Relato erótico
Lo esperaba y me sorprendí
Lo estaba esperando, se había quedado sola en la oficina y con ganas de estar con él. En cuanto llegó, se puso detrás de ella y le acarició la nuca. Le puso una venda en los ojos y empezó todo.
Belén – Valencia
Al final me quedé sola en la oficina, esperándolo. Había estado todo el día fuera de la oficina, pero me llamó diciéndome que se pasaría a última hora. Su mujer no lo esperaba hasta tarde.
Estaba ansiosa y muy caliente, así que cuando escuché la puerta apenas si pude contenerme y salir corriendo hacia él. Pero no lo hice, lo esperé en mi mesa, con un hormigueo que recorría todas mis zonas erógenas.
Era él. Llegó por detrás y me beso la nuca, mientras sus manos acariciaban mis pechos por encima de mi camiseta, pellizcando los pezones que se marcaban, excitados, bajo la tela. Me vendó los ojos antes de que me levantase o me volviese hacia él. No era la primera vez, así que tampoco me sorprendió, simplemente le dejé hacer.
Me levantó de la silla y cogiéndome de la mano me llevó hasta el centro de la oficina. Allí me soltó. Me quedé parada, sin saber a donde dirigirme, sin saber donde estaba él. Pero sabía lo que quería. Empecé a bailar, contorneando mi cuerpo de la manera más sensual que podía.
No iba a quitarme la venda, la situación era sumamente excitante. Pero lo que sí empecé a quitarme fueron los pantalones, y luego la camiseta, eso sí, con movimientos lentos y lujuriosos, como invitándolo a que me ayudase a quitarme la ropa.
Me quedé en ropa interior, bailando para él. Sabía que el sujetador no solo realzaba mis pechos, sino que mis pezones se transparentaban, y me hacía a la idea de cómo le estaba poniendo eso. Y además llevaba su tanga favorito, siempre me lo ha comentado, y esa tarde no fue una excepción.
Escuchaba su respiración, excitada, así que me giré hacia él y me quité el sujetador, mostrándole mis pechos y bamboleándolos delante de él.
Sonreí al escuchar su silbido de satisfacción. Le estaba gustando lo que veía.
Yo seguía bailando y cuando me iba a quitar el tanga, se acercó por detrás. Me sorprendió, pensaba que estaba frente a mí. No saber exactamente que pasaba a mí alrededor me estaba encendiendo. Sobre mis nalgas noté su miembro preparado a través de la tela de sus pantalones. Estaba tan excitado como yo. Metió sus manos entre el elástico y mis caderas y bajó lentamente mi última prenda. Su lengua recorrió mi espalda a medida que se agachaba quitándome el tanga, llegó al inicio de mis nalgas y continuó besándome hasta que sacó mi tanga por entre mis pies.
Se restregaba contra mis nalgas, y yo movía mis caderas, buscando aun más contacto. Sus labios besaban mi cuello, sus manos recorrían mis pechos, mi vientre, rodeaban mi sexo y jugaban a acercarse a mis labios.
Fue entonces cuando me di cuenta de la situación, había un par de manos más jugando con mis pechos, había otro par de labios besándomelos, lamiéndome los pezones.
No era la primera vez que invitaba a uno de sus amigos a nuestros encuentros, pero siempre me había avisado. Tampoco iba a escandalizarme. Estiré los brazos y le acaricié el pecho. Estaba desnudo. Enredé mis dedos en el abundante vello de su pecho. Seguí bajando mis manos por su vientre, jugando con su mata de pelo hasta alcanzar su miembro enhiesto. Lo agarré con ambas manos, suavemente, haciéndome una idea de su tamaño (todavía llevaba la venda). La acaricié arriba y abajo mientras él seguía obsesionado con mis pechos.
Por detrás, Alberto se apartó, no sin antes decirme que le ofreciese una de mis fantásticas felaciones a su amigo. Sonreí a ambos, me gustaba que jugasen conmigo. Y me gustaba jugar con ellos.
Me acerqué a él, lamiendo y besando su cuello. Haciendo con mi lengua el mismo recorrido que poco antes habían hecho mis manos, todavía ocupadas con mi desconocido pene. Mis labios llegaron a la base de su miembro.
Besé la parte inferior mientras mi mano lo masturbaba. Empecé a subir con mi lengua, dejando un rastro de saliva por su palpitante pene. Oía su respiración entrecortada. Notaba su miembro más duro todavía. Mis labios llegaron a la punta. Se la besé. La rodeé con mis labios, humedeciéndola, succionándola.
Más o menos por entonces, noté que Alberto volvía a mí, noté su mano húmeda acariciando mi sexo, y noté como su lengua empezaba a recorrer mi
sexo. Debía estar tumbado debajo de mí. Yo estaba de rodillas, con la
herramienta de su amigo en mi boca. Ahora dentro de mi boca, rodeándola con mi lengua, metiéndomela y sacándomela.
