalidad. Salí de la casa tan rápido como pude, cogí un taxi dirección a casa.
Me sentía una puta sucia, patética, no podía ser que hubiese ocurrido esto, pero yo tenía la culpa, era sin dudas la única culpable de todo. Seguro que él también se sentía culpable, lo vi en su mirada. El taxista me miraba, parecía que percibía lo que había hecho, lo puta que era. De camino recordaba lo que hice, las imágenes, el trato de Javier.
Instintivamente me puse una mano en el chocho, estaba húmeda otra vez.
Besos.