Relato erótico

Lo amo, pero…

Charo
25 de septiembre del 2018

Confiesa que está enamorada de su marido pero también que no puede resistirse ante la mirada de un hombre y casi sin darse cuanta se abre de piernas instintivamente para que quien quiera se la folle. Lo ha hecho con toda clase de machos, jóvenes y maduros, atractivos…

Raquel – Zaragoza
A pesar de tener un marido ejemplar, no puedo evitar tener aventuras con otros hombres, con los cuales por alguna extraña razón me siento atraída y con los que disfruto todo lo que me hacen, para después nunca más volver a verlos.
Serle infiel a mi marido es algo que mientras más pienso en ello, menos logro entender. Mi marido y yo estamos casados desde hace tres años, tenemos una linda hija, nuestra casa, y todas las cosas que una podría pensar que me pudieran hacer feliz.
Si Javier fuera uno de esos tipos mal criados, faltos de sentimiento, incapaz de poner atención a mis necesidades. Pienso que se lo tendría merecido, pero no es nada de eso. Todo lo contrario, es casi un marido perfecto. Digo casi por que como toda persona tiene sus defectos, pero a la hora de la verdad, nada que me hubiera llevado a estar en los brazos de otro hombre.
Lo que más me molesta de todo esto es que lo sé y aún así le he sido infiel. Lo más triste del caso es que no ha sido una sola vez, ya han sido varias y para colmo hasta con hombres que en nada se le parecen a mi marido. No lo digo en lo físico, me refiero más bien a su manera de ser.
La primera vez que le fui infiel fue cuando aún éramos novios. Javier se encontraba estudiando para su examen final, cuando unas amigas mías me invitaron a una feria cercana a nuestro pueblo. Como es de esperar se lo comenté y él me indicó que no podía acompañarme, por los estudios, pero sí yo deseaba ir que fuera, además me lo dijo de muy buena gana y hasta me dio algo de dinero para que lo pasara bien.
Estando con mis amigas me puse a beber, nos abordaron un grupo de chicos y al rato todas ya teníamos pareja. A mí me tocó un tío que era el espíritu de la contradicción. Aparte de ser sumamente machista, al punto que no se molestó cuando fui a pagar una ronda de cervezas, era pedante, grosero, en fin en nada se parecía en lo más mínimo a mi novio.
Pero ya entrada la noche él y yo nos separamos del grupo, o mejor dicho el grupo se separó de nosotros, ya que cada quien arrancó con su cada cual.
Yo estaba a punto de marcharme, cuando el más bestia, me invitó a que lo acompañase a un mirador que él conocía. Nos fuimos en su coche y realmente el sitio era bastante bonito, tranquilo, una loma con una vista maravillosa. Además para llegar a ese lugar había que flanquear un portón de madera, del cual al parecer mi compañero tenía la llave. Al bajarnos del coche, sacó una botella y ambos comenzamos a beber a morro, mientras charlábamos. De momento se quedó mirándome directamente a los ojos y en el acto me estampó un beso, que sentí hasta el tuétano de mis huesos. En principio pensé en decirle que no, que no continuase, que yo no era una de esas chicas fáciles, pero él seguía besándome de tal forma y manera que la verdad es que no pude hacer nada para que se detuviera.

No es que yo fuera una chica a la que Javier nunca hubiera besado, si lo hacíamos, y hasta en una que otra ocasión, terminábamos teniendo relaciones. Pero en ese momento, era totalmente diferente, algo dentro de mí deseaba locamente que continuase besándome y acariciando todo mi cuerpo.
Cuando sentí sus manos sobre mis pechos ni siquiera hice intento de quitarlas, y cuando la metió por debajo de la falda que yo estaba usando esa noche, no me pasó por la mente el decirle que no continuase. La verdad es que no sé que me sucedió. Sin que él me hubiera dicho ni una sola palabra, yo misma me quité todo lo que tenía puesto, quedándome completamente desnuda, al tiempo que él seguía besándome como un salvaje. Al poco rato ya nos encontrábamos follando sobre la hierba.
Esa noche hice y dejé que me hicieran cosas que normalmente nunca había hecho con Javier. Era como si me hubiera vuelto loca de momento. Con decir que me puse a mamar su polla apenas me lo insinuó, mientras que yo al mismo tiempo, movía mis dedos en mi coño como una loca.
Lo hicimos de diferentes maneras y en ciertos momentos juro que llegué a pensar en Javier, en que haría sí se enterase de eso, pero con la misma rapidez que lo llegaba a pensar, dejaba de hacerlo. Lo que más me llenaba en esos instantes era el sentir su pollón dentro de mi coño. Con decirles que hasta me dio por el culo, cosa que en ocasiones había hecho con mi novio cuando yo tenía la regla, pero en esos momentos no era el caso. Yo esa noche disfruté de varios y muy calientes orgasmos y al terminar no dijimos ni una sola palabra hasta que nuevamente en el pueblo me bajé de su coche. Algunas de mis amigas me esperaron y también tuvimos que esperar a otras dos.
Cuando todas ya de regreso nos dirigíamos al pueblo, cada una contó que la pasaron bien, que bailaron, que esto que aquello, que habían quedado en verse de nuevo. Yo no iba a ser la única tonta que reconociera que la estuvieron follando, por lo que también dije más o menos lo mismo. Después de esa noche no he vuelto a ver al más bestia. Pero como dije anteriormente le he sido infiel a mi marido en múltiples ocasiones y luego no encuentro la razón por la cual lo he sido.
Después de que di a luz a nuestra hija, me continué viendo con un nuevo ginecólogo, ya que el anterior decidió retirarse por la edad. En cierta ocasión en que después de los exámenes regulares asistí a su consultorio para que los leyese, al salir de su consulta bastante tranquila por los resultados, mientras esperaba en la puerta del ascensor, me di cuenta que la puerta del cuarto de limpieza se encontraba entreabierta. Sin esfuerzo vi algunas fotos de chicas desnudas, pero también vi al conserje, que justo en esos momentos estaba orinando. Era un hombre algo maduro, que al verme ni se inmutó. Continuó agarrando su cosa como que si nada y yo la verdad es que me asusté y de inmediato entré al ascensor, que justamente se había abierto en esos instantes.

