Relato erótico

Llegue tarde a la fiesta

Charo
17 de febrero del 2019

Era su cumpleaños y sus amigas le habían montado una cena y después ir a tomar unas copas. Una venta de última hora se complicó y tuvo que quedarse en la oficina para rehacer el contrato, pero esto no fue lo que la retrasó.

Cristina – Zaragoza
Lo que quiero contaros, me ocurrió el año pasado. Fue el día de mi cumpleaños. Desde hace tres años, trabajo en una empresa inmobiliaria. Empecé de recepcionista, y ahora soy la secretaria del director comercial. Nuestro horario, es un poco loco. Si hay que cerrar la venta de un piso o lo que sea y la tiene que “rematar” mi jefe, tengo que esperarme. Mis compañeras de trabajo habían montado una cena para celebrar mi cumpleaños. Como era viernes podíamos ir de copas sin preocuparnos por el horario. Sobre las seis de la tarde, llegó un vendedor con un matrimonio que estaba interesado en comprar un piso. Como era de esperar, mi jefe tenía que intervenir, para poder atar bien la operación.
Voy a explicaros como es mi jefe. Se llama Martín, tiene 52 años y es muy atractivo. Ya sé que podría ser mi padre y casi mi abuelo, pero el tío es muy interesante. Es alto de 1’84 más o menos, está delgado y de piel muy morena. En definitiva, a más de una del despacho, se le moja el chichi cuando lo ve. Yo soy una chica normal. Tengo 23 años, mido 1’63, estoy delgada pero estoy muy proporcionada. Tengo un par de tetas de vértigo, uso la talla 120. Llevo el pelo cortito y mi color natural es el negro y como nunca me he teñido, lo tengo muy brillante y suave. Como en la empresa hay mucho tío, mi vestimenta suele ser muy sport. Llevo vaqueros combinados con camisetas o blusas y chaqueta. Recuerdo que una vez me puse una minifalda y casi la lío.
Seguiré con lo que ocurrió aquella tarde. Mi jefe hizo pasar a los clientes y al vendedor a su despacho para acabar de concretar la venta.
Normalmente salgo del despacho sobre las ocho de la noche, eran casi las nueve y parecía que iba para largo. Mis compañeras me estaban esperando en el restaurante y decidí llamar a Lucía al móvil. Le dije que aquello iba para largo, que cenaran y que me presentaría en cuanto terminara la reunión. Le supo mal, pero la animé diciéndole que como el día siguiente era sábado, ya recuperaríamos el tiempo perdido. A las nueve y media, me llamaron para ver si les podía llevar un café y me dieron el borrador del contrato de arras. ¡Por fin iban a firmar! Salían del despacho más o menos a las diez y media. El vendedor los acompañó. Mi jefe se acercó a mi mesa y se disculpó por lo tarde que era. Sabía que me estaban esperando para celebrar mi cumpleaños. Le dije que no se preocupara, que ya había quedado con Lucía, que aparecería en cuanto acabará.
Me dispuse a apagar el ordenador y no me di cuenta que él se había colocado detrás mío. Noté como colocaba sus manos en mis hombros y me hacía un masaje, mientras decía:
– Me imagino que debes estar cansada – y siguió con el masaje.

De repente sentí un cosquilleo en el estómago y en el coño. Tengo que reconocer que por aquella época no salía con nadie y llevaba una dieta estricta de sexo. El contacto de sus manos en mi cuello, me estaba poniendo caliente. No pensé en nada más y como si tuviera un resorte en la silla me levanté, me dí la vuelta y me acerqué mi boca a la suya. El morreo no se hizo esperar. Me cogió con fuerza por la cintura, se pegó a mi cuerpo y nos dimos un beso muy apasionado. No podíamos parar. Su lengua recorría mi boca, mordía mis labios y succionaba mi boca. Estábamos como locos. Me cogió en sus brazos y me llevó a su despacho. Para él, yo era una pluma.
Me sentó en su mesa y siguió morreándome. Se situó entre mis piernas, y mientras me besaba, frotaba su polla contra mi coño. De mi boca se escapaban gemidos de placer, y con una rapidez que no se explicar, se apoyó en la mesa, se bajó la cremallera del pantalón y sacó su enorme polla. Cuando la vi, no pude resistirme y no hizo falta que me dijera lo que debía hacer. ¡Quería aquella polla para mí! Me la puse en la boca y lamí su capullo despacito mientras mi mano se deslizaba arriba y abajo. Con mi otra mano le acariciaba los huevos, eran enormes y se contraían con mis caricias. Martín con voz ronca decía:
– Muy bien cariño, chúpame los huevos con suavidad, me encanta lo que me estás haciendo. No tengas prisa, quiero aguantar todo lo que pueda. Me estás haciendo disfrutar mucho.
Aquellas palabras me estaban poniendo cachonda y me dediqué a darle gusto a tope. Le mamaba la polla, le comía los huevos, no podía parar. De pronto noté como sus piernas se tensaban y apoyó su mano sobre mi cabeza. Entendí el mensaje, iba a correrse y no debía parar. Aceleré el ritmo de mi mano y de mi boca hasta que se corrió. Me soltó tal cantidad de leche que no tuve más remedio que tragarme una buena dosis, mientras la que sobraba me casi por la comisura de los labios. El muy cerdo no sacaba su rabo de mi boca y poco a poco fui tragándomela toda. Incluso cuando acabó, se apretaba los huevos con una mano, y con la otra, llevaba mi boca a su capullo para que lo limpiara. Era la primera vez que me tragaba la leche de un hombre. En aquel momento, no me acabó de gustar. Mi respiración era rápida y tenía las bragas mojadas de la calentura que tenía.
Martín me agarró de la cintura y empezó a besarme. Entonces sentí como su mano buscaba la cremallera de mis vaqueros y me la bajaba. Lo ayudé a bajarme los pantalones y entonces él, con una maestría que demostraba la práctica que tenía en estos menesteres, apartó mi braga y colocó su dedo sobre mi clítoris. No necesité que me pajeara mucho a los pocos segundos, mi chocho soltaba un torrente de gusto. El tío siguió y me follaba con dos dedos. No pude parar, me volví a correr como una loca.

