Relato erótico

Le hice un favor

Charo
14 de diciembre del 2018

Una buena amiga con derecho a roce se la presentó. Le contó que estaba en pleno divorcio y que echaba de menos el sexo. Le dio su email y ella se puso en contacto con él. Quedaron, se conocieron y…

Marcos – Toledo
Cuando conocí a Amalia me llamó la atención lo menudita que era. Sus facciones delicadas, y en cierta forma casi adolescentes, contrastaban con su edad. Amalia ya tenía sus cerca de cuarenta años, y aparentaba ser una jovencita de poco más de veintidós. Tan sólo algunas arruguitas en torno a los ojos delataban su edad.
Nos conocimos gracias a una amiga en común, amante ocasional mía, que cuando supo que Amalia tenía problemas con su marido, del cual ya había iniciado los trámites de divorcio, aunque aún convivía con él, le habló de mí.
Todo surgió porque Amalia le comentó medio en broma, medio en serio, que lo único que lamentaba del divorcio era que echaba de menos follar. Esta amiga le dio mi correo electrónico y le aconsejó que si se ponía en contacto conmigo no se arrepentiría.
El que lea esto pensará que peco de arrogancia al escribir tal cosa, pero es que esta amiga siempre conectó muy bien conmigo, y nuestros polvos siempre salieron de sobresaliente. La química entre las personas nunca se sabe cómo va a funcionar, pero con esta amiga todo iba sobre ruedas siempre que follábamos, y no dudaba en llamarme siempre que necesitaba calmar algún calentón que tuviese.
Oyendo el consejo de su amiga, Amalia me escribió, y quedamos en vernos para conocernos.
Llegué con antelación al lugar de la cita. Como siempre que me encuentro con una mujer a la que no conozco en persona me sentía nervioso, expectante y a la vez excitado. Quedamos una cafetería cercana a su lugar de trabajo. Pedí un café capuchino para hacer tiempo. Apenas me fijé en la camarera, ya que en esta ocasión mis sentidos estaban centrados en el encuentro que se avecinaba. Estaba entretenido haciendo dibujos en la espuma del café, cuando por fin llegó ella, pocos minutos después de la hora acordada.
Antes de encontrarnos yo había visto alguna foto suya de cuando era más joven. Cuando la vi en persona no aprecié grandes cambios en ella. Medía en torno a 1,50, no sabría decir su altura exacta, pero era bajita. Cuando nos besamos tuve que agacharme para ponerme a la altura de su cara. Era delgadita y como pude comprobar después tenía tetitas pequeñas. Curvas, no muchas, un culito bien puesto, pero no muchas caderas, y eso que ya tenía hijos. Melenita morena de pelo liso y carita guapa. Boquita pequeña y labios finos. En definitiva, quizás no mi tipo de mujer, ya que las suelo preferir con más curvas, pero me atraía.

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Al principio estábamos un poco nerviosos los dos, aunque yo trataba de aparentar seguridad, haciendo mi papel de “seductor”, pero nada más lejos de la realidad. Supongo que los dos estábamos inseguros respecto a cómo iba a salir todo.
Ella pidió un vienés, y hablamos un poco de todo mientras tomábamos los cafés. Me contó su situación, me habló de sus carencias afectivas y sexuales. Le dije que yo sólo le ofrecía sexo, y que no le prometería amor, porque no era lo que yo buscaba. Pude sonar frío, pero trataba de ser sincero. Ella estuvo de acuerdo, y agradeció mi franqueza. Quedamos en vernos otro día, pues ella se tenía que ir al trabajo, y aquello sólo había sido un primer encuentro para ver si podía haber algo más en otra ocasión.
La siguiente vez que nos vimos Amalia venía muy guapa, y el beso en los labios que nos dimos, de forma casi furtiva, porque ella aún seguía casada, me supo a gloria. Tomamos algo, y cuando los dos estuvimos de acuerdo en irnos a un lugar más íntimo, cogimos mi coche, y alquilamos habitación en un hotel discreto y cómodo del que había oído hablar. La habitación era amplia, con una enorme cama y espejos en el lateral y el cabecero, de forma que nos veíamos reflejados desde varias perspectivas.
Amalia y yo empezamos a darnos mimos, como dos adolescentes, con besos con lengua apasionados pero tímidos a la vez. Aprendiendo a conocer al otro, y a su vez obteniendo placer mutuo. Mis manos recorrían su diminuto cuerpo, apretando sus nalgas, pellizcando sus pezones, que cada vez notaba más duros, desnudándola poco a poco.
Después de un rato de magreos, besos y caricias, los dos estábamos ya desnudos sobre la cama, y mientras yo la morreaba, aprovechaba a acariciar su coño con mi mano. Ella meneaba mi polla entre sus manos, y era curioso ver el contraste de su manita y mi polla. En su mano parecía enorme. Siempre había oído que solían elegir a las actrices porno más bien menudas para lograr este efecto, y ahora que follaba con una mujer menuda, veía que era cierto.
Yo la tenía durísima, y vérmela tan grande en su mano me ponía más cachondo. Supongo que mi polla no era lo único agrandado y que mi ego también crecía al verme la verga así. Ella ya estaba mojada, y es que llevábamos todo el rato entre caricias y masturbaciones mutuas. Sin pedírselo yo, bajo su boca hasta mi polla, y comenzó una mamada suave. Mi polla en aquella boquita, era lo máximo. La ensalivaba bien, y la chupaba con casi ternura. El lento movimiento de su cabeza tragando primero, y expulsando después mi polla de su boca, era acompasado, armónico, muy sutil. Todo era delicado en ella. Normalmente mi forma de follar suele ser más salvaje, pero comprendí que con Amalia, era mejor ser suave y controlar un poco mis instintos.

