Lo mejor… la sobremesa

Estaban invitados a comer en casa de una pareja amiga. Se llevaban muy bien y alguna vez cuando estaban un poco “achispados” habían hablado de sexo, de intercambiar pareja etc. pero no pasaban de aquí.

Alejandro – Málaga
A las dos de la tarde estábamos en su casa para la comida y como detalle llevamos unas flores y cava. La mesa estaba muy bien puesta y en el mueble bar podían verse dos copas sucias. Por lo visto ellos ya habían empezado la celebración. Sus caras estaban sonrosadas y sus ojos brillaban. La bebida les había empezado a hacer su efecto.
Nos sentamos a la mesa sobre las tres, pero el alcohol ya nos estaba haciendo efecto.
El muslo de Teresa estaba pegado al mío, dejándome disfrutar de su calor, no sé si consciente o inconscientemente, mientras la conversación se iba dirigiendo hacia el tema del amor y el sexo. Jorge y yo no paramos de echarles piropos a nuestras mujeres.
Fue Jorge el primero que inició la conversación sobre el intercambio de parejas. Ellas intervenían de vez en cuando con comentarios jocosos, hasta que Teresa añadió que no le importaría cambiar a su marido ya que lo tenía muy visto. Mi mujer le contesto algo parecido y ni corta ni perezosa, rodeó con sus brazos el cuello de Jorge y le dio un sonoro beso en la mejilla.
A la hora del café, pusimos música y saqué a bailar a Teresa. Se pegó a mi cuerpo como si yo tuviera un imán. Podía notar sus grandes tetas. Sus pezones estaban tiesos. Pero lo que más me pilló por sorpresa fue cuando empezó a besarme suavemente las mejillas.
No pude contenerme más, la agarré por el pelo, le eche la cabeza hacia atrás y la morreé salvajemente. Mi lengua exploraba su boca con ansiedad, y mordisqueaba su lengua. Ella me respondió con la misma pasión. Abrí los ojos para ver que hacía mi mujer, y vi que Jorge tampoco perdía el tiempo. Bailaban y restregaban sus cuerpos el uno contra el otro. Jorge la tenía cogida por las nalgas, mientras la estaba morreando.
No me molestó lo que veía, ya que estaba haciendo lo mismo con su mujer. Pero cuando perdí el mundo de vista, fue cuando Teresa paso su mano por encima de mi paquete y de pronto sacó mi polla del pantalón.
El contacto de su mano acariciándome el capullo, me hizo estremecer de gusto. Mientras ella me tocaba, levanté su falda y le acaricié el coño por encima de las bragas. A los pocos segundos la dirigí hacia el sofá y caímos los dos excitados a tope.
Me sacó la camisa y los pantalones y yo la dejé en bragas. Se tumbó encima de mí y con su lengua fue serpenteando desde mi cuello a mi ombligo. Mi cipote cada vez estaba más duro. Entonces vi que Jorge le había metido la mano por debajo de la falda de mi mujer y le tocaba el coño. Ella no se lo pensó, le bajó la cremallera del pantalón, se arrodilló y se engulló el rabo de Jorge hasta la garganta y le estaba haciendo una mamada increíble. Teresa estaba muy excitada y bajé la mano hasta su chocho. Sus piernas se abrieron y dejó su clítoris a mi disposición. Le hice una paja que la hacía gemir y no paraba de moverse. Entonces dijo que si no paraba iba a correrse.
Deje de tocarla y le dije que se arrodillara y que me comiera la polla. No se hizo rogar, la cogió con una mano y fue pasando la lengua lentamente por mi hinchado glande. Mi miembro temblaba de gusto.

Mientras me la mamaba, con la otra mano se estaba haciendo una paja. La hice levantar, le di un morreo y lentamente la hice sentar encima de mi dura verga. La muy zorra debía estar muy caliente, ya que empezó a follarme como una loca. Se levantaba al máximo y se dejaba caer clavándosela hasta el fondo. Aceleró sus movimientos y se puso a gritar que se corría. ¡Vaya si se corrió!, parecía que se hubiera meado. Ya no podía más, y cuando terminó de correrse, le dije que quería correrme en su boca. La muy golfa, se arrodilló y me la meneo con rapidez y maestría. De pronto le solté toda la carga de mis huevos. Tenía tanta leche que no le daba tiempo a tragársela. Nos sentamos en el sofá a descansar y lo que vimos nos puso calientes.
Jorge había colocado a mi mujer a cuatro patas como una perra, y se la estaba follando por el culo. La muy zorra ni gritaba. Solo gemía y decía que le daba un gusto tremendo. Jorge aceleró la follada y por sus convulsiones supimos que se estaban corriendo los dos a la vez. Mi mujer se levantó y mientras se acercaba a mí para darme un beso en la boca, pude ver como la leche de Jorge le resbalaba por los muslos. Más tarde y una vez recuperados y por supuesto ya libres de tabús y complejos, volvimos al ataque. Nos besábamos apasionadamente hasta que poco a poco nos fuimos poniendo calientes. Teresa le dio un morreo a mi mujer, y sin darle tiempo a decir nada bajo y empezó a comerle el coño. Luisa no paraba de gemir y dijo:
– Así, Teresa, que gusto, es la mejor comida de coño que me han hecho nunca, oh, qué bueno, que bueno…
Por lo visto era una experta, porque al poco rato mi mujer se corrió, pero la muy golfa quería más. Jorge y yo estábamos empalmados como dos burros y decidimos participar. Tumbamos a mi mujer en la cama y Teresa le comía el coño. Luisa parecía una fuente. Nunca la había visto así. Mientras tanto, Jorge le puso la polla en la boca y Luisa se la mamaba y la paladeaba como si fuera un caramelo.
A mí me “tocó” el culo de Teresa. Le pasé la lengua y le fui introduciendo, primero un dedo y luego dos. Cuando creí que estaba preparada, apunté mi gordo capullo hacia su agujero y lentamente se la fui clavando. La muy guarra solo gemía pero no paraba de comerle el chocho a mi mujer. Estábamos todos enloquecidos y muy calientes, pero Jorge y yo, retardamos nuestra corrida todo lo que pudimos. Cuando acabamos él y yo estábamos agotados, pero las dos mujeres, querían más. Teresa dejó el coño de mi mujer y mirándola le dijo:
– Querida, quiero que ahora me comas el coño tú y quiero que me limpies el culo que está rebosante de la leche de tu marido.

Pensé que Luisa se resistiría. Era la primera vez que se comía un coño. Pero me equivoqué. Colocó a Teresa en el lateral de la cama y con los pies tocando al suelo. Se arrodillo, le abrió bien las piernas y restregó su cara por el chocho húmedo de Teresa. Teresa dio un respingo y le cogió la cabeza a mi mujer. La guiaba por donde ella quería y le iba diciendo que no tuviera prisa, que se la “comiera” lentamente. Por lo visto Luisa lo hacía bien, porque Teresa, le soltó la cabeza y empezó a arquear la cintura y a gritar que se corría. Entonces mi mujer, le levantó las piernas y cuando Teresa ya se había corrido, recogió todos los jugos de mi mujer y la leche que salía por su culo y lo limpió bien. Hemos repetido “orgías” como esta muchas veces, e incluso hemos incorporado a otro amigo, que ya contaré en una próxima ocasión.
Saludos para todos.