Relato erótico
Lluvia y sabanas calientes
Les pilló un aguacero cuando estaban a punto de llegar a casa. Estaban empapados y en cuanto entraron en casa se fueron quitando la ropa. Sin mediar palabra, fueron a su habitación, tenían claro que iban a “calentarse” debajo de las sábanas.
Rosa – Sevilla
Amiga Charo lo que voy a contarte ocurrió el día en que mi marido y yo entramos en casa completamente mojados, de la cabeza a los pies por causa del tremendo aguacero caía. Agitados pero felices por el pequeño trote que habíamos tenido que emprender durante unas cuantas calles, comenzamos a despojarnos de nuestra ropa la cual dejamos tirada por ahí. Ya en la habitación cerramos las cortinas, no había necesidad de palabras, para ambos el mejor plan en una tarde como aquella era pasar un rato bajo las sábanas y ya estando desnudos ¿qué otra cosa podíamos hacer? El sexo es el entretenimiento más barato y además se queman calorías.
Me sequé un poco el cabello con una toalla mientras él me estiraba los brazos desde la cama. Me hundí en ellos y me envolví con las sábanas para calentarme, empezando entonces a un festín de besos, caricias y arrumacos, suaves al principio e intensos después.
– Me debes una apuesta, ¿qué tal si me la pagas de una vez? – me dijo mi marido.
Haber perdido la apuesta no era para nada grave pues consistía en una mamada record, en una mamada de aquellas que según él solo le doy una vez al año. Para darle la razón miré mi reloj y le dije:
– De acuerdo pero hasta dentro de un año no repetiré esta súper mamada que voy a darte, ojalá tengas buena memoria.
Diciendo esto me arrodillé frente a su verga y comencé a lamerla suavemente desde el capullo hasta las bolas. Posteriormente me la metí en la boca por completo saboreándola y frotándola a conciencia con labios y lengua. Estando ya húmeda la froté con una mano mientras con la otra acariciaba sus bolas suavemente. Repetí esta operación varias veces con algunas variantes y sin exceso de emoción, pues tampoco pensaba sobreactuarme en el pago de mi apuesta. Aún así no hice tan mal mi trabajo pues alcancé a tragarme una buena cantidad de fluidos preseminales y le arranqué un par de gemidos. El mientras tanto, tiraba de mis pezones como podía deteniéndose demasiado a menudo cuando se concentraba mucho en su placer. Froté entonces su verga contra mis tetas y la pasé por el canal entre ellas.
– Cuando vaya a correrme te aviso y tú decides si te lo tragas o no – me dijo él.
– Nada de eso… me acostaré a tu lado y ya te diré que hacer pues ya ha sido suficiente mamada por hoy. Me has puesto muy cachonda con esa sobada de tetas.
El, aunque desilusionado, no protestó y siguió mis instrucciones comenzando a masturbarme y a chupar mis tetas con avidez.
– ¡Que bien… cuando estás así iniciado haces mejor tu trabajo! – le dije.
A pesar de encontrarme disfrutando de lo lindo, sentí pena por su verga a punto de estallar y decidí sentarme sobre ella para no desperdiciarla. Me coloqué sobre el metiéndome su verga deliciosa en el coño para luego pegar mi boca a la suya y fundirnos en un apasionado beso. Levantándome un poco le ofrecí una de mis tetas para que me la chupara como si me la quisiera arrancar hasta que él me dijo que me diera la vuelta.
Lo hice para darle gusto, estacándome de nuevo en su polla pero dándole la espalda, cosa que el aprovechó para acariciar mis nalgas y meter un dedo en mi vagina para hacerle compañía a la polla. Esta posición es deliciosa para frotar mi clítoris con sus pelotas si me inclino lo suficiente hacia delante, cosa que por supuesto hice.
Pocos minutos después me anunció que el momento culminante llegaba. Yo ya sabía que hacer y me detuve un poco para luego moverme de nuevo pero mas lentamente hasta el final. Nos acostamos uno al lado del otro y él, como conciente del trabajo que le esperaba, dirigió su mano hacia mi cueva y comenzó a masajearme para que me corriera en ella. No tardé mucho en hacerlo y para cuando esto ocurrió él ya estaba dormido.
Aprovechando esto y viéndome aún con ganas, me puse de pie y me dirigí hacia el armario. Del cajón de la ropa interior saqué una bolsa y regresé a la cama. Me senté en ella y saqué los dos objetos que guardaba en ella cuidadosamente. El primero, un frasquito de glicerina carbonatada, un lubricante que me habían recomendado por efectivo y económico. El segundo un consolador que había comprado hacía pocos días especialmente para una cita muy importante, pero eso es otra historia.
Dejé aparte la glicerina pues no la necesitaría debido a los abundantes flujos que se mezclaban con el semen de mi marido y salían a borbotones por mi chocho. Me acosté de nuevo a su lado y comencé a masturbarme concienzudamente introduciéndome con una mano el falo de goma mientras la otra jugueteaba aquí y allá, ya fuera pellizcando mis pezones o mi clítoris. De vez en cuando sacaba la seudo verga y la frotaba por mis labios vaginales, la dejaba resbalar por ellos y por mi clítoris para luego dejarla entrar de nuevo sin demora por mi caliente cueva.