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Acariciaba su melena mientras me comía la polla, y le marcaba ligeramente el ritmo, pero sin obligarla a tragar. Sabía que si la forzaba aunque sólo fuera lo más mínimo, rompería la magia.
Tenía ganas de penetrarla, pero esa felación me estaba encantando. Tanto que si seguía así me iba a correr. Como no quería quedar mal y dejarla a medias, le dije que ahora le tocaba a ella disfrutar, y que me estaba encantando la comida de polla que me estaba haciendo, pero que ahora se lo iba a comer yo.
Se recostó en la cama y separó sus piernas, ofreciéndome la visión de un coñito más bien pequeño, arregladito, y aunque brillante, no muy abierto. Metí mi cabeza entre sus piernas, y comencé mi cunnilingus. Me apliqué lo mejor que pude, tanto por saborearlo, como por hacerla disfrutar tanto como ella me había hecho disfrutar a mí. Sus gemidos me dijeron que iba por el buen camino, y los pequeños espasmos que daba, me demostraban que lo estaba disfrutando, tanto que al final se corrió, quedándose en un estado casi catatónico, que no me esperaba.
Era la primera vez que encontraba algo así, no sabía muy bien que le pasaba, y cuando por fin fue recobrando la normalidad, me dijo que no me preocupase, que siempre que se corría le pasaba. Me dijo que necesitaba un polvo como el que le estaba echando, y me dio un beso en los labios. Con lo cual mi polla recobró la dureza que ese paréntesis le había hecho perder.
Tenía ganas de metérsela, así que me coloqué entre sus piernas, apunté la polla y empujé poco a poco. Ella me decía que era muy grande, pero yo creo que para aquel coñito cualquier polla era grande, y entrar, entraba; tanto que conseguí meterla del todo. Empecé a culear, y ella a gemir con mi follada.
El coñito se adaptaba a mi polla perfectamente, y notaba un placer intenso. Buena lubricación y un coño prieto, la combinación mágica.
Seguí jodiendo a Amalia un buen rato más en diferentes posturas, y es que lo de pequeñita y manejable con ella se cumplía. La levantaba a mi antojo, la cambiaba de postura, mordía sus tetitas, apretaba su culito mientras la follaba a cuatro patas, pero a pesar de follarla de todas las formas posibles veía que no se terminaba de correr, y yo sinceramente no podía aguantar más y sabía que si seguía aguantando la corrida después me iba a costar. Se lo comenté, y me dijo que le diese por el culo. Yo nunca había tenido sexo anal, y no había llevado ningún lubricante, siempre había creído que para el sexo anal era imprescindible lubricante. Dijo que no le hacía falta, que la metiese. Como nunca había tenido esa experiencia no puse más pegas pero por si acaso le escupí en la zona y en mi glande, para que la saliva actuase de lubricante. Coloqué la polla en el ano, y empujé. No entraba del todo bien, pero poco a poco, conseguí meter media polla dentro, y al final casi toda…

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Tenía miedo de hacer daño a Amalia, pero ella no parecía sufrir, sino lo contrario. Dijo que la mantuviese un momento dentro antes de follarla y como yo era novato en el tema iba siguiendo sus instrucciones; al final cogí confianza y empecé a moverme suavemente, follando su culo con cuidado.
Me sorprendió lo bien que entraba y salía. No esperaba que fuese así de bien. Poco a poco iba ganando ritmo, y ella gemía. Vi que acercaba su mano al clítoris, y mientras yo la enculaba, ella se masturbaba. La sujeté de las caderas y follé con más fuerza. Ella acompañaba mis movimientos con el vaivén de su trasero. Le hubiese dado unas palmadas en el culo, pero no lo hice, y mejor, porque más tarde supe que eso le cortaba el rollo. Mi primera vez que daba por el culo estaba gustándome, y encima sin haberlo planeado ni esperármelo. Amalia me dijo que se iba a correr, que me corriese con ella, y aprovechando el clímax de excitación que había alcanzado con la enculada y la follada previa, me corrí a la vez que Amalia. Dejé un buen rato la polla dentro, hasta que noté que se iba bajando y la saqué.
Nos quedamos abrazados y dormimos un rato antes del siguiente polvo.
A los dos nos gustó esta primera vez juntos, y quedamos más veces. En todas esas veces que quedamos, siempre tenía que terminar enculándola, lo que la hacía diferente al resto de mujeres con las que follaba, ya que al menos por mi experiencia, no es frecuente, o yo no he coincidido con chicas a las que les guste más el sexo anal que el vaginal.
Seguimos quedando hasta que cada uno siguió por rumbos diferentes, y aún hoy, aunque ya no follemos juntos, seguimos siendo amigos.
Un saludo para todos.

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