Relato erótico
Limpieza absoluta
Se habían comprado un piso nuevo, aquel día, y mientras pintaba la habitación vio a la vecina de enfrente limpiando. Le sorprendió ver que iba en bragas y sujetador, llamó a su mujer y como los dos son bisexuales, se quedaron encantados con el espectáculo.
José – Cádiz
Me llamo José, somos un matrimonio de 30 y 38 años y quisiera contar lo que nos ocurrió nada más instalarnos en el piso nuevo que acabábamos de comprar. Estamos en un sexto piso y tanto la cocina como las habitaciones y el baño, coinciden exactamente con las ventanas de las mismas habitaciones del piso de los vecinos de enfrente, separados únicamente unos tres metros.
Un día, estaba pintando la habitación, me dio por mirar por la ventana y vi a la vecina subida a una banqueta limpiando los plafones, pero lo que me llamó la atención es que solo llevaba el sujetador y las bragas, prendas que, con su piel morena, resaltaban bastante. Como tanto mi mujer como yo somos bisexuales, no perdí tiempo en ir a buscarla diciéndole:
– Ven quiero que veas algo bonito, que seguro te va a gustar.
Mari, mi mujer, nada más mirar a la vecina, exclamó:
– ¡Que buena está!
Lo curioso es que la vecina al poco rato, se dio cuenta de que la estábamos observando pero lejos de molestarse, siguió con su trabajo como si le gustase ser contemplada.
Otro día, estaba afeitándome cuando, vi como ella abría la ventana del suyo, se desnudaba lentamente y en pelota viva, se metía en la bañera. Mi polla, ante este maravilloso espectáculo, se empalmó a tope y mientras la veía bañarse, no pude evitar masturbarme lentamente sin dejar de admirar como ella, sonriéndome, se sobaba todo el cuerpo. Claramente pudo ver como yo me estaba tocando la polla y me obsequió con otra sonrisa cómplice.
Sentí mucho que Mari no estuviera allí para verlo todo pero hacía media hora que había salido. Era una lástima que no pudiera contemplar como la vecina se levantaba y se secaba, ofreciéndome la visión de sus tetitas y de todo su cuerpo pero sobre todo, lo que más me excitó, fue contemplar su chochito totalmente depilado. Esta visión me excitó de tal manera que, sin dejar de mirarla, aceleré mi pelada hasta que, con un profundo rugido, eyaculé violentamente, lanzando toda mi leche al aire.
La vecina sonrió, me saludó con un gesto de la mano y cerró la ventana. Fue entonces cuando comprendí que nos podríamos enrollar con ella. Raro era el día que, tanto en el baño como en las habitaciones, no la viéramos en ropa interior o completamente desnuda.
Un viernes, a la noche, llamaron al timbre de nuestra puerta. Fui a abrir y era la vecina.
– Perdona… – me dijo – ¿Tienes una bombilla? Se me ha fundido la de la alcoba. Mañana, cuando abran las tiendas, te la devolveré.
– Naturalmente, no hay problemas… por cierto – le dije – Yo me llamo José y… viendo que en aquel momento llegaba mi mujer -ella es Mari.
-Yo me llamo Silvia – contestó la vecina.
Nos fuimos a su casa a ponerle la bombilla y cuando se la tuve colocada, Silvia nos enseñó amablemente la casa y al acabar nos ofreció algo para tomar. Aceptamos encantados. Nos sentamos en el salón y cuando cogimos algo de confianza y también un poco de alegría, porque era la tercera copa la que nos tomábamos, ella nos dijo que vivía sola porque no quería estar atada a nadie y que se consideraba una mujer bisex. Dicho esto y como insinuándose, soltó:
– Por cierto, José, tienes una mujer muy guapa.
-Tu también lo eres – contestó Mari – Me gustaste mucho cuando te vi con sujetador y bragas, además, nosotros también somos una pareja bisex y cuando mi marido me contó que te vio en el baño desnuda y él se masturbó a tu salud, echamos un tremendo polvo a tu salud.
Poco a poco la cosa se fue calentando. Silvia puso una cinta con música muy relajante y nos dijo:
– Si queréis, podéis poneros cómodos.
Cuando vio que, tanto Mari como yo, nos quitábamos la ropa, ella nos imitó quedándonos los tres completamente desnudos.
– ¿Bailamos esta balada? – le dijo Silvia a mi mujer.
Yo estaba sentado en un sillón viéndolas bailar. Silvia le besaba y lamía el cuello a Mari mientras que mi mujer le sobaba y apretaba las nalgas. Pero lo que más me excitaba era ver como Silvia frotaba su coño depilado contra el peludo de mi esposa, mientras las dos se apretaban la una contra la otra. Lentamente fueron entrando en la habitación y ya allí, Silvia le dijo a Mari:
– Túmbate en la cama que quiero comer todo tu cuerpecito.
Mi mujer hizo lo que la vecina le pedía y Silvia comenzó besándole los pechos, lamiendo y chupando sus pezones ya muy tiesos, bajando a continuación por su barriga hasta llegarle al coño. Cuando, separándole los labios, comenzó a entretenerse con su clítoris yo, aprovechando su postura, agachada y con el culo al aire, empecé a comerme el coño y no veas el gusto que estaban teniendo las dos. Luego cambiaron, Mari le comía el coño a Silvia y yo a mi mujer pero no pude resistir por mucho tiempo. La dureza de mi polla era total y estaba a punto de correrme así que dejé de comerme el coño de Mari y colocándome en posición, se la clavé en toda la almeja, hasta los huevos, empezando a follármela sin que ella dejar de comerle el chochito a la vecina.
-Por favor, cariño – me dijo de pronto Mari -no te vayas a correr en mi coño, quiero que lo hagas en el de Silvia.
Salí de mi mujer y, sentándose ella en una silla, contempló como Silvia se ponía a cuatro patas para que yo me la follara. Cuando se la metí en el coño a la vecina, mi mujer, abriéndose todo lo que pudo de piernas, empezó a masturbarse, pellizcándose el endurecido clítoris. Cuando ya no pude más, lanzando un profundo rugido, me corrí en el caliente chochito de Silvia, sintiendo todos los líquidos de la vecina en mi polla, viendo como mi mujer se moría de gusto y Silvia se corría conmigo. Nada más sacarle la polla, mi mujer se levantó de la silla y empezó a comerse el coño de Silvia con toda mi corrida dentro, hasta que se lo dejó bien limpio. Desde este día, la vecina es nuestra íntima amiga, para todo lo que haga falta, tanto para ella como para nosotros.