Relato erótico

Llegamos a un “acuerdo”

Charo
12 de febrero del 2020

Llevan muchos años casados, son maduritos, pero tienen mucha “marcha”. El marido lleva tiempo insistiendo en ir a un club de intercambio. Al final cedió, le dijo que él podía follar con quien quisiera, pero ella no. Fueron y pasó lo que ella quería, aunque después han pasado más cosas.

María – GERONA
Querida Charo, me llamo María, soy una mujer de 58 años, casada y muy enamorada de mi marido con el cual, cada semana, leo vuestra revista. Mi marido, con sus 66 años, es un cachondo que siempre tiene ganas de echar un polvo. Además, hacía algunos años que mi marido, no paraba de proponerme que fuésemos a un club de intercambio pero yo siempre le decía que no me apetecía que otro hombre me la metiera y menos a mi edad, ya que no gustaría a nadie, que era demasiado vieja, pero él no me hacía caso e insistía en su idea.
Al final, como tanta era su insistencia y asegurándome que solo quería conocer como era el ambiente en un club de intercambio, decidí complacerle. Así fue como estuvimos en uno de ellos al menos seis veces sin que ocurriera nada de particular. Yo tenía muy claro que no me la iban a meter por lo que solamente dejaba que alguno besaran y que, incluso, me tocaran las tetas, bastante gordas aunque ya caídas, y el culo, mientras bailábamos con otras parejas.
En una ocasión Julio, mi marido, estaba muy cachondo con la mujer de la pareja con la que estábamos y yo, al verlo, le dije todo corazón que si quería se la podía follar, que yo no me enfadaría, ni me molestaría pero que su marido a mi no me iba a meter nada de nada.
Así fue como, por primera vez en mi vida, vi como Julio se la metía a otra. Seguramente fue por el morbo que me produjo todo ello, que dejé que el marido me magreara hasta el extremo de sacarme una teta fuera del sujetador y de la blusa y chuparme el pezón, que yo tenía más largo y duro que nunca, y luego tocarme el coño, aunque encima de la braga. La cuestión es que terminé corriéndome con la paja que me hizo.
Como yo no quería que esto llegase a más, dejamos de ir al club, aunque mi marido seguía insistiendo, sobre todo cuando leíamos los testimonios y experiencias de la revista. No paraba de decirme como le gustaría ver como otro hombre me follaba, que iba a sentirse el cornudo más feliz del
mundo.
– ¡Estás loco! – le decía yo – ¿Por qué quieres ver como otro hombre me la mete…?. Pues no, no quiero.
Como he dicho al principio, éramos muy felices después de treinta años de matrimonio, pero como hay un refrán que dice “nunca digas de esta agua no beberé”, pues bien, esto es lo que me ha ocurrido a mi, al fin.
En la oficina donde trabajo hay un compañero, más joven que yo, sobre los 40, que siempre me ha piropeado, diciéndome que si soy la abuela más guapa, que suerte tiene mi marido de tener una mujer tan maciza como yo y cosas parecidas.

En el mes de mayo, con motivo de que la empresa cumplía veinticinco años, nos dieron una fiesta a todos los empleados. Podíamos ir con nuestras parejas pero mi marido, por su trabajo, no pudo acompañarme aunque me animó a que me lo pasase bien. Incluso me dijo una burrada cuando me iba.
– ¡Chata, con lo buena que estás, hoy te la meten!
La fiesta la dieron en un hotel. Era cena y baile, con canapés y barra libre. Casi todos iban con sus parejas, excepto Joan, el chico de los piropos, ya que está divorciado, y yo.
En la cena se puso a mi lado, hablamos y así llegó la hora del baile. Al principio bailé con varios de los compañeros, pero al final Joan fue mi pareja. En esta ocasión me pareció una persona más agradable que otras veces. Entre baile y baile tomábamos unas copas y cada vez, cuando bailábamos, me iba apretando más hasta que me besó en el cuello varias veces, mientras que sus manos me apretaban las cachas del culo dejándome sentir, al mismo tiempo, la dureza de su entrepierna.
Yo estaba muy excitada y cuando puso su boca en la mía, yo la abrí para que él metiera su lengua que yo aprisioné con la mía y entonces, aunque la luz de la pista era muy tenue, nos desplazamos a un rincón más alejado de posibles miradas. Una vez allí, me subió un poco la falda y empezó a meterme la mano por los muslos. Yo no sé si fueron los efectos del alcohol o que necesitaba que un hombre me metiera mano, pero el caso es que me abrí de piernas para facilitar que su mano me llegase al coño por encima de la braga que, dicho sea de paso, notaba que estaba muy mojada.
No sé como se las arregló, pero noté que me bajaba las bragas hasta la mitad de los muslos para, enseguida, meterme un dedo en la raja, que rápidamente fueron dos, hasta lo más profundo de mi coño.
Me abracé a su cuello para no caerme ya que tuve un orgasmo como no recuerdo haber tenido nunca. Joan, entonces, me apoyó en una columna y tal y como me tenía, se sacó una hermosa polla que, quería metérmela y
le dije:
– ¡Joan, por favor, aquí no, nos puede ver algún compañero!
– Pues vamos a solucionarlo enseguida – me contestó.
Salimos a recepción y pidió una habitación. Nada más entrar me quitó la blusa y la falda. Con mano temblorosa, le ayudé a desnudarse, luego me tumbó en la cama y abriéndome de piernas, metió su cara en mi coño. Yo creía morirme de gusto a cada lamida que me daba y no sé las veces que me corrí.