Todo pudo terminar ahí, pero la imagen de ese hombre orinando no se me quitaba de la mente. A los pocos días volví a visitar mi ginecólogo con la excusa de que me explicase un medio de evitar los embarazos que no fuera el condón ni las pastillas y al llegar al edificio en la puerta se encontraba ese tipo y confieso que me le quedé mirando insistentemente, hasta que él ascensor cerró.
Mi doctor me atendió con relativa rapidez y tras hablarme de los parches, dio por terminada la consulta. Al pasar frente a la portería donde había visto al sujeto ese orinando, no pude evitar el dar una mirada. Nuevamente se encontraba en ese lugar, con su cosa agarrada entre una de sus manos, mientras que con la otra evitaba que se cerrase la puerta. Me lo quedé mirando y como si estuviera hipnotizada entré a ese oscuro lugar donde él de inmediato cerró la puerta. Ya dentro fue como algo de película, nada más bastó que me agarrase por el brazo y pegase su boca a la mía, que me dejé hacer de todo. A los pocos minutos de estar besándome, sencillamente se agachó, metió sus manos bajo mi falda, la levantó, me bajó las bragas y pegó su boca a mi coño. Como acostumbro a usar bikinis algo pequeños, me depilo con regularidad y sentí como su lengua y boca me chupaban el clítoris hasta hacerme alcanzar un tremendo orgasmo, tras el cual, él se levantó y me dio vuelta, colocándome apoyada contra la pared, y así él me penetró el coño con su verga, y sus manos acariciaban mi cuerpo sobre la ropa.
En cierto momento, ni cuenta me di de donde me encontraba, ya que en lugar de contener mis gemidos les di rienda suelta, hasta que tanto él como yo nos corrimos como cerdos. Apenas terminamos me arreglé la ropa y me pareció oírle decir que le agradaría volver a verme cuando sin pensarlo mucho abría la puerta de la covacha. Mi sorpresa fue grande, afuera se encontraban otras dos mujeres que de seguro habían estado escuchando mis gemidos. Me observaron como si yo fuera una loca y en lugar de esperar el ascensor, me marché por las escaleras.
Hasta el día de hoy no he vuelto a ver a ese ginecólogo, lo cambié por una doctora, no porque no me sintiera a gusto con él, sino por no pasar la vergüenza de que alguna de esas dos mujeres me volvieran a ver. Del conserje diré que una vez que salí del edificio, no he vuelto a pensar en él, hasta el día de hoy que escribo estas líneas.
Pero así como con el conserje, me ha pasado con otros hombres. Hombres que ni conozco, que logro ver por una primera vez y después de que tenemos relaciones, procuro no volver más por ese sitio.

Pienso que entre todas esas locuras que me han sucedido, la peor de todas me sucedió estando de vacaciones con mi marido. Nos encontrábamos en un hotel cuando se me ocurrió ir al gimnasio para hacer algo de ejercicio. Al entrar me encontré con los encargados, dos chicos que son gemelos. Y como por arte de magia sin decir una sola palabra, al ver la manera en que yo me quedaba mirando sus miembros bajo los pantalones de lycra, uno de ellos sencillamente, cerrando la puerta con llave, colocó el letrero de cerrado, me tomó por el brazo y junto a su hermano me condujeron al fondo del salón, a la sala de masajes.
Entre los dos me quitaron la ropa a medida que con sus bocas besaban todo mi cuerpo. Yo me encontraba como extasiada, dejándolos hacer lo que les viniera en gana conmigo. Esa fue la primera vez que lo llegué hacer con dos hombres a la vez, pero no ha sido la única. Mientras uno me lo había introducido por el coño, el segundo me lo comenzó a introducir por el culo. La verdad es que me sentía la mujer más dichosa del mundo al estar así entre dos hombres jóvenes, haciéndome todo lo que ellos y yo queríamos. Esa tarde aparte de eso, me puse a mamar sus vergas, introdujeron sus dedos dentro de mi vagina y me volvieron a penetrar de manera incansable. En fin no hubo cosa que no me hicieran esos gemelos. Con decir que entré a las nueve de la mañana, y salí toda exhausta casi a las doce del día.
Al llegar a mi casa me di una ducha y me quedé en la cama todo el día. Por suerte a mi marido, como es tan considerado, ni siquiera me despertó cuando llegó a casa. Y esas, precisamente son las cosas que me hacen sentir mal.
Besos y hasta otra.

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