Relato erótico

Leer da sus “frutos”

Charo
15 de julio del 2020

Suele ir a la biblioteca para estudiar y para hacer consultas. En eso estaba cuando llegaron tres chicas y la madre de una de ellas. Se cruzaban miradas y alguna sonrisa. Una de ellas, cuando se iba, aprovechó y le pasó un papel un mensaje.

Miguel – MADRID
Esto, amiga Charo, me pasó hace solo unos días. Me encontraba en una biblioteca pública de mi ciudad, Madrid. La biblioteca está situada en un gran edificio antiguo. En la parte de abajo, primer piso, está la sección de referencia y el segundo piso, el salón de lectura. Generalmente el primer piso se llena de estudiantes que van a hacer sus trabajos y en el segundo, por lo general hay gente mayor.
Eran como las cuatro de la tarde y yo me encontraba consultando libros de geopolítica. Pero antes me presentaré. Me llamo Miguel, estudio en la universidad y tengo 23 años.
Bueno, como les decía, llegaron a la biblioteca un grupo de tres chicas y la madre de una de ellas, la típica señora que las cuida, o vigila, mientras ellas hacen la tarea. En principio, todo esto no tenía la mayor importancia, hasta que me di cuenta de una de las chicas, la que se veía más mayor que las demás. Era morena, pelo negro rizado y largo hasta los hombros. No era bonita, pero tenía una mirada pícara aunque lo que destacaba eran sus tetas, grandes y redondas para su edad y su culo, grande, redondo y compacto en sus pantalones negros. Ella se sentó frente a mí y la señora, la madre pero que no era la de ella, se sentó de espaldas, así que yo no tendría interferencias.
Empecé a mirarla de vez en cuando, de tal manera que se diera cuenta, cosa que ocurrió rápidamente ya que ella se acariciaba y arreglaba el pelo, cuchichiaba con sus amigas, se reía y me miraba de reojo. Pidieron algunos libros y los revisaron, todo esto por espacio de como una media hora, en la cual todo siguió igual hasta que la señora se levantó y detrás de ella dos de las chicas, las otras dos fueron a devolver los libros y se fueron llevando sus cuadernos en la manos. Pero la morenita, al pasar por mi lado, disimuladamente me dejo caer un papel.
Lo cogí con el mismo disimulo y en el papel ponía:
– Mañana voy a estar aquí a la misma hora… y solita… Merche.
Con esto no me quedaba otra cosa que volver a la biblioteca al día siguiente, como así hice.
Estaba, en verdad, sola en una mesa. Me senté junto a ella y nos pusimos a conversar de lo qué hacía, de su edad, si tenía novio y de mil cosas más sin excesiva importancia.
De repente, me dijo que iba al lavabo y desapareció. Yo conocía los lavabos y sabía que solo podía estar una persona a la vez, así que al ratito me levanté y me fui también al lavabo, aunque, claro que en vez de entrar al de hombres entré al de mujeres. Abrí la puerta del único retrete que, como por casualidad, no estaba cerrado con el pestillo, y ahí estaba sentada.

Me miró con asombro, pero yo no le di tiempo a nada, la levanté cogiéndola con ambas manos por los sobacos, y le besé sus gruesos labios. Al principio, ella se resistió, pero fue cediendo poco a poco y entonces saqué mi lengua apenas lo suficiente para lamer sus labios, humedeciendo suavemente la carnosa superficie a mi alcance.
Ella abrió la boca e introdujo su ardiente lengua en la mía. Entonces me separé un poco y con mi mano empecé a tocar su chocho, sintiéndola no solo húmeda, sino más bien empapada de sus flujos, por lo que, separándole la braguita, empecé a hacer una rápida introducción con mi dedo medio lo más adentro que podía procurando rozar su clítoris.
Ayudado por ella, ya tan excitada como yo, le saqué la blusa que llevaba para tener la agradable sorpresa de comprobar que no llevaba sujetador, apareciendo sus enormes tetas con sus pezones, largos y oscuros, completamente erizados y que procedí a besar y a chupar, como si quisiera tragármelos.
Al poco rato, nos dimos vuelta y yo me senté en la taza del retrete donde me saqué mi endurecido y crecido pene. Juanita se colocó sobre mi estaca dirigiéndola a la entrada de su coño y se dejó caer sobre la misma introduciéndosela de un solo golpe. Descubrí que tenía bastante experiencia gracias, como luego me contó, a sus dos primos que vivían con ella, que eran mayores y que tenían verdaderas orgías cuando sus padres no estaban.
Mientras ella me cabalgaba, mis manos ansiosas recorrían su magnífico cuerpo, acariciándola toda pero principalmente sus abultados pechos, sus piernas y sus nalgas, duras y redonditas.
Por otra parte mi lengua recorría todo el contorno de sus senos. Su piel era suave alrededor y cada vez que me acercaba a la punta de la teta sentía que endurecía y un pequeño temblor recorría todo su cuerpo. Su vagina hervía, era un calor inmenso, su cuerpo se estremecía cada vez más por mis penetraciones y podía sentir los espasmos de su coño con cada embestida que le propinaba.
La calidez de su cueva era tan inmensa que parecía arder y en su rostro se reflejaba la excitación y el placer que le provocaba. Su cuerpo estaba totalmente caliente.
Así estuvimos hasta que, por fin, ella pegó un gritito y terminó con un largo y abundante orgasmo dejándome la polla llena de sus ardientes licores. Segundos más tarde yo derramé abundante espeso semen en su interior, sin haberle preguntado antes si podía correrme dentro o tenía que echar mi leche fuera.

Ella se levantó y me lamió la polla entera hasta dejármelo bien limpio pero luego me dijo:
– Ahora haz lo mismo conmigo.
Yo nunca había probado el semen, pero la mezcla del mío con sus jugos, me encantó. Era un sabor nuevo.
Ya limpia, se vistió y se fue. Al rato salí yo, ella ya no estaba en la biblioteca, pero había un papel en mi mesa en el que estaba su teléfono. Como es natural la he llamado más de una vez.
Besos y hasta otra.

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