Relato erótico

Lo importante es amarse

Charo
24 de diciembre del 2019

Al contrario de otros matrimonios la pasión sigue ocupando sus vidas. Su marido era muy caliente y, a veces, le decía que se la imaginaba siendo follada por otros hombres.

Amaya – Bilbao

Mi nombre es Amaya y en la actualidad tengo 31 años muy bien conservados, mi aspecto físico es bastante bueno pues tengo un cuerpo que me consta causa atracción en los hombres y en algunas mujeres, pues siendo bajita, 1,53, tengo lo justo de todo y algo más de lo que me gustaría de pecho, con unas curvas y cintura muy marcadas y además lo acompaña mi cara que, sin ser una preciosidad, sí es atractiva con dos bonitos ojos azules. Por si esto fuese poco, sé arreglarme para sacar todo el partido a mi figura y muchas veces sé que al verme, a algunos hombres se les van los ojos detrás cuando paseo por la calle, cosa que me encanta.
Estoy casada con un buen hombre que me quiere y me entiende y lejos de haber bajado nuestras relaciones con el tiempo, hemos encontrado las formulas para que estas vayan a más. Nuestra evolución fue progresiva y poco a poco fuimos descubriendo que nos gustaba ser un poco exhibicionistas y que además éramos muy morbosos, él mucho más que yo, por lo que acabamos fantaseando con disfrutar con otras personas. Y ahí empezó todo. Cada vez que hacíamos el amor, mi marido me decía que quería que yo fuese una señora en público y su puta en privado, cosa que a mí me excitaba, y fue tanta su insistencia que acabé por decirle una noche que me enseñase a ser como él quería, a lo que me contestó preguntándome que si estaba dispuesta a hacer todo lo que él quisiese y le respondí afirmativamente. Después de acabar de hacer el amor me preguntó que sí era cierta mi promesa y yo, todavía excitada, le ratifiqué el sí.
Un sábado por la noche decidimos salir a tomar algo y mi marido me dijo que me arreglaría él, pues tenía ganas de verme sexy ya que quería ponerse cachondo viéndome provocar a alguien. Me pareció muy divertido. Pero os garantizo que cuando acabó de arreglarme, me pareció excesivo pues parecía una puta, a lo que él respondió que era así como quería que me comportase esa noche pero, mirándome en un espejo le pregunté:
– ¿Estás convencido de lo que dices, mira que luego te puedes arrepentir y eso me da miedo?

– Es un juego entre nosotros y estoy totalmente seguro de lo que hago pero, por si acaso no des ningún dato real ni digas ni hagas nada que nos pueda implicar en un futuro – contestó.
A pesar de mis muchos nervios, nos fuimos a una discoteca que había en un pueblo algo separado de donde vivimos y cuando entramos fui la comidilla de los muchos grupos de chavales que allí había. Eso era normal por la pinta que tenía, pues mi marido me hizo maquillarme más de lo normal y me había elegido una ropa de infarto. Cogió una minifalda de tablas de color negro con la que prácticamente enseñaba el culo y que yo no me la ponía nunca por lo excesivamente corta que era, y una blusa sintética de color lila que dejaba entrever el canalillo hasta más abajo de mis grandes pechos, realzando todo esto con unos altos tacones de salón.
Reconozco que estaba muy caliente y el juego me atraía, pero no podía imaginar que mi maridito me propondría separarse de mí para ver como alguien intentaba ligar conmigo, incitándome a buscar a alguien que me gustase como amante ocasional.
– ¿Hasta dónde quieres llegar? – le pregunté.
– Hasta ver cómo te corres debajo de un macho – dijo con asombro por mi parte.
Al oír ese comentario al oído, sentí que empezaba a humedecerme y después de preguntarle de nuevo si estaba seguro y ver su afirmación, le dije que lo intentaría pero sin garantizarle nada, que se sentase en las mesas del fondo y que yo iría después. Me puse en la barra, percatándome de la presencia de un chico de más edad que la mayoría, sobre 35, y no necesité más de una mirada y una sonrisa para que se me acercase como un buitre y empezase a cortejarme.
Podía ver la cara de mi marido, a escasos cinco metros de donde estábamos, y era pura lujuria. Notaba que me estaba excitando más de lo habitual y podía comprobar cómo cada vez se lanzaba más el chico hasta atreverse a apoyar la mano en mi muslo y hacerme unas leves caricias.