De repente y como si fuera la eterna historia de mi vida el ser descubierta, me di cuenta que mi marido me miraba lascivamente cuando yo apenas comenzaba a disfrutar. Me asusté un poco pero no me detuve, continué metiendo y sacando a mi gran amigo el consolador mientras veía como la verga de mi marido comenzaba de nuevo a endurecerse.
– ¿Te ayudo? – me dijo.
– Si quieres…
Sin demora se arrodilló entre mis piernas y tomó con una de sus manos la punta que sobresalía del consolador que estaba bien metido en mi chocho. Lo hundió más aún y lo dejó un rato allí para dedicarse simplemente a observar mi almeja abierta, con un objeto adentro, completamente húmeda, tanto que las gotas caían hasta mi culo y de allí a las sábanas.
Comenzó entonces a meter y sacar el falo para divertirse con el espectáculo de verme retorcer y levantar mi cadera para ayudar a devorármelo.
– Hazlo tú sola otra vez y yo te miro – me animó.
Lo tomé de nuevo y reanudé los juegos del principio, metiéndolo y sacándolo, a veces un pedacito y a veces todo, para meter de nuevo solo la punta, poco a poco, trozo a trozo sin dejar de masajear mi clítoris que en ese instante ya estaba completamente tieso de nuevo, mirando al techo.
– ¿Qué tal si ahora te lo metes por detrás? – me preguntó entonces.
Lo miré un poco asombrada pues el nunca me había pedido algo así, supuse que mis ganas de probar cositas nuevas lo habían contagiado. Decidí complacerlo pues el pobre suponía que mi culo era aún virgen, así que me puse a cuatro patas mientras él se recostaba en un lugar de la cama desde donde podía ver todo a sus anchas. En ese momento recurrí a mi amiga la glicerina la cual unté en mis manos que luego buscaron el orificio de mi ano. Froté mi culito concienzudamente con mis dedos y comencé a tantear el estrecho pasaje con uno de ellos. Después de un rato unté la punta del consolador con el lubricante para comenzar con mi labor. Encaminé el aparato hacia mi culito y comencé a empujar, relajando mis piernas lo más posible, apoyando mi cara en la almohada para equilibrarme.
Comencé a sudar pues no era nada fácil y le dirigí una mirada a mi marido que seguía acostado a mi lado completamente extasiado con mi pequeño show. El, como entendiendo mi mirada de auxilio, se situó tras de mí y me quitó el consolador de la mano.
– Apóyate bien porque lo que es hoy te voy a romper el culo – me dijo.
Sus palabras me excitaron y asustaron a la vez y cerré los ojos.
– Relájate y verás lo fácil que entra – añadió.
Procuré relajarme y aún así no fue una entrada sencilla. Después de varios intentos, retrocesos, sacadas, metidas y vueltas a sacar lo logramos. El consolador entró hasta más de la mitad aunque me arrancó más de un grito de dolor.
En ese punto él no solo comenzó a sacarlo y meterlo sino que metió su propia verga por mi vagina, de golpe y sin previo aviso, cosa que no me molestó en lo más mínimo pues estaba bastante lubricada. Es lo más parecido que he hecho a una penetración doble y fue increíble sentirme completamente invadida por dos vergas, aunque una fuera de mentiras.
El continuó moviendo el consolador sin tregua torciéndolo dentro de mí, haciéndolo girar en círculos, metiéndolo y sacándolo. A veces lo sacaba por completo e introducía dos dedos en su reemplazo los cuales hurgaban dentro de mí sin contemplaciones. Yo no paraba de gemir agarrada a las sábanas, arrugándolas y tratando de sostenerme con mi propia cara contra los almohadones. Cuando él sacaba el consolador yo lograba moverme un poco hacia delante y hacia atrás para meterme su verga yo misma, pero estos momentos duraban poco pues él inmisericorde hundía de nuevo, ya fuera sus dedos o el falo, en mis entrañas una y otra vez hasta que se corrió de nuevo envuelto en intensos jadeos.
En el momento de correrse dejó el consolador dentro de mi y con ambas manos me agarró las nalgas fuertemente, tan fuerte que me hizo gritar, pero igual también lo disfruté, me moví con él acompasadamente para aumentar la fricción y por consiguiente el placer.
Su polla se encontró de nuevo flácida y él se acostó completamente agotado. Me acosté a su lado con el consolador aún clavado en mi culo ya que mas daba sacármelo o dejarlo allí, aunque al fin me decidí por esto último para que el culo se fuera acostumbrando a estas visitas. En ese momento decidí que practicaría a diario el sexo anal con mi consolador y así estar preparada para una verga de carne de 17 cm que tengo en el punto de mira.
Besos, Charo.