Luego se fue dando la vuelta hasta que su polla quedó en mi boca. Era la segunda polla que yo mamaba pero, cuando se corrió, me tragué toda su leche. Sin descansar, me puso a cuatro patas, se situó detrás de mí y con un fuerte pollazo, me la metió toda en mi encharcado coño a la vez que con una mano me cogía una teta y con la otra me pajeaba la pipa.
Después de este polvazo, caímos rendidos hasta que, a las cinco y media de la madrugada, me llevó a casa.
Tres días después quedamos en vernos en un apartamento y allí le dije:
– Joan, lo he pasado muy bien contigo, pero yo quiero a Julio y no voy a
romper un matrimonio de treinta años por un rato de placer pero, si somos discretos no me importa que, esporádicamente, echemos un polvo.
Como yo esperaba, estuvo completamente de acuerdo y así, nos fuimos viendo de vez en cuando hasta que en uno de esos encuentros, le conté que Julio me había dicho varias veces que le gustaría ver como otro tío me follaba y poder hacer, también, un trío. Joan, mientras me la tenía bien metida en el coño, me contestó:
– ¡Eso sí que es maravilloso, que el cornudo de tu marido disfrute mirando cómo te la meto o mientras te follamos en un fabuloso trío!
– Pero es que eso me da miedo – dije- Me vais a matar entre los dos, de gusto, se entiende.
Mi marido, días después, insistió en lo mismo, y mientras echábamos un polvo dijo:
– Cariño, como me gustaría ver como otro te folla…
– ¿Y si te dijera que ya me han follado? – me atreví a decirle.
– Esto no me lo creo hasta que no lo vea – insistió él – Tú, aunque estás
muy buena, no sabes follar con otro.
Esa misma noche, mientras hacíamos de nuevo el amor, le conté a mi marido, con pelos y señales, todo lo que había pasado en ese tiempo. Julio estaba como loco de alegría, besándome y comiéndome todo el cuerpo. Entonces le conté todo a Joan y este me propuso pasar las vacaciones del mes de julio en un apartamento que tiene en Benidorm. Mi marido aceptó encantado y como ellos no se conocían, invitamos a cenar a Joan y después nos fuimos los tres al club de intercambio de parejas que habíamos conocido tres años atrás.
Allí bailé con los dos y tanto Joan como mi marido no dejaron de sobarme
sin parar. Incluso cuando me tenían entre los dos, en la pista, se nos acercó una pareja y la chica, muy joven, empezó a tocarme el coño y mi marido a ella.
Yo estaba muy cachonda así que pasamos a los reservados y allí, por primera vez, mi marido contempló como a su mujercita se la follaba otro. Aquella noche, en casa, mi marido parecía otro. Me besaba con pasión y durante el resto de la noche me comió el coño como hacía años que no lo hacía.

Todo eran palabras de admiración, diciéndome lo que había disfrutado contemplando como me corría mientras otro hombre me follaba.
El primer día de vacaciones y nada más llegar al apartamento, me puse a arreglarlo pero desnuda, ya que ese fue el capricho de los dos. A la hora de acostarnos, Joan dijo a mi marido:
– Julio, si quieres te acuestas tú con tu mujer…
– No – contestó él rápidamente – Nos acostamos los tres juntos.
Imagínate como terminó todo. Yo les decía que iban a matarme con tantos polvos pero, además del placer que me daban, el contemplar la cara de felicidad que ponía mi marido, me hacía sentir la más feliz de las mujeres.
– Vamos a tener que hacer un trío – me dijo días más tarde Joan – con la obligación y el derecho que tiene tu marido de desvirgarte el culo.
Así fue como una noche, preparándome y con mucho cuidado, mi marido me dio por el culo a la vez que Joan me la tenía metida en el coño. Por supuesto, después se cambiaron.
Han sido unas vacaciones de fábula, pero tanto Joan como Julio cada vez quieren más. Ahora dicen que les gustaría poner un tercer hombre en nuestros encuentros ya que, añaden, me queda la boca libre. Yo me he negado, pero…Un fuerte abrazo.

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