Sin decirnos nada, nos fuimos al cuarto de baño. Al salir, nos cruzamos en el pasillo, se acerco y me dio un suave beso en los labios y nos dirigimos a su despacho. Parecía confuso, y me dijo que no había podido aguantarse, que llevaba mucho tiempo deseándome, y que entendería si yo me enfadaba con él. Yo le contesté, que a mí también me gustaba, pero que nunca me había planteado enrollarme con él, ya que estaba casado y le veía muy “serio”.
Él me dijo, que su matrimonio no funcionaba y que prefería no hablar de ello, pero que si yo no quería no volvería a tocarme. Le dí un morreo de impresión y le dije que lo deseaba. Eran casi las doce de la noche y me estaban esperando, llamé a Lucía y le dije que ya iba para el restaurante. Martín me acompañó y quedamos para el día siguiente. Su mujer iba de viaje a ver a su madre, y podíamos vernos. Por supuesto que acepté. Pasé toda la noche desconectada de la fiesta y pensando en lo que sentiría cuando me penetrara con su estaca.
El sábado, vino a buscarme sobre las seis de la tarde. Me preguntó, si no me importaba ir a cenar a su casa. Iríamos a comprar comida preparada y estaríamos más cómodos para “todo”. Vivía en un dúplex en un pueblo cercano a Barcelona. En cuanto llegamos, dejamos la comida que habíamos comprado en la cocina y allí empezó todo.
Me abrazó con fuerza mientras nos dábamos un beso, y me colocó encima del mármol de la cocina. Mientras me miraba a los ojos, me levantó la minifalda, me sacó el tanga y muy despacio, bajó la cremallera de su pantalón, dejó su pollón al aire y acompañándolo con una mano, me lo clavó hasta el fondo de mi chocho. No pude por menos que gritar. El capullo era enorme y hasta que no lo tuve dentro del todo, me hizo daño, pero con un placer impresionante. Martín no apartaba los ojos de mi cara y empezó a follarme despacito, me tumbó en el mármol y con un dedo, frotaba mi pipa. Me daba un gusto de muerte, no resistí mucho y moviendo mis caderas a toda velocidad y apretándolo contra mí con mis pies, me corrí largamente. Pero aquello no acababa allí, me apartó las piernas y me dijo que no me moviera. Fue al aseo y vino con un paquete de toallitas de las que están húmedas y que se utilizan cuando viajas. Cogió un taburete de la cocina y se sentó delante de mí. Me sentía avergonzada y quería levantarme, pero dijo:
– No te muevas, voy a comerte el coño. Creo adivinar que eres una mujer muy caliente, y quiero comprobar cuantas veces eres capaz de correrte.
Dicho esto, noté como limpiaba los labios y el interior de mi coño. Aquella sensación húmeda y fresca casi me hace correr. Entonces dirigió su boca a mi chocho y pasó su lengua lentamente por mi inflamado clítoris.

Sentí una especie de “ardor” en mi bajo vientre. ¡Nunca me habían comido el coño de aquella forma! Su lengua se retorcía poco a poco por el exterior de mi chocho. Intenté aguantarme pero no podía más, le dije que me corría y en aquel mismo momento, aceleró el ritmo de su lengua y me folló con sus dedos. Tuve el orgasmo más largo y placentero de mi vida. Me daba la sensación de que ya había terminado, pero el muy cerdo, siguió comiéndome el chocho y no paraba. No me dejaba respirar. Creo que me corrí unas seis o siete veces. Cuando creyó que ya tenía bastante, volvió a pasarme una toallita fresca por mi irritado coño, pero el muy cerdo se paró en mi pipa con la toallita y me hizo correr otra vez con aquella paja. Cuando bajé, las piernas no me aguantaban.
Me indicó donde estaba el baño y me dijo si quería darme un baño. Llené la bañera y me sumergí en el agua caliente. Cuando llevaba cinco minutos, apareció Martín. Solo llevaba puesto los calzoncillos. Le miré y le dije si quería bañarse conmigo. Por supuesto aceptó. Me dediqué a bañarlo como si fuera un niño. Pasaba la esponja por todos los rincones de su cuerpo. Cuando llegué a su entrepierna, vi que se le empezaba a poner morcillona. La sensualidad, como preámbulo de la sexualidad, es uno de los mejores placeres. Aprovechando que no se había corrido, me arrodille en la bañera y se la mamé lentamente. En cuanto se le puso dura y tiesa Martín me dijo que parara. Propuso que fuéramos a cenar y que después seguiríamos.
No quiero extenderme más, pero volveré a escribir para contaros el resto de aquella noche y otras “historias” que hemos vivido. Sigo follando con Martín.
Me he mentalizado que es un tío casado y parece que he conseguido no colgarme demasiado. Yo no le pregunto si tiene relaciones con su mujer, y él no pregunta si follo con alguien más. Lo que si os puedo garantizar, que no me arrepiento de nada y que con Martín he tenido y tengo el mejor sexo que he conocido.
Besos

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