El buen hacer de Alberto empezaba a notarse en mi cuerpo, en mis reacciones. Mis sensaciones estaban haciendo que perdiese el control con su amigo. A medida que me excitaba más y más, más rápido metía y sacaba su pene de mi boca, más fuerte apretaba con mi lengua, y más fuerte succionaba con mis labios al sacarla. Al final, rodeó mi cabeza con sus manos, enredando sus dedos en mi pelo, y arqueándose ligeramente, con un par de espasmos en su miembro se corrió dentro de mí. Lo esperaba, no era la primera vez que se corrían en mi boca, así que conseguí no tragar, me limité a escupir su semen sobre su miembro, distribuyéndolo con mis manos mientras lo masturbaba. Noté como se relajaba, aunque yo no estaba relajada, me estaban arrastrando a un orgasmo. La lengua, y los dedos, que jugaban entre mis piernas estaban haciendo un buen trabajo, como en otras tantas ocasiones. Mis gemidos empezaban a llenar la oficina, primero suaves y poco a poco más fuertes
y entrecortados. Seguía apoyada en su amigo, con mis manos en sus nalgas y mi cara apoyada en él, notando sobre mi cara su satisfecho pene y notando como sus manos todavía jugaban entre mi pelo.
Al cabo de un rato me alzaron, Alberto me agarró de la cintura y me llevó hasta una mesa. Allí me tumbo boca arriba y me penetró con frenesí. El trabajo lingual de antes, unido a su entrada triunfal en mi cuerpo, me llevó a correrme rápidamente, abrazándolo, besándolo, rodeando su cintura
con mis piernas. Mis gritos de placer debían de oírse en toda la oficina,
supongo que vacía para aquel entonces.
Pero no tenía ganas de reprimirme, igual que Alberto no tenía la más mínima intención de aminorar sus movimientos de cadera. Y eso me gustaba, mi cuerpo vibraba de placer. Estaba consiguiendo alargar mi orgasmo como otras tantas veces anteriores.
Al cabo de un rato se zafó de mi abrazo y salió de mi interior. Todavía no se había corrido, aunque le faltaba poco, y ambos lo sabíamos. Pero no quería correrse todavía. Le dijo a su amigo que se acercase.
Noté como se tumbaba a mi lado y me dijeron que me pusiese yo encima. Así hice, llevándome a mi interior la verga que antes había saboreado. Empecé a cabalgarlo, me acompañaba con sus caderas y sincronizando nuestros movimientos, pronto empecé a notar que volvían a mí esas agradables sensaciones.
Pronto volví a entrar en un estado de éxtasis. Pronto volví a gemir descontroladamente. Le abracé la cabeza, llevando su cara a mis pechos. Me los besaba y lamía incluso con más pasión que al conocernos. Y lo notaba por la frecuencia de su penetración, cada vez más frenética.
Luego empecé a notar unos dedos que jugaban en mi ano. Unos
dedos que se introducían furtivamente, humedeciéndome, preparándome. Sabía lo que me esperaba. Al poco rato no eran dedos lo que acariciaba el canalillo de mis nalgas, sino algo más grueso. La punta se abrió paso por mi estrecha entrada, arrancándome un gemido de placer, profundo y sordo. Mis manos aprisionaban con más fuerza la cabeza de su amigo, que no por ello dejaba de jugar con mis senos.
Pronto estuvieron los dos dándome el máximo placer, suavemente, perfectamente compenetrados. Yo movía mi vientre y mis nalgas,
ligeramente, dándoles a entender que no quería que parasen, que no quería que cambiasen de posición, ni aunque hubiese entrado toda la oficina en aquel momento. Así me estaban llevando a la gloria. Mi orgasmo, salvaje y largo, fue de los que hacen historia.
Finalmente, totalmente exhausta, entregada por completo, noté
como Alberto se corría en mi interior, noté su líquido caliente en mi ano. Y
también noté como su amigo se tensaba en mi interior (él llevaba preservativo, así que no noté el calor que debía brotar de su miembro).
Estuve entre los dos unos minutos más. Entonces, mientras se retiraban, me liberaron de la venda que había llevado todo el rato. Di un grito de sorpresa al conocer a mi amante desconocido.
Y lo que me sorprendió fue que sí que lo conocía (hasta la fecha habíamos hecho algo parecido en varias ocasiones, pero siempre con amigos suyos que yo no conocía). Era uno de nuestros distribuidores, el comercial con el que había estado reunido todo el día.
Y además, es uno de los distribuidores con los que de vez en
cuando debo quedar para hacerles una visita a su ciudad. Lo había tenido al lado varias veces, en reuniones y cursos a usuarios, y ahora lo tenía a mi lado desnudo, acariciando mis muslos y mis pechos, nuevamente excitado y preparado para otra sesión de pasión y lujuria.
No voy a contar lo que pasó luego, es fácil de imaginar y no
muy diferente a lo ya contado. Pero sí decir que a pesar de que Alberto me dijo que este distribuidor estaba casado y tampoco le interesaba ir contando por ahí que se había tirado a la tía buena o a la tetuda (que son algunos de los apodos que conozco, por Alberto, que me ponen aquellos con los que acostumbro a reunirme) de la empresa.
La última vez que viajé a reunirme en su empresa, me dio la sensación de que algunos estaban al tanto de todo lo que ocurrió esa tarde noche sobre mi mesa de la oficina. ¡Hombres!
Pero él se lo perdió, pensaba pasar un rato agradable con él esa misma noche, pero, visto que no podía mantener un secreto…
Un beso muy caliente para todos.