Al cuarto de hora estábamos sentados en una mesa más al fondo y me entregaba a apasionados besos, pero viendo que éramos blanco de muchas miradas y que el chico no se cortaba a la hora de meterme mano, fui al servicio haciéndole un gesto a mi marido para que me siguiese.
Ya en la puerta del servicio le dije que debíamos marcharnos pues no podía controlar la situación pero mi marido me comentó que sería buena idea salir y él proponerle a nuestro amigo una noche de sexo. Con miedo, acepté. Reconozco que mientras esperaba en el coche a que saliese mi marido, empezaba a desear que no saliese acompañado pues tenía miedo de lo que pudiese ocurrir después de esa noche, pero al mismo tiempo quería seguir sintiendo esos labios en mi cuello, esas manos en mis piernas, deseando estar con otro hombre y sentirme plena. Tras diez eternos minutos salieron los dos, charlando como buenos amigos, y al llegar al coche mi marido me dijo:
– Mira, estamos todos de acuerdo y vamos a ir a una casita que tiene en una finca cercana. Por favor, vete tú al asiento trasero para que él me vaya indicando el camino.
Nuestro amigo dijo que podíamos ir los dos detrás pero mi marido añadió:
– Mejor no, pues ya tendréis después todo el tiempo que deseéis para jugar.
En aproximadamente 6 ó 7 minutos entramos por una valla a una finca con una casa que más parecía un almacén que otra cosa. No tenía muros interiores y era pequeñita, pero sí varias camas y una especie de cocina americana. A esas alturas yo era un manojo de nervios y para romper el hielo nuestro amigo abrió un mueble y sacando unos vasos nos preguntó si queríamos tomar algo, a lo que accedí pues quería tranquilizarme. Sin darme tiempo a tomar casi nada, mi marido se pegó a mí por detrás haciéndome sentir su abultado miembro en mi trasero y mientras empezaba a acariciarme los pechos, me dijo:
– Esta noche vas a disfrutar todo lo que te apetezca – y mirando a nuestro amigo le dijo – ¿Has visto que muslos tan bonitos tiene…?. Son muy suaves.
Nuestro amigo, sin pensárselo dos veces, se acercó y empezó a frotarse contra mi cuerpo mientras me magreaba los senos. Me pareció notar un bulto excesivamente grande entre sus piernas, pero dejé de pensar pues a esas alturas sólo quería sentir y disfrutar de todas las caricias que me hacían. No recuerdo de qué forma, pero sí que entre los dos me acariciaron y desnudaron, dejándome solamente los tacones y el tanguita negro que llevaba y tras unir dos camas me tumbaron boca arriba situándose uno a cada lado y tocándome y besándome por todas partes.

Estaba totalmente desinhibida y deseosa, palpé por encima del pantalón el miembro del chico y pude notar que no era de dimensiones normales. Después de unos momentos se desnudaron y pude observar que el miembro que me había parecido tan grande no era grande… ¡era grandísimo! Realmente me asusté pues imaginé que podía hacerme daño. Mi marido se encargó de decirme obscenidades al oído, cosa que me excita sobremanera, y cuando quise reaccionar mi amante estaba situado entre mis piernas y con dulzura y firmeza me las fue separando más, tumbándose sobre mí y situando su pene en la entrada de mi coño. Mi marido se puso detrás de mí y cogiéndome las manos, estiró mis brazos como si estuviese atada al cabecero de la cama y me dijo:
– Mírale a los ojos y dile que tienes ganas de sentir como te la mete, dile que quieres que te folle…
Un escalofrió me recorrió todo el cuerpo al escuchar esas palabras, noté como un flujo ardiente me chorreaba por las ingles y tras pensar en mi seguridad ya que aquel tamaño de polla no era normal, le dije:
– Quiero sentir como me la metes, suavemente, hasta llegar al fondo.
Nada más escucharme, el chico empezó a entrar en mí, no tan suave como hubiese querido, aunque lo comprendo por la excitación que debía tener, pero a pesar del grosor no fue tan doloroso como pensaba que sería y tras varias idas y venidas y algunos comentarios de mi marido tuve mi primer orgasmo.
Mi amigo, por la despreocupación al usar preservativo, eyaculó dentro y al retirarse, después de varios espasmos, le dejó el sitio a mi marido que, sin ningún miramiento y loco de sexo, me penetró diciéndome lo bien que estaba siendo follada. Podía sentir cómo me penetraba uno mientras el otro mordisqueaba mis pezones, como me levantaban las piernas y me sometían a penetraciones en las más variadas posturas, hasta que tras ponerme boca abajo noté que el chico ponía la punta de su monstruo en la entrada de mi culo y muy asustada le dije:
– ¡No, por aquí no… eso me va a doler!.
Practicaba el coito anal habitualmente con mi marido y aunque me dolía, me gustaba, pero su verga era de un tamaño más normal. Pero el amigo, sin hacerme ningún caso, empezó a achuchar, por lo que solté un fuerte grito de dolor al entrar el enorme capullo en mi ano. Parecía que me estaba partiendo en dos.
Cuando ya introdujo la cabeza del glande paró, dejándome respirar y dándome tiempo para intentar relajarme, pero a pesar de mis esfuerzos por colaborar, de nuevo forzó la entrada de ese instrumento de placer y sin aguantar mucho empezó un leve movimiento de entrada y salida que me dolía como nunca, hasta que sentí que en cada embestida sus testículos me golpeaban las nalgas, lo que me indicó que estaba totalmente dentro de mí.
Poco a poco el dolor se fue transformando en placer y sin ningún miramiento, al escuchar mis gemidos de placer, me perforó como un poseso, haciendo que tuviese un orgasmo tras otro y gritase como una loca.

Cuando me vio rendida del todo, agarrándome por las caderas giró, dejándome boca arriba y vi como, con una expresión de locura y deseo, venía mi marido totalmente erecto, dispuesto a ocupar mi agujero natural y a pesar de decirle que no, empezó a introducirse en mi coño, me hizo gritar otra vez de dolor pues nunca pensé que una doble penetración fuese tan dolorosa. De nuevo, al poco rato de estar follada por dos pollas, cambio el dolor por el placer, sintiendo como me llenaban totalmente y me disfrutaban a su entero capricho.
No sé cuántas veces alcancé un orgasmo, ya que uno se juntaba con otro, pero seguro que fueron más de una docena y cuando se corrieron, los dos lo hicieron dentro, y se relajaron, se separaron de mí dejando totalmente dolorida e incapaz de hacer nada que no fuese encogerme e intentar taparme con la colcha de una cama.
Cuando pude levantarme para vestirme, no podía andar entre el dolor y el tembleque que tenía en las piernas, pero haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad me vestí. Ellos estaban vestidos esperándome y nos fuimos, despidiéndonos de nuestro amigo muy cerca de la discoteca. Cuando llegamos a casa, sin apenas cruzar palabra, me duché y comprobé que tenía todos mis agujeros doloridos, por lo que a pesar de sus deseos, mi maridito se tuvo que enfriar con su mano ya que yo no podía, ni quería follar de nuevo.
Tras una semana de los hechos empezamos a excitarnos pensando en repetir la experiencia de aquella noche en la que me transformé de señora respetable en una puta, con el permiso de mi marido.
Besos para todos.

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